Primero de mayo de
2018
La clase
dominante burguesa y sus partidarios falsamente obreros festejan otro
año de altos beneficios capitalistas mientras las grandes masas
proletarias sufren la explotación más bestial y la miseria
cotidiana.
Proletarios
No
hay necesidad de recordar que vuestras condiciones de existencia
dependen del salario que los capitalistas os conceden o que, a través
de la lucha, conseguís sacarles; no hay necesidad de recordar que
desde que la raza
obrera llega al mundo está condenada a ser fuerza de trabajo a
disposición de los capitalistas, pequeños, medianos o grandes, en
las empresas privadas o en la función pública, porque el modo de
sobrevivir que la sociedad capitalista os ofrece es sólo uno: vender
vuestra fuerza de trabajo al capitalista que tiene interés en
explotarla y que, al hacerlo, gana y gana cada vez más en la medida
en la que organiza vuestra explotación de manera sistemática y
científica.
No
hay necesidad de recordar que, en la sociedad capitalista, son el
dinero, el mercado, el cambio de valores, la compraventa, las
categorías económicas... las que regulan las relaciones humanas, y
que las relaciones humanas están condicionadas en origen por las
relaciones de producción: en la sociedad dividida en clases, quien
posee el poder económico y, por lo tanto los medios de producción,
tiene en su mano el poder político a través del cual –Estado,
gobierno, partidos, fuerza militar- domina a toda la sociedad y, en
particular, mantiene a la clase proletaria, que es la clase
productora por excelencia, en situación de depender para todo del
salario, por lo tanto del capital, que da el salario sólo contra una
determinada cantidad de trabajo de la cual se apodera diariamente. No
hay necesidad de recordar que todo capitalista no sólo tiene interés
en explotaros lo máximo posible –porque de vuestra explotación
saca su beneficio- sino que tiene interés en alimentar entre
vosotros una competencia despiadada (en paralelo a la competencia
despiadada que cada capitalista mantiene con cualquier otro) de
manera que vuelva mucho más difícil, sino casi imposible, vuestra
organización solidaria en defensa de vuestros intereses inmediatos.
Que vuestros intereses inmediatos estén del todo opuestos a los de
los capitalistas, es una realidad que emerge cada vez que la economía
capitalista, de la cual toda empresa es partícipe por razones de
mercado y de competencia con otras empresas del mismo sector, entra
en crisis. La primera cosa que el capitalista hace, es proteger su
empresa, su
propiedad, sus beneficios,
sus mercancías, sus
relaciones de mercado y, para este fin, está
dispuesto a utilizar casi cualquier medio, y por supuesto hacer pesar
sobre su mano de obra
las consecuencias de la crisis, despidiendo, acabando con algunas
producciones o cerrando la fábrica, acogiéndose a EREs,
deslocalizando la producción y a los obreros, prejubilando, bajando
los salarios...
No
hay necesidad de recordaros que los capitalistas, ellos solos, sin
ayuda de una serie de partidarios, de siervos, de esbirros, de
matones, no lograrían dominaros siquiera sobre el plano político y
social. A los capitalistas, para defender sus intereses y su
propiedad, no les basta con poseer el Estado, orientar las decisiones
del gobierno, y usar la fuerza militar en todas las situaciones de
tensión social. Dado que la clase obrera, en la historia, de las
luchas de clases que le han visto combatir por sus propios intereses
sobre el terreno del antagonismo de clase, ha demostrado, en
determinados periodos históricos, estar en condiciones de sustraerse
a la influencia de las fuerzas de conservación burguesas y a las
fuerzas del oportunismo, y de organizarse no sólo sobre el plano de
la defensa económica, sino también sobre el terreno de la lucha
política y revolucionaria, la clase burguesa ha sacado las lecciones
de mayor importancia para el mantenimiento de su poder político y
económico. Una de estas lecciones ha sido aquella de no sólo
tolerar las organizaciones económicas de clase del proletariado,
sobre las cuales se apoyaba la lucha de los obreros contra los
capitalistas, sino de penetrar en ellas para orientarlas en sentido
reformista y pacifista, con el fin de desviarlas de sus objetivos
originales de defensa exclusiva de los intereses de clase y
transformarlas así en instrumentos vitales de conservación social
con los que, sobre todo en periodos de crisis, el capitalismo puede
contar.
¡Proletarios!
Los
sindicatos obreros que, en su momento, maduraron una gran tradición
de clase, a la par que los partidos obreros, podían representar un
elemento decisivo en la lucha de clase revolucionaria del
proletariado, y esto la clase dominante burguesa no podía
permitírselo; por ello, debían ser conquistados para la
conservación social por las fuerzas oportunistas, las fuerzas que
vestían como obreros pero que dirigían a las masas hacia el apoyo a
los valores de la economía de la empresa, de la economía nacional,
de la patria, de la democracia, en apoyo a todo lo que servía al
capitalismo nacional para superar sus propias crisis y volver a poner
en marcha la máquina de la explotación obrera general. Y donde las
masas proletarias no estaban lo suficientemente plegadas a las
exigencias del capitalismo –como frente a la Primera Guerra Mundial
y frente a la primera postguerra- estas fuerzas oportunistas fueron
llamadas a debilitarlas de manera tal que, si fuese necesario atacar
con la fuerza, destruyendo a sus partidos y a sus organizaciones
económicas sindicales, esta tarea fuese realizable. El fascismo
italiano, primero, y el nacionalsocialismo alemán, después,
demostraron que la clase burguesa dominante de los diversos países
puede hacerse la guerra todas las veces que la crisis económica y
política de su sistema social lo vuelva necesario, pero su
guerra histórica principal era y será
siempre la guerra contra el proletariado
organizado, el proletariado que lucha sobre
el terreno de clase guiado por el partido comunista revolucionario
para la conquista del poder político y para acabar de una vez por
todas con cualquier burguesía, con cualquier sistema de explotación
capitalista.
Los
años de la Primera Guerra Mundial y de la primera postguerra, desde
el punto de vista de la lucha del proletariado contra las burguesías
de cualquier país, apoyando sus propias esperanzas y sus propias
perspectivas de emancipación de la esclavitud salarial, sobre la
formidable victoria de la Revolución de Octubre en Rusia y sobre el
movimiento revolucionario en los países imperialistas más
importantes, representaron para todas las burguesías un motivo de
pavor, mucho mayor del que provocó la liquidación de las
aristocracias nobiliarias en 1789. La puesta en juego,
históricamente, era la victoria del proletariado revolucionario
contra la burguesía imperialista en Europa y en el mundo: se abría
un periodo histórico en el que las clases dominantes burguesas
habrían podido ser efectivamente abatidas, un periodo en el que la
clase proletaria internacional habría guiado la lucha de clase no
sólo para sí misma, sino también para todas las poblaciones
masacradas por el colonialismo imperialista y el atraso económico.
Aquella
ocasión histórica no llegó a buen puerto, pese a las grandes
luchas de los proletarios rusos, alemanes, húngaros, polacos,
italianos, ingleses, franceses... las fuerzas oportunistas que se
concentraron después en el estalinismo, tanto como ideología
falsamente socialista y comunista o como práctica política y social
nacionalista y tricolor, lograron infectar a todos los partidos
revolucionarios, desde el partido bolchevique, devolviendo al
movimiento proletario a veinte años atrás; ellos contribuyeron, de
manera sustancial, a plegar a los proletarios de todos los países,
en primer lugar a las exigencias de reconstrucción capitalista
postbélica, haciendo pasar las posiciones según las cuales el
enemigo de clase no era representado por la clase burguesa en
su conjunto, en todas sus fracciones, sino
sólo por la clase
burguesa del país enemigo, del país “fascista”, y que la vía
de salida de la guerra, de la violencia, del horror, estaba en apoyar
y combatir sólo por la democracia, por la restauración del
parlamentarismo y de una vida política y social no encuadrada por el
totalitarismo fascista. Los partidos “obreros” se convirtieron en
las columnas que sustentaban las nuevas instituciones democráticas;
los sindicatos “obreros” se convirtieron en organizaciones
económicas de la clase obrera destinadas a colaborar con la
reconstrucción posbélica y el renacimiento económico del país: en
conclusión, el proletariado de cada país, después de haber perdido
a su partido comunista revolucionario, destruido y desfigurado por el
estalinismo, perdió también sus propias organizaciones sindicales,
con el resultado de que cualquier asociación política y sindical
que se refería al proletariado juraba sobre la estabilidad
capitalista, aún si, etiquetaba a esa misma economía como
“socialista”.
Únicamente
una pequeñísima porción de comunistas revolucionarios que no
agacharon la cabeza frente al estalinismo, que no vendieron su propia
militancia revolucionaria por una carrera, sino que mantuvieron la
coherencia y la continuidad política con el marxismo –la Izquierda
comunista de Italia- salió del desastre mundial de la degeneración
de la Internacional Comunista y del estalinismo sobre posiciones
defendidas desde la constitución del Partido Comunista de Italia.
Esta corriente política, que no tiene nada que ver con los que se
dan el nombre de partido comunista y que han hecho una mentira del
marxismo auténtico, hoy, representada por poquísimos elementos que
mantienen con vida incluso la continuidad organizativa, es del todo
desconocida para las grandes masas proletarias. Pero esto, dada la
situación general de depresión del movimiento de clase del
proletariado, es un dato que no ha asustado nunca a los marxistas: la
historia no se lee a través de los grandes o pequeños personajes,
no se lee a través del éxito numérico de tal o cual partido o de
las corrientes de moda al estilo del sesentayocho, sino a través de
las contradicciones que se mueven en el subsuelo de la sociedad, a
través de fuerzas que las mismas contradicciones económicas y
sociales del capitalismo producen y alimentan constantemente y que,
en un cierto punto de tensión general, explotan como un volcán. Los
proletarios mismos, destinados históricamente a volverse los
protagonistas de la revolución más tremenda y resolutiva de la
historia de las sociedades humanas, no tienen ninguna conciencia de
esto: poseen, objetiva y materialmente, como clase social del moderno
capitalista, la fuerza histórica apta para superar cualquier
sociedad dividida en clases, de las cuales la sociedad capitalista es
la última en la serie histórica. Ellos, en el centro de las
relaciones sociales capitalistas de producción, representan
contemporáneamente una de las fuerzas de conservación gracias a la
fuerza de trabajo que la burguesía explota con el fin de valorizar
el capital y, dialécticamente, la única fuerza revolucionaria en
condiciones de cerrar la serie histórica de las sociedades divididas
en clases –la prehistoria humana,
como afirmaba Engels- y abrir a la humanidad la vía para una
sociedad de especie, para una sociedad no basada ya en la explotación
del hombre por el hombre, en el dinero, en la mercancía, en el
capital y en el trabajo humano; en síntesis, por el comunismo.
La
clase de los trabajadores asalariados, de los proletarios, la clase
de los sin reservas, es fundamental para la supervivencia del
capitalismo: la explotación del trabajo asalariado por parte de los
capitalistas consiste en la obligación de trabajar por parte de los
sin reserva si quieren sobrevivir, y en el hecho de que el salario
que el capitalista da al trabajador a cambio de la jornada de trabajo
no se corresponde con el tiempo real y total del cual el capitalista
extrae su ganancia, sino sólo de una parte –la que corresponde a
los medios de subsistencia que el obrero debe comprar en el mercado-
mientras que la otra parte de tiempo de trabajo diario, no pagada,
constituye un valor supletorio, el plusvalor
precisamente, que el capitalista se apropia directa y completamente.
En la medida en que los trabajadores asalariados permanecen en
condiciones de trabajadores asalariados bajo el dominio de la
burguesía, y viven su esclavitud salarial día a día sin poner en
discusión las relaciones sociales y de producción impuestas por la
sociedad capitalista, constituyen una clase para el capital. Pero el
proletariado no ha sido, siempre, únicamente, una bestia de carga;
fue involucrado por la burguesía en su lucha contra el feudalismo,
contra las aristocracias nobiliarias, participando en la destrucción
del poder político feudal y del modo de producción feudal para
liberar a la sociedad humana de sus límites y de sus vínculos
económicos, sociales y políticos, abriendo de esta manera la vía
al progreso económico y social exaltado que la revolución burguesa
representó históricamente. Pero el capitalismo, pese al formidable
progreso técnico y productivo que ha llevado consigo, al mismo
tiempo ha sustituido –y no podía hacerlo de otra manera- una
sociedad dividida en clases, fragmentada y cerrada, con una nueva
sociedad dividida en clases más simple y abierta al mundo;
universalizando el sistema económico capitalista, imponiendo la ley
del capital sobre todo el globo terráqueo, el capitalismo ha
transformado a buena parte de las grandes masas populares de
campesinos y pequeño burgueses en proletarios puros, expropiando
tierras y actividades laborales, generalizando las relaciones de
producción y sociales capitalistas y, por lo tanto, las condiciones
de existencia de los sin reservas, erigiendo una sociedad en la que
una pequeña minoría de capitalistas domina sobre las grandes masas
proletarias y proletarizadas.
¡Proletarios!
Las
condiciones de esclavos modernos las vivís cada minuto de cada día
de vuestra vida. Debéis soportar sacrificios de todo tipo para dar
de comer a vuestros hijos, para vivir en una casa decente, para
escapar del frío o del calor, para curar las enfermedades que la
mayor parte de las veces son provocadas por el mismo modo de
producción frenético y opresivo; sufrís sistemáticamente la
inseguridad en el puesto de trabajo, y por lo tanto en el salario,
mientras el propio puesto se transforma, antes o desupés, en la
causa de vuestros infortunios, de vuestras muertes, de vuestras
enfermedades incurables. Estáis expuestos cada vez más a la
inseguridad de la vida y a puestos en condiciones no sólo de sufrir
impotentes esta situación, sino de no poder hacer nada decisivo para
mejorar completamente vuestras condiciones de existencia. En la
sociedad capitalista, bajo el dominio de la clase burguesa, dependéis
totalmente de los intereses del capital: no sois otra cosa que clase
para el capital, a su merced; representáis una enorme reserva de
fuerza de trabajo de la que cualquier capitalista pesca a los
trabajadores que le sirven, prefiriendo obviamente a los que se
someten sin rechistar a sus órdenes. Para los capitalistas sois la
raza obrera, pero, al
igual que todo esclavo antes o después se rebela, vosotros
constituís, al mismo tiempo, la fuerza de trabajo necesaria para
valorizar el capital y la fuerza de trabajo excedente respecto al
ciclo de valorización del capital puesto en marcha empresa por
empresa. Por eso mismo hoy encontráis trabajo, pero mañana podéis
ser despedidos. Y en este carrusel horrible en el que las masas
humanas, de cualquier nacionalidad, edad, género, origen, son
constreñidas a migrar de una ciudad a otra, de un país a otro, de
un continente a otro, sólo para lograr sobrevivir en condiciones
menos malas que aquellas de las que se huye, vosotros, proletarios,
sin reservas y sin patria, tenéis una única vía de salida: la
lucha contra las condiciones de esclavitud salarial a las cuales
estáis constreñidos desde que nacéis.
La
lucha por vuestra supervivencia, si no se transforma en lucha
de clase –cuyo primer estadio es la defensa
de los intereses de clase más generales, es la organización
independiente de clase reconociendo el antagonismo existente entre
capital y trabajo asalariado, es la solidaridad de clase entre
trabajadores asalariados, es la unidad en la historia- estará
siempre condicionada por el interés que los capitalistas tienen en
“salvar” a alguno dejando a su suerte, peor, a todo el resto. La
lucha de clase es la única respuesta verdadera de la clase
proletaria a los problemas de supervivencia, a los problemas de la
desocupación, a los problemas de los salarios de hambre, pero no
puede brotar y desarrollarse si los proletarios no combaten
decididamente contra el arma principal que la burguesía usa contra
ellos: la competencia entre proletarios.
Como
proletarios sufrís los efectos de las relaciones de producción y
sociales impuestas por el capitalismo, y para combatir estos efectos
no tenéis alternativa: os unís en la lucha de clase independiente
de cualquier institución burguesa, de cualquier partido burgués, de
cualquier organización colaboracionista, o seréis utilizados
continuamente para reforzar- aun cuando un sindicato tricolor llama a
la “lucha”, cuando no puede hacer otra cosa si no quiere perder
toda su influencia- el mismo sistema económico, social y político
que es la causa de vuestra miseria, de vuestras condiciones inhumanas
de supervivencia.
La
lucha de defensa de los intereses proletarios inmediatos que utiliza
medios y métodos de la lucha de clase es el primer estadio del
renacimiento del movimiento obrero; el segundo estadio está
constituido por la lucha política de clase, la lucha en la cual el
proletariado se reconoce no sólo como clase para
el capital que quiere obtener mejores condiciones de vida y de
trabajo, sino como clase para sí, clase protagonista de la historia,
clase que a través de su lucha política y revolucionaria puede
cambiar completamente la sociedad, sepultando finalmente el modo de
producción capitalista y su defensa reaccionaria. En este camino,
los proletarios se encontrarán no sólo con los enemigos declarados,
burgueses y pequeño burgueses, sino también con otros proletarios
que se han dejado atraer y encuadrar en las fuerzas de la
conservación social. Es inevitable que esto tenga lugar, porque la
clase burguesa no cederá ni un milímetro en su dominio y sus
intereses: usará todos los medios a su disposición, legales e
ilegales, pacíficos y violentos, económicos, políticos y
religiosos; usará todas las fuerzas oportunistas que se han formado
a lo largo del tiempo, de los viejos reformistas y socialdemócratas
a los nuevos obreristas, movimientistas, lucharmadistas, como ya hizo
en el pasado; y se inventará nuevos, como en la época del fascismo.
Todo esto puede espantar y paralizar a las masas proletarias, pero la
lucha de clase a la cual estas son empujadas, en un determinado
momento, no es el fruto de un plan más o menos diabólico de un
grupo de conspiradores: es el fin de todas las contradicciones
sociales que se suman a lo largo del tiempo y, precisamente como el
magma volcánico, explotan con una virulencia extraordinaria. Para
que este movimiento telúrico de la sociedad no se agote en miles de
enfrentamientos aislados, el proletariado tiene necesidad de
organizar sus fuerzas para poder dirigirlos hacia objetivos bien
precisos y no sólo inmediatos, sino históricos. Es aquí que
aparece evidente la necesidad de una conciencia de clase en
condiciones no sólo de dirigir el movimiento de clase del
proletariado, en los diferentes países, en la lucha específica
contra la propia
burguesía, sino de hacer confluir las fuerzas proletarias hacia
objetivos máximos, revolucionarios, que no pueden sino ser
internacionales. La conciencia de clase
es representada por el partido político de clase, por el partido
comunista revolucionario, desde los tiempos del Manifiesto
de Marx y Engels; por un partido que prevé todo el curso histórico
de las luchas sociales y de clase y que, sobre la base de la teoría
del comunismo revolucionario (que no es otro que el marxismo), en las
luchas del hoy representa los fines históricos de mañana y que,
colocándose como guía del movimiento de clase, es el único en
condiciones de dar al proletariado de todos los países una única
dirección, la dirección revolucionaria.
Hoy
el proletariado no está cerca, ni mucho menos, de luchar de manera
eficaz sobre el terreno de la defensa elemental de sus intereses
inmediatos. Esto se debe a más de noventa años de estalinismo, que
ha corrompido a partidos y organizaciones proletarias en todo el
mundo, y a más de setenta años de política y práctica
colaboracionista por parte de los partidos llamados comunistas y por
parte de los sindicatos “obreros”. La colaboración entre las
clases, y la política de la clase burguesa en la fase imperialista,
es la política que ha ideado y practicado el fascismo y que fue
heredada por las democracias post-fascistas. Representa la corrupción
más profunda que infecta al proletariado, pero su resistencia en el
tiempo depende del nivel de competencia que exista entre los
proletarios. Combatiendo contra la competencia entre proletarios, se
combate a la vez contra la corrupción de la colaboración entre
clases, y se defiende de manera mucho más eficaz la independencia de
clase de las organizaciones proletarias.
El
Primero de Mayo, hace muchos años, no era un día festivo, sino un
día en el que los proletarios de todos los sectores y de todas las
categorías, de todos los países, proclamaban la voluntad y la
decisión de luchar unidos contra la explotación capitalista y
contra el poder burgués que se apoya sobre la explotación del
trabajo asalariado. Hoy, el Primero de Mayo se ha convertido en una
ocasión de fiesta, de conciertos, de pacificación entre las clases:
es un himno a la colaboración entre las clases, es la fiesta de los
capitalistas que se han apoderado de una jornada que, en un tiempo,
como jornada de lucha, les hacía temblar.
¡Proletarios!
No
hay nada que festejar. Mientras masas de inmigrantes mueren al
atravesar el mar, son amasados en campos de concentración,
explotados, torturados, violentados, asesinados; mientras la
desocupación asola los países del mito del bienestar, la intensidad
del trabajo de las masas ocupadas aumenta cada vez más y el trabajo
se vuelve cada vez más precario aumentando inevitablemente la
inseguridad de la vida; mientras las desgracias en los puestos de
trabajo no cesan y tienden a ser cada vez más frecuentes, así como
lo hacen las enfermedades “profesionales” a causa de la nunca
controlada nocividad del trabajo (como los casos cada vez más
frecuentes de muertes por amianto); mientras los salarios en general
son bajados respecto al coste de la vida que tiende a aumentar y la
competencia entre proletarios llega a niveles de ferocidad nunca
vistos. Mientras sucede todo esto, en un marco internacional en el
cual las guerras de rapiña por parte de las potencias imperialistas
no han dejado de estar en el centro de los acontecimientos políticos
y militares, las condiciones de existencia proletarias empeoran cada
vez más.
Los sindicatos colaboracionistas claman por su
“preocupación” por esta situación y apelan a los gobiernos con
el fin de que promulguen algún tipo de reforma que atenúe el
empeoramiento general de las condiciones de los trabajadores. Como
siempre ha sucedido desde que se organizaron al final de la IIª
Guerra Mundial, los sindicatos colaboracionistas siguen una escala de
prioridades en la defensa de los “intereses”: primero viene la
patria, la nación, el Estado y su Constitución, por lo tanto la
economía nacional; después la defensa de la españolidad de las
empresas y su competitividad; después la productividad del trabajo
que se liga a la necesidad de la reanudación económica; después la
salvaguarda de los puestos de trabajo, no importa con qué salario,
incluido el llamado “salario de solidaridad” con el cual los
trabajadores se gravan con el fin de permitir el mantenimiento del
puesto de trabajo a compañeros amenazados con el despido; después
los convenios nacionales, que al mismo tiempo son renovados cada
cierto tiempo; después los salarios, para los cuales no se pueden
pedir aumentos decentes porque la crisis económica ha golpeado los
beneficios de todas las empresas, comprendido el Estado; después la
desocupación juvenil, como problema general para el cual se pide
simplemente una reforma...; después, si no hay más remedio, y sólo
idealmente, de los trabajadores en peores condiciones, como los de la
logística y los inmigrantes. En suma, los sindicatos
colaboracionistas demuestran constantemente que los intereses que
defienden y para los cuales movilizan, o paralizan, a sus afiliados,
son los intereses del capital y no del trabajo. En cuanto sindicatos
tricolores, sindicatos colaboracionistas, no es como para
sorprenderse. Pero, dado que cada tanto, o las asociaciones
patronales, o el gobierno, lanzan algunas migajas para dar a las
masas, estas burocracias sindicales, que pueden contar con el apoyo
constante del Estado y de las fuerzas políticas burguesas, continúan
manteniendo una cierta influencia sobre el proletariado, pero
perdiendo credibilidad en el tiempo.
Pero
a los proletarios, para defender sus propias condiciones de
existencia, les sirven organizaciones de
clase, organizaciones de clase que no nacen
de la nada, sino de las luchas de los proletarios, de una lucha que
rompe los miles de lazos que le atan a los intereses de la empresa,
de la productividad, de la competitividad, a los intereses de la
economía nacional. Si no es hoy, será mañana, pero serán las
mismas condiciones materiales de supervivencia vueltas insostenibles
las que empujarán a grupos de proletarios a reaccionar, a romper la
paz social, a volver a apoderarse de los medios y de los métodos de
la lucha clasista que coloca en el centro exclusivamente la defensa
de los intereses proletarios.
Como
comunistas revolucionarios sabemos que las contradicciones sociales
de la sociedad capitalista no bastarán para hacer moverse a la clase
proletaria y dirigir su fuerza contra los baluartes políticos,
sindicales, organizativos y militares de la sociedad burguesa. Pero
si no llega esta ruptura social, los proletarios estarán destinados
a sufrir continuamente una esclavitud salarial que tiende a empeorar
sus condiciones generales. Será necesaria, por lo tanto, una
orientación de clase, una dirección de clase gracias a la cual los
proletarios se reapropien de su historia de clase, y esta orientación
y esta dirección de clase han sido mantenidas vivas durante todos
estos decenios por el partido comunista internacional, que continuará
con este trabajo que hoy aparece privado de resultados inmediatos,
pero que, con el tiempo, se mostrará vital para el mismo
proletariado.
¡Viva
el Primero de Mayo rojo!
27
abril de 2018 Partido
comunista internacional
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