[AW2024] Manifestación contra las guerras capitalistas y la paz capitalista

 
 

 
El colectivo que organiza la Semana de Acción de Mayo en Praga convoca una manifestación contra la guerra el viernes 24 de mayo de 2024 a las 17:00 horas en la plaza Palacký.

La guerra es un fenómeno que no es sólo teórico, sino que tiene un impacto muy real en la vida de todos. En el orden social actual, no existe una línea divisoria entre la vida en guerra y la vida en paz. Todos estamos en guerra. Sólo difieren las formas en que nos afecta la realidad de la guerra. Algunos viven en la retaguardia, en ciudades bombardeadas, otros son enviados al frente para servir como carne de cañón y otros se ven obligados a vender su fuerza de trabajo, que mantiene girando las ruedas de la economía de guerra. Además, todos somos objeto de propaganda bélica destinada a incitarnos a participar en una u otra forma de guerra. Por último, a todos se nos adoctrina con el supuesto deber de sacrificarnos en la guerra por el bien del país, la nación, el pueblo, la economía, la democracia, la religión…

Vivamos en Járkov, Praga, Tel Aviv, Madrid, Gaza, Moscú, Budapest, Zagreb, Roma, Berlín o en cualquier otra parte del mundo, ninguno de nosotros vive fuera del contexto de la guerra. Por lo tanto, debemos oponernos a la guerra desde esta posición. Debemos actuar como una fuerza internacional colectiva que siente el impacto de la guerra pero que también dispone de los medios para detenerla.

Pero no queremos reunirnos para plantear exigencias a los políticos, a sus partidos y a sus instituciones. Sabemos muy bien que todos ellos son parte del problema y que ninguna solución puede venir de ellos.

No queremos intentar acercarnos a las fracciones “progresistas” o democráticas de la burguesía, porque sabemos que son los capitalistas quienes inician las guerras y son ellos quienes se benefician de ellas.

No queremos pedir que se equipe mejor al ejército de tal o cual Estado en nombre del apoyo al “mal menor”, porque la historia nos ha enseñado que los conflictos se desescalan subvirtiendo la maquinaria bélica, no alimentándola.

No queremos hacer un llamamiento a la paz dentro del capitalismo, porque sabemos que la paz capitalista sólo es una preparación para otras guerras, aún más destructivas que las anteriores.

Queremos reunirnos para que se oigan las voces de los más afectados por la guerra. Queremos que la reunión física sirva de foro y de herramienta organizativa para fortalecer a la comunidad enfrentada no sólo a las guerras, sino también a sus causas: el capitalismo, sus Estados y sus ideologías. Queremos contribuir a organizar la resistencia a las mismas.

Las guerras son un fenómeno global al que respondemos movilizándonos internacionalmente. No nos limitamos a ninguna región o idioma, por lo que la manifestación contará con voces en checo, inglés, alemán, ruso, ucraniano y posiblemente otros idiomas, que podremos utilizar para articular nuestras posiciones y defender una acción colectiva contra la guerra.

 

– Viernes 24 de mayo de 2024
– Praga – Palackého náměstí (cerca de la estación de metro Karlovo náměstí)
– A partir de las 17:00

 

 

>> [AW2024] CONGRESO CONTRA LA GUERRA / PRAGA / 24 al 26 de mayo de 2024 /

>> SEMANA DE ACCIÓN / PRAGA / 20. – 26. 5. 2024 /

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Contra la guerra imperialista ruso-ucraniana, la respuesta solo puede darla el proletariado en Rusia, en Ucrania y en Europa con su lucha de clases, contra el veneno belicista de sus respectivas burguesías,de sus intereses nacionales, y contra el opio pacifista


 

La operación militar especial que el imperialismo ruso desencadenó contra Ucrania para impedir su ingreso en la OTAN, su incorporación al frente occidental euroamericano, como ya habían hecho las antiguas repúblicas populares de Europa del Este, se ha convertido en una guerra que dura ya más de dos años con trágicas consecuencias para la población ucraniana y para la rusoparlante del Donbass y Crimea, así como para los soldados rusos enviados al matadero para defender los intereses imperialistas de las oligarquías que gobiernan en Moscú. Hasta la fecha, según las estimaciones oficiales de los distintos gobiernos, los muertos y heridos entre rusos y ucranianos ascenderían a más de 500.000: una enorme carnicería, mientras que una gran parte del sudeste de Ucrania ha quedado destruida.

Todos los medios de comunicación y gobiernos occidentales afirman que las causas del conflicto que estalló en Ucrania hay que buscarlas en la voluntad de las oligarquías o de los potentados que quieren dominar otros países e incluso el mundo, destruyendo el curso pacífico del desarrollo empresarial defendido por la democracia de la que los Estados Unidos de América y los países de Europa Occidental, empezando por Gran Bretaña, Francia, Alemania y detrás de ellos todos los demás, se proclaman campeones absolutos. Así pues, si estalla una guerra, es porque esa "dictadura", esa "autocracia", ese "totalitarismo", en definitiva los nuevos Hitler y Mussolini lo han querido... Por parte rusa, la causa del conflicto habría que buscarla, en cambio, en la política nazi y militarista de Ucrania, apoyada por Estados Unidos y los países europeos de la OTAN, que quieren cercar, debilitar y aislar a Rusia poniendo en peligro su seguridad nacional. A falta de tales argumentos, siempre están dispuestos a sacar otro: el "terrorismo internacional", islámico por supuesto...

Pero las causas de esta guerra, como de todas las guerras, hay que buscarlas en el desarrollo del capitalismo imperialista, que mantiene a todos los países del mundo en un abrazo mortal. El capitalismo, para desarrollarse, necesita atacar con todo tipo de violencia, tanto virtual (política, diplomática, cultural, religiosa) como cinética (económica, financiera, militar), a cada país porque representa un mercado potencial para sus mercancías y capitales, un punto de fuerza, o de debilidad, en el choque de intereses que cada Estado burgués defiende con todos los medios, y el militar no es ciertamente secundario.

Tras el colapso de la URSS, todos sus países satélites se separaron para dejar de depender del poderío militar y económico de Moscú; pero, en la fase imperialista del capitalismo, si un país se separa de un bloque de potencias es porque, inevitablemente, acaba en el bloque contrario, bien porque busca protección y apoyo a sus propios intereses nacionales, bien porque los intereses económicos y financieros de cada capitalismo nacional están cada vez más entrelazados con los intereses económicos y financieros de las grandes potencias que dominan el mercado internacional, bien porque las potencias imperialistas, aunque divididas en varios bloques de intereses, no pueden dejar ningún rincón del planeta fuera de su control.


Fase de desorden mundial

El derrumbe de la URSS significó, al mismo tiempo, una crisis general del orden mundial constituido al final de la segunda guerra imperialista mundial, crisis que, sobre todo en Europa -donde el condominio ruso-estadounidense había garantizado, hasta cierto punto, la reconstrucción de posguerra y el desarrollo "pacífico" y acelerado de los capitalismos nacionales, bajo el control, en todo caso, de las bases militares estadounidenses especialmente en Alemania e Italia- puso en cuestión todos los puntos de equilibrio construidos hasta entonces. Y también significó, por supuesto, la desaparición de la alianza militar del Pacto de Varsovia, constituida en su momento en oposición a la alianza atlántica, es decir, a la OTAN. Desaparecida la fuerza militar que representaba el Pacto de Varsovia, queda la de la OTAN -que hace años se dio incluso por muerta- como único amo con armas nucleares en Europa y, de facto, dueño de Europa. Así, los Estados Unidos, habiendo emergido como los verdaderos vencedores de la segunda guerra imperialista mundial y habiendo forjado y dirigido la "reconstrucción de posguerra" en Europa, reforzando el peso de su imperialismo desde Europa hasta el Extremo Oriente, se presentaron al mundo como los garantes del capitalismo mundial y de su orden económico y político, en el que incluso la Rusia post-estalinista acabó insertándose abiertamente, confesando con los hechos que había acabado definitivamente con el falso socialismo de marca estalinista.

La fase de guerras que hasta entonces había afectado a los demás continentes, en las que rusos y estadounidenses se enfrentaban mediante luchas de "liberación nacional", acabó por abarcar también el continente europeo: las guerras de los años 90 en la antigua Yugoslavia, con la intervención directa de la OTAN, por tanto de Estados Unidos, marcaron el inicio de una nueva fase de agresión de los imperialismos estadounidense y europeo en zonas en las que el imperialismo ruso había tenido una influencia decisiva. Y la extensión de la OTAN a los países de Europa del Este es una prueba más de que los imperialismos norteamericano y europeo occidental no tenían, ni tienen, ningún interés en dar al imperialismo ruso el tiempo y el espacio para reconstituir su antiguo poder en Europa. Todo imperialismo está hambriento de un cada kilómetro cuadrado de territorio económico sobre el que pueda ejercer su dominio y, dada la situación mundial existente desde hace más de un siglo, toda crisis que sume a la economía capitalista en la recesión y la barbarie empuja a los imperialismos más fuertes a devorar kilómetros cuadrados de territorio económico arrebatado a sus adversarios más débiles, sin usar necesariamente sus propias tropas terrestres, sino, sobre todo, su propio capital. El ataque a la "soberanía" de Ucrania en realidad fue llevado a cabo simultáneamente tanto por Moscú como por Washington, Londres, Berlín, París, política, económica, financiera y, finalmente, militarmente. La OTAN, traicionando sus promesas a Moscú tras el colapso de la URSS de que no englobaría a los países vecinos de Rusia, se ha lanzado en su lugar bajo sus muros. Hasta la fecha, después de haber incorporado a casi todos los antiguos satélites de Moscú en Europa del Este entre 1999 y 2020, sólo Bielorrusia y Ucrania permanecen fuera de la OTAN. Ni que decir tiene que Ucrania es el bocado estratégico más importante y es lógico que Estados Unidos haya apostado por ella desde el colapso de la URSS, contando también con los contrastes nacionalistas que caracterizan sus respectivas historias. ¿Podría Rusia -tanto si el gobierno está presidido por Putin como si lo está por cualquier otra figura- permanecer tranquila con un frente continuo de bases militares de la OTAN con misiles atómicos en su frontera occidental? Ni que decir tiene que la respuesta es no, y es aún más negativa ahora que Finlandia, que limita con Rusia en el extremo norte, se ha unido a la OTAN, arrastrando también a Suecia tras de sí. La maniobra europea de cerco de Rusia es, pues, casi completa. Ucrania, de momento, debido sobre todo al curso de la guerra con Rusia, sigue en la cuerda floja.

¿Podría haber sido el curso de la guerra ruso-ucraniana diferente del que está demostrando ser últimamente, a saber, una guerra que allana el camino para otras guerras en Europa y en todo el mundo?

Poco más de un mes después de la invasión militar de las tropas rusas en territorio ucraniano, el 24 de febrero de 2022, Kiev y Moscú, según los medios de comunicación internacionales, estaban a punto de negociar un tratado por el que Kiev se comprometía a no entrar en la OTAN, a no entrar en la Unión Europea y a cesar la represión de las poblaciones rusófonas del Donbass concediéndoles una autonomía real, como se había prometido en los tratados de Minsk. Según estos tratados, parecía posible que el conflicto -que de hecho había comenzado ocho años antes con las represiones de Kiev contra los movimientos rusófonos del Donbass y la anexión de Crimea por Moscú- no se extendiera como lo hizo en realidad y, sobre todo, que no implicara directamente a las potencias de la OTAN, aunque no en términos de envío de tropas, sino de un conspicuo apoyo militar y financiero. Fueron Londres y Washington los que detuvieron a Zelensky, con promesas de enorme y continuo apoyo incluso de los países de la OTAN, de financiación de miles de millones y suministros de armamento moderno, hasta el punto de que lanzaron una vasta campaña de propaganda sobre el peligro de que Rusia, tras haber invadido Ucrania, procediera a invadir toda Europa; una campaña de propaganda en la que se afirmaba la posibilidad de poner de rodillas a la economía rusa mediante una serie de sanciones económicas y financieras y, por último, de derrotar militarmente a Rusia recuperando todos los territorios que había ocupado, incluida Crimea.

Todos los portavoces de los belicistas euroamericanos siguieron propagando un apoyo eterno al belicista ucraniano, para derrotar militar y económicamente al belicista ruso; todos los portavoces occidentales siguieron hablando de una guerra que duraría mucho tiempo porque harían todo lo posible por aislar y derrotar a Rusia, empujándola de nuevo dentro de las fronteras de la Federación Rusa de 1992 y destruyendo su economía. Las cosas han resultado de otro modo: las sanciones han llevado a la crisis a la economía rusa, pero no la han doblegado, mientras que sus exportaciones de petróleo, gas, cereales y otras materias primas -aunque en menor cantidad que antes y a precios más bajos- a otros mercados (especialmente China e India) han continuado, y el aumento de la producción de armamento se ha iniciado no sólo para reponer las existencias de los ya utilizados y aún por utilizar en la guerra de Ucrania, sino también con vistas a nuevos frentes de guerra, como por otra parte están haciendo todos los grandes países imperialistas, empezando por Estados Unidos que, sólo para 2024, ha elevado el presupuesto del Pentágono a 886.000 millones de dólares, seguido por los países de la Unión Europea, China, India y Japón. Así pues, en el horizonte mundial se vislumbra un futuro de guerra declarada.

Al igual que durante la pandemia del Sars-Cov2 fueron las multinacionales farmacéuticas las que se embolsaron miles de millones de beneficios al precio de más de 16 millones de muertos entre 2020 y 2021, durante la guerra ruso-ucraniana y la posterior guerra de Israel contra Hamás y los palestinos, como en todas las demás guerras, son las grandes multinacionales del armamento las que amasan beneficio sobre beneficio, mientras que las políticas sociales que durante muchas décadas constituyeron, con sus castillos de amortiguadores sociales, la columna vertebral de la política colaboracionista de los países capitalistas más avanzados y de las organizaciones sindicales y políticas del proletariado, han comenzado a encogerse cada vez más a favor de la política militarista. La guerra es parte integrante del desarrollo capitalista y parte indispensable de la política exterior de todo imperialismo. Nunca habrá paz mientras subsista el capitalismo; todo alto el fuego y todo período de paz que sigue a períodos de guerra no son más que treguas para reorganizar la reanudación de la guerra o la guerra siguiente.

La guerra burgués-imperialista no sólo causa muertos, heridos e inválidos entre los soldados y las poblaciones civiles afectadas, específicamente para desmoralizar a los soldados en el frente, sino que también provoca consecuencias a largo plazo de miseria y devastación; y mientras que en los países imperialistas, cuando sus territorios nacionales no se ven directamente afectados por la guerra, la paz adquiere la apariencia de una vida social y laboral "normal", en los países donde, por el contrario, se producen constantemente conflictos entre imperialismos, se produce una situación de inseguridad general, miseria y hambre, y el inevitable fenómeno de las migraciones forzadas -desde África, Oriente Medio, Asia Central y Extremo Oriente, la propia América Latina- adquiere dimensiones bíblicas.


El opio pacifista

Frente a la carnicería de muertes de civiles en Ucrania y Palestina, se ha alzado una vez más la voz del pacifismo, de esa ideología que, dirigiéndose a los propios artífices de la guerra, les pide que paren la guerra, que dejen de masacrar a civiles indefensos, que depongan las armas y se sienten a una mesa para acordar una tregua e iniciar negociaciones de paz. Ni que decir tiene que el máximo portavoz de esta ideología es el jefe de la Iglesia de Roma, una potencia financiera respetada internacionalmente.

El horror de la guerra debería impulsar a los gobiernos implicados a detenerla y ponerle fin. En realidad, el pacifismo nunca ha impedido ni detenido la guerra, y por razones materiales muy concretas: la guerra es la continuación de la política exterior de cada Estado hecha por medios militares. ¿A qué responde la política exterior de los Estados sino a los intereses del capitalismo nacional de cada país defendidos por todos los medios, incluidos los militares, por el Estado burgués nacional? ¿Qué es el imperialismo en la era del capitalismo desarrollado sino la política del poder económico y financiero de las mayores concentraciones económico-financieras y de los Estados que defienden sus intereses en todo el mundo? ¿Y cuál es el objetivo de esta política sino repartirse el dominio del mercado mundial en un orden siempre cambiante según la fuerza cambiante de cada Estado?

La guerra es parte integrante de esta política, no es una opción entre muchas, no puede evitarse porque las clases burguesas dominantes no responden a la "conciencia" de cada uno de sus miembros individuales, sino a los intereses materiales del sistema económico del que son representantes y únicos beneficiarios.

Mientras imperen los intereses económicos y financieros del capitalismo, ninguna burguesía tiene alternativa: debe defender denodadamente esos intereses por todos los medios, legales e ilegales, pacíficos y violentos, porque de ello depende su propia existencia.

Por lo tanto, el pacifismo, precisamente porque no cuestiona el sistema económico y financiero capitalista, es completamente impotente contra la guerra burguesa e imperialista. Sin embargo, tiene un papel político y social igual al del reformismo y el colaboracionismo, a saber, el de desviar los movimientos de oposición a la guerra del terreno de clase en el que la lucha de la única clase que no tiene intereses inmediatos e históricos que defender en esta sociedad y en la guerra imperialista -la clase de los trabajadores asalariados, del proletariado- tiene la posibilidad de romper los horrendos ciclos de las guerras imperialistas, convirtiendo la lucha antimilitarista y antiburguesa en el terreno de la revolución anticapitalista y, por tanto, antiburguesa.

El pacifismo, en realidad, tiene la misma función que el opio: atonta y embota las mentes de las masas proletarias, haciéndoles creer que pueden escapar de los horrores de la zona de guerra viajando a un mundo fantástico e irreal, en el que cada individuo se desprende virtualmente de las relaciones económicas y sociales que lo encadenan a la sociedad, planeando, libre de los dolores del mundo, por encima de ellas; pero destinado luego a caer de nuevo en la espantosa realidad a la que el capitalismo condena a toda la humanidad.



El futuro del proletariado está en manos del propio proletariado

El mundo, atrapado en la espasmódica búsqueda del beneficio por parte de concentraciones capitalistas cada vez más gigantescas, derrama también sobre la vida cotidiana de los proletarios de los países burgueses occidentales una lluvia cada vez más intensa de restricciones, despidos, empeoramiento de las condiciones de trabajo e miseria generalizada que afecta a capas cada vez más amplias de una clase proletaria que, desde hace décadas, ha perdido por completo su orientación de clase. Los proletarios del opulento Occidente ya no pueden reconocerse como la clase antagonista por excelencia a las clases burguesas dominantes en sus propios países, ya no pueden extraer de la trágica y creciente miseria que los deprime y asfixia la primera lección social útil para resistir y reaccionar ante la aplastante explotación a la que están cada vez más sometidos: ¡unirse en la lucha común contra el enemigo común, es decir, la clase burguesa de su propio país! La burguesía, al privilegiar a las capas superiores del proletariado, al transformarlas en una verdadera aristocracia obrera, al acostumbrarlas a vivir según el estilo de la pequeña y mediana burguesía (que se apoyan en la pequeña y mediana propiedad privada, y en los privilegios que provienen de la explotación general del trabajo asalariado) se sirve de ello para difundir entre las amplias masas proletarias la ilusión de que pueden elevar sus condiciones de vida colaborando con la patronal, con el Estado patronal, en una palabra con la burguesía dominante, con la clase que las explota, las mata de hambre, las masacra con el trabajo y en las guerras. Y esta colaboración -de la que los sindicatos y los partidos vendidos al capital son los vectores más insidiosos y eficaces- sólo es posible renunciando a la lucha en defensa exclusiva de los intereses de clase proletarios (que son objetivamente opuestos y están en franco contraste con los de la burguesía), renunciando a la lucha con medios y métodos clasistas, es decir, con métodos y medios que no son compatibles ni con la colaboración de clases, ni con la cohesión social, ni con la comunidad de objetivos inmediatos y futuros de la burguesía. La clase burguesa, gracias también a todas las fuerzas sociales colaboracionistas que la apoyan, aumenta así su fuerza, pareciendo así invencible, pero sólo porque la masa proletaria, en lugar de reconocerse como clase antagónica -como fuerza unificada que lucha de forma coordinada por objetivos claramente opuestos a la burguesía-, se ve a sí misma como parte del "pueblo", parte de una "comunidad nacional" en la que ha perdido por completo su identidad histórica de clase.

Los proletarios, bajo la ilusión de que están mejor protegidos y son más fuertes si se ponen en manos de la burguesía y sus sirvientes, si "participan" en el "bienestar común" renunciando a exigir para sí condiciones de existencia más tolerables a pesar de la explotación, acaban convirtiéndose en bestias de carga, en máquinas al servicio del beneficio capitalista, sólo para ser desechados, arrojados a algún rincón o dejados morir cuando dejan de ser inútiles para la producción de beneficios. Y cuando la crisis económica y financiera coge al sistema capitalista por el cuello, como ocurre cíclicamente, la burguesía intenta salvarse como clase dominante y como propietarios individuales del capital convirtiendo a una parte considerable de sus proletarios en carne de cañón. Así, la guerra de competencia que las burguesías del mundo libran constantemente entre sí, se convierte en una guerra sucia y total contra países que son considerados en ese momento los enemigos a los que hay que derrotar "cueste lo que cueste". Que los costes de la guerra son pagados principalmente por el proletariado y la población civil, tanto de los países amigos como de los enemigos, es cosa sabida.

¿Qué impide entonces a los proletarios romper este "contrato social" no firmado, pero validado por la fuerza política, económica y militar del Estado capitalista burgués, para recuperar su independencia y su autonomía de clase?

El miedo a perder el empleo y, por tanto, el salario; el miedo a quedarse solo y sin ayuda, a tener que proveer sin medios para la supervivencia de uno mismo y de su familia; el miedo a perder los ahorros de toda una vida, la vivienda, los afectos familiares una vez que se ha perdido el empleo y, por tanto, el sustento; el miedo a ser abandonado por las organizaciones sociales y el Estado que antes se habían presentado como los garantes del apoyo en los momentos de dificultad de la economía nacional y empresarial, dificultades que siempre se anunciaron como transitorias, superables, y que, a medida que crecían, exigían nuevos sacrificios. Las décadas de políticas colaboracionistas que han caracterizado la vida política y social de todos los países han acostumbrado a las amplias masas proletarias a delegar la defensa de sus intereses inmediatos en organismos sindicales y políticos que procedían, en realidad, a borrar por completo -después de haberlos transfigurado- los intereses generales e históricos de la clase a la que pertenecen los proletarios, sustituyéndolos por los intereses del "crecimiento económico", de la "competitividad", de la "productividad", de la defensa de la "economía nacional" y de la "patria". Y los proletarios de los países occidentales, como los de Rusia o China, los árabes o latinoamericanos, los orientales o africanos, escuchan con sus propios oídos los mismos llamamientos, las mismas palabras, las mismas 'exigencias' con que la clase capitalista y el poder burgués se dirigen a ellos con el fin de obtener no sólo su colaboración espontánea y convencida (pero dispuestos a obtenerla por la fuerza si se muestran reticentes), sino también el ofrecimiento de sus vidas sabiendo que hoy pueden morir en el trabajo y mañana en los frentes de guerra.

La burguesía sabe, porque también ella ha sacado lecciones de la historia de las luchas de clases, que el proletariado, más allá de cierto límite, ya no puede soportar materialmente, físicamente, condiciones intolerables de existencia y de trabajo. Sabe que ese poderoso magma volcánico atrapado en las fuerzas productivas representadas por la fuerza de trabajo asalariada no de aquel país o de aquel otro, sino de todo el continente si no del mundo entero, a un cierto nivel de presión social estallará y se abrirán formas de lucha hasta entonces desconocidas, como ocurrió con los communards parisinos en 1871 o con los proletarios rusos en los soviets en 1905 y luego en 1917. La historia de la lucha de los proletarios en París o en San Petersburgo en aquellos años parece tan lejana que ha acabado en el olvido, tanto que la propaganda burguesa ha hecho ensalzando su moderna civilización capitalista y una democracia hecha de bellas palabras -libertad, igualdad, incluso fraternidad- pero concretada en la explotación más bestial que el hombre haya tenido que soportar jamás: incluso a los esclavos se les salvaba la vida, mientras que a los proletarios modernos se les ha hecho tan "libres" que ni siquiera son dueños de su propia vida.

El horror de las guerras mundiales, el horror de todas las guerras que han tenido lugar en las últimas décadas, amplificado de manera espectacular por los medios de comunicación ultramodernos de la civilización burguesa, es una de las armas de la propaganda burguesa útil para sembrar el miedo, para difundir el miedo, para doblegar a las masas proletarias a las voluntades de sus numerosos torturadores vestidos cada vez más a menudo con trajes y corbatas y dispensadores incesantes de bellas palabras sobre la "libertad" -mientras oprimen a masas cada vez más grandes de seres humanos-. sobre la "lucha" contra la desigualdad y el hambre en el mundo - mientras luchan unos contra otros para aumentar la desigualdad y el hambre de miles de millones de seres humanos en todas partes -, sobre la "paz" - mientras aumentan las guerras convirtiéndolas en una constante en la vida cotidiana de pueblos y continentes enteros -, sobre el "pueblo soberano" y la "patria" - mientras los pueblos son saqueados, hambreados y masacrados, y sus patrias oprimidas, despedazadas como botines de guerra sobre los que se abalanzan bandidos de todo el mundo.

El capitalismo, tal como se ha desarrollado, ha llevado a la humanidad a la mayor inhumanidad posible; ha revolucionado los modos de producción anteriores, aportando, sí, progresos excepcionales en el trabajo asociado y en la producción social, pero al precio de llevar la explotación del hombre sobre el hombre a niveles nunca alcanzados en las sociedades anteriores, al precio de llevar a su máxima eficacia los medios de destrucción de las propias fuerzas productivas que ha desarrollado; ha "liberado" por la fuerza y violentamente a enormes masas de campesinos del aislamiento y de la exigua parcela de tierra en la que luchaban por sobrevivir, transformándolos en proletarios, en personas sin hogar, sin propiedad. Transformándolos, de facto, histórica y globalmente, en hombres dispuestos a revolucionar toda la sociedad encadenada en las leyes capitalistas de la ganancia y del trabajo asalariado, del dinero y del mercado, transformándola en una sociedad en la que las fuerzas productivas ya no serán cíclicamente destruidas por las crisis y las guerras burguesas porque responderán a una planificación económica racional concerniente a toda la especie humana, en armonía consigo misma y con la naturaleza. Pero, el camino hacia esta meta histórica es tremendamente accidentado, y parece imposible dado el poder que aún expresan la burguesía y su sociedad. El poder burgués se debe, en gran parte, a la impotencia política de la clase del proletariado, es decir, a su repliegue generalizado ante las necesidades de la vida del capitalismo y de la burguesía dominante; incluso para los esclavos de hace dos mil años, el futuro parecía marcado para la eternidad, e incluso para los siervos de hace mil años, el futuro parecía marcado para siempre. Pero el desarrollo de las fuerzas productivas, en ambos casos, desgarró la aparente inmovilidad de la historia en un determinado momento; entonces llegó la revolución burguesa que abrió la puerta a una sociedad organizada universalmente sobre las mismas leyes económicas que el capitalismo; una sociedad que no podía hacer otra cosa que producir, además de las técnicas industriales y el trabajo asociado, los proletarios, es decir, aquellos que producen toda la riqueza social, pero que no poseen nada más que su propia fuerza de trabajo que se ven obligados a vender a cambio de un salario si quieren sobrevivir. En esencia, como afirma el Manifiesto de Marx y Engels, "la condición del capital es el trabajo asalariado, el trabajo asalariado descansa únicamente en la competencia de los trabajadores entre sí. El progreso de la industria, del que la burguesía es un vehículo involuntario y pasivo, sustituye el aislamiento de los obreros resultante de la competencia por su unión revolucionaria, resultante de la asociación. Con el desarrollo de la gran industria, por tanto, se le quita a la burguesía el suelo mismo sobre el que produce y se apropia de los productos. Produce ante todo a sus "enterradores", precisamente el proletariado. Esta visión histórica de la lucha entre las clases indica cómo, materialmente, el desarrollo de las fuerzas productivas y su revolución son el motor del desarrollo de las sociedades humanas; lo fue hasta la sociedad del capital, lo será tanto más para la sociedad futura, para la sociedad comunista en la que ya no existirán las clases, sino que sólo existirá una sociedad capaz de disfrutar libre y racionalmente del desarrollo de las fuerzas productivas que la sociedad burguesa, para mantenerse viva, se ve también obligada a destruir en cada ciclo de crisis.

El proletariado tiene, pues, una tarea histórica como clase revolucionaria, pero para convertirse en clase revolucionaria debe romper los lazos políticos y sociales que lo atan al destino del capitalismo, a sus crisis y guerras. Significa que de ser una clase para el capital -como la burguesía quiere que siga siendo, utilizando cualquier medio para mantenerlo así- el proletariado debe convertirse en una clase para sí mismo, precisamente una clase revolucionaria. El camino es largo y arduo para que los proletarios recuperen el terreno de la lucha de clase, pero es el único indicado por el desarrollo de las fuerzas productivas y la propia historia de su desarrollo. Es un camino que sólo se abre a condición de romper con la colaboración de clases, es decir, de luchar contra la competencia entre proletarios: sin este salto cualitativo, los proletarios nunca encontrarán su propio camino de clase, el camino de su propia emancipación del yugo del capital. La lucha será ciertamente larga y dura porque la burguesía se opondrá con todas sus fuerzas a la reanudación de la lucha de clases proletaria: tratará por todos los medios de impedirla, de desviarla, de aplastarla porque es perfectamente consciente de que del desarrollo de esa lucha renacerá la confianza del proletariado en su propia fuerza de clase y de que, en el desarrollo de esa lucha, el proletariado encontrará su guía política y teórica sin la cual -como ya ha ocurrido en la historia anterior- el proletariado se desorientará, perderá el sentido y los objetivos reales de su lucha de clase, se confundirá y las derrotas que inevitablemente encontrará en su camino lo desmoralizarán hasta el punto de aplazar de nuevo, muy lejos en el futuro, la cita histórica con su emancipación.

Contra la guerra actual en Ucrania o Palestina o en cualquier otra parte del mundo, la consigna que los comunistas lanzarían espontáneamente al proletariado es: derrotismo revolucionario, es decir, luchar contra el atrincheramiento de las masas proletarias en la guerra burguesa, desencadenar la guerra de clases, la guerra contra la clase dominante burguesa. El problema de hoy es que el proletariado, en general, en cualquier país y no sólo en Ucrania, Rusia, Palestina o Israel, donde es sistemáticamente masacrado, no tiene aún fuerzas ni siquiera para luchar de forma clasista por sus intereses inmediatos en el terreno de la defensa económica. Al carecer de esta experiencia de lucha, al carecer de la experiencia de organización clasista e independiente necesaria no sólo para librar la lucha de clases, sino también para perdurar en el tiempo en este frente y desarrollar la solidaridad de clase con los proletarios de otros sectores y otros países, es ilusorio que el proletariado ucraniano o ruso, palestino o israelí, británico o alemán, italiano o francés o español, chino o estadounidense, egipcio o iraní o de cualquier otro país pase directamente a la lucha por su guerra de clases, es decir, por la revolución proletaria. Para los comunistas, la revolución proletaria es el objetivo histórico de la lucha de clases del proletariado en cualquier país, pero los proletarios -y esto vale también para los propios comunistas- deben prepararse, deben tener experiencia directa, física, con todos los errores que inevitablemente se cometen en toda preparación para la lucha, deben probarse con sus propias fuerzas y conocer las fuerzas y movimientos de sus adversarios. Como dijo Lenin, los proletarios deben participar en la lucha de clases de defensa inmediata porque es una "escuela de guerra". Esto no significa ni ocultar los grandes objetivos de la lucha revolucionaria del proletariado, ni, menos aún, las dificultades reales para alcanzarlos, ni, por supuesto, las dificultades objetivas de la propia lucha de defensa inmediata. Ciertamente, no hay que sobrevalorar al enemigo de clase, pero tampoco subestimarlo. Por otra parte, es el proletariado, a partir de sus sectores más combativos y sensibles en la lucha de clases, el que debe encontrar la fuerza para reaccionar independientemente ante la presión y la represión burguesas, y en esto no puede ser sustituido por ningún partido.


26 de marzo de 2024

Partido Comunista Internacional

il comunista – le prolétaire – el proletario – proletarian – programme communiste – el programa comunista – communist program


 

[AW2024] CONGRESO CONTRA LA GUERRA / PRAGA / 24 al 26 de mayo de 2024 /

Del 20 al 26 de mayo de 2024, grupos e individuos de diferentes partes del mundo se reunirán en Praga para coordinar actividades contra la guerra como parte de la Semana de Acción. La serie de eventos también incluirá un Congreso contra la guerra, que tendrá lugar del viernes 24 al domingo 26 de mayo de 2024. En el Congreso se presentarán campañas, acciones directas, proyectos, publicaciones y análisis relacionados con la cuestión de la guerra. Entre otras cosas, este evento internacionalista servirá como asamblea abierta que intentará combinar fundamentos teóricos con actividades prácticas.

Consideramos necesario, en el proceso de resistencia a la guerra, desarrollar una práctica anticapitalista que busque preservar la autonomía política. En concreto, esto significa que queremos organizarnos fuera de los partidos políticos, fuera de las estructuras de los Estados, y contra todos los Estados. Buscaremos especialmente las formas de oponernos a todas las duras condiciones a las que hemos estado expuestos y sometidos durante las guerras interestatales y la paz capitalista. Buscaremos las formas de sabotear las guerras, cómo privar a nuestros enemigos de recursos, cómo socavar la capacidad de los Estados y sus ejércitos para continuar las guerras.

¿Qué dirección hay que tomar y qué hay que hacer? ¿Cómo unir fuerzas y organizarse? Buscaremos respuestas basadas en la diferenciación de clase, y no en la diferenciación nacional; respuestas que tengan en cuenta la contraposición entre soldados rasos y oficiales, entre trabajadores asalariados y patrones, entre el proletariado y la burguesía. Buscaremos formas de hacer que los soldados en uniforme de cualquier ejército estatal se identifiquen con la lucha social de sus hermanos y hermanas al otro lado del frente, y no con las órdenes asesinas de sus oficiales. También buscaremos la manera de oponernos a los falsos amigos, a todos aquellos que pretenden transformar la lucha de clases en una lucha nacional o religiosa por un nuevo Estado, un nuevo espacio capitalista, mejor adaptado a sus necesidades.

Apoyamos a la comunidad internacionalista que afirma la lucha contra la burguesía de todos los bandos en guerra, contra los ejércitos de todos los Estados, contra los capitalistas de cada país. Las manifestaciones actuales de resistencia, por contradictorias y fragmentadas que sean, contienen sin duda el germen de una polarización social que puede convertir las guerras entre Estados en un enfrentamiento de clase. Se trata de la confrontación entre los defensores de la nación, de los Estados y del capitalismo, por un lado, y la clase social, por otro, que empieza a darse cuenta de que defender la nación a la que está encadenada sólo sirve a los intereses de quienes la explotan.

La acción directa contra las guerras adopta ahora diversas formas, más o menos selectivas, más o menos organizadas. Luchemos por un cambio cualitativo en el que los actos individuales de resistencia rompan su aislamiento mediante la interconexión y la coordinación. El enemigo común en cada época es, en primer lugar, el capitalismo, y por tanto cada Estado que lo estructura, el ejército que lo defiende, la burguesía que lo encarna. La única salida a la pesadilla de las guerras y la paz capitalistas es un despertar colectivo: debemos ver y sabotear toda la maquinaria de la guerra, derrocar a sus representantes y recuperar nuestro poder como creadores del mundo.

Hacemos un llamamiento a los grupos e individuos interesados en participar en el congreso contra la guerra de Praga para que se pongan en contacto con nosotros con suficiente antelación con propuestas para el programa.

¡Juntos contra las guerras capitalistas y la paz capitalista!

 _______________

 CONGRÈS ANTI-GUERRE / PRAGUE / 24 au 26 mai 2024 /



Du 20 au 26 mai 2024, des groupes et des individus de différentes parties du monde se réuniront à Prague pour coordonner des activités anti-guerre dans le cadre de la Semaine d’action.
https://actionweek.noblogs.org/ Cette série d’événements comprendra également un congrès anti-guerre, qui aura lieu du vendredi 24 au dimanche 26 mai 2024. Des campagnes, des actions directes, des projets, des publications et des analyses liés à la question de la guerre seront présentés lors du congrès. Entre autres choses, cet événement internationaliste servira d’assemblée ouverte qui tentera de combiner des prémisses théoriques avec des activités pratiques.

Nous considérons qu’il est nécessaire, dans le processus de résistance à la guerre, de développer une pratique anticapitaliste qui vise à préserver l’autonomie politique. Concrètement, cela signifie que nous
voulons nous organiser en dehors des partis politiques, en dehors des structures des États, et contre tous les États. Nous sommes particulièrement intéressés par la manière dont nous pouvons nous opposer à toutes les conditions difficiles auxquelles nous sommes soumis et exposés pendant les guerres interétatiques et la paix capitaliste. Ce qui nous intéresse, c’est de savoir comment saboter les guerres, comment priver nos ennemis de ressources, comment saper la capacité des États et de leurs armées à poursuivre les guerres.

Quelle direction prendre et que faire ? Comment s’associer et s’organiser ? Nous rechercherons des réponses basées sur la différenciation de classe, et non sur la différenciation nationale ; des réponses qui tiennent compte de l’antagonisme entre les simples soldats et les officiers, entre les travailleurs salariés et les patrons, entre le prolétariat et la bourgeoisie. Nous rechercherons les moyens de faire en sorte que les soldats en uniforme de n’importe quelle armée d’État se reconnaissent dans la lutte sociale de leurs frères et sœurs de l’autre côté de la ligne de front, et non dans les ordres meurtriers de leurs officiers. Nous rechercherons également les moyens de nous opposer aux faux amis, à tous ceux qui tentent de transformer la lutte des classes en une lutte nationale ou religieuse pour un nouvel État, un nouvel
espace capitaliste, mieux adapté à leurs besoins.

Nous soutenons la communauté internationaliste qui affirme la lutte contre la bourgeoisie de tous les camps bellicistes, contre les armées de tous les États, contre les capitalistes de chaque pays. Les
manifestations actuelles de résistance, aussi contradictoires et fragmentées soient-elles, contiennent sans aucun doute les germes d’une polarisation sociale qui peut transformer les guerres entre États en un affrontement de classe. Il s’agit de l’affrontement entre les défenseurs de la nation, des États et du capitalisme d’une part, et la classe sociale d’autre part, qui commence à se rendre compte que la défense de la nation à laquelle elle est enchaînée ne sert que les intérêts de ceux qui l’exploitent.

L’action directe contre les guerres prend désormais des formes diverses, plus ou moins ciblées, plus ou moins organisées. Efforçons-nous d’opérer un changement qualitatif où les actes individuels de résistance sortent de leur isolement grâce à l’interconnexion et à la coordination.
L’ennemi commun à toutes les époques, c’est d’abord le capitalisme, et donc tout État qui le structure, l’armée qui le défend, la bourgeoisie qui l’incarne. La seule issue au cauchemar des guerres capitalistes et de la paix capitaliste est un réveil collectif : nous devons visualiser et saboter toute la machine de guerre, renverser ses représentants et nous réapproprier notre pouvoir comme créateurs du monde.

Nous appelons les groupes et les individus intéressés à participer au congrès anti-guerre à Prague à nous contacter suffisamment à l’avance avec des propositions pour le programme.

Ensemble contre les guerres capitalistes et la paix capitaliste !


https://actionweek.noblogs.org/post/2024/02/28/congres-anti-guerre-prague-24-au-26-mai-2024/#more-493

 Apoyamos la lucha por un Haití libre e independiente, sin pandillas ni tropas de ocupación



La violencia entre las bandas armadas y la policía se ha agravado en la última semana en Puerto Príncipe, paralelamente a la intensificación de los esfuerzos del imperialismo estadounidense por asegurar el envío de tropas de ocupación a Haití en aplicación de la Resolución 2699 del Consejo de Seguridad de octubre de 2023. Las principales pandillas del país, que controlan más del 80% de la capital, han atacado el Palacio Nacional, el aeropuerto de la capital Toussaint Louverture y la principal cárcel del país, liberando a unos 3 mil presos. Esta ofensiva militar ocurre mientras el primer ministro de facto Ariel Henry, repudiado por la mayoría del pueblo haitiano pero apoyado por el imperialismo estadounidense, se encuentra de gira internacional asegurando apoyos para la ocupación militar extranjera. 

A fines de febrero, Henry se reunió en Guyana con jefes de Estado de CARICOM y luego visitó Kenia, país que a cambio de 100 millones de dólares en asistencia militar estadounidense se ha comprometido a enviar mil efectivos militares a Haití. El máximo tribunal de Kenia frenó el despliegue de las tropas, pero el gobierno continúa maniobrando para enviarlas.

La cumbre de la CELAC que reunió a inicios de marzo a los gobiernos de América Latina y el Caribe, también emitió una declaración que incluye el apoyo a la Resolución 2699 y la ocupación militar de Haití. El secretario general de la ONU, Antonio Guterres, estuvo presente para cabildear por el apoyo a la intervención.

Como parte de sus esfuerzos por legitimar la ocupación militar extranjera, Ariel Henry se comprometió ante la reunión del CARICOM a realizar elecciones antes del 31 de agosto de 2025. Pero no ha respetado sus anteriores promesas de realizar elecciones antes de febrero de 2024. Debe recordarse que su designación como Primer Ministro en 2021, luego del asesinato del entonces presidente Jovenel Moïse, fue decidida por el Core Group, integrado por los embajadores de los gobiernos de EEUU, Canadá, Francia, Brasil, Estado español y Alemania, así como representantes de la Unión Europea, la ONU y la OEA. Bajo su mandato ha continuado el acelerado deterioro del país que caracterizó a los gobiernos derechistas de Martelly y Moïse, del PHTK, también apuntalados por el imperialismo estadounidense y europeo. Las fuerzas represivas de Kenia tienen un amplio historial de crímenes contra su propio pueblo. En julio de 2023, ante protestas por las medidas económicas antipopulares del gobierno de William Ruto, la represión policial dejó más de 20 personas asesinadas. Otros gobiernos caribeños y africanos también han sido sobornados por el imperialismo estadounidense para formar parte del contingente de ocupación en Haití, entre ellos Bahamas, Jamaica, Senegal, Belice, Burundi, Chad y Benin. Se intenta reeditar la fracasada experiencia de la MINUSTAH, encabezada por las tropas brasileñas enviadas por Lula da Silva entre 2004 y 2017, a las que se sumaron tropas de otros gobiernos autodenominados progresistas de la región como los de Argentina, Ecuador, Bolivia, Uruguay y Chile. Estas tropas cometieron graves crímenes contra el pueblo haitiano, generaron una epidemia de cólera que mató a miles de personas y fueron corresponsables en la generación de las condiciones en las cuales han prosperado las mafias criminales, sosteniendo al régimen surgido del golpe de Estado de 2004 y sus antipopulares gobiernos al servicio de la burguesía haitiana.

De forma parecida a las pandillas centroamericanas o los carteles del narcotráfico de México, las pandillas haitianas se abastecen con armamento proveniente de EEUU y se financian mediante el narcotráfico y la extorsión, llegando a acuerdos con políticos y empresarios. Como consecuencia de los enfrentamientos entre bandas y sus acciones contra la población, murieron alrededor de 4 mil personas y 3 mil fueron secuestradas en 2023, mientras que más de 300 mil resultaron desplazadas forzosamente. La producción agrícola ha sido perjudicada por los ataques de las bandas al campesinado. 

El Estado haitiano cuenta con alrededor de 10 mil policías en un país de alrededor de 11 millones de personas. Durante el año pasado se estima que más de mil policías emigraron a EEUU. Las pandillas también han infiltrado a la policía. El imperialismo pretende subsanar el déficit represivo de la  burguesía haitiana con una ocupación extranjera para perpetuar el sometimiento del pueblo haitiano a gobiernos ilegítimos, corruptos y serviles ante los intereses de EEUU y las potencias europeas. 

Es muy grave que en una situación de asfixia económica y social, con un salario mínimo que equivale a menos de 4 dólares diarios y una inflación anualizada superior al 20%, mientras aumenta el hambre, el gobierno de facto de Ariel Henry a fines de febrero pagara 500 millones de dólares al gobierno venezolano por concepto de deudas de Petrocaribe. En 2018 miles de personas se movilizaron en Haití contra la corrupción en el manejo de este fondo. Los gobiernos recibieron alrededor de cuatro mil millones de dólares a través del esquema de financiamiento de Petrocaribe, de los cuales la mayor parte fue malversada. Cualquier pago relacionado con esa deuda debió salir únicamente del dinero de los corruptos y oligarcas que se enriquecieron con Petrocaribe, no de los fondos del Estado que se necesitan para atender a las urgentes necesidades de alimentación, salud, educación y acceso a agua y electricidad.

Exigimos que se hagan públicos los términos de la negociación en torno a la deuda de Petrocaribe. Pese a las terribles dificultades, la movilización del pueblo haitiano contra el  gobierno de Ariel Henry, y su reciente movilización en defensa del canal de riego en Ouanaminthe, muestra que persiste un gran potencial en el movimiento de masas. También ha habido intentos de autoorganización comunitaria para enfrentar y expulsar a las pandillas de los barrios populares. El desafío es, en medio de las enormes dificultades que presenta la situación, dar pasos hacia la unidad de quienes desde la izquierda apuestan por un gobierno de la clase trabajadora y las comunidades populares y campesinas, así como la juventud, para visibilizar una alternativa política a las organizaciones de la burguesía y las mafias, tanto en el terreno de la movilización como en el de un eventual proceso electoral.

A nivel de toda Latinoamérica y el Caribe debemos movilizarnos en solidaridad con el pueblo haitiano. En los países caribeños y africanos cuyos gobiernos están preparando el envío de tropas, oponernos a estos planes al servicio del imperialismo estadounidense y europeo. En los países cuyos gobiernos integran el Core Group, exigir la disolución de ese instrumento de sometimiento político que viola el derecho del pueblo haitiano a la autodeterminación, especialmente ante aquellos gobiernos que dicen ser democráticos o hasta de izquierda, como el de Lula en Brasil. Apoyamos la demanda del pueblo haitiano de que salga el ilegítimo y antipopular gobierno de Ariel Henry apoyado por el imperialismo. Apoyamos la lucha contra las bandas criminales que pretenden aterrorizar a las comunidades urbanas y rurales. Ni tropas de ocupación ni pandillas. Que se anule toda la deuda externa y que EEUU y Francia paguen reparaciones por sus crímenes históricos contra Haití. Por la unidad del pueblo trabajador haitiano para que tome su destino en sus propias manos y pueda superar la actual crisis.  


Unidad Internacional de Trabajadoras y Trabajadores-Cuarta Internacional (UIT-CI)

5 de marzo de 2024

 

[Italia] No seremos cómplices. Seremos desertores (Spoleto, marzo de 2024)

Italiano / English / French / Español /

Fuente en italiano: https://lanemesi.noblogs.org/post/2024/03/04/non-saremo-complici-saremo-disertori-spoleto-marzo-2024/


En respuesta a una pregunta parlamentaria, el ministro de la Guerra, Guido Crosetto, confirmó que el Establecimiento de Municiones Militares Terrestres (SMMT) de Baiano di Spoleto podría producir en breve los nuevos misiles y municiones que se enviarán a Ucrania para apoyar la guerra en curso. La Agencia de Industrias de Defensa (AID) ha designado tres de sus centros de producción – Spoleto, Capua y Fontana Liri – para la licitación de la Unión Europea, que aportará 500 millones de euros en ayudas para producir nuevas armas para Kiev.

Aunque todavía es sólo una oferta, los periódicos locales consideran que el contrato es muy probable, entre otras cosas porque se dice que la fábrica de Spoleto está infrautilizada en relación con su capacidad “productiva” (pero quizá deberíamos decir destructiva).

El ministro, que ya es un representante del lobby armamentístico como presidente de la Federación de Empresas Italianas Aeroespaciales, de Defensa y de Seguridad (AIAD), una rama de Confindustria que agrupa a los contratistas de guerra, sigue prometiendo beneficios multimillonarios a sus compinches y quizá crea que, de cara a las elecciones regionales, puede ablandar a los habitantes de Spoleto, enfadados por la reducción del personal hospitalario, con unas cuantas promesas de puestos de trabajo.


Mientras los Estados capitalistas y los bloques de poder se disputan el control de la hegemonía mundial, los explotados no tenemos nada que ver con sus guerras. Las bombas fabricadas en Spoleto masacrarán a los soldados reclutados a la fuerza, prolongando también la masacre de la población civil ucraniana. Pero la guerra nos concierne a todos.

Mientras los señores de la guerra hacen su agosto (hace unas semanas supimos que Leonardo había visto aumentar su capitalización bursátil en un 82% en 2023), todos pagamos las consecuencias con el encarecimiento de la vida, empezando por los productos energéticos, la intensificación de la explotación en nombre de la productividad, cuya expresión directa es claramente visible en el continuo aumento del número de muertos y heridos en el trabajo. Por último, vemos sus efectos con la escalada represiva en curso: las porras contra los estudiantes o los piquetes, las investigaciones contra la prensa anarquista y la creciente intolerancia hacia las opiniones discrepantes, hasta el traslado de Alfredo Cospito al 41 bis, son la representación misma de la política de guerra que nuestros dirigentes han puesto en marcha para la lucha en el frente interno.

Es posible oponerse a todo esto: los estibadores de muchas ciudades que se negaron a entregar material militar y las acciones directas que lograron poner obstáculos concretos a la maquinaria de guerra y a sus cómplices son prueba de ello.


¡Ninguna complicidad con los industriales de la muerte!


Ni en Spoleto ni en ningún otro lugar: ¡boicoteemos, obstruyamos y saboteemos la industria de guerra!

El enemigo no son los explotados del otro lado del frente, ¡sino el político, el industrial, el banquero que se enriquece con nuestra sangre!


Anarquistas en Spoleto. t.me/circoloanarchicolafaglia




 

La emancipación de la mujer nunca tendrá lugar en la sociedad capitalista: será el resultado de la lucha de los proletarios unidos en un mismo movimiento revolucionario de clase por el comunismo



Las repúblicas democráticas más avanzadas, además de presumir de un progreso cada vez mayor tanto en el terreno económico y social como en el técnico y científico, se jactan de haber alcanzado un nivel de civilización jamás alcanzado por ninguna sociedad anterior, y de poseer el único mecanismo político y social -la democracia en general- capaz de asegurar la superación de toda contradicción, de toda desigualdad, de todo enfrentamiento social, basado en un marco ideológico que sitúa en el centro la plena libertad e igualdad de todo individuo, tanto entre hombres y mujeres como entre naciones.

Toda constitución republicana ensalza los valores ideológicos, políticos y sociales que justifican cualquier lucha, cualquier guerra para destruir los obstáculos ideológicos, políticos y sociales representados por los restos de sociedades anteriores, generalmente categorizados como totalitarismo, autoritarismo, fascismo que la historia pasada y presente nos ha dado a conocer y que aún hoy existen en diferentes partes del mundo.

La burguesía de hoy, como la de ayer y la de mañana, concede un valor histórico inestimable a la búsqueda compulsiva de la ganancia, del beneficio, que no es otra cosa que el resultado económico y social de la explotación cada vez más intensa y bestial del trabajo , no sólo a nivel empresarial o nacional, sino mundial. La diferencia entre el siglo XXI y el siglo XIX radica únicamente en el creciente desarrollo del capitalismo a escala mundial: un desarrollo que no sólo ha significado progreso económico e industrial, sino que inevitablemente ha traído consigo -y aumentado sus peores consecuencias- las desigualdades, las opresiones, la violencia y las guerras que caracterizaron ese mismo desarrollo.

Los burgueses alaban al pueblo, pero el pueblo, en realidad, está formado por clases sociales antagónicas: la clase poseedora, la clase que posee todo -la tierra, la industria, el comercio, el transporte y todo lo que se produce- y defiende la propiedad privada de ello a través del Estado central, y la clase proletaria, la clase de los trabajadores asalariados, que no poseen nada y cuya vida depende exclusivamente de la explotación de su fuerza de trabajo por la clase poseedora, la clase capitalista. Estas son las clases principales de la sociedad moderna, las clases que tienen objetivos históricos bien precisos: la clase burguesa, antaño revolucionaria, que transformó la sociedad feudal en una sociedad superior mediante el trabajo asociado y asalariado y el desarrollo industrial, y la clase proletaria, es decir, la clase de los obreros y de todos los trabajadores que viven exclusivamente de su salario, que producen con su trabajo toda la riqueza de cada nación. Entre estas dos clases principales se encuentran las clases medias, los estratos de la pequeña burguesía que todavía representan la pequeña industria, el pequeño comercio, la pequeña propiedad terrateniente, y que cubren todas las funciones y tareas que requieren las empresas y las administraciones públicas, y que el desarrollo del capitalismo industrial y financiero no ha hecho desaparecer del todo, sino que, sobre todo en tiempos de crisis económica, constituyen una base social importante para la recuperación de la economía capitalista.

Por lo tanto, cualquier referencia al pueblo es, en realidad, un enmascaramiento de la realidad social que consiste, precisamente, en el antagonismo entre la clase burguesa dominante y la clase proletaria. Este antagonismo de clase no lo inventó el marxismo, sino que es el producto histórico de la división en clases de la sociedad, a través de la cual las clases dominantes, igual que ayer oprimían a todas las clases subalternas (campesinos, artesanos, pequeña burguesía urbana), hoy siguen oprimiendo a las clases trabajadoras de la burguesía. ¿Por qué la clase dominante necesita oprimir a las clases trabajadoras? Porque la clase dominante, siendo minoritaria, sólo puede ejercer su dominio sobre el conjunto de la sociedad a condición de doblegar, por la fuerza, a sus exigencias a las clases de las que, explotándolas, extrae la plusvalía, es decir, esencialmente el beneficio. Pero la opresión que la clase burguesa ejerce hoy sobre la clase proletaria no es la única que existe. Una vez que la burguesía se ha establecido nacionalmente como clase dominante y ha dado luz verde a la competencia, precisamente porque tiende a imponerse en el mercado (que es la salida necesaria para sus mercancías), defiende el régimen de propiedad privada y su dominación económica, social y, por tanto, política, enfrentándose a las demás clases sociales que la burguesía doblega a sus intereses específicos de clase. Dentro de este régimen principal de opresión se desarrollan todas las demás formas de opresión que caracterizan a cualquier sociedad dividida en clases, en particular la opresión de las mujeres y de las naciones más débiles.

El progreso civil, industrial y cultural de la burguesía no ha superado en absoluto las opresiones de las antiguas sociedades, sino que, en todo caso, las ha ampliado y extendido por todo el mundo. Así, a la opresión de las mujeres y de las naciones más débiles, ya conocida en las viejas sociedades, la burguesía moderna ha añadido la opresión salarial.

Con el desarrollo de la tecnología industrial, con el desarrollo del comercio y del mercado, aumentó la necesidad de producir más, de producir más cosas, de distribuirlas en más mercados a nivel nacional y cada vez más a nivel internacional. A la explotación del trabajo asalariado en la que participaban los proletarios varones, se añadió en algún momento la explotación del trabajo infantil y femenino: toda la familia proletaria se vio así implicada en la explotación capitalista. Las desigualdades salariales, que ya habían sido impuestas por las diferentes especializaciones industriales, se extendieron, acentuando las diferencias, también al sector del trabajo infantil y femenino. Y así, las mujeres, que ya sufrían la opresión que la sociedad burguesa heredó de las antiguas sociedades, vieron caer sobre ellas una opresión más, la de los salarios. Es evidente que estas opresiones pesan más sobre las mujeres proletarias, sobre las mujeres de la plebe y del campesinado pobre, mientras que pesan mucho menos sobre las mujeres que forman parte de la clase dominante burguesa.

La sociedad burguesa, con todo su progreso económico y social, con toda su civilización moderna, con todos sus valores de libertad e igualdad, de democracia, no ha sido capaz, más de doscientos años después de la gran revolución burguesa francesa, de superar las opresiones que caracterizaban a las viejas sociedades feudales y patriarcales que también fueron combatidas y superadas.

La libertad y la igualdad han seguido siendo palabras escritas en banderas y constituciones, pero en la realidad nunca han encontrado aplicación; y no por mala voluntad de la burguesía que, como revolucionaria, creía realmente que podía aplicarlas, sino por razones materiales muy precisas e inexorables: el modo de producción capitalista que la burguesía desarrolló enormemente tras destruir el poder de las antiguas clases dominantes no toleraba otra libertad que la del capitalista para explotar la fuerza de trabajo asalariada con el fin de aumentar su poder económico y social, la del capitalista en la lucha de competencia contra otros capitalistas; no toleraba ninguna igualdad que no estuviera dictada exclusivamente por los intereses económicos temporales compartidos con otros capitalistas. La libertad y la igualdad que la burguesía dominante reservaba, y reserva, a las masas explotadas y empobrecidas han sido siempre palabras vacías: promesas verbales y escritas que nunca se cumplen ni aplican realmente, con las que se engaña a las masas explotadas y empobrecidas.

E incluso cuando las burguesías aceptan aprobar ciertas leyes (sobre el derecho matrimonial, el derecho de familia, el divorcio, el aborto, la educación de los niños, la sanidad pública, etc.), bajo la presión de manifestaciones y luchas económicas y políticas que movilizan a grandes masas que exigen democráticamente la aplicación o el reconocimiento de al menos algunos derechos prometidos o consagrados en las constituciones que las propias clases dominantes se han encargado de redactar, lo hacen intentando limitar al máximo estas concesiones, y siempre están dispuestas, en situaciones posteriores, a retirarlas o simplemente a hacerlas particularmente impracticables (como, por ejemplo, la libertad de abortar, etc.).

Esto demuestra que la democracia, la colaboración interclasista, el "diálogo social", los debates parlamentarios, las peticiones, las campañas de recogida de firmas, etc., es decir, toda esa serie interminable de formas de presión que permite la democracia burguesa para obtener el reconocimiento de derechos considerados básicos para una sociedad civilizada moderna, no sirven absolutamente para garantizar que esos derechos sean reconocidos de forma real y sostenible. Por otro lado, las cartas constitucionales consagran el derecho a una vida digna, en plena seguridad, y la libertad de expresión y manifestación del pensamiento y mil "derechos" más que en realidad no son respetados por la justicia burguesa salvo en favor de los miembros de la gran burguesía.

¿Y qué hay del derecho de las mujeres a no ser objeto de violencia ni en el hogar, ni en el lugar de trabajo, ni en la calle ni en los lugares dedicados al ocio y el entretenimiento? ¿Qué pasa con las miles de formas de violencia que sufren las mujeres desde muy pequeñas, en las mismas familias donde se las educa para someterse a los hombres, para depender de ellos y para dedicarse por completo a las tareas domésticas y al cuidado de los hijos? ¿Qué pasa con las mujeres que pierden su trabajo por negarse a ceder ante el acoso y la violencia sexual de jefes y patronos? ¿Qué pasa con las mujeres que, en plena libertad de seguir sus propios sentimientos, deciden dejar al hombre con el que se habían juntado, y que es asesinado por él como si fueran de su propiedad y que no acepta que sea de otro? ¿Qué pasa con las mujeres que son golpeadas y torturadas por llevar mal un velo o por no haber sucumbido a un matrimonio concertado o a los deseos sexuales de su pareja?

La opresión de la mujer en la sociedad capitalista moderna se disfraza de mil maneras; se empuja a la mujer hacia el arribismo en la vida laboral, hacia un arreglo familiar acomodado, hacia la carrera por ganar dinero como sea y, al mismo tiempo, si está abandonada y sin trabajo, hacia el "trabajo más viejo del mundo", la prostitución. Políticos de todas las tendencias discuten sobre las "cuotas de género" para los candidatos a las elecciones, mientras que los intelectuales "a contracorriente" señalan que hay muy pocas mujeres al frente de empresas, especialmente en el sector público, muy pocas cancilleres o primeras ministras, casi ninguna presidenta de república, por no hablar de “generalas” o jefas de estado mayor... Los burgueses no son capaces de ver la realidad de su sociedad, aturdidos como están por sus propias mentiras. Esto no quita que tengan una sensibilidad particular para percibir instintivamente el peligro de un movimiento social que se sitúa en el terreno de una confrontación incluso dura con el poder político, como pueden haber sido las recientes movilizaciones de los pensionistas en Francia. Su temor es, en esencia, siempre el mismo: que los movimientos sociales que expresan un descontento general con la situación en la que sobreviven las masas proletarias y semiproletarias se desborden, rompiendo las barreras políticas y policiales erigidas específicamente para defender el orden establecido, y se encuentren con experiencias de lucha de clases que puedan constituir la base no de una lucha democrática, sino de una reanudación de la lucha de clases.

De hecho, mientras las cuestiones que conciernen específicamente a la opresión de la mujer permanezcan en el marco de la "cuestión femenina", afectando sólo a las mujeres, cualquier lucha que surja sobre estas cuestiones permanecerá amputada, inevitablemente estéril, como de hecho ha sido hasta ahora. La opresión de la mujer no puede separarse de la opresión general que la burguesía ejerce sobre el conjunto de la sociedad y, en particular, sobre la clase proletaria. La clase proletaria está formada por proletarios, está formada por trabajadores y trabajadoras exprimidos hasta la última gota de sudor y sangre, por un sistema económico y social que no puede sobrevivir a sí mismo sino como un tremendo vampiro, una tremenda máquina caníbal que se alimenta no sólo de la explotación de la mayor parte de la humanidad, sino de muertes sistemáticas en el trabajo, en la calle, en el hogar, en las cárceles, en las guerras.

La emancipación de la mujer, subrayaba Lenin, sólo puede producirse con la emancipación del proletariado del capitalismo. Es en la lucha conjunta de proletarios y proletarias contra los capitalistas, contra el sistema económico y social capitalista, contra el poder burgués y su Estado, donde la opresión de la mujer podrá encontrar la única respuesta real para superarla: la respuesta de clase. Mientras se mantenga el capitalismo y, por tanto, el poder burgués, no se superará ninguna forma opresiva de esta sociedad.


Las proletarias, ante todo, más que las mujeres en general, están llamadas a situarse en el terreno de la lucha de clases, porque son las más afectadas en todos los sentidos y porque sufren una doble opresión -doméstica y salarial- de la que, si no se unen a los proletarios masculinos en la misma lucha anticapitalista, nunca podrán emanciparse. Los proletarios varones también deben ser educados en la lucha anticapitalista superando el contraste entre los dos sexos que la sociedad burguesa alimenta sistemáticamente. Los varones proletarios no sufren la doble opresión a la que están sometidas las mujeres proletarias. Han estado acostumbrados a tratar a las mujeres como lo hace la burguesía, están influidos por la cultura machista y patriarcal típica de la burguesía. Pero en la lucha de clase contra la opresión salarial están codo con codo con los obreros que sufren las mismas condiciones de opresión, y es en esta lucha de clase unida y fraternal donde los proletarios encuentran la base para la lucha más general contra la sociedad burguesa y capitalista, como ocurrió en Rusia en octubre de 1917.

La emancipación de la mujer en aquella época, bajo la dictadura proletaria, comenzó con la abolición de todas las leyes que discriminaban a la mujer y, sobre todo, con el inicio de la lucha contra la esclavitud doméstica de la mujer y la prostitución, con la creación de comedores públicos y guarderías públicas, y con la incorporación de la mujer al trabajo productivo. Los pequeños trabajos domésticos humillantes y degradantes constituían las primeras barreras a la emancipación de la mujer que se derribaron: por ahí empezó el poder proletario. Queda mucho camino por recorrer para que llegue la revolución proletaria y comunista, y mucho camino por recorrer en la preparación del proletariado para la lucha de clases. Pero no es posible detener la historia, como no fue posible detener la revolución burguesa que comenzó a mediados del siglo XVII en Inglaterra y llegó hasta finales del siglo XVIII en Francia, y a partir de mediados del siglo XIX en Europa y luego en todo el mundo. Es el propio capitalismo, con sus contradicciones irresolubles, el que allana el camino para la reanudación de la lucha de clases y revolucionaria. La confianza en la historia, para los comunistas, nunca muere, ¡y por eso continuamos tenazmente nuestra lucha!


6-03-2024


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