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2 de agosto de 1980: el terrorismo de la contrarrevolución seguía golpeando.

La época de los atentados fascistas, iniciada el 12 de diciembre de 1969 en la Banca Nazionale dell'Agricoltura de la Piazza Fontana de Milán, alcanza su horrible punto álgido en la estación de tren de Bolonia: ¡85 muertos y 200 heridos!



A 45 años de la masacre de Bolonia, según la fiscalía de Bolonia, se ha llegado a la verdad judicial de la masacre, de sus ejecutores y, al menos en parte, de sus los autores intelectuales. Pero nunca se ha dado una explicación política, salvo en términos de «estrategia de la tensión», es decir, una estrategia ideada, planificada y puesta en práctica por grupos y organizaciones que pretendían impedir que los partidos de «izquierda» —PCI, PSI, PSDI— y las tendencias de izquierda del partido conservador y católico más fuerte la DC, gobernaran Italia; grupos y organizaciones vinculados, dependientes y dirigidos por la logia masónica P2, que había extendido su influencia en las Fuerzas Armadas, la Guardia de Finanzas y los servicios secretos. Esta masacre, al igual que las anteriores, desde la Piazza Fontana hasta el tren Italicus, la Piazza della Loggia de Brescia, los Georgofili de Florencia y Bologna y otros lugares de Milán y Roma, donde se colocaron explosivos que no llegaron a detonar, formaba parte de un proyecto de desarticulación de las instituciones democráticas con el fin de favorecer un cambio radical del sistema de gobierno surgido de la victoria aliada en la Segunda Guerra Imperialista Mundial contra el nazifascismo, como ya había intentado anteriormente

el llamado Golpe Borghese. La raíz reaccionaria y fascista de estas masacres provocó la reacción política de todos los partidos de la democracia burguesa, desde los liberales hasta los republicanos y los demócratas cristianos, pasando por los socialdemócratas y los «comunistas» togliattianos, que apelaron al antifascismo y a la unidad nacional de todas las fuerzas democráticas para que el pueblo apoyara su lucha en defensa de la democracia parlamentaria contra la deriva autoritaria.


Una democracia que, en realidad, estaba mostrando una debilidad social debida, sobre todo, a que, terminada la guerra mundial se dio pasao a un quinquenio en el que la «reconstrucción de la economía nacional» había exigido y seguía exigiendo sacrificios sobre sacrificios a las masas proletarias, tanto en el plano de las condiciones de vida como en el de las condiciones de trabajo. En abril-mayo de 1945 terminó la guerra, pero no terminó la lucha obrera en defensa de sus condiciones de existencia. Con la victoria de las democracias occidentales sobre el nazifascismo, Italia quedó bajo el dominio político-social de los angloamericanos y bajo el dominio económico y militar de los Estados Unidos. La tan ansiada libertad del totalitarismo fascista se obtuvo no solo gracias a la victoria militar de los Aliados, sino también gracias al «paso de los partidos comunistas a la estrategia del gran bloque antifascista, exacerbada con las palabras de la colaboración nacional en la guerra antialemana de 1939, de los movimientos partisanos, de los comités de liberación nacional, hasta la vergüenza de la colaboración ministerial» (1), paso que marcó, tras la degeneración estalinista del movimiento revolucionario mundial, la segunda derrota del movimiento proletario. Y así, la Italia republicana y democrática se encontró transformando su imperialismo mendigo en una completa sumisión a los intereses imperialistas estadounidenses. Desde entonces, nada de lo que se movía en Italia, desde el punto de vista económico, político, diplomático y social, y mucho menos militar, podía responder a la tan alabada «soberanía nacional», a una verdadera independencia de Washington. Los dólares necesarios para la reconstrucción posbélica trajeron consigo bases militares de la OTAN —por lo tanto, estadounidenses—, la CIA y la interferencia sistemática en la gestión política de los gobiernos que se sucedieron desde De Gasperi en adelante. Por lo tanto, cualquier acontecimiento que supusiera un fortalecimiento político de los partidos vinculados ideológica (y financieramente) a Moscú —aliada en la guerra antialemana, pero adversaria imperialista en el reparto de las zonas de influencia en Europa y en el mundo – y que diera al movimiento proletario la posibilidad de reanudar la lucha de clases, era combatida con los diversos medios disponibles (y Washington tenía de todo tipo), incluidos los vinculados al terrorismo de Estado o al terrorismo negro, según las tradiciones histórico-políticas del país en cuestión.

Una masacre como la de Bolonia mató a ciudadanos indefensos; ¿con qué propósito? «El gesto parece de una terrible gratuidad —escribíamos en agosto de 1980— de una inutilidad espantosa si se mide en función de los objetivos inmediatos de una determinada organización» (2). Sirvió, como todas las masacres anteriores y posteriores, para sembrar el terror: «Terror no de una clase social distinta, de una categoría política precisa, de un determinado estamento, sino el terror generalizado e indiscriminado, el terror de la gente que pasa por la calle, que toma el tren en momento de vacaciones, el terror de todos». Sirvió «para subrayar la impotencia general frente a fuerzas “oscuras” que pueden, si quieren, intimidar a todos, valiéndose de este o aquel delirante mitificador del nazismo y fanático del renovador baño de sangre, descubierto el cual, en realidad, no se ha descubierto nada (como han demostrado tanto la masacre de la plaza Fontana como la de la plaza de la Loggia)». Una cosa es ya un hecho: por mucho que las investigaciones judiciales logren indagar y descubrir, entre mil desvíos y contaminaciones, falsos testimonios y prescripciones, a veces logran identificar a los ejecutores y tal vez a los colaboradores, pero nunca a los verdaderos autores intelectuales. Si el objetivo de estas masacres era separar a la DC del PCI, es decir, impedir que entre las dos principales fuerzas políticas se produjera el «compromiso histórico» de Berlinguer, el resultado obtenido fue exactamente el contrario: el Estado no se debilitó, la democracia, aunque corrupta hasta la médula, no ha dado paso al autoritarismo fascista abierto, estas masacres no han hecho más que reforzar una democracia que tiende históricamente a descomponerse, a proporcionar a la política gubernamental de un capitalismo cada vez más proyectado hacia las crisis económicas y sociales una terapia compuesta por la colaboración de clases y la unidad nacional «antifascista», «antiterrorista», capaz de reconocer al Estado una misión que la clase dominante burguesa le ha encomendado históricamente, es decir, la de «reunir a todas las clases, reunir bajo su bandera todos los intereses, todos los amantes de la paz en la guerra contra la violencia que viene de lejos...».

En la realidad capitalista, para el marxismo, no hay fuerzas oscuras: la violencia ciega, la sed de sangre no son más que la expresión del terrorismo contrarrevolucionario de Estado que la clase dominante pone en práctica aunque el peligro de una insurrección revolucionaria del proletariado no está a la vuelta de la esquina, aunque las luchas a las que los proletarios se ven espontáneamente empujados, guiados e influenciados por mil corrientes oportunistas y contrarrevolucionarias, no pongan en peligro ni la economía de las empresas, ni la economía nacional y mucho menos el poder político estatal. Este tipo de terrorismo contrarrevolucionario es preventivo, se desencadena en momentos en que la situación social y política entra en crisis, generando aquellos factores objetivos que ponen a los proletarios en condiciones de reaccionar en el terreno de la lucha por la supervivencia, en el terreno del enfrentamiento con la patronal, con las fuerzas del orden, con el Estado burgués. La burguesía ha hecho acopio de las experiencias históricas en las que el proletariado tomó la iniciativa de clase, luchó y se organizó en defensa de sus intereses exclusivos inmediatos, rompiendo de hecho la colaboración de clase que lo mantiene atado a la correa de la patronal y de la clase dominante, favoreciendo así la reanudación y el desarrollo de la lucha de clases y la influencia del partido revolucionario de clase.

No hay duda de que las potencias imperialistas actuales, más numerosas que en todo el siglo XX, han acumulado una fuerza económica que les permite invertir recursos financieros para alimentar la colaboración de clases, para reforzarla tanto financiando directamente salarios más altos a la aristocracia obrera como a asociaciones, movimientos, grupos, partidos e iniciativas sociales, escolares, culturales, religiosos y artísticos a través de los cuales llenar los cráneos de ilusiones de bienestar y paz, y acostumbrar a los proletarios a esperar la respuesta a sus problemas de las autoridades, las instituciones y el Estado. Los recursos más importantes que la clase dominante burguesa utiliza socialmente deben responder al control de las masas proletarias, para que los proletarios no tengan tiempo ni energía para dedicar a su propia vida, a la defensa de sus intereses reales inmediatos, para que los proletarios estén dispuestos a ser reclutados en la unidad nacional cada vez que la clase dominante burguesa les llame para defender la democracia, la economía nacional, la nación, las fronteras sagradas contra todo tipo de agresión «interna» o «externa», «fuerzas oscuras» o Estados enemigos.

El proletariado podrá hacer sentir su peso social a condición de romper con la colaboración de clase, luchar y organizarse independientemente de las fuerzas burguesas y oportunistas, poniendo exclusivamente la defensa de sus intereses inmediatos de clase como contenido de sus luchas. Entonces reconocerá, sobre la base de su propia fuerza de clase, que las «fuerzas oscuras» contra las que la clase dominante burguesa lo llama a luchar para defender un poder político represivo y un sistema social y económico explotador, no son más que las fuerzas de la contrarrevolución burguesa normalmente activas en los meandros del poder burgués, y denunciadas episódicamente como un peligro para la democracia y la estabilidad social, con el único fin de desviar las posibles reacciones proletarias a las crisis cíclicas del capitalismo hacia el terreno de la conservación burguesa y capitalista.

La respuesta proletaria de clase al terrorismo de la contrarrevolución burguesa no puede ser otra que la reanudación de la lucha de clases; una lucha que no se basa en verdades o falsedades judiciales, sino en el antagonismo abierto de clases que en su desarrollo no tiene más objetivo que la conquista del poder político: a la dictadura de la clase burguesa, ejercida con todas las fuerzas oscuras del submundo parlamentario, masónico y torcido en sus fines, el proletariado responderá con la lucha de clases abierta con la cual anuncia la revolución.


(1) Cfr. Nuestro texto fundamental Tracciato di impostazione, Prometeo, n. 1 luglio 1946; ahora en la nueva colección Tesi e testi della Sinistra comunista nel secondo dopoguerra, 1945-1955, fascicolo n. 1, vedi il nostro sito https://www.pcint.org

(2) Cfr. Sulla strage di Bologna. Il terrorismo della controrivoluzione, en nuestro periódico de partido de entonces, “il programma comunista”, n. 16, 31 agosto 1980. Las siguientes citas salen de dicho artículo.



3 agosto 2025 

Partido Comunista Internacional

Il comunista - le prolétaire - el proletario - proletarian - programme communiste - el programa comunista - Communist Program

www.pcint.org


" No tenemos tiempo para dudar. Ya no tenemos tiempo para tener miedo. No tenemos otra opción. Debemos alertarnos y alertar a todos los que nos rodean: las cosas no pueden durar, el planeta no puede continuar, todo lo que la vida ya no puede hacer, la humanidad se va al muro ... para arrebatar el poder de aquellos que dicen gobernarnos. Debemos arrancar el bien común de quienes lo robaron y lo saquearon. No tenemos otra opción: vivir libre o morir".


Grecia: ¡plomazo al movimiento social! 

 

Últimas noticias desde Grecia. Desde Creta y luego Épiro (cerca de Albania) hasta Atenas con una ola de búsquedas y arrestos sin precedentes, falsas acusaciones contra Rouvikonas , el final del juicio de Amanecer Dorado y Exarchia convirtiéndose en un barril de pólvora.

En todo momento y en todos los lugares, cada vez que el poder se ha endurecido, siempre ha descrito salvajemente a quienes lo resistieron. Bajo la ocupación nazi o la junta del coronel, a los opositores a veces se los denominaba "terroristas". Hoy, esta palabra y otras del mismo barril se usan todo el tiempo contra los rebeldes de una sociedad injusta y mortal.
En Grecia, este fenómeno es aún más marcado que en el otro extremo de Europa. El cambio semántico es total: los grupos rebeldes que nunca han dejado muertos o heridos son señalados como los peores criminales. Entre estos grupos, que solo apuntan a daños materiales, Rouvikonas está a punto de ser clasificado como una organización terrorista, algo sin precedentes en Europa.




 
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Colombia
Frente a la ofensiva y el terror burgueses: ¡Lucha de clase anticapitalista! 
 
 

El 25 de abril, Colombia fue sacudida por una «huelga general» de 24 horas y por manifestaciones de masa en las grandes ciudades, logrando concentrar alrededor de un millón de personas. Esta movilización se realiza como respuesta a los ataques capitalistas concentrados en el «Plan nacional de desarrollo (PND) –  Pacto por la equidad (sic)» del presidente Duque.
Este PND vuelve a utilizar las recetas de todas las burguesías: menos seguridad y más flexibilidad para los asalariados, la redacción de las pensiones de vejez, la baja de los salarios y la supresión del salario mínimo, austeridad presupuestaria (rechazando la aplicación del acuerdo que preveía un aumento del presupuesto consagrado a la educación), transformación de asalariados en auto-empresarios (lo que se acompaña con una degradación de las condiciones de vida y de trabajo)... A este programa se agrega el desarrollo de las industrias extractivas con todas las consecuencias nefastas para las poblaciones de las regiones vinculadas. 
Colombia es un país de 45 millones de habitantes y muy urbanizado; su economía reposa en buena parte sobre las materias primas industriales y agrícolas: petróleo, carbón, café, flores, arroz, etc., la pobreza es omnipresente y golpea sobre todo a la población indígena y rural; es el  país de América Latina con las peores desigualdades, mucho más que en Brasil y Chile.
El petróleo, su principal recurso (1mbd), cuyas reservas explotables se limitan a 10 años, representa un 55% del total de sus exportaciones. Pero también están las distorsiones económicas propias de los países «en vías de desarrollo»: el narcotráfico. «La economía paralela del trafico de drogas es incontrolable. Si bien es imposible de calcular, se estima en un 2% su «contribución» al PIB colombiano» (1). Colombia, primer productor mundial de cocaína, ha alcanzado niveles históricos el año pasado [2017] con una superficie de 209.000 hectáreas de cultivo (+ 11%), según la administración americana. En el mismo periodo [2016-2017], la capacidad de producción de cocaína pura aumentó en un 19% pasando de 772 TM  a 921 TM ...» (2).
Las estadísticas oficiales dan cuenta de un paro de 9,7 % en 2018 a 12,8 en enero de 2019, descendiendo a 10,8 % en marzo (3). Pero es difícil homologar estas cifras, dado que muchas personas en edad de trabajar lo hacen en la llamada economía sumergida, tal como el narcotráfico y cientos de pequeñas actividades que no son cubiertas por la seguridad social, y que son difíciles de calcular estadísticamente.
Con respecto a sus vecinos venezolanos, existe toda la híper-actividad anarquizada en la larga frontera que limita a los dos países, donde miles de proletarios tratan de subsistir en cientos de actividades comerciales o directamente del contrabando de la gasolina.
 
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La «huelga general», o paro nacional, fue llamada por las tres centrales sindicales existentes en Colombia: CUT (Central unitaria de los trabajadores), CGT (Central General de Trabajadores) y CTC (Central de Trabajadores de Colombia). El sindicalismo colaboracionista hizo de todo no solo para retardar la utilización del arma de la huelga, sino también para hacerla lo más inofensiva posible, es decir, una huelga de un solo día, sin perspectiva. Como en todas partes, el colaboracionismo ofrece una válvula de escape a la burguesía con el fin de bajar la presión social y evitar la explosión.
Para hacer retroceder los planes de la burguesía, los comunistas defienden la utilización de métodos clasistas, comenzando por la huelga sin límites de duración o por la constitución de piquetes de huelga para bloquear directamente la producción y las ganancias capitalistas.
Colombia puso fin a la más larga guerra civil de la época contemporánea con le firma de los acuerdos por la paz entre el gobierno y las FARC. En realidad ha sido la paz de los explotadores. Las guerrillas campesinas depusieron las armas (4), pero las milicias burguesas, más o menos ligadas a la extrema-derecha o a bandas criminales, continúan sembrando la muerte. Entre enero de 2016 y enero de 2019, no menos de 566 dirigentes sociales, políticos, sindicales, ambientalistas y defensores de los derechos humanos han sido asesinados en el país de Santander.
Desde hace décadas, los proletarios se encuentran desarmados frente a los esbirros pagados por los capitalistas. Un partido comunista se plantearía el problema de organizar la lucha indispensable contra la violencia burguesa. La cuestión de la autodefensa obrera se presenta bajo dos aspectos inseparables: el de la «autodefensa de masa» cuyo fin seria responder con la huelga, las manifestaciones y las movilizaciones de las masas obreras, y el de la autodefensa propiamente dicha, es decir de la constitución de órganos de autodefensa, cuyo fin seria primero de defender físicamente a los obreros en huelga, los centro de vida proletaria, y de mostrar a los proletarios que también pueden golpear al adversario, dando así a la clase obrera confianza en si misma, en la perspectiva de llevarse mañana al terreno de la preparación militar de la revolución.
Ante los ataques capitalistas, los pseudo-comunistas y la «extrema» izquierda no ofrecen más que una perspectiva reformista que no hace sino desarmar al proletariado frente a sus enemigos de clase. El Partido Comunista de Colombia (PCC) pide al gobierno Duque de «gobernar y legislar en función de las necesidades y de los intereses de los trabajadores y el pueblo». Esta es la vieja ilusión reformista de que el Estado burgués pudiera estar al servicio de los proletarios.
La «extrema» izquierda comparte esta misma orientación: el Partido del Trabajo de Colombia (PTC) participa en la Alianza Verde, un cártel de partidos burgueses dirigido por los ecologistas; el Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario (MOIR) defiende «la soberanía, la paz, la democracia y un empleo decente» y el Movimiento por la defensa de los derechos del pueblo (MODEP) quien propone «la defensa de la vida, del territorio y de los derechos»; por su parte, los trotskistas (morenistas) del Partido Socialista de los Trabajadores (PST), desde hace años se han hecho los campeones de una asamblea «Constituyente, libre, democrática y soberana». Todas estas organizaciones permanecen dentro del cuadro del sistema político capitalista y solo proponen un programa anti-proletario.
Para los proletarios y las masas oprimidas de Colombia la solución no es burguesa; es solo en el terreno de la lucha de clase que deben luchar. La democratización del Estado burgués es una peligrosa ilusión que anestesia el combate que cotidianamente los trabajadores mantienen contra su explotación. Este programa quiere hacer creer que el Estado se puede conquistar, cuando lo que ha hay hacer es destruirlo.
En Colombia, como en todas partes, al frente unido de los capitalistas y sus lacayos oportunistas, algo que no puede preludiar sino una explotación más feroz, los trabajadores deben responder con el rechazo a subordinar sus intereses y su defensa a la democratización del Estado burgués.
Los comunistas no proponen combatir por una vida mejor o un empleo decente dentro de una sociedad opresora (esto sería ilusorio) sino por la posibilidad de que hoy todos los proletarios luchen contra los ataques del capital, y mañana, bajo la dirección de su partido de clase, por su destrucción.
29/5/2019
 

 
(4) Los acuerdos firmados en la Habana por las Farc y el anterior gobierno colombiano presidido por Santos, han sido prácticamente rotos o irrespetados, llevando a varios miles de excombatientes a retomar las armas y regresar a la guerrilla.
 
 
Partido Comunista Internacional (El Proletario)
29 de Mayo de 2019
www.pcint.org


Manchester Arena: una masacre usada cínicamente para remachar la “unión sagrada” entre proletariado y burguesía.



En los últimos dos años se han intensificado los atentados terroristas por parte de los adeptos del extremismo islamista, autodefinido de varias maneras, organizado sobre todo en Al Qaeda e ISIS (o Daesh) pero normalmente catalogado bajo la matriz del yihadismo –partidarios de la guerra santa- con raíces religiosas en el Islam fundamentalista.
¿Por qué estas raíces religiosas? Que es una autojustificación aparentemente “noble” y no “terrenal” para actos violentos reputados como reacciones a la violencia mucho más potente de los países imperialistas más fuertes, vestida de una especie de “derecho de respuesta” de parte de las “víctimas” contra los “agresores”, es algo evidente a todos. Es muy cómodo para el Occidente capitalista, imperialista y cristiano, catalogar el actual “terrorismo internacional” exclusivamente como terrorismo de matriz islámica y contra este “mal” oponer el “bien” representado por una civilización que se jacta de defender en el mundo el progreso económico y social, la democracia y la paz... Sólo que el progreso económico y social se basa en la explotación bestial de la fuerza de trabajo humana, esclavizada en los países industrializados bajo la máscara de la democracia y las migajas de progreso económico concedidas a las masas proletarias. Y esclavizada, violentada, destruida de las maneras más crudas y cínicas posibles en los países menos industrializados, más pobres pero repletos de brazos que explotar o que tirar a la basura como “productos no vendidos”
¿Por qué los atentados de marca “islamista”, después de las Torres Gemelas de Nueva York, han alcanzado a Madrid, París, Niza, Berlín o Londres? ¿Por qué se han concentrado en Europa, en la cuna de la civilización moderna (la cuna del capitalismo, del colonialismo, del imperialismo), la cuna en la cual se han formado y desarrollado todos los factores de un progreso económico, técnico y financiero, que después se han difundido por todo el mundo; y también la cuna de todos los factores de competencia y de lucha por la conquista de los mercados, de guerras de rapiña que caracterizan al mundo desde que la revolución antifeudal acabó con el dominio del absolutismo y de las viejas clases aristocráticas?
Los países europeos, que han representado durante siglos la colonización de continentes enteros, succionando los mayores beneficios a expensas de poblaciones enteras y de generaciones de esclavos, construyendo sobre esos beneficios su propio progreso económico, no podían sino constituir la meta anhelada (facilitada por el conocimiento de la lengua y de los hábitos de los viejos dueños) de las masas de inmigrantes que huían, y continúan huyendo, de condiciones de miseria, de represión y de devastación que precisamente el colonialismo burgués primero, y después la descolonización burguesa, han dejado en herencia a todos esos países. Celosos de su propia “identidad” nacional y de la protección de las ventajas que el dominio económico sobre el mundo garantizaba y garantiza en un cierto sentido a los viejos colonizadores –Gran Bretaña, Francia y Bélgica sobre todo- las burguesías europeas siempre han jugado a dos bandas: la de la llamada “acogida”, en la medida en la cual los brazos para trabajar a bajísimo coste eran y son necesarios para los propios sistemas industriales y comerciales, y la de la defensa de la legalidad, es decir, de la lucha contra la inmigración no deseada y no considerada necesaria, tratada por ello como clandestina y a reprimir. Como los negros en América del Norte, así los inmigrantes africanos, mediorientales y orientales en Europa nunca han sido realmente “integrados” en los países en los cuales están establecidos; y no porque no se esfuercen en perder los hábitos, la cultura, las costumbres de los países de origen para adquirir los hábitos, la cultura y las costumbres de los países capitalistas avanzados a los cuales emigran, sino porque el capitalismo, que es el modo de producción dominante, con todas sus contradicciones y sus antagonismos sociales, se basa en la división y no en la unión, en los atropellos y no en la igualdad, en la guerra y no en la paz. La división en clases antagonistas entre ellas no es una invención del marxismo, ni una situación histórica temporal que puede ser superada gracias a las adecuadas medidas diplomáticas y de política económica y social; es una condición material histórica de tal manera profunda y determinada que, para superarla, se requiere un profunda revolución, mucho más profunda y definitiva de lo que fue la revolución burguesa que liquidó el dominio del feudalismo y del despotismo asiático; una revolución que puede ser llevada a cabo solo por la clase social que no tiene nada que ganar, sino todo que perder en esta sociedad: la clase del proletariado, de los sin reservas, la clase de los que viven exclusivamente si trabajan, si se hacen explotar por las condiciones impuestas por el capitalismo.
El hecho es que esta clase, en particular el proletariado de los países más potentes, ha sido hasta tal punto desgastado, embrutecido y embotado durante cien años de dominio imperialista que no ha reencontrado aún la fuerza social para reconocerse como aquello que histórica y materialmente es, la clase antagonista por excelencia a la burguesía. La única clase que posee una tarea histórica condensada en el programa del comunismo revolucionario, el único que representa una alternativa global y definitiva al capitalismo. Este proletariado que, a caballo entre los siglos XIX y XX, demostró en los hechos que tenía la fuerza para representar esa alternativa, con sus movimientos revolucionarios de 1848 en toda Europa, con la Comuna de París en 1871, con la Revolución Rusa de octubre de 1917 y con todos los movimientos revolucionarios que en los años veinte del siglo pasado atacaron a las fortalezas del capitalismo no sólo en Europa sino también en China y en todo el Asia Central. Aquel desarrollo histórico, al final de una larga guerra de clase contra la burguesía de todo el mundo, no terminó a favor del proletariado internacional. La intoxicación democrática, pacifista y oportunista debilitó los órganos políticos dirigentes del proletariado a nivel internacional, a tal punto de transformarlos en agentes de la burguesía contra el propio proletariado, partiendo del estalinismo para después seguir con el maoísmo, con el castro-guevarismo y el guerrillerismo de difrerentes naturalezas, desviando y destruyendo el programa auténticamente comunista.
El proletariado europeo, que fue el más avanzado del mundo, una vez derrotado en su lucha revolucionaria, se plegó a las políticas y a las exigencias del imperialismo de los respectivos países; las burguesías inventaron los amortiguadores sociales para acallar las exigencias elementales de los propios proletarios y, con el fascismo, adoptaron la política de la colaboración de clase oficializada a nivel de leyes del Estado. El propósito de cualquier burguesía nunca ha sido el de ofrecer al proletariado condiciones de explotación menos penosas y la aplicación de todos los derechos que democráticamente estaban inscritos en las leyes y en las Constituciones de cualquier Estado, sino ligarse, a sus propios intereses, a su propia suerte, al propio proletariado para que soportase, en los hechos, todos los esfuerzos y todas las consecuencias de la oscilante economía capitalista, sobre todo en los periodos de crisis económica y de guerra. Los proletariados europeo y americano, en particular, pero también del resto de países que están inmersos en el desarrollo capitalista, son estados y están habituados no sólo a utilizar, para la defensa de sus propios intereses, los instrumentos políticos y económicos burgueses (elecciones, parlamento, referéndum, libertad de empresa, de iniciativa, etc.) sino a utilizarlos en el ámbito de la colaboración de clase superando los límites que a este mismo interclasismo ofrecía el viejo reformismo.
¿Por qué nos hemos extendido en estos conceptos a partir de un trágico suceso como la matanza del Manchester Arena?
Desapareciendo el antagonismo de clase entre proletariado y burguesía, emerge aún más violento, caótico y obsceno, el antagonismo burgués y pequeño burgués.
La lucha de la burguesía de un país contra las burguesías extranjeras y competidoras es permanente; la lucha entre fracciones burguesas competidoras entre ellas en el interior del mismo país es también un hecho permanente (basta pensar en las luchas entre lobbys antagonistas); la lucha de la burguesía contra el proletariado, para plegarlo cada vez más a sus propias exigencias y a sus propios intereses, no cesa nunca, como las medidas de una cada vez más dura austeridad han demostrado. Por lo tanto, en el cuadro de una continua competencia y de una continua guerra de competencia en el interior de los mismos estratos sociales burgueses y pequeño burgueses, demostrada sobre el plano político entre partidos que corrompen y partidos que se hacen corromper y sobre el plano más violento de las organizaciones de la criminalidad ,diferenciadas ellas mismas por intereses económicos y financieros contrapuestos, se inserta la acción de grupos y redes de aquello que viene a ser llamado “terrorismo”, pero que no es otra cosa que la expresión, ciertamente más violenta, de intereses económicos, financieros y políticos que se contraponen –en muchos casos, lejos de los países en los cuales los atentados tienen lugar- a los intereses nacionales de los países capitalistas que dominan el mundo y que, con sus intervenciones militares y sus guerras de rapiña, por ejemplo en Irak, en Afganistán, en Libia, en Siria, deshacen los equilibrios existentes colocando, en el caos provocado por las devastaciones de la guerra, a numerosos grupos en situación de verse empujados a hacerse con parcelas de poder para extraer beneficio de la explotación de los recursos naturales eventualmente presentes, del proletariado existente y de cualquier situación natural existente como las vías de agua o de comunicación terrestre consideradas estratégicas para el comercio y para el transporte de personas o tropas; grupos y redes que, inevitablemente, se alquilan a unas y a otras potencias imperialistas de las que tienen en su mano el control.
Que las milicias del “terrorismo” tipo Al Qaeda o Daesh, tienen necesidad de fuertes motivaciones materiales e ideológicas es obvio; de la misma manera que los proletarios tienen necesidad de fuertes motivaciones materiales e ideológicas para ser movilizados en defensa de la patria, de los intereses nacionales, en la paz y mucho más en la guerra... Los soldados que iban al enfrentamiento en la I Guerra Mundial, y en la Segunda, recibían la bendición de los curas con el hipócrita objetivo de salvar... el alma mientras iban a hacerse matar; los milicianos de las organizaciones terroristas de las cuales hablamos no son menos: reciben la bendición de su imán mientras van a hacerse saltar por los aires para difundir terror a sus enemigos del momento.
La diferencia está en que los ejércitos, en general, se enfrentan entre ellos; los milicianos terroristas, cuando no se combaten entre ellos, van a París, Berlín o Londres a masacrar gente que pacíficamente se mueve y se divierte en una cotidianeidad supuestamente normal.
Pero aquellos milicianos terroristas encuentran una motivación material y moral mayor: responden a los bombardeos y a las masacres que destruyen vidas a millares, vidas de niños, de mujeres, de hombres de cualquier edad, llevando al corazón de las relucientes metrópolis europeas el terror visto durante años en Falluja, en Tikrit, en Baghdad, en Mosul, en Damasco, en Trípoli, en Homs o en los pueblos de montaña de Afganistan. El hecho de que los ejecutores materiales de los atentados terroristas en Europa sean casi siempre “ciudadanos” europeos, de origen iraquí, sirio, libanés o de otros países árabes, de segunda o de tercera generación, demuestra que, no sólo la llamada “integración” no ha tenido lugar porque en este sociedad no existe igualdad (ni entre los vivos ni entre los muertos), sino que la persistencia de largas guerras y de masacres en las antiguas colonias continúa produciendo no sólo sufrimiento y miedo, sino también rabia e impulsos a reaccionar con la misma violencia en lugares en los cuales este tipo de violencia puede hacer más daño, mejor si simbolizan la manera de vivir occidental, descuidada y despreocupada respecto de las masacres que continúan acumulándose en los márgenes de la opulenta Europa.
Que este tipo de terrorismo tiene una matriz social e ideológica referida a la pequeña burguesía es un dato que hemos subrayado muchas veces y sobre el que no volveremos aquí. Falta simplemente el hecho de que contra este fenómeno, las clases dominantes burguesas tienen un motivo más para llamar a los proletarios a la unión sagrada, a defender la democracia, la convivencia civil, la cultura, los hábitos y las costumbres de lo que llaman la occidentalidad, en una palabra, a defender un sistema y un Estado que son en realidad el origen de todos los atropellos, de toda la represión, de toda explotación y de toda guerra.
Es por ello que los proletarios deben negar su solidaridad a una patria que en los hechos utiliza los mismos métodos que el terrorismo, pero a nivel mucho más sofisticado y compacto de lo que lo hacen los grupos del “terrorismo islámico”. Los proletarios, dando su solidaridad a sus propios capitalistas, no hacen otra cosa que sostener y alimentar los factores de competencia y de antagonismos entre burgueses, negándose a sí mismos la única vía de lucha y de emancipación de cualquiera de las formas de opresión y de sometimiento que la sociedad burguesa exuda por sus poros: la vía de la reanudación de la lucha de clase, de la reorganización independiente de clase del proletariado en defensa exclusivamente de sus propios intereses inmediatos y futuros. La respuesta proletaria debe dirigirse sin duda contra estos actos terroristas, pero desde el punto de vista de clase, es decir, desde el punto de vista de la independencia organizativa, política e ideológica de cualquier organización política e ideológica de la burguesía y de la pequeña burguesía, que son en realidad sus enemigos.
La reanudación de la lucha de clase, como ya ha sucedido en la historia, tiene la fuerza para absorber los impulsos de rabia y de reacción provocados por la desesperación social, uniéndolos en la perspectiva clasista revolucionaria, dándoles una motivación no solo moral, sino histórica para que el objetivo no sea ya nunca más el de salvar el alma o lograr un más allá de paz y serenidad mientras en la vida terrenal se sufre y se muere en defensa de un sistema basado exclusivamente sobre la explotación del trabajo asalariado, sobre la violencia económica y social y, por lo tanto, de un sistema que niega un futuro diferente, sino el de participar en una lucha que cambiará el mundo abriendo la sociedad a una organización racional y coherente con las necesidades no del mercado, sino de la especie.
25 mayo 2017 Partido Comunista Internacional
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