Manchester
Arena: una masacre usada cínicamente para remachar la “unión
sagrada” entre proletariado y burguesía.
En
los últimos dos años se han intensificado los atentados terroristas
por parte de los adeptos del extremismo islamista, autodefinido de
varias maneras, organizado sobre todo en Al Qaeda e ISIS (o Daesh)
pero normalmente catalogado bajo la matriz del yihadismo –partidarios
de la guerra santa- con raíces religiosas en el Islam
fundamentalista.
¿Por
qué estas raíces religiosas? Que es una autojustificación
aparentemente “noble” y no “terrenal” para actos violentos
reputados como reacciones a la violencia mucho más potente de los
países imperialistas más fuertes, vestida de una especie de
“derecho de respuesta” de parte de las “víctimas” contra los
“agresores”, es algo evidente a todos. Es muy cómodo para el
Occidente capitalista, imperialista y cristiano, catalogar el actual
“terrorismo internacional” exclusivamente como terrorismo de
matriz islámica y contra este “mal” oponer el “bien”
representado por una civilización que se jacta de defender en el
mundo el progreso económico y social, la democracia y la paz... Sólo
que el progreso económico y social se basa en la explotación
bestial de la fuerza de trabajo humana, esclavizada en los países
industrializados bajo la máscara de la democracia y las migajas de
progreso económico concedidas a las masas proletarias. Y
esclavizada, violentada, destruida de las maneras más crudas y
cínicas posibles en los países menos industrializados, más pobres
pero repletos de brazos que explotar o que tirar a la basura como
“productos no vendidos”
¿Por
qué los atentados de marca “islamista”, después de las Torres
Gemelas de Nueva York, han alcanzado a Madrid, París, Niza, Berlín
o Londres? ¿Por qué se han concentrado en Europa, en la cuna de la
civilización moderna (la cuna del capitalismo, del colonialismo, del
imperialismo), la cuna en la cual se han formado y desarrollado todos
los factores de un progreso económico, técnico y financiero, que
después se han difundido por todo el mundo; y también la cuna de
todos los factores de competencia y de lucha por la conquista de los
mercados, de guerras de rapiña que caracterizan al mundo desde que
la revolución antifeudal acabó con el dominio del absolutismo y de
las viejas clases aristocráticas?
Los
países europeos, que han representado durante siglos la colonización
de continentes enteros, succionando los mayores beneficios a expensas
de poblaciones enteras y de generaciones de esclavos, construyendo
sobre esos beneficios su propio progreso económico, no podían sino
constituir la meta anhelada (facilitada por el conocimiento de la
lengua y de los hábitos de los viejos dueños) de las masas de
inmigrantes que huían, y continúan huyendo, de condiciones de
miseria, de represión y de devastación que precisamente el
colonialismo burgués primero, y después la descolonización
burguesa, han dejado en herencia a todos esos países. Celosos de su
propia “identidad” nacional y de la protección de las ventajas
que el dominio económico sobre el mundo garantizaba y garantiza en
un cierto sentido a los viejos colonizadores –Gran Bretaña,
Francia y Bélgica sobre todo- las burguesías europeas siempre han
jugado a dos bandas: la de la llamada “acogida”,
en la medida en la cual los brazos para trabajar a bajísimo coste
eran y son necesarios para los propios sistemas industriales y
comerciales, y la de la defensa de la legalidad,
es decir, de la lucha contra la inmigración no deseada y no
considerada necesaria, tratada por ello como clandestina y a
reprimir. Como los negros en América del Norte, así los inmigrantes
africanos, mediorientales y orientales en Europa nunca han sido
realmente “integrados” en los países en los cuales están
establecidos; y no porque no se esfuercen en perder los hábitos, la
cultura, las costumbres de los países de origen para adquirir los
hábitos, la cultura y las costumbres de los países capitalistas
avanzados a los cuales emigran, sino porque el capitalismo, que es el
modo de producción dominante, con todas sus contradicciones y sus
antagonismos sociales, se basa en la división y no en la unión, en
los atropellos y no en la igualdad, en la guerra y no en la paz. La
división en clases antagonistas entre ellas no es una invención del
marxismo, ni una situación histórica temporal que puede ser
superada gracias a las adecuadas medidas diplomáticas y de política
económica y social; es una condición material histórica de tal
manera profunda y determinada que, para superarla, se requiere un
profunda revolución, mucho más profunda y definitiva de lo que fue
la revolución burguesa que liquidó el dominio del feudalismo y del
despotismo asiático; una revolución que puede ser llevada a cabo
solo por la clase social que no tiene nada que ganar, sino todo que
perder en esta sociedad: la clase del proletariado, de los sin
reservas, la clase de los que viven exclusivamente si trabajan, si se
hacen explotar por las condiciones impuestas por el capitalismo.
El
hecho es que esta clase, en particular el proletariado de los países
más potentes, ha sido hasta tal punto desgastado, embrutecido y
embotado durante cien años de dominio imperialista que no ha
reencontrado aún la fuerza social para reconocerse como aquello que
histórica y materialmente es, la clase antagonista por excelencia a
la burguesía. La única clase que posee una tarea histórica
condensada en el programa del comunismo revolucionario, el único que
representa una alternativa global y definitiva al capitalismo. Este
proletariado que, a caballo entre los siglos XIX y XX, demostró en
los hechos que tenía la fuerza para representar esa alternativa, con
sus movimientos revolucionarios de 1848 en toda Europa, con la Comuna
de París en 1871, con la Revolución Rusa de octubre de 1917 y con
todos los movimientos revolucionarios que en los años veinte del
siglo pasado atacaron a las fortalezas del capitalismo no sólo en
Europa sino también en China y en todo el Asia Central. Aquel
desarrollo histórico, al final de una larga guerra de clase contra
la burguesía de todo el mundo, no terminó a favor del proletariado
internacional. La intoxicación democrática, pacifista y oportunista
debilitó los órganos políticos dirigentes del proletariado a nivel
internacional, a tal punto de transformarlos en agentes de la
burguesía contra el propio proletariado, partiendo del estalinismo
para después seguir con el maoísmo, con el castro-guevarismo y el
guerrillerismo de difrerentes naturalezas, desviando y destruyendo el
programa auténticamente comunista.
El
proletariado europeo, que fue el más avanzado del mundo, una vez
derrotado en su lucha revolucionaria, se plegó a las políticas y a
las exigencias del imperialismo de los respectivos países; las
burguesías inventaron los amortiguadores sociales para acallar las
exigencias elementales de los propios proletarios y, con el fascismo,
adoptaron la política de la colaboración de clase oficializada a
nivel de leyes del Estado. El propósito de cualquier burguesía
nunca ha sido el de ofrecer al proletariado condiciones de
explotación menos penosas y la aplicación de todos los derechos que
democráticamente estaban inscritos en las leyes y en las
Constituciones de cualquier Estado, sino ligarse, a sus propios
intereses, a su propia suerte, al propio proletariado para que
soportase, en los hechos, todos los esfuerzos y todas las
consecuencias de la oscilante economía capitalista, sobre todo en
los periodos de crisis económica y de guerra. Los proletariados
europeo y americano, en particular, pero también del resto de países
que están inmersos en el desarrollo capitalista, son estados y están
habituados no sólo a utilizar, para la defensa de sus propios
intereses, los instrumentos políticos y económicos burgueses
(elecciones, parlamento, referéndum, libertad de empresa, de
iniciativa, etc.) sino a utilizarlos en el ámbito de la colaboración
de clase
superando los límites que a este mismo interclasismo ofrecía el
viejo reformismo.
¿Por
qué nos hemos extendido en estos conceptos a partir de un trágico
suceso como la matanza del Manchester Arena?
Desapareciendo
el antagonismo de clase entre proletariado y burguesía, emerge aún
más violento, caótico y obsceno, el antagonismo burgués y pequeño
burgués.
La
lucha de la burguesía de un país contra las burguesías extranjeras
y competidoras es permanente; la lucha entre fracciones burguesas
competidoras entre ellas en el interior del mismo país es también
un hecho permanente (basta pensar en las luchas entre lobbys
antagonistas); la lucha de la burguesía contra el proletariado, para
plegarlo cada vez más a sus propias exigencias y a sus propios
intereses, no cesa nunca, como las medidas de una cada vez más dura
austeridad han demostrado. Por lo tanto, en el cuadro de una continua
competencia y de una continua guerra de competencia en el interior de
los mismos estratos sociales burgueses y pequeño burgueses,
demostrada sobre el plano político entre partidos que corrompen y
partidos que se hacen corromper y sobre el plano más violento de las
organizaciones de la criminalidad ,diferenciadas ellas mismas por
intereses económicos y financieros contrapuestos, se inserta la
acción de grupos y redes de aquello que viene a ser llamado
“terrorismo”, pero que no es otra cosa que la expresión,
ciertamente más violenta, de intereses económicos, financieros y
políticos que se contraponen –en muchos casos, lejos de los países
en los cuales los atentados tienen lugar- a los intereses nacionales
de los países capitalistas que dominan el mundo y que, con sus
intervenciones militares y sus guerras de rapiña, por ejemplo en
Irak, en Afganistán, en Libia, en Siria, deshacen los equilibrios
existentes colocando, en el caos provocado por las devastaciones de
la guerra, a numerosos grupos en situación de verse empujados a
hacerse con parcelas de poder para extraer beneficio de la
explotación de los recursos naturales eventualmente presentes, del
proletariado existente y de cualquier situación natural existente
como las vías de agua o de comunicación terrestre consideradas
estratégicas para el comercio y para el transporte de personas o
tropas; grupos y redes que, inevitablemente, se alquilan a unas y a
otras potencias imperialistas de las que tienen en su mano el
control.
Que
las milicias del “terrorismo” tipo Al Qaeda o Daesh, tienen
necesidad de fuertes motivaciones materiales e ideológicas es obvio;
de la misma manera que los proletarios tienen necesidad de fuertes
motivaciones materiales e ideológicas para ser movilizados en
defensa de la patria, de los intereses nacionales, en la paz y mucho
más en la guerra... Los soldados que iban al enfrentamiento en la I
Guerra Mundial, y en la Segunda, recibían la bendición de los curas
con el hipócrita objetivo de salvar... el alma mientras iban a
hacerse matar; los milicianos de las organizaciones terroristas de
las cuales hablamos no son menos: reciben la bendición de su imán
mientras van a hacerse saltar por los aires para difundir terror a
sus enemigos del momento.
La
diferencia está en que los ejércitos, en general, se enfrentan
entre ellos; los milicianos terroristas, cuando no se combaten entre
ellos, van a París, Berlín o Londres a masacrar gente que
pacíficamente se mueve y se divierte en una cotidianeidad
supuestamente normal.
Pero
aquellos milicianos terroristas encuentran una motivación material y
moral mayor: responden a los bombardeos y a las masacres que
destruyen vidas a millares, vidas de niños, de mujeres, de hombres
de cualquier edad, llevando al corazón de las relucientes metrópolis
europeas el terror visto durante años en Falluja, en Tikrit, en
Baghdad, en Mosul, en Damasco, en Trípoli, en Homs o en los pueblos
de montaña de Afganistan. El hecho de que los ejecutores materiales
de los atentados terroristas en Europa sean casi siempre “ciudadanos”
europeos, de origen iraquí, sirio, libanés o de otros países
árabes, de segunda o de tercera generación, demuestra que, no sólo
la llamada “integración” no ha tenido lugar porque en este
sociedad no existe igualdad (ni entre los vivos ni entre los
muertos), sino que la persistencia de largas guerras y de masacres en
las antiguas colonias continúa produciendo no sólo sufrimiento y
miedo, sino también rabia e impulsos a reaccionar con la misma
violencia en lugares en los cuales este tipo de violencia puede hacer
más daño, mejor si simbolizan la manera de vivir occidental,
descuidada y despreocupada respecto de las masacres que continúan
acumulándose en los márgenes de la opulenta Europa.
Que
este tipo de terrorismo tiene una matriz social e ideológica
referida a la pequeña burguesía es un dato que hemos subrayado
muchas veces y sobre el que no volveremos aquí. Falta simplemente el
hecho de que contra este fenómeno, las clases dominantes burguesas
tienen un motivo más para llamar a los proletarios a la unión
sagrada, a defender la democracia, la convivencia civil, la cultura,
los hábitos y las costumbres de lo que llaman la occidentalidad,
en una palabra, a defender un sistema y un Estado que son en realidad
el origen de todos los atropellos, de toda la represión, de toda
explotación y de toda guerra.
Es
por ello que los proletarios deben negar su solidaridad a una patria
que en los hechos utiliza los mismos métodos que el terrorismo, pero
a nivel mucho más sofisticado y compacto de lo que lo hacen los
grupos del “terrorismo islámico”. Los proletarios, dando su
solidaridad a sus propios capitalistas, no hacen otra cosa que
sostener y alimentar los factores de competencia y de antagonismos
entre burgueses, negándose a sí mismos la única vía de lucha y de
emancipación de cualquiera de las formas de opresión y de
sometimiento que la sociedad burguesa exuda por sus poros: la vía de
la reanudación de la lucha de clase, de la reorganización
independiente de clase del proletariado en defensa exclusivamente de
sus propios intereses inmediatos y futuros. La respuesta proletaria
debe dirigirse sin duda contra estos actos terroristas, pero desde el
punto de vista de
clase,
es decir, desde el punto de vista de la independencia organizativa,
política e ideológica de cualquier organización política e
ideológica de la burguesía y de la pequeña burguesía, que son en
realidad sus enemigos.
La
reanudación de la lucha de clase, como ya ha sucedido en la
historia, tiene la fuerza para absorber los impulsos de rabia y de
reacción provocados por la desesperación social, uniéndolos en la
perspectiva clasista revolucionaria, dándoles una motivación no
solo moral, sino histórica para que el objetivo no sea ya nunca más
el de salvar el alma o lograr un más allá de paz y serenidad
mientras en la vida terrenal se sufre y se muere en defensa de un
sistema basado exclusivamente sobre la explotación del trabajo
asalariado, sobre la violencia económica y social y, por lo tanto,
de un sistema que niega un futuro diferente, sino el de participar en
una lucha que cambiará el mundo abriendo la sociedad a una
organización racional y coherente con las necesidades no del
mercado, sino de la especie.
25 mayo 2017
Partido
Comunista Internacional
il
comunista- le
prolétaire – el proletario – proletarian – programme
communiste – el programa comunista