ver:
Lo Subterráneo se vuelve Visible: Fragmentos sobre Crítica Práctica a la Urbanización como momento de Ruptura Radical
Revista De Destrucción Anti-Urbanística Revolucionaria: (Publicación) 2&3 Dorm
*********************+
Reflexiones en torno a lo ocurrido el pasado 21 de Mayo en Valparaíso desde una perspectiva anti-capitalista/anti-autoritaria.
Quienes nos posicionamos desde la perspectiva revolucionaria de que
la liberación no será total sino hasta haber barrido con la totalidad
del mundo capitalista, y que concientes de nuestra realidad, concientes
de que la historia no es sólo un cúmulo de documentos que testifican
sobre nuestra derrota, sino que la historia es movimiento, y por tanto
todavía nos queda mucho de nuestra parte por incidir en ella; quienes
queremos hacer de nuestra actividad vital una práctica de subversión de
esta realidad difícilmente podríamos condenar las acciones de irrupción
violenta contra la policía y la urbe capitalista. Bastante al contrario,
podrían haber distintas apreciaciones sobre la utilidad de ésta y las
maneras de emplearla, pero una condena total es injustificada sin a su
vez posicionarse en defensa del orden.
En Valparaíso vimos un despliegue destructivo masivo, contundente y
con objetivos claros que a varios nos recordó la noche de jueves del 28
de Mayo del 2015 en Santiago, hace ya un año, cuando enormes grupos de
iracundos, unos organizados y otros no, aprovecharon la oscuridad que
ofrecía la convocatoria nocturna para barrer con todo aquello que
mereció ser barrido. Cuando eso sucedió, recién hace una semana, en la
manifestación anterior, había ocurrido el caso de Rodrigo Avilés,
militante de la organización amarilla UNE que quedó en riesgo vital
luego de que el chorro del guanaco lo azotara en el pavimento en la
marcha del 21 de Mayo del 2015 en Valparaíso. Ese incidente habría
inhibido el actuar de la yuta en la siguiente manifestación en Santiago,
lo que, sumado a la disposición de ánimos de quienes íbamos
deliberadamente con la intención de tomar por asalto las calles esa
noche, resultó en la bacanal callejera que se recuerda hasta el día de
hoy.
Este año en Valparaíso se dio la pelea fervientemente contra la
policía, a la vez que eran destruidos los locales y mercancías que
encarnan la dictadura del Capital. Si bien estas formas de prácticas
críticas se vienen agudizando de hace algunos años, es primera vez que
se ve con tal intensidad de una manera tan “pulcra” (en el sentido de
que la violencia se desató, en principio, de manera contundente y sólo
contra aquello que decimos merece ser barrido), y decidida y
premeditadamente. Hordas de tapados martillando el asfalto, rasgando la
superficie grisácea que se expande por el mundo mercantilizado llamada
urbanización, para crear más material con el que darle duro a los
esbirros, mientras otros se enfrentaban a ellos con este material y
fuego, a la vez que otros habrían los locales de grandes tiendas
comerciales para destruir la mercancía (o robarla, que es otra manera de
destrucción de las mercancías al desviar la utilidad del objeto).
Los enfrentamientos se daban en cada esquina. El material saqueado a
las tiendas que era irrecuperable como pantallas e impresorasiba a
alimentar el fuego de las barricadas apostadas en esas mismas esquinas. A
lo lejos se comenzaba a divisar el humo de la farmacia que se consumía
por el fuego. Y hasta ahí todo bien.
Para partir estas reflexiones críticas hay que partir por posicionarse con respecto a lo sucedido.
La
muerte de Eduardo Lara es lamentable, pero los accidentes pasan y damos
por hecho que casi nadie de entre quienes celebramos el incendio pensó
en el momento en las consecuencias últimas que esto podría tener.
El título de guardia le quedaba grande al viejo, que en la práctica no
pasaba de ser nochero, y que a su edad tenía que hacer todavía dos pegas
de mierda para “ganase la vida” (¿¡le podemos decir a esto vida!?).
Quienes celebran la muerte del viejo porque era guardia o porque “cada
ciudadano es cómplice”, o bien son de los compañeros que están
entrampados en la creencia de que basta el con la destrucción física de
lo existente para su abolición o bien no creen siquiera posible la
destrucción real del mundo de la mercancía. Con los ‘compas’ que sufren
de un nihilismo autoderrotista y que no creen posible la superación real
del capitalismo y la destrucción del Estado, o sea, no creen en la
revolución (con lo que asemejan tristemente a los ciudadanos de los que
se creen tan distantes), no nos interesa entrar en mayor diálogo, por lo
menos por esta vez y en lo respecta a este punto. Están reflexiones
están dirigidas a quienes sí creemos posible la destrucción de lo
existente y orientamos nuestras prácticas en esa dirección.
Los discursos esgrimidos desde la izquierda y la ultraizquierda
tampoco son un aporte a la práctica subversiva. La izquierda patética
tiene un discurso fundamentalmente ciudadanista y ni siquiera merece una
réplica aquí. La idea de que los ‘violentistas’ (como si la violencia
fuera una cualidad particularmente nuestra) son en realidad pacos
infiltrados pertenece a una izquierda ciudadanista que pareciera que
nunca ha asistido a una marcha, o a una izquierda igual de ciudadanista
pero que acusa a la infiltración policial para “lavar” la imagen de los
movimientos sociales y así sacarse los balazos . Y desde la izquierda
más radical se elaboran cuestionamientos tales como “¿de qué sirve
atacar locales comerciales que están asegurados y por lo tanto no hay
pérdida monetaria para las empresas?” o “¿cómo esto beneficia a los
trabajadores?”.
El pensar el problema de la destrucción en actos
de los edificios capitalistas, la urbanización y la mercancía en
términos meramente cuantitativos (pérdida monetaria de las empresas)
tiene el riesgo de ser peligrosamente reduccionista. Cuando los
subversivos demuestran en actos el rechazo al mundo de la mercancía no
sólo lo hacen con el objetivo de provocar la pérdida material para los
capitalistas, sino que
el acto de destruir explicita en la
acción misma su contenido: el rechazo a una forma de vida esclavizante
que se encarna en estos objetos.
Además, lejos de ser mero simbolismo, la destrucción y el
enfrentamiento con la policía son una subversión real pero momentánea
del tiempo y espacio que el capitalismo nos usurpa en todo lugar y en
todo momento.
Por último, lo que esta izquierda radical entiende por “beneficios
para la clase trabajadora” serían las victorias de luchas parciales y
reformistas que, si bien en ciertas ocasiones puede adquirir un carácter
algo subversivo, en la práctica no dista de un programa
socialdemócrata, como pasa con todas las variantes de izquierda
leninista y/o disque libertaria y plataformista. Por lo que, teniendo en
vista su perspectiva socialdemócrata de la revolución, es comprensible
que en más de algún punto nuestra práctica tenga que chocar con la de
ellos. Si hay luchas de la clase trabajadora que nosotros consideremos
revolucionarias son aquellas que sirvan a la destrucción de las clases y
el trabajo.
La “eficacia” de las distintas acciones vista desde términos como los
que mencionamos más atrás tampoco interesa aquí. Aquí interesa poner en
tensión nuestras prácticas y su eficacia en los términos de una
la lucha anticapitalista y antiautoritaria. Para quienes llamamos a la
proliferación de las prácticas combativas es difícil que un llamado a
poner en cuestión estas prácticas no nos suene inevitablemente a un
llamado a la calma y la pasividad. Pero lejos de eso, es un ejercicio
esencial e inevitable si lo que se quiere es dotar de dinamismo a
nuestra lucha y hacer más certeras nuestras críticas y prácticas.
Si
ponemos en tensión toda una realidad y llamamos su destrucción
apostando a que nada es eterno e inamovible, entonces no deberíamos
hacer de nuestras prácticas y las perspectivas que tengamos de ellas
algo también algo incuestionable e inamovible.
La cuestión no es un llamado a dejar estas prácticas, sino que a
cuestionarlas, a no hacer de ellas un ritual autosuficiente. Para
apostar a la propagación de la revuelta
se debe entender que la
violencia agudizada en cierto punto se puede escapar de las manos y
puede resultar en cosas como esta, de manera de actuar teniéndolas en
consideración. Hace falta poner en cuestión aspectos
éticos, como las
consecuencias que ciertos ejercicios de la violencia podrían tener para terceros, pero también incluso
cuestiones técnicas del tipo de qué manera puede ser puesta en práctica tal o cuál acción sin que implique riesgos para otros. También vale poner en cuestión, a veces muy a pesar nuestro,
si
estas prácticas realmente ponen en tensión la realidad, o si responden a
veces a cierto fetiche de la violencia (desde la perspectiva de quienes
escriben esto, en la realidad están ambos aspectos en distintos
matices). Aquí no tenemos fórmulas de cómo movernos desde
ahora, ni qué hace falta precisamente poner en cuestión. Lamentablemente
puede que éste sea el aspecto sobre el que menos tenemos para decir (a
pesar de que haya sido el eje central de estas reflexiones). Quienes
escribimos aquí lo hacemos desde la urgencia que implica para nosotros l
a
creación de escenarios agitativos para la ruptura subversiva, de manera
que escribimos con una intención bastante lejana a la de un llamado a
la calma, sino que al contrario. Porque todavía nos entusiasma y nos
esperanza la idea de un 2016 de revuelta es que llamamos a tensionar
nuestras prácticas para hacerlas más certeras en sus objetivos.
Algunos creímos que la muerte de Eduardo acabaría con el contenido
potencial de revuelta que tenía la coyuntura de este año. Al parecer y
afortunadamente nos equivocamos ¡así que a la calle que todavía hay
bastante por hacer!
¡Que se hunda el mundo del Estado y la mercancía!
Ver más: Dos visiones anarquistas sobre lo sucedido: http://metiendoruido.com/2016/06/2-visiones-anarquistas-sobre-los-sucesos-del-21-de-mayo-y-la-muerte-de-eduardo-lara/