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Paro nacional” en Cataluña:
La colaboración con la patronal y la burguesía 
lleva al proletariado a una derrota segura



El referéndum del 1 de octubre ha dejado claro lo que significa la democracia, la legalidad y el Estado de Derecho: miles de policías y guardias civiles desembarcando en Barcelona al estilo de las fuerzas de ocupación, más de ochocientos heridos, algunos de ellos intervenidos de urgencias por los disparos de balas de goma, ancianos y niños golpeados y arrastrados por los suelos, bandas de nacionalistas españoles proclamando en el resto de ciudades la indivisibilidad del país y amenazando a quienes se cruzaban en su camino… Una buena lección acerca de lo que significan las libertades constitucionales.
Pero no sólo en el bando “español” se ha mostrado la terrible realidad de la veneración por las leyes y el Estado de Derecho: cuando la Guardia Civil y la policía nacional golpeaban a manifestantes desarmados, se debía recordar que habían sido los líderes parlamentarios, demócratas y partidarios de la legalidad de la Generalitat, los que habían llamado a mostrarse inermes e indefensos frente a las fuerzas policiales, que habían sido ellos quienes afirmaron que bastaba con presentarse en el lugar de votación para que el edificio represor del Estado se derrumbase. Mientras Puigdemont, Junqueras, Rufián o Gabriel votaban tranquilamente en colegios donde no había problemas, las personas convocadas por ellos sufrían la represión en su nombre. La llamada “revolución de las sonrisas” se ha levantado sobre los labios rotos de los manifestantes mientras que sus líderes, ellos sí, sonreían pensando en rentabilizar las imágenes retransmitidas por televisión y prensa al resto del mundo.


¡Proletarios!
El 1 de octubre se pudo ver la terrible imagen de la colaboración entre clases llevada a su máxima expresión. En nombre de la nación catalana y de su independencia, todas las clases sociales se presentan como una única fuerza, con intereses y aspiraciones comunes, con una lucha común y con un futuro de paz y armonía en la próxima república catalana que se presenta poco menos que como el paraíso en la tierra.
Pero la realidad es muy diferente. La parte de la burguesía catalana que ha encabezado la lucha por el referéndum; la pequeña burguesía que ha seguido unánimemente las consignas de esta y ha hecho de fuerza de choque callejera para permitir la votación y, por último, el proletariado, que ha permanecido prácticamente indiferente ante el llamado procés hasta que la policía ha reventado las calles de Barcelona; tienen intereses enfrentados y lo que se ventila en esta exacerbación del localismo y el particularismo chovinista que se llama “independencia” es completamente diferente para unos y otros.
La burguesía catalana, tanto aquella que ha encabezado el procés como aquella que se ha mantenido primero hostil, luego al margen y finalmente conciliadora, lucha por mejorar la parte del pastel que le corresponde en el reparto de ganancias con la burguesía del resto de España: históricamente su combate ha sido por lograr tanto una reducción en la cuota fiscal que le corresponde entregar al Estado central como un aumento en el retorno de estos impuestos, es decir, una mayor inversión de este Estado central en Cataluña. ¿Qué significa esto? Que la burguesía catalana, históricamente la columna vertebral del régimen burgués español, sufre especialmente las consecuencias de la crisis económica, es decir, padece la caída de la tasa de ganancia del capital. Y, para remediarlo, necesita aumentar la inversión de capital en su ámbito de influencia tanto como incrementar la explotación del proletariado de cuyo trabajo extrae la plusvalía que valoriza este capital. Significa, por lo tanto, que quiere que la parte del beneficio que tiene que destinar al conjunto del país en forma de impuestos se reduzca, quedándose con la diferencia para convertirla en inversión local. A esto se reducen sus aspiraciones, que no son pocas dado que para lograrlo necesita un cambio en la estructura fiscal del Estado español y en el andamiaje político y jurídico que lo sostiene. Un cambio que, dado el especial peso económico de Cataluña en el conjunto del país, implica cambios en la Constitución y en el ordenamiento legal de España.
Por su parte, la pequeña burguesía, doblemente azotada por la crisis de beneficios del capital en la medida en que es subsidiaria de los beneficios del capital invertido en Cataluña (y por lo tanto padece especialmente el descenso de estos) y, a la vez, se ve obligada a competir con el resto de burgueses (de España y del resto del mundo) que aprovechan las oportunidades de negocio en Cataluña desalojándola de la parcela comercial que ha sido hasta ahora suya, lucha por una política que proteja sus intereses, que blinde el mercado local, que impida que las grandes masas de capital movilizadas en Cataluña le desplacen. Lucha, en pocas palabras, contra los efectos de una crisis económica que ha implicado mayor concentración del capital y un incremento de la competencia entre burgueses por lograr una parte de las ganancias que están en juego. En este sentido, sus intereses coinciden en el terreno inmediato con los de la burguesía catalana, que puede lanzar promesas en esta dirección, si bien las duras leyes que gobiernan el mundo capitalista le impondrán, a no mucho tardar, medidas que van en contra de los intereses de la pequeña burguesía.
Finalmente el proletariado ha sufrido más que ninguna otra clase social las consecuencias de la crisis: paro, descenso de los salarios, EREs, aumento de los ritmos de trabajo, colas ante los comedores sociales, redadas policiales contra los proletarios inmigrantes… todo ello como consecuencia de la imperiosa necesidad del capital de incrementar su tasa de ganancia a costa de aumentar la plusvalía, es decir, la parte del trabajo que el burgués no paga al proletario. Y ha padecido estos efectos porque a costa de él viven otras clases sociales, de su trabajo se extrae el beneficio que tanto los grandes como los pequeños burgueses necesitan para mantener su estatus social. Y no han sido sólo los lejanos burgueses de Madrid quienes han aumentado la presión social sobre el proletariado: estos burgueses madrileños son también burgueses catalanes, como catalana es Caixabank, catalán es Gas Natural y catalana es la familia Raventós; pero, además, el proletario no es explotado sólo por los grandes holdings financieros, lo es también por el pequeño propietario de una empresa del metal de la periferia barcelonesa, lo es por el payés que contrata a dos o tres obreros del campo para la vendimia, lo es, en fin, por el hostelero que se lucra con el turismo de las Ramblas y por el propietario de los inmuebles que cobran el alquiler.
Y el uno de octubre todos ellos, payeses, tenderos, hosteleros… pero también propietarios de grandes empresas y medios de comunicación, llamaron al obrero a salir a la calle para “defender la democracia”.


¡Proletarios!
En el referéndum del 1 de octubre no estaba en juego la independencia de Cataluña, sino una inmensa maniobra destinada a soldar la cohesión social en torno a un proyecto de defensa de la democracia y de las instituciones burguesas que permita presentar un frente interclasista cohesionado en defensa de las exigencias de la burguesía. Este frente se ha articulado ilegalmente contra el Estado español porque la burguesía y la pequeña burguesía juegan la baza de imponer su propia legalidad, una legalidad que someterá al proletariado de la misma manera que la Generalitat, con el nacionalismo catalán a la cabeza, ya sometió a los proletarios a los recortes durante los últimos cinco años. La diferencia es que ahora se pretende que el procés democrático enganche a los proletarios al furgón de la defensa de la nación catalana y de sus exigencias económicas externas e internas. La democracia, todas las democracias que existen, sea cual sea su apellido o sus colores nacionales, es el mecanismo por el cual la burguesía trata de interesar al proletariado en el gobierno de la nación, de hacerle consentir con su propio sometimiento y, por lo tanto, con su propia explotación. Es por ello que el discurso democrático se blande en Barcelona tanto como en Madrid y los gobiernos de ambas capitales pretenden ostentar el papel de verdaderos defensores del Estado de Derecho, la participación ciudadana, etc.
¿En qué queda la lucha por la independencia catalana? ¿En unas votaciones el 1 de octubre? Todos, desde el gobierno central a la Generalitat pasando por los medios de comunicación saben perfectamente que esto no es así. La independencia de Cataluña, la lucha por la independencia que estaría sobre el tablero en el caso de que en Cataluña hubiese fuerzas sociales lo suficientemente fuertes como para estar interesadas en lograrlo, sólo podría lograrse por la vía de la lucha abierta, sobre el terreno de la fuerza, armada… tal y como ha pasado todas y cada una de las veces que una colonia se ha independizado de la metrópoli o una región se ha escindido de un país. Pero Cataluña no es una colonia de España, es la región más rica en la cual la burguesía agita la amenaza de la secesión para obtener ventajas mayores de las que ya disfruta y para pagar un precio menor por la crisis de aquel que quiere el Estado central.
Pero los burgueses y pequeño burgueses catalanes tienen unos objetivos muy diferentes a la independencia que sólo podría lograrse mediante la guerra, por eso reducen toda la lucha a una manifestación democrática: porque su primer y único interés es ser capaces de vincular a los proletarios, y con ellos al conjunto de las clases, a la defensa de la región, de la economía local, de los intereses de la burguesía identificados con el interés más general. Por eso toda su consigna era ¡Votad!, que significa implicaos en la defensa del gobierno catalán como representante de una nación distinta, lo que sea luego esta nación, una vez estéis todos tras ella, ya os lo diremos nosotros.
Y es por eso, también, que el día 3 de octubre patronal y sindicatos llaman a los proletarios a participar en un paro nacional.


¡Proletarios!
El “paro nacional” es una farsa con la cual la burguesía catalana actuando a través de sus agentes sindicales y políticos pretende involucrar a los proletarios en la defensa de la “nación” catalana], de la economía catalana y de la empresa local. En defensa, en pocas palabras, de la red de relaciones sociales que constituyen el capitalismo bajo cualquier cielo y en cualquier confín. Y pretenden hacerlo aludiendo a la situación de verdadera penuria por la que pasan buena parte de los proletarios catalanes. Pretenden hacer creer que la solución a esta penuria pasa por la independencia, que con la salida de España ellos, constituidos en únicos patrones “nacionales”, garantizarán el bienestar a la clase trabajadora. Y que, para ello, el proletariado debe jurarle lealtad participando con ellos en un “paro nacional” que vincule a trabajo y capital, a obreros explotados con burgueses explotadores, a los que padecían y a los que ejecutaban los recortes, a los que sufrían los golpes de los Mossos en las manifestaciones y a quienes decidían darlos.
El paro nacional no es una jornada de lucha de clase, es un paso más en el camino de atar más fuerte la soga que une a los proletarios con la burguesía en el proyecto patriótico y de defensa de los intereses económicos de burgueses y pequeño burgueses: así como la soga une al ahorcado y al verdugo, así este “paro nacional” une a obreros con patrones.

Un simple vistazo a los términos de la convocatoria deberían mostrar que lo que está detrás del paro nacional no es el interés por mejorar las condiciones de la clase trabajadora mediante la huelga. Los convocantes del paro son tanto los representantes de la patronal de la pequeña y mediana empresa como las organizaciones sindicales, unidos en la Taula per la Democracia, organismo que representa los intereses de la pequeña burguesía y de las burocracias sindicales en el Proces, poco que ver con la lucha en defensa de los salarios, contra los despidos, etc.
Las propias organizaciones sindicales vinculan su participación a que el paro se presente como un acto simbólico de unidad nacional, sin el mínimo atisbo de lucha o enfrentamiento, sin llamar a la solidaridad a los proletarios de fuera de Cataluña, sin intentar minar el chovinismo español que hoy se extiende sin freno al otro lado de la frontera catalana, sin plantear exigencias más allá de la defensa de la legalidad del Parlament catalán.
Finalmente, las organizaciones de la izquierda sindical que han convocado el paro, COS, CGT, CNT, IAC… tenían previsto, en un primer momento, una huelga general de una semana. El mismo 1 de octubre, con el llamamiento de las organizaciones patronales y de los sindicatos mayoritarios (a los cuales siempre han atacado por ser españoles y estar a sueldo de la patronal)… cedieron en toda regla y se unieron al paro nacional.


¡Proletarios!
La burguesía lucha siempre. Luchó, primero, durante el siglo XIX, contra las clases feudales a las que logró derrocar. Lucha, después, continuamente, contra el resto de burguesías, a las que trata de imponerse mediante la fuerza para lograr mejoras económicas, mayores rendimientos, más altas tasas de beneficio, en luchas que son a veces larvadas a veces abiertas. Y lucha, siempre, contra la clase proletaria, a la que somete diariamente, a la que tiene que golpear continuamente para lograr que no luche a su vez en defensa de sus intereses de clase.
Hoy la burguesía catalana y la burguesía española luchan entre sí. Pero a su vez ambas luchan contra el proletariado de todo el país. Y cesará mucho antes la lucha entre ambas burguesías que la lucha que libran, juntas, contra los proletarios. Porque para eso sus intereses sí son comunes, para la explotación de la fuerza de trabajo siempre estarán de acuerdo como lo han demostrado en siglos de historia conjunta.
Hoy los proletarios viven derrotados. Viven bajo el talón de hierro de la burguesía, sometidos al gobierno de la burguesía, dando su vida en la búsqueda del beneficio capitalista y sin ver ninguna salida a esta situación. Es por ello que ante cualquier fractura social que aparece, emerge la tensión proletaria. Por eso se ve en situaciones como la actual una posibilidad de ruptura, una salida… Pero es por eso también, porque el proletariado hoy no tiene una fuerza social específica organizada, dirigida hacia la lucha contra sus enemigos de clase, que todos los demagogos de la pequeña burguesía logran introducirle a sus planteamientos con la excusa del enfrentamiento social, de que al menos es algo, de que algo se ganará… Y le piden una y otra vez que haga de carne de cañón en sus guerras.
Pero el proletariado tiene una potencia histórica increíblemente mayor que la de todos los vendehúmos que pretenden que la patria, las reformas sociales o los ayuntamiento sean la panacea a la situación actual. Tiene una fuerza latente, larvada, que le da el ser la única clase social que produce toda la riqueza social, que está por lo tanto encuadrada y dirigida por la misma existencia del sistema capitalista hacia la destrucción del mundo actual. No necesita a cuentistas de la independencia ni a latigueros españolistas para que le dirijan en guerras que no son las suyas.
Las duras lecciones de estos últimos años y las aún más duras de los años que están por venir, deberán ir dando a los proletarios noción de cuál es su verdadera fuerza, de cuáles son sus verdaderos enemigos, de a qué conduce la alianza con otras clases sociales y la supeditación a su programa y objetivos de lucha. Estas lecciones permitirán a los proletarios madurar la necesidad de la lucha independiente de clase, de la organización sobre el terreno económico para combatir los efectos de la miseria capitalista y sobre el terreno general, político, para abatir el régimen burgués. Permitirán, en pocas palabras, que la clase proletaria sienta la necesidad de la lucha de clase revolucionaria y, por lo tanto, la necesidad de su partido de clase, del partido marxista que condensa la experiencia acumulada en todo el arco histórico de la lucha contra la burguesía y que lleva en su programa la ruptura con cualquier ilusión nacionalista, con cualquier defensa chovinista del particularismo nacional. 
 

¡Contra todo nacionalismo!
¡Contra todo particularismo!
¡Contra la defensa de la unidad nacional!
¡Contra la colaboración entre clases!
¡Por el retorno del proletariado a la lucha de clase independiente, más allá de cualquier diferencia “nacional”, presunta o verdadera!

 
Partido Comunista Internacional (El Proletario)
2 de octubre de 2017 - www.pcint.org



Referéndum en Cataluña:

¡Contra la “unidad nacional”!
¡Contra todo particularismo!
¡Contra la colaboración entre clases!
¡Por la lucha independiente de clase!





El próximo 1 de octubre la Generalitat y el Parlament de Cataluña han convocado un referéndum para decidir sobre una posible independencia de España de los territorios comprendidos en la Comunidad Autónoma de Cataluña. Se trata de la segunda convocatoria de referéndum en los últimos años: en 2014 otra iniciativa similar, por parte de ambos organismos, dejó un resultado abrumadoramente favorable para el “sí a la independencia” entre los 2,3 millones de votantes que participaron. Entonces, el referéndum no fue finalmente convocado con carácter vinculante, sino consultivo; pero para el próximo 1 de octubre la votación se ha organizado con todo un aparato legal, sancionado por el Parlament, que pretende ser capaz de proclamar la independencia de Cataluña si el resultado, como todo hace presagiar, fuese favorable al sí.

Por su parte, el Gobierno español y todos los organismos del Estado competentes en materia de jurisdicción territorial (Tribunal Constitucional, Fiscalía General, etc.) ya han advertido que impedirán la votación, y el propio presidente Rajoy ha dejado entrever en sus últimas declaraciones que llegará a aplicar el artículo 155 de la Constitución española, que permite suspender el régimen de autonomía de cualquiera de las regiones que disfrutan de él, si estas se posicionan, de una manera u otra, contra la propia Constitución española.





¡Proletarios!
En el referéndum del próximo 1 de octubre no está en juego la independencia de Cataluña. Los orígenes, las motivaciones y los fines de esta convocatoria son muy diferentes a lo que la propaganda nacionalista de la pequeña burguesía catalana, sus instituciones, los órganos de gobierno de la Comunidad Autónoma, y el propio Estado español, pretenden. La realidad es que Cataluña pasa por una durísima crisis económica que tiene su reflejo en la crisis política en la que se sitúa el referéndum y que es el verdadero determinante tanto de este como de toda la agitación nacionalista y democrática que lleva asolando el país desde hace años.
Desde el año 2007, al inicio de la crisis capitalista, Cataluña, que históricamente ha sido la región económicamente más relevante de España, ha perdido buena parte de su preponderancia en cuestiones como las exportaciones de mercancías y servicios, implantación industrial, construcción de obra pública y privada, etc.; de manera que su importancia en términos económicos ha caído dentro del conjunto de España. Ha visto como su deuda pública aumentaba hasta llegar a tener, en 2012, la mitad de toda la deuda de empresas públicas de España y, finalmente, ha sufrido la contracción de la inversión extranjera, históricamente tan importante en la región, hasta el punto de quedar muy por detrás de otras comunidades autónomas.
Como consecuencia de todo esto, Cataluña ha visto desplomarse el nivel de vida de la población, especialmente el del proletariado catalán, tradicionalmente mayor que el del resto de España, hasta el punto de ser la región más castigada por el paro después de Andalucía y Extremadura: ha acumulado un aumento del desempleo que, en términos proporcionales, es el mayor de toda España.
La dureza especialmente intensa con que Cataluña ha padecido la crisis capitalista está teniendo serias consecuencias. Por una parte, el gobierno de Cataluña, encabezado por cualquiera de las variantes del partido nacionalista de la burguesía catalana, se ha revuelto contra el marco jurídico territorial que rige en España y los límites de la autonomía. Este enfrentamiento se libró, en primer lugar, sobre el terreno tributario y fiscal: la burguesía catalana exigió al gobierno central más competencias en materia de recaudación de impuestos y más libertad para utilizar el presupuesto que con ello obtenía. No se trataba de que los avariciosos comerciantes y tenderos catalanes quisieran más parques para ellos y menos colegios para Andalucía: en el mundo capitalista el Estado no es un agente del bienestar social, es el principal actor económico, el único capaz de movilizar grandes recursos económicos necesarios para sustentar la buena marcha de la economía y el mercado. Inversiones en infraestructuras, que implican movilización de capital a gran escala y soluciones a los problemas de logística y transportes para el conjunto de los capitalistas de una región; créditos públicos, que mantienen la solvencia de las empresas capitalistas en épocas de crisis y permiten su expansión en épocas de bonanza; políticas sociales, que regulan y conservan la mano de obra garantizando su uso para el capital, tanto como una relativa paz social… Todas estas funciones, que afectan al conjunto de los burgueses y capitalistas en la medida en que ninguno de ellos puede realizarlas por sí solos, constituyen el verdadero y descomunal peso del Estado en la economía nacional. Luchando sobre el terreno tributario y fiscal, la burguesía catalana históricamente ha luchado por mayores facilidades, mayores beneficios, para sus negocios, en detrimento de los del resto de España. Se ha tratado, siempre, de un reparto del beneficio capitalista: los impuestos constituyen trabajo proletario no pagado, parte de la plusvalía que se extrae de la clase obrera y que es destinada al bien común capitalista, por vía de recaudación estatal o empresarial. Y con estas ganancias, los burgueses han garantizado que sus negocios vayan bien, que el Estado (la Generalitat autonómica) proveyese de todo lo necesario para ello, que el capital pudiese ser movilizado y rentabilizado en proporciones cada vez mayores, etc.
Pero la lucha sobre este terreno es de por sí difícil, mucho más cuando la crisis capitalista constriñe también al resto de burgueses que luchan, amparados esta vez por el Estado central, por evitar que la plusvalía que creen que es suya les sea escamoteada por estas vías. Es entonces cuando la lucha entra en una fase de abierta rivalidad política: la única intención de la burguesía catalana había sido cambiar las leyes fiscales a su favor, obteniendo un concierto económico más ventajoso con el Estado central… Perdida esta batalla, en nombre precisamente de la legalidad, entra en juego el combate contra dicha legalidad. Es por esto que la lucha por la independencia de Cataluña únicamente encubre el enfrentamiento entre piratas por un mejor reparto del botín. Por supuesto que no toda la burguesía catalana participa de estas veleidades independentistas (una burguesía que siempre ha sido el motor del conjunto de la burguesía española, que necesita el mercado nacional como principal lugar donde vender sus mercancías, que necesita la protección del Estado central en su lucha contra las burguesías de otros países, etc.). De hecho, a medida que el llamado proces ha ido avanzando, buena parte de esta burguesía, sobre todo de la gran burguesía, ligada íntimamente a España por vínculos comerciales indisolubles, la burguesía que controla las grandes entidades financieras como CaixaBank, las grandes eléctricas como Gas Natural, las grandes compañías de seguros como Catalana Occidente e incluso la propia patronal catalán, Fomento del Trabajo… se han desligado de él.

El referéndum del 1 de octubre, como todo el proceso independentista y la doctrina nacionalista que lo rodea -tanto nacionalista catalana como nacionalista española- tienen sus raíces en un enfrentamiento histórico entre la burguesía catalana y el resto de la burguesía española. Un enfrentamiento basado en la competencia que es consustancial al mundo capitalista: la burguesía no cesa de luchar, contra sus adversarios feudales primero, contra otras burguesías después, contra el proletariado siempre… Son palabras grabadas a fuego por el Manifiesto del Partido Comunista de Marx y Engels. En el caso de Cataluña y España se trata de un enfrentamiento prácticamente inscrito en los genes del Estado español y del desarrollo del capitalismo en esta región del mundo pero que, en cualquier caso, obedece a las inalterables leyes que rigen la vida de las clases sociales en la sociedad capitalista. Si hoy se ve enfrentadas no sólo a la tradicional burguesía del Eixample y del barrio de Salamanca sino, también, a las clases medias, a la pequeña burguesía, sobre todo, catalana, es porque la crisis económica ha hecho estragos también en estas y, de esta manera, ven en el programa nacionalista una salvación a sus males: mayores inversiones públicas que reactiven la economía nacional catalana de la cual son beneficiarios subsidiarios, blindaje de los mercados en los que participan, reconocimiento de su estatus profesional de acuerdo a criterios nacionales, etc. Esta pequeña burguesía, probablemente la más afectada por la crisis, la más presionada por el aumento de la competencia comercial y la que menos va a disfrutar de la llamada recuperación económica, se ha convertido, como en otras ocasiones, en la base social del independentismo, de la misma manera que en el resto de España ha dado las bases sociales para los “Ayuntamientos del cambio”, la regeneración democrática, etc.





¡Proletarios!
En el referéndum del próximo 1 de octubre no está en juego la independencia de Cataluña. Si la crisis capitalista ha recrudecido la lucha de competencia económica y comercial entre la burguesía catalana y la del resto de España, entre la pequeña burguesía vinculada al mercado catalán y el resto de competidores del resto del país, también ha hecho reverdecer la tensión social. Los despidos, el paro, los recortes, los descensos salariales… han sido el pan nuestro de cada día para los proletarios de Cataluña, exactamente igual que para los proletarios de Madrid o Andalucía. Y junto a estos agravios diarios, la burguesía ha lanzado, también, su cobertura ideológica que tiene la misión de hacerlos pasar por aceptables en función de un interés común entre las clases. Y también, en Madrid o en Barcelona, esta doctrina del interés común es la democracia, la defensa de la colaboración entre las clases, la participación electoral como única vía para defender los intereses de una u otra, etc.
De hecho esta democracia es el eje central del proces nacionalista y del propio referéndum. Toda la tensión social que se vive hoy en los barrios proletarios de Cataluña, todas las miserias cotidianas que los proletarios de esa región ven incrementarse, todos los agravios que padecen de parte de la patronal… ¿se solucionarán con la independencia? ¡En ningún momento se ha dicho esto! Porque ni los partidos políticos implicados en el proces, ni las llamadas instituciones de la sociedad civil (léase instituciones de la burguesía y de la pequeña burguesía, sociedad de los tenderos y los “jóvenes profesionales”) han prometido tan siquiera la independencia. ¡Es el electoralismo lo que está en juego el 1 de octubre! ¡No es por casualidad que los proletarios catalanes han sido llamados a votar 3 veces en los últimos 3 años! El 1 de octubre los proletarios deben olvidarse de sus padecimientos, deben abandonar las luchas que les interesan únicamente a ellos como clase, deben dejar cualquier interés propio… y confiar en que el referéndum, el proces, ambos culminación de la democracia al decir de burgueses y pequeño burgueses catalanes, limarán las asperezas sociales y permitirán a obreros y patrones, a burgueses y proletarios, ir en el mismo barco y marchar en la misma dirección.
El 1 de octubre los convocantes del referéndum, de la ANC a las CUP, pretenden fomentar un gran pacto entre clases que garantice la paz social, mientras la burguesía negocia sus propios intereses con el Estado español. Todas las proclamas de la pequeña burguesía nacionalista van en ese sentido: “dejad que el pueblo vote y, después,…” Es por ello que todos llaman, unánimemente, sin fisuras y sin dudas, a votar, a participar, a dejar de lado intereses que no sean los de “la nación y la sociedad”. Después del 1 de octubre, después del referéndum, lo que habrán obtenido será un perfecto consenso democrático que legitimará, sobre el terreno social, cualquier medida, cualquier disposición, en interés de la unidad nacional catalana, de la economía nacional, de los intereses superiores de la nación… de la defensa exclusiva de los intereses del capital.
¿Qué independencia esperan, si no, los convocantes del referéndum? Del partido de Mas-Puigdemont, prácticamente se sabe todo: son los hereus de la tradición burguesa catalana, si llegan a este punto es porque no han podido encontrar un mínimo acomodo que les permitiese no ir tan lejos. Y tan pronto como puedan, darán marcha atrás. De esa pequeña burguesía, parlamentaria, legalista e institucional de las CUP, no puede esperarse nada nuevo: llaman “al pueblo” a una independencia pacífica y democrática, lograda por la vía del voto y la desobediencia institucional. Repiten una y otra vez que con sólo exhibir el “derecho democrático a decidir” el Estado español se rendirá. Llaman, en fin, a que su “pueblo” se haga apalear, detener y tantas otras cosas más, con las manos vacías y a pecho descubierto.
Ni el PDeCAT ni las CUP buscan otra cosa que un refrendo de la política burguesa cubierta con el manto nacionalista. De ellos, el proletariado sólo puede esperar que le hagan agotarse en batallas inútiles y que le entreguen atado de pies y manos a su enemigo de clase, que es lo que se pretende en el referéndum del 1 de octubre.





¡Proletarios!
Mientras que el particularismo catalán (elevado por la burguesía catalana a “nacionalismo”) busca con el 1 de octubre sumar al proletariado al carro de la defensa de la democracia; la burguesía española aprovecha la ocasión para verter toneladas de prejuicios nacionalistas sobre el proletariado del resto del país. Atacando, también en nombre de la democracia, al independentismo catalán, busca reforzar los vínculos que atan al proletariado a la defensa del interés superior de la nación española. Por ello, quiere presentar su negativa a permitir el referéndum del 1 de octubre como una defensa de la democracia y del interés general, exactamente los mismos argumentos que da el Govern de la Generalitat. En ambos bandos la consigna democrática es el anzuelo con el que pretenden reforzar su poder sobre la clase proletaria.






¡Proletarios!
La clase obrera catalana ha sido siempre la vanguardia de la lucha anti burguesa en España. Fue esta clase la que inició la Semana Trágica de 1909 contra la guerra de Marruecos promovida por burgueses catalanes y españoles; fue esta clase la que fundó y organizó el gran sindicato de clase del proletariado español, la CNT; fue esta clase la que dio los ejemplos de militancia revolucionaria más entregada, como fue esta clase la que paró la reacción militar de 1936. Y siempre, siempre, realizó todas estas gestas partiendo de la base del rechazo radical a todo tipo de nacionalismo, a todo tipo de programa de unidad nacional burgués, combatiendo las influencias de la pequeña burguesía radicalizada e independentista entre los proletarios.
Esa es la historia, la lucha y la actitud espontáneamente anti burguesas (¡y verdaderamente anti capitalistas, para escarnio de los botiguers de las CUP!) que la clase obrera de Cataluña supo mostrar a sus hermanos del resto del país y que podrá –en la medida en que logre reconquistar el terreno de la lucha de clase, influenciada por el partido de clase revolucionario- generar nuevamente. Y ese es el peligro que la burguesía y la pequeña burguesía nacionalistas quieren conjurar llamando a la unidad nacional y a la defensa de la democracia.






¡Proletarios!
El día 1 de octubre no se decidirá nada. Pero la convocatoria del referéndum y la respuesta del Estado español son síntomas de una crisis social larvada que, con toda seguridad, se agudizará según transcurra el tiempo. En ella la burguesía intentará atar al proletariado, ligarle a la defensa de sus intereses con la excusa de la defensa de la nación. Le utilizará como carne de cañón en sus enfrentamientos con el resto de burguesías y le llamará a hacer los mayores sacrificios por el bien común.
Para zafarse de este destino, para poder plantar cara al negro porvenir que le espera, el proletariado debe rechazar desde el primer momento la unión con la burguesía, la colaboración entre clases, la defensa de la “unidad nacional”, la “nación” -ya sea esta el conjunto de España o una Cataluña separada e independiente-. Ni los grandes burgueses ni los pequeños son aliados del proletariado, sus programas políticos sólo representan, para él, miseria y opresión. Sólo retomando el camino de la lucha clasista, de la defensa intransigente de sus intereses, de la lucha sobre el terreno inmediato, tanto como sobre el terreno político general, con un programa y una visión propias y bajo la guía del partido de clase revolucionario, el proletariado puede encontrar una salida al futuro de miseria y opresión que le espera.





¡Contra todo nacionalismo!
¡Contra todo particularismo!
¡Contra la defensa de la unidad nacional!
¡Contra la colaboración entre clases!


¡Por el retorno del proletariado a la lucha de clase independiente!


09/09/2017
Partido Comunista Internacional (El Proletario)




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OTROS TEXTOS de interés:
> Los obreros en todos los países somos extranjeros (posicionamiento del Sindicato SUT): http://barcelona.indymedia.org/newswire/display/515106

> Donde estamos, por Anarquistas Barcelona: http://barcelona.indymedia.org/newswire/display/515268 

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