“Paro nacional” en
Cataluña:
La colaboración con la
patronal y la burguesía
lleva al proletariado a una derrota segura
El referéndum del 1 de octubre ha dejado claro
lo que significa la democracia, la legalidad y el Estado de Derecho:
miles de policías y guardias civiles desembarcando en Barcelona al
estilo de las fuerzas de ocupación, más de ochocientos heridos,
algunos de ellos intervenidos de urgencias por los disparos de balas
de goma, ancianos y niños golpeados y arrastrados por los suelos,
bandas de nacionalistas españoles proclamando en el resto de
ciudades la indivisibilidad del país y amenazando a quienes se
cruzaban en su camino… Una buena lección acerca de lo que
significan las libertades constitucionales.
Pero no sólo en el bando “español” se ha
mostrado la terrible realidad de la veneración por las leyes y el
Estado de Derecho: cuando la Guardia Civil y la policía nacional
golpeaban a manifestantes desarmados, se debía recordar que habían
sido los líderes parlamentarios, demócratas y partidarios de la
legalidad de la Generalitat, los que habían llamado a mostrarse
inermes e indefensos frente a las fuerzas policiales, que habían
sido ellos quienes afirmaron que bastaba con presentarse en el lugar
de votación para que el edificio represor del Estado se derrumbase.
Mientras Puigdemont, Junqueras, Rufián o Gabriel votaban
tranquilamente en colegios donde no había problemas, las personas
convocadas por ellos sufrían la represión en su nombre. La llamada
“revolución de las sonrisas” se ha levantado sobre los labios
rotos de los manifestantes mientras que sus líderes, ellos sí,
sonreían pensando en rentabilizar las imágenes retransmitidas por
televisión y prensa al resto del mundo.
¡Proletarios!
El 1 de octubre se pudo ver la terrible imagen
de la colaboración entre clases llevada a su máxima expresión. En
nombre de la nación catalana y de su independencia, todas las clases
sociales se presentan como una única fuerza, con intereses y
aspiraciones comunes, con una lucha común y con un futuro de paz y
armonía en la próxima república catalana que se presenta poco
menos que como el paraíso en la tierra.
Pero la realidad es muy diferente. La parte de
la burguesía catalana que ha encabezado la lucha por el referéndum;
la pequeña burguesía que ha seguido unánimemente las consignas de
esta y ha hecho de fuerza de choque callejera para permitir la
votación y, por último, el proletariado, que ha permanecido
prácticamente indiferente ante el llamado procés hasta que
la policía ha reventado las calles de Barcelona; tienen intereses
enfrentados y lo que se ventila en esta exacerbación del localismo
y el particularismo chovinista que se llama “independencia” es
completamente diferente para unos y otros.
La burguesía catalana, tanto aquella que ha
encabezado el procés como aquella que se ha mantenido primero
hostil, luego al margen y finalmente conciliadora, lucha por mejorar
la parte del pastel que le corresponde en el reparto de ganancias con
la burguesía del resto de España: históricamente su combate ha
sido por lograr tanto una reducción en la cuota fiscal que le
corresponde entregar al Estado central como un aumento en el retorno
de estos impuestos, es decir, una mayor inversión de este Estado
central en Cataluña. ¿Qué significa esto? Que la burguesía
catalana, históricamente la columna vertebral del régimen burgués
español, sufre especialmente las consecuencias de la crisis
económica, es decir, padece la caída de la tasa de ganancia del
capital. Y, para remediarlo, necesita aumentar la inversión de
capital en su ámbito de influencia tanto como incrementar la
explotación del proletariado de cuyo trabajo extrae la plusvalía
que valoriza este capital. Significa, por lo tanto, que quiere que la
parte del beneficio que tiene que destinar al conjunto del país en
forma de impuestos se reduzca, quedándose con la diferencia para
convertirla en inversión local. A esto se reducen sus aspiraciones,
que no son pocas dado que para lograrlo necesita un cambio en la
estructura fiscal del Estado español y en el andamiaje político y
jurídico que lo sostiene. Un cambio que, dado el especial peso
económico de Cataluña en el conjunto del país, implica cambios en
la Constitución y en el ordenamiento legal de España.
Por su parte, la pequeña burguesía,
doblemente azotada por la crisis de beneficios del capital en la
medida en que es subsidiaria de los beneficios del capital invertido
en Cataluña (y por lo tanto padece especialmente el descenso de
estos) y, a la vez, se ve obligada a competir con el resto de
burgueses (de España y del resto del mundo) que aprovechan las
oportunidades de negocio en Cataluña desalojándola de la parcela
comercial que ha sido hasta ahora suya, lucha por una política que
proteja sus intereses, que blinde el mercado local, que impida que
las grandes masas de capital movilizadas en Cataluña le desplacen.
Lucha, en pocas palabras, contra los efectos de una crisis económica
que ha implicado mayor concentración del capital y un incremento de
la competencia entre burgueses por lograr una parte de las ganancias
que están en juego. En este sentido, sus intereses coinciden en el
terreno inmediato con los de la burguesía catalana, que puede lanzar
promesas en esta dirección, si bien las duras leyes que gobiernan el
mundo capitalista le impondrán, a no mucho tardar, medidas que van
en contra de los intereses de la pequeña burguesía.
Finalmente el proletariado ha sufrido más que
ninguna otra clase social las consecuencias de la crisis: paro,
descenso de los salarios, EREs, aumento de los ritmos de trabajo,
colas ante los comedores sociales, redadas policiales contra los
proletarios inmigrantes… todo ello como consecuencia de la
imperiosa necesidad del capital de incrementar su tasa de ganancia a
costa de aumentar la plusvalía, es decir, la parte del trabajo que
el burgués no paga al proletario. Y ha padecido estos efectos
porque a costa de él viven otras clases sociales, de su trabajo se
extrae el beneficio que tanto los grandes como los pequeños
burgueses necesitan para mantener su estatus social. Y no han sido
sólo los lejanos burgueses de Madrid quienes han aumentado la
presión social sobre el proletariado: estos burgueses madrileños
son también burgueses catalanes, como catalana es Caixabank,
catalán es Gas Natural y catalana es la familia
Raventós; pero, además, el proletario no es explotado sólo por los
grandes holdings financieros, lo es también por el pequeño
propietario de una empresa del metal de la periferia barcelonesa, lo
es por el payés que contrata a dos o tres obreros del campo
para la vendimia, lo es, en fin, por el hostelero que se lucra con el
turismo de las Ramblas y por el propietario de los inmuebles que
cobran el alquiler.
Y el uno de octubre todos ellos, payeses,
tenderos, hosteleros… pero también propietarios de grandes
empresas y medios de comunicación, llamaron al obrero a salir a la
calle para “defender la democracia”.
¡Proletarios!
En el referéndum del 1 de octubre no estaba en
juego la independencia de Cataluña, sino una inmensa maniobra
destinada a soldar la cohesión social en torno a un proyecto de
defensa de la democracia y de las instituciones burguesas que permita
presentar un frente interclasista cohesionado en defensa de las
exigencias de la burguesía. Este frente se ha articulado ilegalmente
contra el Estado español porque la burguesía y la pequeña
burguesía juegan la baza de imponer su propia legalidad, una
legalidad que someterá al proletariado de la misma manera que la
Generalitat, con el nacionalismo catalán a la cabeza, ya sometió a
los proletarios a los recortes durante los últimos cinco años. La
diferencia es que ahora se pretende que el procés democrático
enganche a los proletarios al furgón de la defensa de la nación
catalana y de sus exigencias económicas externas e internas. La
democracia, todas las democracias que existen, sea cual sea su
apellido o sus colores nacionales, es el mecanismo por el cual la
burguesía trata de interesar al proletariado en el gobierno de la
nación, de hacerle consentir con su propio sometimiento y, por lo
tanto, con su propia explotación. Es por ello que el discurso
democrático se blande en Barcelona tanto como en Madrid y los
gobiernos de ambas capitales pretenden ostentar el papel de
verdaderos defensores del Estado de Derecho, la participación
ciudadana, etc.
¿En qué queda la lucha por la independencia
catalana? ¿En unas votaciones el 1 de octubre? Todos, desde el
gobierno central a la Generalitat pasando por los medios de
comunicación saben perfectamente que esto no es así. La
independencia de Cataluña, la lucha por la independencia que estaría
sobre el tablero en el caso de que en Cataluña hubiese fuerzas
sociales lo suficientemente fuertes como para estar interesadas en
lograrlo, sólo podría lograrse por la vía de la lucha abierta,
sobre el terreno de la fuerza, armada… tal y como ha pasado todas y
cada una de las veces que una colonia se ha independizado de la
metrópoli o una región se ha escindido de un país. Pero Cataluña
no es una colonia de España, es la región más rica en la cual la
burguesía agita la amenaza de la secesión para obtener ventajas
mayores de las que ya disfruta y para pagar un precio menor por la
crisis de aquel que quiere el Estado central.
Pero los burgueses y pequeño burgueses
catalanes tienen unos objetivos muy diferentes a la independencia que
sólo podría lograrse mediante la guerra, por eso reducen toda la
lucha a una manifestación democrática: porque su primer y único
interés es ser capaces de vincular a los proletarios, y con ellos al
conjunto de las clases, a la defensa de la región, de la economía
local, de los intereses de la burguesía identificados con el interés
más general. Por eso toda su consigna era ¡Votad!, que
significa implicaos en la defensa del gobierno catalán como
representante de una nación distinta, lo que sea luego esta
nación, una vez estéis todos tras ella, ya os lo diremos nosotros.
Y es por eso, también, que el día 3 de
octubre patronal y sindicatos llaman a los proletarios a participar
en un paro nacional.
¡Proletarios!
El “paro nacional” es una farsa con la cual
la burguesía catalana actuando a través de sus agentes sindicales y
políticos pretende involucrar a los proletarios en la defensa de la
“nación” catalana], de la economía catalana y de la empresa
local. En defensa, en pocas palabras, de la red de relaciones
sociales que constituyen el capitalismo bajo cualquier cielo y en
cualquier confín. Y pretenden hacerlo aludiendo a la situación de
verdadera penuria por la que pasan buena parte de los proletarios
catalanes. Pretenden hacer creer que la solución a esta penuria pasa
por la independencia, que con la salida de España ellos,
constituidos en únicos patrones “nacionales”, garantizarán el
bienestar a la clase trabajadora. Y que, para ello, el proletariado
debe jurarle lealtad participando con ellos en un “paro nacional”
que vincule a trabajo y capital, a obreros explotados con burgueses
explotadores, a los que padecían y a los que ejecutaban los
recortes, a los que sufrían los golpes de los Mossos en las
manifestaciones y a quienes decidían darlos.
El “paro
nacional” no es una jornada de lucha
de clase, es un paso más en el camino de atar más fuerte la soga
que une a los proletarios con la burguesía en el proyecto
“patriótico”
y de defensa de los intereses económicos de burgueses y pequeño
burgueses: así como la soga une al ahorcado y al verdugo, así este
“paro nacional” une a obreros con patrones.
Un simple vistazo a los términos de la
convocatoria deberían mostrar que lo que está detrás del “paro
nacional” no es el interés por
mejorar las condiciones de la clase trabajadora mediante la huelga.
Los convocantes del paro son tanto los representantes de la patronal
de la pequeña y mediana empresa como las organizaciones sindicales,
unidos en la Taula per la Democracia, organismo que representa
los intereses de la pequeña burguesía y de las burocracias
sindicales en el Proces, poco que ver con la lucha en defensa
de los salarios, contra los despidos, etc.
Las propias organizaciones sindicales vinculan
su participación a que el paro se presente como un acto simbólico
de “unidad nacional”,
sin el mínimo atisbo de lucha o enfrentamiento, sin llamar a la
solidaridad a los proletarios de fuera de Cataluña, sin intentar
minar el chovinismo español que hoy se extiende sin freno al otro
lado de la frontera catalana, sin plantear exigencias más allá de
la defensa de la legalidad del Parlament catalán.
Finalmente, las organizaciones de la izquierda
sindical que han convocado el paro, COS, CGT, CNT, IAC… tenían
previsto, en un primer momento, una huelga general de una semana. El
mismo 1 de octubre, con el llamamiento de las organizaciones
patronales y de los sindicatos mayoritarios (a los cuales siempre han
atacado por ser españoles y estar a sueldo de la patronal)…
cedieron en toda regla y se unieron al paro nacional.
¡Proletarios!
La burguesía lucha siempre. Luchó, primero,
durante el siglo XIX, contra las clases feudales a las que logró
derrocar. Lucha, después, continuamente, contra el resto de
burguesías, a las que trata de imponerse mediante la fuerza para
lograr mejoras económicas, mayores rendimientos, más altas tasas de
beneficio, en luchas que son a veces larvadas a veces abiertas. Y
lucha, siempre, contra la clase proletaria, a la que somete
diariamente, a la que tiene que golpear continuamente para lograr que
no luche a su vez en defensa de sus intereses de clase.
Hoy la burguesía catalana y la burguesía
española luchan entre sí. Pero a su vez ambas luchan contra el
proletariado de todo el país. Y cesará mucho antes la lucha entre
ambas burguesías que la lucha que libran, juntas, contra los
proletarios. Porque para eso sus intereses sí son comunes, para la
explotación de la fuerza de trabajo siempre estarán de acuerdo como
lo han demostrado en siglos de historia conjunta.
Hoy los proletarios viven derrotados. Viven
bajo el talón de hierro de la burguesía, sometidos al gobierno de
la burguesía, dando su vida en la búsqueda del beneficio
capitalista y sin ver ninguna salida a esta situación. Es por ello
que ante cualquier fractura social que aparece, emerge la tensión
proletaria. Por eso se ve en situaciones como la actual una
posibilidad de ruptura, una salida… Pero es por eso también,
porque el proletariado hoy no tiene una fuerza social específica
organizada, dirigida hacia la lucha contra sus enemigos de clase, que
todos los demagogos de la pequeña burguesía logran introducirle a
sus planteamientos con la excusa del enfrentamiento social, de que al
menos es algo, de que algo se ganará… Y le piden una y
otra vez que haga de carne de cañón en sus guerras.
Pero el proletariado tiene una potencia
histórica increíblemente mayor que la de todos los vendehúmos que
pretenden que la patria, las reformas sociales o los ayuntamiento
sean la panacea a la situación actual. Tiene una fuerza latente,
larvada, que le da el ser la única clase social que produce toda la
riqueza social, que está por lo tanto encuadrada y dirigida por la
misma existencia del sistema capitalista hacia la destrucción del
mundo actual. No necesita a cuentistas de la independencia ni a
latigueros españolistas para que le dirijan en guerras que no son
las suyas.
Las duras lecciones de estos últimos años y
las aún más duras de los años que están por venir, deberán ir
dando a los proletarios noción de cuál es su verdadera fuerza, de
cuáles son sus verdaderos enemigos, de a qué conduce la alianza con
otras clases sociales y la supeditación a su programa y objetivos de
lucha. Estas lecciones permitirán a los proletarios madurar la
necesidad de la lucha independiente de clase, de la organización
sobre el terreno económico para combatir los efectos de la miseria
capitalista y sobre el terreno general, político, para abatir el
régimen burgués. Permitirán, en pocas palabras, que la clase
proletaria sienta la necesidad de la lucha de clase revolucionaria y,
por lo tanto, la necesidad de su partido de clase, del partido
marxista que condensa la experiencia acumulada en todo el arco
histórico de la lucha contra la burguesía y que lleva en su
programa la ruptura con cualquier ilusión nacionalista, con
cualquier defensa chovinista del particularismo nacional.
¡Contra
todo nacionalismo!
¡Contra
todo particularismo!
¡Contra
la defensa de la unidad nacional!
¡Contra
la colaboración entre clases!
¡Por
el retorno del proletariado a la lucha de clase independiente, más
allá de cualquier diferencia “nacional”, presunta o verdadera!
Partido Comunista Internacional (El
Proletario)
2
de octubre de 2017 - www.pcint.org