Sudáfrica:
Masacre capitalista en una mina de oro abandonada.: 87 asesinados y 248 muertos de hambre.
El capitalismo sudafricano ha alcanzado otra etapa en su brutalidad: una mina de oro abandonada cerca de Stilfontein ha sido testigo de la barbarie capitalista. El gobierno del Congreso Nacional Africano (CNA), a través del cual el régimen capitalista ha pasado a manos de las élites políticas negras desde 1994, como órgano leal del capitalismo sudafricano, orquestó y dirigió la inanición y muerte de los desesperados seres humanos encontrados en la mina abandonada: 87 asesinados, 248 demacrados casi hasta la muerte.
¿Su crimen? La lucha por la supervivencia en una realidad social en la que la pobreza y el paro (en torno al 30%, alrededor del 60% para los jóvenes) son una realidad cotidiana. Esta masacre de Stilfontein demuestra verazmente la continuidad de la opresión y la barbarie desde el apartheid (política sudafricana de segregación racial aplicada hasta los años 90) hasta el capitalismo dirigido por la burguesía negra.
Esta masacre no es más que el último episodio de la historia de opresión y violencia sistemáticas contra los trabajadores y las masas empobrecidas de Sudáfrica. Durante la época del apartheid, la mano de obra de los trabajadores de color fue explotada sin piedad para alimentar la industria minera y llenar los bolsillos de beneficios de la burguesía blanca, que consolidó su dominación mediante políticas de segregación racial y violencia. El fin del apartheid no trajo prosperidad y liberación a las masas no blancas no privilegiadas, sino una nueva reconfiguración de las estructuras de explotación construidas sobre los mismos cimientos. Tras el fin del apartheid, bajo el CNA, la industria minera sufrió un duro golpe: se cerraron unas 6.000 minas, Sudáfrica cayó del primer puesto en producción de oro al undécimo, y la minería siguió decayendo...; las comunidades locales se vieron abocadas a la minería ilegal y peligrosa para su supervivencia.
Estos mineros ilegales, los llamados zama zamas, acertadamente bautizados como «tomadores de riesgos», son producto del declive del sector minero; arriesgan sus vidas, muchos de ellos emigrantes de países vecinos, con medios improvisados, en pozos abandonados para extraer el oro que, con otras materias primas en las que Sudáfrica es rica, impulsó en su día la maquinaria económica sudafricana. El impulso que impulsa a estos zama zamas es la pura desesperación por su supervivencia, no la codicia y la opulencia asociadas al oro: una desesperación nacida de la realidad de una sociedad capitalista en la que sus condiciones de vida, y las de sus familias, están desatendidas y abandonadas a la más absoluta ruina.
En 2023, el gobierno del CNA lanzó la operación Vala Umgodi («Cerrar el agujero»), una campaña militarizada para acabar con la minería ilegal. La mina de Stilfontein se convirtió en el escenario de esta campaña a partir de agosto de 2024. Las fuerzas de seguridad bloquearon la mina y, como parte de un elaborado plan, intentaron que se quedaran sin comida ni agua. Los mineros atrapados bajo tierra han luchado durante meses para vivir en condiciones inimaginablemente horribles ante la muerte.
La afirmación de la policía de que los mineros se negaron a salir a la superficie por miedo a ser detenidos está cruelmente tergiversada. Los testimonios de los supervivientes revelan un aspecto diferente de la historia: muchos estaban demasiado débiles para salir por medios improvisados, mientras que a otros se lo impidieron activamente miembros de los grupos delictivos organizados que controlaban la explotación de estas minas.
Cuando el gobierno se vio obligado a actuar por orden judicial -tras largas batallas judiciales, se le permitió entregar pequeñas cantidades de alimentos y agua en noviembre y diciembre-, su respuesta fue insensible y frívola. Las operaciones de rescate podrían haber comenzado meses antes; la operación final, iniciada el 13 de enero de 2025, duró sólo tres días. Para entonces, 87 personas ya habían perdido la vida: una masacre causada no por las balas, sino por el hambre organizada y la insensibilidad.
La narrativa del CNA retrata a los zama zamas como delincuentes que están robando a la economía nacional: se dice que sólo en 2024 la minería ilegal costó a la economía sudafricana 3.200 millones de dólares (3.000 millones de euros). Pero la realidad, como siempre, es mucho más compleja. En efecto, la minería ilegal está organizada, pero esta organización es un marco mucho más amplio en el que se explota a los propios mineros. Los sindicatos criminales operan con arreglo a funciones claramente definidas: explotan a los trabajadores e introducen el oro en los mercados mundiales a través de canales ilegales. Estos grupos no son bandas «aisladas», sino redes muy organizadas con raíces en las comunidades locales y, lo que es más importante, están vinculadas a la policía, las autoridades (locales).
Los mismos policías que bloquearon la mina de Stilfontein están acusados de conspiración criminal y de aceptar sobornos para permitir que los grupos delictivos operen sin trabas. Las autoridades locales también suelen hacer la vista gorda. Esta «organización» refleja el propio capitalismo: jerárquica, explotadora y cruel. Los mineros, en la base de esta pirámide, soportan todo el peso de su violencia.
El horror de Stilfontein se hace eco de la masacre de 2012 en Marikana (1), donde 36 mineros en huelga (¡no ilegales!) fueron abatidos a tiros por la policía. Los métodos asesinos pueden diferir, pero la dinámica básica sigue siendo la misma: el papel del Estado como órgano colectivo de los intereses capitalistas. En ambos casos, los trabajadores que luchaban por sobrevivir se encontraron con una represión brutal.
El Estado dirigido por el ANC ha añadido una nueva dimensión al suceso: la retórica xenófoba. Ha elegido a los inmigrantes de los países vecinos como chivos expiatorios y, al denigrarlos, pretende dividir a las masas trabajadoras y pobres y ocultar la explotación y la opresión comunes a las que todos se enfrentan. Esta estrategia divisoria sólo sirve a un propósito: reforzar el poder del Estado, del capital, y debilitar la posibilidad de una explosión social de las masas.
El CNA, antaño símbolo de la lucha contra el apartheid, se encuentra ahora en el gobierno de una sociedad profundamente desigual. Los dirigentes del CNA, muchos de los cuales se han enriquecido gracias a la industria minera, son parásitos sobre los hombros de la clase trabajadora. Personas como Cyril Ramaphosa, antaño dirigente sindical del Sindicato Nacional de Mineros (NUM) y del Congreso de Sindicatos Sudafricanos (COSATU) y ahora magnate de la minería, son el epítome de esto. Su riqueza se ha hecho con el sudor y la sangre de los trabajadores a los que criminalizan en esta era posterior al apartheid.
El Ministro de Recursos Minerales, Gwede Mantashe, también antiguo dirigente sindical y ex alto cargo del Partido Comunista Sudafricano (SACP), comentó insensiblemente la tragedia de Stilfontein cuando comparó a los mineros con personas que se arriesgan voluntariamente tumbándose en las vías. Tales declaraciones demuestran el verdadero papel del gobierno: no servir al pueblo, sino al capital.
Como ya se ha dicho, las masacres de Stilfontein o Marikana no son incidentes aislados, sino manifestaciones externas de la violencia sistémica inherente al capitalismo. El destino de los mineros apunta a las condiciones más amplias de la clase obrera sudafricana: desempleo galopante, pobreza generalizada, una economía informal explotadora y la realidad insuperable de la situación de desigualdad de las masas de color heredada del colonialismo blanco y del apartheid.
El CNA nunca ha proyectado una superación del régimen capitalista: ya en 1964, el propio Nelson Mandela demostró que se trataba de una reconfiguración de la superestructura: «En ningún momento de su historia el CNA ha propugnado un cambio revolucionario de la estructura económica del país, ni [...] ha condenado jamás la sociedad capitalista». Las masas trabajadoras y pobres nunca pudieron esperar que el CNA resolviera su situación social y de vida; el programa Black Economic Empowerment tenía efectivamente un único objetivo: el establecimiento de una élite burguesa negra.
En este ciclo de violencia, la clase obrera no puede confiar en el CNA, ni en el PCS, ni en los sindicatos colaboracionistas de clase NUM/COSATU; esta trinidad perpetúa su opresión. La única forma de avanzar es organizarse fuera del marco de la colaboración de clases, independientemente del Estado, de sus instituciones y de los falsos amigos de las masas trabajadoras y pobres que siguen ofreciéndoles la ilusión de prosperidad bajo el capital negro; por la propia razón de ser de los trabajadores migrantes a través de las fronteras, la solidaridad internacional es necesaria, pero la lucha en Sudáfrica refleja la explotación a la que se enfrentan los trabajadores en todo el mundo.
Estas y otras masacres son sombríos recordatorios de la inhumanidad del capitalismo. Pero también son llamadas a las armas. Los trabajadores de Sudáfrica -y de todo el mundo- deben unirse para erradicar las estructuras del régimen capitalista que perpetúan su sufrimiento; a ellos deben unirse las masas empobrecidas porque sólo el proletariado moderno, la clase de los trabajadores asalariados, está llamado y es capaz de la lucha revolucionaria para poner fin a los ciclos de explotación y construir una sociedad en la que la vida humana sea más valiosa que el beneficio.
¡Que el derramamiento de sangre en Stilfontein alimente la explosión de la lucha de clases!
Proletarios de todos los países, ¡uníos!
(1) Véase El Proletario nº 1, diciembre de 2012 en https://pcint.org/05_Elprol/001/001_masacre-south-africa.htm
27 de enero de 2025 - https://pcint.org/