Como unos proletarios más que se sumaron al Paro desde el primer día, pero que todavía no tienen la fuerza para organizar acciones revolucionarias de masas, y con base en nuestra propia experiencia en las revueltas pasadas en este país, hacemos públicas las siguientes preguntas para contribuir críticamente a la reflexión y la acción colectiva:

  • ¿Hemos aprendido las lecciones de las Revueltas de Octubre del 2019 y de Junio del 2022 ó vamos a seguir repitiendo los mismos errores en esta nueva revuelta? Más específicamente: en este Paro Nacional, ¿ya vamos a romper y superar el círculo vicioso protesta–represión–negociación? Es más, ¿realmente es una revuelta ó una serie prolongada de protestas legítimas pero débiles contra un gobierno nefasto pero fuerte que sí aprendió las lecciones de las revueltas pasadas?
  • ¿Cómo superar los límites de la revuelta (demandas tibias, diálogo y negociación con el Estado, etc.) y cómo incrementar sus potencias (solidaridad, autonomía y combatividad de clase en forma masiva, etc.) para que no sea derrotada por el Estado y, sobre todo, para que no se autoboicotee?
  • ¿Cuándo vamos a comprender que los burgueses del transporte y del movimiento indígena no tienen los mismos intereses materiales que los proletarios del transporte y del movimiento indígena, y que esto aplica para todos los sectores sociales? ¿Cuándo vamos a romper y superar el interclasismo, el populismo, el ciudadanismo, el democratismo y el nacionalismo?
  • ¿Cuándo vamos a comprender que el proletariado no es débil porque está dividido sino que está dividido porque es débil, y que superar esta debilidad y división no depende de “la unidad de las izquierdas” sino que sólo será posible cuando el proletariado luche por la revolución social, es decir, por abolir las clases sociales y unificar la humanidad?
  • ¿Cuándo vamos a comprender que luchar contra el alto costo de la vida y contra el gobierno de turno es necesario, pero no es suficiente? ¿Qué vamos a hacer después del “fuera Noboa, fuera” y del “abajo el paquetazo”? Más claro: ¿cuándo vamos a comprender que no se trata de luchar contra el “neoliberalismo” y el “fascismo”, sino contra el capitalismo?
  • ¿Cuándo vamos a comprender que no hay que dialogar con los asesinos del “pueblo” ni defender una constitución votando “no” en una consulta popular, porque los diálogos, las leyes y las elecciones sólo benefician y fortalecen al Estado capitalista? ¿Cuándo vamos a comprender, en cambio, que hay que luchar afuera y en contra del Estado, porque el Estado no es “neutral” ni nos tiene “abandonados”, sino que es el Estado de los capitalistas para administrar su violencia económica y física sobre los trabajadores, hasta matarnos de hambre o a balazos? ¿Cuándo vamos a comprender que en realidad la democracia es la dictadura de la burguesía sobre el proletariado? ¿Cuándo vamos a comprender que el Estado democrático-burgués es terrorista por naturaleza y que las protestas pacíficas no lo afectan en lo más mínimo? ¿Cuándo vamos a comprender, entonces, que sólo la acción directa y contundente de masas es el método proletario para combatirlo y golpearlo de verdad?
  • ¿Cuándo vamos a comprender que no se trata de luchar por nuestros “derechos”, sino por satisfacer nuestras necesidades vitales directamente o sin que intermedie el dinero, y que el mercado (ninguna empresa, incluso si es “autogestionada”) y el Estado (ningún gobierno, incluso si es “popular”) nunca lo van a hacer realmente, sino sólo nosotros mismos, quienes con nuestro trabajo hemos producido todo pero no lo poseemos, tomando los medios de producción y de distribución (por ejemplo, expropiando y comunizando las empresas del Grupo Noboa… y de toda la clase capitalista de este país)?
  • ¿Cuándo vamos a comprender que el poder real no radica en las estructuras del Estado, sino en las relaciones de producción y de propiedad? ¿Cuándo van a participar en la revuelta los trabajadores de los sectores estratégicos de la economía de este país? ¿Lo harán? Y si participan, ¿lo harán mediante huelgas autoorganizadas y radicales?
  • ¿Cuándo vamos a comprender que hay que ir más allá de la espontaneidad de la revuelta y que la autoorganización del proletariado (afuera, en contra y más allá de sindicatos, partidos, parlamentos, ONGs, etc.) es el primer acto de la revolución (por ejemplo, las Asambleas Territoriales en Chile y los Consejos de Trabajadores en Irán durante la Revuelta Mundial del 2019)? ¿Cómo construir, fortalecer y radicalizar la autoorganización proletaria de aquí en adelante (grupos autónomos, asambleas autoconvocadas, ollas comunitarias, autodefensa, medios independientes, etc.) para la revolución?
  • ¿Cómo hacer para que las palabras “guerra de clases”, “insurrección”, “revolución”, “comunismo” y “anarquía” dejen de ser malas palabras para la mayoría de la población y más bien se conviertan en necesidades materiales e inmediatas?
  • ¿Hasta cuándo vamos a vivir con miedo a morirnos de hambre, a balazos o de depresión? ¿Hasta cuándo vamos a trabajar para pagar y pagar para vivir? ¿Hasta cuándo vamos a soportar esta vida de mierda bajo el capitalismo en crisis? En fin, ¿hasta cuándo vamos luchar sólo por migajas y no por todo el pan y la panadería para todos?

Admitimos que no tenemos las respuestas a ciencia cierta para todas estas preguntas. Lo que sí sabemos es que sólo la lucha de clases concreta las responderá. Y también, que ya es hora de aprender de los errores y poner en práctica las lecciones aprendidas de las revueltas pasadas y presentes. Sí: ¡Lucha de Clases… hasta Abolir la Sociedad de Clases!

Derrocar al gobierno de Noboa y su paquetazo es necesario, pero no es suficiente.

Tomar Otavalo, Latacunga, Quito, Cuenca, Guayaquil, etc. es necesario, pero no es suficiente.

hay que expropiar y comunizar las empresas del Grupo Noboa y de toda la clase capitalista de este país para satisfacer las necesidades colectivas directamente o sin que intermedie el dinero.
Ahí es donde hay que golpearle a la burguesía porque ahí es donde le afecta.
Así mismo hay que destruir su aparato estatal por completo y sustituirlo por el
poder comunal de las asambleas territoriales.

Sólo los proletarios autoorganizados dentro y fuera de los centros de trabajo, en todos los espacios sociales, antes, durante y después de la revuelta, y con un programa revolucionario, podemos hacerlo.
Construyamos y fortalezcamos la autoorganización revolucionaria del proletariado.

Aprendamos y pongamos en práctica las lecciones de las revueltas (2019, 2022, 2025) para transformarlas en revolución.
Si no es hoy, será mañana (¿2028?… ¿2036?… ¿2049?).
Para la próxima, vayamos preparados y vayamos por todo.

Proletarios Hartos de Serlo
Quito, octubre de 2025

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Agradecemos su lectura, difusión, discusión y traducción


 


Desde el jueves 25 de septiembre, Madagascar ha sido escenario de manifestaciones multitudinarias contra los cada vez más frecuentes e insoportables cortes de agua y electricidad, y en general contra las flagrantes deficiencias en los servicios públicos, que se ven afectados por la falta de inversión del gobierno, que muestra poco interés en la difícil situación de las masas que viven en condiciones deplorables; contra la corrupción, el abuso de poder, etc. (1).

Las autoridades respondieron a las manifestaciones con represión: toques de queda, prohibiciones de manifestaciones, etc.; los disparos a bala real de la policía que han dejado cientos de heridos y al menos 20 muertos. Esto no impidió que las protestas, inicialmente confinadas en la capital, Antananarivo, continuaran y se extendieran a otras ciudades del país, obligando al presidente Rajoelina a destituir al gobierno el 29 de septiembre (¡mientras acusaba a los manifestantes de recibir dinero de agentes extranjeros para llevar a cabo un golpe de Estado!). Pero la disolución del gobierno no fue suficiente para calmar la ira; las protestas continuaron exigiendo la dimisión del presidente, y el intento de movilizar a sus partidarios el sábado 4 de octubre fracasó. El grupo informal que inició las protestas en redes sociales y convocó las manifestaciones – Generación Z (2) – y otras organizaciones emitieron un comunicado el lunes 6 de octubre convocando a una huelga general para asegurar la destitución de Rajoelina y el nombramiento de un "presidente de transición".


El presidente Andry Rajoelina, empresario franco-malgache, fue elegido en 2019 por un primer mandato prometiendo combatir la desigualdad y la corrupción, mejorar la vida de la población y defender los intereses del país frente a la potencia de las multinacionales extranjeras. Sin embargo, los años posteriores demostraron que estas promesas no eran más que una cortina de humo. Los escándalos de corrupción han empañado el círculo íntimo del presidente, la desigualdad social ha seguido aumentando y algunos grandes capitalistas como Mamy Ravatomanga han amasado inmensas fortunas y se han convertido en los gobernantes ocultos del país, mientras que el 75% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza (informe del Banco Mundial, 2024).

Las promesas de Rajoelina tuvieron cierta repercusión debido a que, como alcalde de la capital, lideró un movimiento popular en 2009, que incluyó manifestaciones y una huelga general (declarando: "¡El pueblo está recuperando el poder!") contra el presidente Ravalomanana, líder de un extenso grupo agroindustrial (Tiko) que se había apoderado del Estado. La sangrienta represión de los manifestantes antigubernamentales dejó más de 80 muertos. En marzo de 2009, los militares derrocaron a Ravalomana y nombraron a Rajoelina presidente de transición, cargo que ocuparía hasta las elecciones de 2013. Rajoelina contaba con el firme apoyo del imperialismo francés, para quien Ravalomanana era demasiado cercano a Estados Unidos y Sudáfrica (3).

Si bien Francia ya no ostenta una posición hegemónica en su antigua colonia, es el principal cliente del país, por delante de Estados Unidos y Japón, y, según la OMC, su principal inversor, por delante de Estados Unidos, con casi 300 empresas. Sin embargo, ahora es solo su cuarto mayor proveedor, detrás de China, Omán e India. Su influencia sigue siendo real; la ejerce especialmente a través de medidas militares y de seguridad. Un diario malgache escribió sobre un reciente ejercicio militar franco-malgache ("Tulip 2025"): "Francia (...), que ya cuenta con una fuerte presencia militar en Reunión y Mayotte, está consolidando su influencia manteniendo alianzas de seguridad con Madagascar. En cualquier caso, esta colaboración militar forma parte de una competencia más amplia por la influencia entre diferentes potencias, en particular China (…)" (4).

Los jóvenes que encabezaron el movimiento se inspiraron en la revuelta en Nepal: a principios de septiembre, a pesar de una sangrienta represión (más de 80 muertos), los manifestantes nepaleses obligaron al gobierno a huir y a nombrar un gobierno interino, después de que el ejército recuperara el control de la situación. Pero el problema en Madagascar, como en Nepal y en otros lugares, no se limita a unos pocos políticos o grupos corruptos que se enriquecen a costa de la población en su conjunto, sino a la estructura económica y social del capitalismo, en la que una clase social – la burguesía – acapara las riquezas que producen los trabajadores asalariados – el proletariado – y las masas trabajadoras – los pequeños agricultores, etc. Reemplazar al presidente por sí solo no cambiaría esta situación: es la estructura capitalista y el Estado burgués lo que debe ser atacado; de lo contrario, la explosión social más poderosa solo conducirá al mantenimiento del sistema: esto es lo que el propio Rajoelina demostró cuando una vez en el poder, se comportó como el expresidente contra el que había liderado la lucha.


Para esto será necesario una organización y un partido revolucionarios que dirijan la lucha según orientaciones de clase, en unión con los proletarios de otros países; la solidaridad de los proletarios de los países imperialistas – Francia en primer lugar – será necesaria para oponerse a sus intervenciones en defensa del orden burgués.


Esta no puede ser una perspectiva inmediata, tan fuertes son las inevitables creencias democráticas en la unión interclasista del pueblo, e incluso las ilusiones sobre el apoyo de la "comunidad internacional" (es decir, los principales Estados imperialistas y sus organizaciones internacionales). Pero es la única que puede ofrecer una solución real a los proletarios y las masas pobres malgaches, la única que impide que sus luchas se desvíen una vez más hacia una mera reestructuración del orden capitalista.


Partido Comunista Internacional  - www.pcint.org

7/10/2025


(1) La falta de inversión en la empresa pública de agua y electricidad, Jirama, es la causa de los cortes de energía que afectan a los pobres, mientras que la clase media puede permitirse tener generadores.
(2) Véase la página de Facebook “Generación Z Madagascar”: https://www.facebook.com/profile.php?
id=61581175712529l
(3) Se dice que los franceses pagaron a los militares que llevaron a Rajoelina al poder. Véase Le Monde Diplomatique, marzo de 2012.
(4) Véase Midimagasikara, 4/3/25


PS: 5 días después de haber publicado nuestra toma de posicion, los militares de CAPSAT (autores del golpe de Estado de 2009) se amotinaron el domingo 12, forzando la dimisión del primer ministro, un militar nombrado la semana pasada por el presidente, y designando a un nuevo jefe del Estado Mayor del Ejército. El presidente Rajoelina, aún protegido por el imperialismo francés, fue "exfiltrado" por los militares franceses el lunes 13, mientras que su padrino, el gran capitalista Mamy Ravatomanga, huyó probablemente a Isla Mauricio. Los militares declararon que mantendrían el orden en el país. Las masas que los aclaman hoy pronto comprenderán que actuaron no para "proteger al pueblo", como dicen, sino para proteger el orden burgués.

13/10/2025

 

CONTINÚAN LAS DESERCIONES EN LOS FRENTES DE LA GUERRA ENTRE RUSIA Y UCRANIA

 

 

El ejército silencioso de Ucrania: los desertores ucranianos alzan la voz

Aunque la deserción masiva de personal de las Fuerzas Armadas de Ucrania ya se ha convertido en uno de los mayores actos de desobediencia civil en la historia del país desde 1991, los medios de comunicación extranjeros guardan un silencio casi total al respecto. Desde finales del año pasado, el número de causas penales en virtud del artículo 407 (abandono no autorizado de una unidad militar, o SZCh) y del artículo 408 (deserción) del Código Penal de Ucrania se ha mantenido estable en aproximadamente 17 000 al mes. En los primeros ocho meses de 2025, se registraron 142 711 procedimientos penales en virtud de estos artículos, y desde el inicio de la invasión a gran escala, hasta el 1 de septiembre de 2025, se han registrado un total de 265 843 casos en Ucrania.

Para reducir al menos en cierta medida este flujo, el Parlamento ucraniano apoyó el 4 de septiembre, en primera lectura, el proyecto de ley n.º 13260, que restablece la responsabilidad penal para los desertores del servicio militar. Anteriormente, era posible evitar el enjuiciamiento regresando voluntariamente al servicio militar. Esta disposición se prorrogó varias veces hasta que expiró el 30 de agosto. Ahora, el proyecto de ley propone eliminar la capacidad del tribunal para aplicar medidas atenuantes. En su entrevista de septiembre con Sky News, el carnicero supremo declaró que Ucrania ya no envía a su personal militar a entrenarse al extranjero, donde tantos soldados desaparecieron de los campos de entrenamiento y recibieron protección. Sigue leyendo

 

Revueltas en Marruecos

Frente al descontento popular, la represión del régimen de Mohamed VI


Desde hace varios días miles de jóvenes marroquíes están saliendo a la calle para protestar por la pésima situación económica y social por la que atraviesa la mayor parte de la población. Exigen mejoras en la sanidad y en el sistema educativo, pero existe de fondo un gran malestar social que lleva acumulándose años y que ahora estalla, poniendo a la juventud a la cabeza de un movimiento que se enfrenta a la represión del Estado marroquí y al silencio cómplice de los medios de comunicación occidentales.

Marruecos se caracteriza por ser un Estado dirigido con mano de hierro, con una burguesía unida en torno a la familia real y con un núcleo central de ésta, el llamado Majzén, que se encarga de imponer el terror como único medio de gobierno. En lo referido a la política interior, el dominio de esta burguesía se levanta sobre un régimen de tipo militar que garantiza la explotación de los proletarios del campo y de la ciudad y el sometimiento de amplios estratos de las masas miserables que subsisten gracias a la explotación de pequeñas parcelas agrícolas, a la pesca o al cultivo de marihuana y el procesamiento y contrabando de sus derivados. Además, esta clase burguesa obtiene pingües beneficios del expolio sistemático del Sáhara Occidental, donde mantiene a la población saharaui en unas condiciones de vida terribles, siempre acosada y amenazada por el ejército, que permite con ello la explotación de los valiosos minerales que hay en el subsuelo de la región.

En lo tocante a la política exterior, Marruecos ha sido, desde la proclamación de la independencia bajo el mandato de Mohamed V, un firme aliado de Estados Unidos, Inglaterra y Francia, que vieron en el régimen conservador y autoritario que se impuso un elemento de contención de los movimientos de liberación nacional que sacudían tanto a los países del Magreb como a los del África subsahariana. Esta condición de aliado preferente de las principales potencias imperialistas euroamericanas ha supuesto, para Marruecos, tanto una garantía para su estabilidad interna como la posibilidad de recibir apoyo a su proyecto expansionista, el primero de cuyos hitos fue precisamente la conquista del Sáhara Occidental cuando, en 1975, tras la Marcha Verde, España abandonó la zona. Desde entonces, Marruecos ha pagado con creces el apoyo recibido. En primer lugar, porque ha sido siempre un garante de paz y estabilidad frente a Mauritania y Argelia, países con un devenir mucho más errático a ojos de las antiguas metrópolis y, por lo tanto, fuente de riesgos para el control imperialista de la región. En segundo lugar, sobre todo en los últimos años, se ha consolidado como estado-tapón que bloquea el paso de las grandes corrientes migratorias que parten del África subsahariana y tratan de llegar a Europa a través de España. El ejército y la gendarmería marroquí han demostrado que pueden contener a miles y miles de inmigrantes en su territorio, creando verdaderos centros de detención al aire libre, a cambio de las ayudas financieras de los países de la Unión Europea. No es por nada que, cuando estas ayudas cesan o cuando la relación con sus socios del otro lado del Estrecho de Gibraltar flaquea, Marruecos presiona permitiendo el paso de cientos de inmigrantes a la frontera de Ceuta y Melilla. Marruecos es un siniestro garante de la estabilidad imperialista tanto en el Magreb como en Europa, a medida que su papel en este sentido se ha ido reforzando también en el resto del mundo. Basta con ver su importancia estratégica en el apoyo a Israel con la firma de los pactos de Abraham, su colaboración militar con el país hebreo, etc.

Las revueltas que tienen lugar desde hace tres días, recuerdan a las que agitaron el Rif en 2016 y 2017, cuando miles y miles de rifeños, organizados tras el Movimiento Hirak, también salieron a la calle exigiendo reformas económicas y sociales, si bien aquellas tuvieron un marcado componente étnico y una extensión menor en términos geográficos. De hecho, si bien aquellas revueltas aparecieron en un contexto que había visto un rápido empobrecimiento de las masas populares rifeñas (generalmente dedicadas a la agricultura de subsistencia) como uno de los coletazos de la crisis capitalista mundial de 2008-2014, l as que tienen lugar ahora aparecen en un momento en el que el régimen de Mohamed VI pregona a los cuatro vientos la creciente prosperidad del país, fruto de las ayudas económicas que recibe de Europa y de cierto auge de su industria manufacturera y de transformación agrícola. Una situación que tiene su escaparate visible en la próxima celebración del Mundial de fútbol, hito para el régimen que pretende sellar así su carácter “moderno” integrado entre las principales potencias mundiales.

Pero tras esta situación de aparente bonanza, late un fortísimo malestar social que es el que ha empujado a miles de jóvenes a enfrentarse con la policía para exigir cambios. Y es un malestar que viene de lejos. Como en el resto de países, la salida de la crisis capitalista de las dos décadas pasadas se realizó mediante un aumento brutal de la explotación de los proletarios y el incremento de la presión sobre las masas populares más empobrecidas. El retorno a un ritmo “normal” en los negocios (normal e inevitable hasta la próxima crisis, se entiende) se ha conseguido cargando el peso de la “recuperación” sobre las espaldas de los trabajadores asalariados principalmente, pero también de los pequeños agricultores, etc., que han sufrido los efectos de una competencia internacional frente a la que no tenían nada que hacer y que les ha arrojado a una situación dramática. Son los jóvenes, que con razón ven su futuro como un largo camino de padecimiento y miseria mientras que el país se vanagloria del desarrollo logrado, los que han prendido la mecha de la revuelta.

Este tipo de revuelta es un reflejo del deterioro irremediable de las condiciones de vida de la mayoría de la población, especialmente del proletariado, cuya explotación sustenta toda la economía capitalista; es similar a las que hemos visto recientemente en Nepal, Ecuador, etc. Se manifiesta como una mezcla indistinguible que, en su conjunto, exige exclusivamente reformas democráticas, mejoras en el gobierno, los servicios públicos, etc.

El proletariado marroquí no tiene una larga existencia como clase social diferenciada y sólo ha tenido un puñado de experiencias de lucha contra la clase burguesa y su Estado. Son, sin duda, luchas encomiables, pero escasas, ahogadas por la represión y acompañadas de unas pocas concesiones que la burguesía dominante otorga a ciertos estratos pequeñoburgueses.

Sin embargo, el curso del desarrollo capitalista en el Magreb y en el resto de África ha creado un factor objetivo que puede actuar como acelerador del deslinde del terreno de clase proletario en esta región del mundo: los trabajadores que han emigrado a las metrópolis. Estos proletarios, que comparten lugar de trabajo y casas con los proletarios de Europa, que forman parte del sector más depauperado del proletariado español o francés, y que en la propia Europa son la base de una clase proletaria que aúna a trabajadores de muchas razas y procedencias que constituyen un potencial clasista de primer orden, sí pueden convertirse en transmisores de una tradición de lucha y organización más amplia que la que existe en Marruecos y, a la vez, contribuir a mostrar a los proletarios europeos el camino de una lucha mucho más desencarnada que la que existe en sus países.

Es cierto que este proletariado europeo hace décadas que se muestra como un subalterno relativamente dócil de la burguesía, con pequeñas y limitadas explosiones sociales, pero en general también sometido a las exigencias de la clase dominante. Durante muchos años, las fuerzas del oportunismo político y sindical y los restos de los amortiguadores sociales que le han permitido no caer en la miseria más absoluta, han logrado mantenerle atado también a una férrea política de colaboración con la burguesía. Pero lentamente estos agentes que logran contener su fuerza histórica se irán desgastando. La inmigración es un buen ejemplo: la importación de proletarios de otros países que la burguesía requiere para tratar de rebajar las condiciones de vida y de trabajo de los proletarios occidentales tiende objetivamente a minar ese “bienestar” que ha hecho de colchón social. De la misma manera que se puede afirmar, con certeza, que el futuro de la sociedad capitalista volverá a ser el de la lucha de clase proletaria, porque las dádivas que la clase burguesa ha podido utilizar como garantes de la paz social durante décadas se están agotando a marchas forzadas, se puede entender que esa lucha de clase no tendrá como escenario únicamente a los países de Europa, América o Asia, sino que el inmenso ejército proletario africano que hoy malvive en estos lugares contribuirá a extender la llama de la revuelta a los proletarios de Marrakech, Nador o Nuakchot.

Sería absurdo, no materialista y directamente fatal pretender que el proletariado abandone estas luchas a la espera de un combate proletario “puro”, del mismo modo que sería absurdo pedirle que renuncie a los combates parciales o aislados, bajo el pretexto de que serían inútiles. En esta fase de depresión de la lucha de clase, la reanudación proletaria irremediablemente pasará por estos combates, que no representan todavía una reanudación de la lucha de clases proletaria, para llegar algún día a la lucha de clase independiente. Pero para que este camino en el que hoy se encuentra sea fructífero, debe reconocer con claridad lo que sucede ante sus ojos, identificar los intereses materiales de las clases en lucha y por lo tanto los suyos propios y comprender que las luchas actuales no son más que episodios, que, en el mejor de los casos, se dirigen contra los efectos y no contra las causas, así como las condiciones mismas de su emancipación. Sólo si extrae las lecciones de estas luchas podrá romper la telaraña de la política de colaboración entre clases y podrá lograr su independencia de clase, unirse y desarrollar todos los elementos necesarios para la batalla futura. Dejará así de ser una clase subordinada en relación con el capital, entrará en el terreno de su propia lucha política, será seguida por otras capas desposeídas y, en el sentido más elevado, será revolucionaria.

Para los comunistas revolucionarios, que trabajamos por la reanudación de la lucha de clase, desarrollando el trabajo marxista de partido, por limitado que hoy parezca, se trata de plantear las condiciones en las que dicha lucha de clase volverá a aparecer. No como resultado de nuestra voluntad, ni mucho menos como consecuencia de alabar como “proletarias” o “revolucionarias” cualesquiera de las convulsiones del mundo burgués, sino fruto de los hechos materiales que empujan y empujarán siempre a las diferentes clases sociales a una guerra a muerte entre ellas.

Los proletarios de Marruecos que hoy luchan en la calle, tarde o temprano se encuadrarán en el gran ejército de clase del proletariado mundial y lo harán luchando contra cualquier mistificación democrática y contra cualquier resto de la solidaridad interclasista que aún hoy les domina, les atonta y paraliza.


02-10-2025

Partido Comunista Internacional (El Proletario)




 

Italia: Bajo el lema «Bloqueemos todo», cientos de miles de manifestantes salieron a las calles de más de 80 ciudades italianas para protestar contra el exterminio de los palestinos en Gaza y la economía de guerra.

 

 

El lunes 22 de septiembre, la USB convocó una huelga general, a la que se sumaron los sindicatos de base Adl Cobas, Cobas, Cub y Sgb. Esta iniciativa contó con la participación de trabajadores de los puertos, el transporte, la sanidad, la logística, una amplia gama de empresas públicas y privadas, incluso autónomos y, por supuesto, un gran número de jóvenes estudiantes, universitarios y profesores —ya protagonistas de las manifestaciones a favor de Palestina de los últimos meses—, hasta el punto de que varios medios de comunicación informaron de un total de cientos de miles de participantes que salieron a las calles en más de 80 ciudades italianas.

«Bloqueamos todo» era el lema de los portuarios de Génova que se negaron (de hecho, desde 2019) a cargar armas y municiones procedentes de Estados Unidos, el norte de Europa y la propia Italia en barcos con destino a Israel, pero también a Turquía y los Emiratos Árabes Unidos. El ejemplo de Génova fue seguido por los portuarios de Rávena, Livorno, Salerno, La Spezia y Trieste. El pasado mes de junio, por ejemplo, en Rávena, dos contenedores llenos de municiones transportados en camión desde Austria fueron cargados en un barco con destino a Israel sin ninguna autorización oficial, poniendo en peligro la vida de los portuarios, que no habían sido informados del peligroso cargamento. Lo mismo estuvo a punto de ocurrir en Marsella, pero los portuarios franceses hicieron sentir su presencia bloqueando un envío de municiones en el barco «Contship Era», con destino a Israel y que debía hacer escala en Génova y Salerno antes de llegar al puerto de Haifa.

Estas iniciativas, de clara naturaleza proletaria, demuestran que el proletariado se opone a la guerra y, más aún, al exterminio de la población civil de Gaza. Su objetivo es presionar al gobierno central para que intervenga contra la guerra y el exterminio de poblaciones indefensas. Pero el gobierno de Meloni, al igual que los gobiernos anteriores, sigue su propio camino, que es salvar y defender a las empresas, mantener buenas relaciones con cualquier otro gobierno —no importa si tiene las manos manchadas de sangre inocente— con el fin de defender y aumentar sus intereses económicos y políticos. Inevitablemente, en ausencia de sindicatos de clase que lideren las luchas proletarias con objetivos, medios y métodos mucho más incisivos en detrimento de la industria bélica y de la cobertura política y administrativa que esta siempre consigue obtener en todas las fases necesarias para finalizar sus beneficios, estas iniciativas están destinadas a tener solo un impacto muy superficial, aunque dan testimonio de un impulso espontáneo del proletariado para movilizarse contra una guerra que está mostrando todos sus horrores contra toda una población indefensa; un impulso que, en realidad, es sistemáticamente canalizado hacia el terreno de la democracia más respetuosa por todas las organizaciones sindicales actuales y, por supuesto, por todos los partidos llamados «de izquierda» que siguen burlándose de las masas electorales repitiendo el manido e ilusorio estribillo de «dos pueblos, dos Estados», algo que, en los ochenta años transcurridos desde la fundación del Estado de Israel, ninguna potencia mundial ha querido o permitido realmente, a pesar de las declaraciones oficiales.

Las manifestaciones pro palestinas, sobre todo estudiantiles, que se han celebrado en los últimos dos años han expresado un profundo malestar por un conflicto que ha visto a las organizaciones guerrilleras palestinas enfrentarse una vez más al ejército israelí, que siempre ha tenido la actitud intrínseca de tratar a toda la población palestina como «terroristas» o «partidarios del terrorismo antisemita». Esta actitud no ha cambiado tras el ataque lanzado por los militantes de Hamás el 7 de octubre de 2023 contra los kibutz en la frontera con Gaza, que causó más de 1200 muertos y el secuestro de más de 200 rehenes llevados a Gaza como «moneda de cambio» por los palestinos detenidos desde hace años en las cárceles israelíes. De hecho, ese ataque de Hamás, que tomó por sorpresa a las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), que no esperaban un ataque tan organizado y a gran escala, pareció inmediatamente una oportunidad que Israel aprovechó, ya que el 8 de octubre ya era capaz de desplazar sus fuerzas armadas hacia Gaza con la intención no solo de golpear duramente a los militantes de Hamás y traer de vuelta a los rehenes, sino también de someter a toda la población de Gaza a una represión sin precedentes. Pronto quedó claro, y el Gobierno de Netanyahu lo reveló gradualmente, que el objetivo de la invasión israelí de la Franja de Gaza no era solo traer de vuelta a los rehenes y diezmar a los militantes de Hamás, sino también diezmar a la población de la Franja para anexionar ésta a Israel, acabando con cualquier ambición lejana de un Estado palestino independiente.

El hecho es que el horror de la guerra librada contra una población indefensa —arrasando todo lo que se asemejaba a un refugio, bombardeando sistemáticamente a las masas desplazadas que vagaban de norte a sur y de sur a norte, masacrando sin piedad a mujeres y niños, destruyendo hospitales, escuelas, casas, devastando campos y matando de hambre cínicamente a toda una población —ha entrado en todos los hogares a través de la televisión, de una manera que ni siquiera ocurrió con la guerra en Ucrania. Y mientras los periódicos de todo el mundo publicaban en primera plana las fotos de la destrucción y los horrores en Gaza y las transmisiones televisivas en directo, crecía la ira tanto por la inercia de los gobiernos ante este exterminio como por la impotencia de las protestas, que a menudo parecían procesiones, incluso cuando eran obstaculizadas por la policía. Algunos gobiernos, como los de Francia, España, Reino Unido, Australia y otros, retomaron la retórica grandilocuente del «reconocimiento del Estado de Palestina», sin, por supuesto, haber hecho ni hacer nada concreto que pudiera servir para que naciera. Por ejemplo, bloquear las iniciativas sistemáticamente contrarias al establecimiento del Estado palestino por parte de Israel, con el que, por el contrario, los negocios siempre han ido viento en popa.

 

La huelga y las diversas manifestaciones comenzaron en el puerto de Livorno y continuaron con el bloqueo de las universidades de Roma, Turín, Bolonia y Brescia; a las 9 de la mañana del lunes 22, comenzó un imponente bloqueo en el puerto de Salerno, seguido de manifestaciones en Bolonia, el bloqueo del puerto de Génova, una manifestación compuesta por miles de participantes, muchos de ellos muy jóvenes, en Florencia, que se dirigió a la sede local de Leonardo, y luego la gran manifestación en Milán con más de 10.000 participantes, bajo una lluvia torrencial, mientras que en Bolonia la manifestación iba creciendo hasta alcanzar más de 50.000 participantes. En Pisa, miles de personas llegaron a la autopista Florencia-Pisa-Livorno y la bloquearon; en Marghera, los portuarios bloquearon el puerto; en Roma, 20.000 participantes llegaron a la estación Termini y la bloquearon, mientras que, en Turín, pasadas las 13:00, la manifestación invadió las vías de la estación de Porta Nuova. En Milán, la manifestación, tras recorrer buena parte de las calles del centro, llegó, alrededor de las 13:00, a la plaza de la Estación Central; el objetivo era entrar en la estación, ocupar las vías y bloquear los trenes que salían y llegaban; pero la policía, desplegada en defensa de la sagrada propiedad privada de los ferrocarriles, cerró las puertas de hierro de los accesos a la estación e impidió por la fuerza que los manifestantes continuaran con su intención, bloqueándolos y maltratándolos incluso en las escaleras del metro que conducen a la estación; también por la fuerza, un numeroso grupo de manifestantes intentó romper el cordón policial, mientras que varios miles de manifestantes permanecían en la plaza frente a la estación; se produjeron violentos enfrentamientos y, al final, la crónica habla de 60 policías entre contusionados y heridos y una decena de manifestantes detenidos. Más de 40.000 personas se manifestaron en Nápoles para bloquear la estación de tren y entrar también en el puerto y, posteriormente, en Bagnoli, mientras el presidente Mattarella inauguraba el año escolar. Por la tarde, las manifestaciones continuaron un poco por todas partes: enfrentamientos en Bolonia con manifestantes que bloqueaban la autopista; en Milán, donde los manifestantes seguían asediando la Estación Central, mientras que en Roma no menos de 100.000 personas se manifestaban pasando por Scalo San Lorenzo para llegar a la tangente este; en Bolonia, enfrentamientos en vía Stalingrado, cerca de la feria Cersaie, que debía comenzar hoy, y de nuevo en Milán, en vía Vittor Pisani, frente a la estación central, donde la policía intentaba tomar por la espalda lo que quedaba de la manifestación. Pasadas las 16:00, en Marghera la policía seguía interviniendo para impedir que la manifestación entrara en el puerto, mientras que en Catania los manifestantes, a pesar de las cargas policiales, lograron bloquear el puerto, y en Palermo unas 30.000 personas se manifestaban con bloqueos de carreteras impidiendo el acceso al puerto; en Turín se bloqueó el acceso a la autopista Turín-Savona, mientras que en Bolonia decenas de miles de manifestantes que se dirigían hacia Bolognina fueron bloqueados por la policía, que detuvo a ocho personas; tres manifestantes acabaron en el hospital tras las cargas y dos mil se dirigieron a la comisaría para reclamar la liberación de los detenidos. Mientras tanto, en Roma, una enorme manifestación entró en la Universidad La Sapienza y ocupó la Facultad de Letras exigiendo la suspensión de todo acuerdo con Israel. A las 19:00 horas, las manifestaciones continuaban en muchas ciudades: en Brescia, Turín, Génova, Bérgamo y de nuevo en Milán, mientras que en Bolonia al menos 4.000 personas se concentraban en la zona de la comisaría para pedir la liberación de los detenidos (de los cuales al menos cuatro serán juzgados en juicio sumario). Pasadas las 20:00 horas, en Brescia, en la plaza de la República, se renovaron los enfrentamientos con la policía, que impedía a la manifestación, formada principalmente por jóvenes, llegar a la estación de tren, intento que finalmente se abandonó para dar por concluida la jornada de manifestaciones, pero quedando citados para el próximo sábado 27 de septiembre.

Hemos querido recoger algunas noticias extraídas de los medios de comunicación y, en particular, de Radio Onda d'Urto de Brescia, para documentar una participación en las manifestaciones de protesta y en la huelga que no se había producido desde hacía años.

 

El descontento general provocado por años de trabajo precario, fatigoso y mal remunerado, por la incertidumbre sobre el futuro, por un empobrecimiento cada vez más generalizado frente al aumento constante de los beneficios capitalistas, hoy más que ayer gracias al negocio de las armas, frente a un recorte constante de los amortiguadores sociales y un aumento, debidamente disimulado, de los impuestos sobre los salarios y el coste de la vida, tenía que encontrar una vía de escape, una forma de hacerse notar y de lanzar al poder establecido que, al tomar la escena, es la ira por una situación general intolerable. El hecho de que las manifestaciones de jóvenes, estudiantes y familias hayan reforzado la presencia en las calles de los trabajadores en huelga es un signo de una intolerancia generalizada que podría dar lugar a una nueva temporada de protestas como ya ocurrió en los años setenta del siglo pasado. Hoy en día, son los sindicatos de base el tipo de organizaciones sindicales a las que recurren las capas proletarias más combativas para tener más fuerza en sus acciones de huelga, mientras que los sindicatos tradicionales siguen logrando, gracias a su obstinado colaboracionismo con la clase dominante burguesa, llevar a cabo su sucio trabajo de división y parálisis de las luchas obreras.

Las masas proletarias y populares esperaban que el Gobierno de Roma tomara alguna iniciativa seria y concreta para demostrar que no era cómplice del exterminio de los palestinos de Gaza; no faltó, por supuesto, la voz del papa León XIV con sus letanías sobre una paz que, tanto en Ucrania como en Gaza, en lugar de acercarse, se aleja cada vez más. Pero las últimas decisiones en la sede europea de correr al rearme con el pretexto de una posible «invasión» por parte de Rusia y de ceder a la petición de la poderosa América de aumentar al 5 % de su PIB la contribución en armas que cada miembro de la OTAN está ahora obligado a respetar, difundiendo un clima de guerra inminente, han arrancado a una parte del proletariado de una especie de somnolencia drogada y de la sensación muy real de la impotencia de los debates parlamentarios y de las disputas verbales y televisivas entre gobernantes y oposición, empujándola a salir a la calle para manifestar su intolerancia, su insatisfacción y su humanidad que, gobernantes y opositores parlamentarios, cínicos charlatanes como son, demuestran utilizar en beneficio exclusivo de sus privilegios de clase política: con la excusa de estar en un país civilizado y democrático, cualquier iniciativa, cualquier actividad, cualquier propósito se canaliza en los meandros de la política parlamentaria como si ésta pudiera resolver los problemas sociales que, en cambio, dependen directamente de la economía capitalista, de su funcionamiento y de los intereses que toda la clase política pretende preservar a pesar de que masas cada vez más amplias caen en la pobreza y la indigencia. El parlamento ya no es sólo una noria de palabras, como decían Lenin y Trotsky, sino que se ha convertido en un instrumento de defensa exclusiva de los privilegios de la clase política parlamentaria, presentado engañosamente como el único lugar en el que es posible, gracias a las diferentes mayorías electorales, mantener o cambiar las «decisiones políticas» que en él se toman. La realidad es que todas las decisiones importantes para la vida social se toman fuera de las salas parlamentarias, en las salas secretas donde los representantes de los poderes económicos, sociales, políticos, culturales y religiosos conspiran, llegan a acuerdos, establecen pactos y alianzas, intercambian favores, endurecen algunas posiciones y suavizan otras. Y es cierto que, entre todas las decisiones que se toman, una de ellas se refiere al control social, al control de las masas proletarias. Tuvimos una muestra de esta realidad durante el periodo de la Covid-19, y ahora tenemos otra con la amenaza inminente de una guerra que también podría afectar a Italia. El proletariado es la única clase social que tiene un poder potencialmente enorme en sus manos: detener la producción, el transporte, las comunicaciones, el comercio y los servicios públicos, incluida la educación y la sanidad, y no durante una hora o unas pocas horas, de forma «articulada», al final de cada turno, ahora en una fábrica, ahora en otra, sino de manera más general, hasta el final, sin previo aviso, organizándose para resistir en el tiempo y para obtener la solidaridad de los proletarios de los diferentes sectores económicos, su acción de clase puede influir efectivamente en la situación y en la política del gobierno. El capital vive y prospera gracias a la explotación diaria de las masas proletarias, a su explotación intensiva y, sobre todo, a la competencia entre los trabajadores; el capital vive y prospera gracias a la colaboración de clase, para la cual se recluta a sindicatos y partidos «obreros» a cambio de prebendas y privilegios económicos y sociales. Y éste es el mayor obstáculo que encuentran los proletarios en su camino hacia la emancipación de ser considerados y tratados como una mercancía que, cuando está gastada o no sirve para el negocio, simplemente se tira a la basura y se convierte en basura inútil difícilmente reciclable.

Hacer huelga contra el rearme y contra la guerra es un acto político de gran relevancia, y es cierto que los promotores de esta huelga pretendían diferenciarse de las habituales e impotentes manifestaciones -procesión, elevando la huelga a símbolo de una oposición generalizada no solo frente a condiciones de vida y de trabajo intolerables, sino también de solidaridad con un pueblo condenado al exterminio por parte de un Estado, como el de Israel, que normalmente goza de la confianza y el apoyo de todas las democracias occidentales, empezando por Estados Unidos y terminando, por supuesto, también por Italia.

Pero una huelga política de tal envergadura, si no se basa en una recuperación efectiva de la lucha de clases del proletariado, es decir, en una lucha no episódica, que ponga en el centro las reivindicaciones de defensa exclusiva de los intereses de clase proletarios —por lo tanto, fuera de los juegos parlamentarios, tanto a nivel nacional como regional o municipal, y contra cualquier colaboración interclasista—, está condenada, en el mejor de los casos, a seguir siendo una acción simbólica que, en realidad, no cambia absolutamente nada. La fuerza de la clase dominante burguesa no solo se debe al hecho de ser propietaria de todos los medios de producción y, sobre todo, de toda la riqueza nacional producida, excluyendo a los proletarios de cualquier recurso que no sea el de sus brazos, sino también por la imposibilidad de la clase proletaria de reconocerse como clase independiente, totalmente antagónica a cualquier otra clase social y, en particular, a la clase burguesa capitalista, a través de la política de colaboración interclasista. Esta política degrada los intereses específicos del proletariado ahogándolos en los intereses burgueses y capitalistas, que inevitablemente adquieren la característica de interés «superior», nacional, cuando en realidad son exclusivamente intereses de la economía capitalista, es decir, burguesa. Para que su lucha tenga un sentido positivo con respecto a sus intereses de clase, los proletarios deben liberarse de los lazos y ataduras que los vinculan a la economía empresarial, a la economía nacional, a una patria que protege todo menos la vida de los proletarios y que siempre está dispuesta a imponerles sacrificios para aumentar la competitividad de los productos nacionales y vencer a la competencia extranjera, hasta el punto de imponerles el sacrificio de la vida, que, desde las muertes, las discapacidades y las enfermedades contraídas en el trabajo, llega a la muerte y a las masacres en las guerras burguesas e imperialistas.

El proletariado no llegará de repente, de forma inesperada, a romper con la colaboración de clase y luchar solo por sí mismo. Llegará a ello empezando a romper y desgarrar ahora en un lugar y ahora en otro ese maldito vínculo; llegará a ello con algunos avances para luego detenerse y retroceder y, posteriormente, reanudar la lucha con medios y métodos clasistas, acumulando experiencia y organizando finalmente sus fuerzas en el terreno exclusivamente de clase. Todavía se necesitará tiempo, intentos, derrotas, decepciones, pero para que los intereses de clase proletarios se impongan en el propio proletariado es necesario que la crisis económica y social a la que se encamina inevitablemente el capitalismo sacuda los cimientos del edificio económico y social sobre el que se construye el poder político de la burguesía. Entonces, incluso las iniciativas humanitarias, como la de la Flotilla Global Sumud, o de Emergency o de Médicos sin Fronteras, cobrarán un sentido completamente diferente, porque en lugar de invocar la piedad de las clases burguesas que dirigen Estados asesinos, belicistas y opresores —consolidando así, aunque sin quererlo, el poder burgués asesino, belicista y opresor—, se pondrán al servicio de la lucha de clases proletaria y de su revolución, cuyo objetivo principal es la destrucción del Estado burgués como tal —ya sea democrático o autoritario, dictatorial o fascista que sea— para sustituirlo por un organismo estatal exclusivamente proletario cuyo objetivo principal es tanto transformar la economía mercantil y capitalista en economía social, como expandir la revolución antiburguesa y anticapitalista a todos los países del mundo.

Hoy en día, estos objetivos parecen ilusorios, utópicos, irrealizables, por lo que quienes quieren hacer algo ya hoy para ayudar a los hambrientos, los desamparados, los oprimidos, los supervivientes de guerras y devastaciones, parecen no tener otra alternativa que la fuerza de voluntad individual para echar una mano, para llevar ayuda a las poblaciones desafortunadas... y así se tranquiliza la conciencia individual con la esperanza de que esa «desgracia» no le ocurra a quien en ese momento no la sufre. El ser humano es un animal social, por lo que la tendencia a socorrer a quienes están en dificultades forma parte de esta sociabilidad humanitaria. Pero también es el único animal que, desde que existen las sociedades divididas en clases, mata a sus semejantes no por necesidad de supervivencia, sino por puro interés material, por supremacía, por poder, por defender la propiedad privada y sus propios negocios. Sólo una sociedad sin clases, es decir, el comunismo marxista, será aquella en la que el ser humano volverá a ser únicamente un animal social, como en el comunismo primitivo, dotado además de una experiencia y una capacidad laboral y productiva madurada en las sociedades divididas en clases, pero que estas mismas sociedades, y sobre todo la sociedad capitalista, han obstaculizado y desviado sistemáticamente hacia fines privados e individuales.

 

El camino que deberá recorrer el proletariado está plagado de dificultades, trampas, obstáculos, ilusiones, derrotas, decepciones, pero también de experiencias estimulantes y reconfortantes; por otra parte, está marcado por la propia historia de la humanidad: el animal social vencerá al animal sanguinario e individualista. La lucha será muy dura, la más dura que la sociedad humana haya conocido hasta ahora, pero será la lucha que cerrará la larga era de la prehistoria humana y abrirá la verdadera historia de la humanidad.

 

23 de septiembre de 2025

 

 

Partido Comunista Internacional

Il comunista - le prolétaire - el proletario - proletarian - programme communiste - el programa comunista - Communist Program

 


Para la revolución social, lo determinante es el contexto histórico y mundial, mejor dicho, el carácter del período en que se encuentre el antagonismo de clases, no la conciencia, la voluntad ni la actividad de las organizaciones e individualidades izquierdistas de este y de cualquier otro país. En la historia del antagonismo mundial de clases, sólo existen dos tipos de período: período contrarrevolucionario y período revolucionario. El actual es un período contrarrevolucionario.*

A grosso modo, las características principales de un período contrarrevolucionario son 1) que la burguesía ejerce su dominación de clase en todos los aspectos de la sociedad: desde lo económico hasta lo ideológico, por lo cual se encuentra a la ofensiva o al ataque asimismo en todos los aspectos a fin de mantener tal dominación; y, 2) que el proletariado sólo puede hacer luchas defensivas, reivindicativas o reformistas como clase del trabajo/capital y no como clase revolucionaria. La relación de fuerzas se inclina, pues, a favor de la primera clase, no de la segunda.

Más claro: en un período contrarrevolucionario, la burguesía es fuerte o clase dominante y el proletariado es débil o clase dominada.

Esto no quiere decir que durante un período contrarrevolucionario no existan revueltas e insurrecciones. De hecho, durante el actual período contrarrevolucionario, concretamente en todo lo que va del siglo XXI, ha habido revueltas internacionales que incluso han llegado a amenazar con alterar o invertir la relación de fuerzas entre las clases: en especial, las del 2000, 2008, 2011 y 2019. Pero, todavía no lo han logrado. (Las causas histórico-materiales de la derrota de las revueltas y la vigencia de la contrarrevolución en este siglo son materia para otro artículo.)

El sistema de dominación capitalista, con el Estado a la cabeza, tiene diferentes tentáculos. De los cuales, la socialdemocracia, el reformismo o la izquierda del Capital es uno de los más importantes y fuertes, porque es la contrarrevolución capitalista que se disfraza de rojo y hasta de negro en el seno de los explotados y oprimidos para que sus protestas se vayan democráticamente por las ramas ―luchar contra tal o cual ley, contra tal o cual gobierno, por tal o cual derecho, etc.― y no ataquen las raíces del sistema: la dictadura social del valor en proceso o, en palabras más sencillas, tener que trabajar para pagar y pagar para vivir, gracias a lo cual los ricos y poderosos son lo que son a costa de nuestra clase de esclavos asalariados cada vez más precarios y empobrecidos. Mientras esto no deje de ser así, nada fundamental habrá cambiado.

Por lo tanto, en un período contrarrevolucionario como el actual, todo activismo de izquierda (marchas, plantones, asambleas, acciones simbólicas, etc.) es reformista y ni siquiera le hace cosquillas al Capital y al Estado. El “enfrentar la arremetida burguesa e imperialista”, el “no soltar las calles”, el "fortalecer los procesos de unidad de los sectores populares", la “acumulación de fuerzas”, la “preparación de la ofensiva popular”, etc., que arguyen los militantes de algunas organizaciones locales de izquierda, son razones convincentes pero falsas para buscar reproducir de otra forma el Capital-Estado o el orden democrático-burgués (la "defensa de lo público", los "derechos del pueblo", su soñado "gobierno popular", la "redistribución de la riqueza", etc.) y, por tanto, la contrarrevolución disfrazada de rojo y negro, incluso si tienen buenas intenciones o no están conscientes de ello, e incluso si su discurso y su acción parecen “radicales”. 

Ello es así porque el Capital es una relación social impersonal y, por ende, inmensamente más poderosa que las personalidades, voluntades, ideologías y actividades políticas de las organizaciones e individualidades de izquierda. Es más, el Capital subsume o incluye, re-produce y domina en su interior al "pueblo", la clase trabajadora, sus organizaciones de izquierda y sus protestas democráticas. 

En este sentido, el activismo de izquierda también es oportunista, porque las organizaciones políticas que están detrás del mismo aprovechan la coyuntura impuesta por la clase dominante como oportunidad para saltar al escenario, propagar su ideología política (el programa socialdemócrata disfrazado de "marxismo" y hasta de "anarquismo"), reclutar más gente y así tener más poder que otras organizaciones políticas. Con lo cual, reproducen la lógica de las mafias o rackets empresariales que compiten entre sí por acumular más capital, poder y territorio, pero “desde abajo y a la izquierda”.

Aunque a veces ya ni siquiera es eso: el activismo de izquierda termina siendo, de manera obsesiva y compulsiva, la acción por la acción para parecer más rebeldes y hasta más “revolucionarios” que otros en redes sociales. Un miserable show de la lucha contra el capitalismo que, irónica y patéticamente, esta misma sociedad del espectáculo termina convirtiendo en mercancía e imagen. Algo que, por cierto, es muy propio de la pequeña burguesía de izquierda: la apariencia, la pose, el figureteo. De tal forma, el activismo de izquierda reproduce la competencia y el espectáculo de la sociedad capitalista contra la que dice estar luchando en las calles.

Muy lejos y al contrario de todo eso, lo único que le golpearía real y mortalmente a la burguesía sería que el proletariado anónimo y autoorganizado expropie y comunice masivamente toda la producción y la distribución, de manera que se produzca sólo para satisfacer directa o gratuitamente las necesidades colectivas. Atacando y destruyendo por la fuerza, al mismo tiempo, el aparato represivo y burocrático del Estado. Todo lo cual, sólo puede ser sostenido por un poder revolucionario de carácter antiestatal e internacional, porque la revolución social es aplastada cuando no se impone sobre la contrarrevolución ni se internacionaliza. En pocas palabras: comunización, insurrección y Comuna mundial.

Si la revuelta mundial del 2019 puso a temblar de miedo a la burguesía mundial es porque fue un punto de quiebre que volvió a abrir la posibilidad histórica de la revolución social. Por eso reaccionó con tanta violencia y sagacidad en todas sus formas y niveles hasta la fecha, a saber: la brutal represión estatal para aplastar las revueltas, el uso contrainsurreccional de la pandemia, la guerra imperialista (en Ucrania y Palestina), el narcoterrorismo, el neofascismo, la derecha "alt-right" y la izquierda posmoderna o el activismo “woke” por igual, las elecciones, etc. Con sólo recordar el 2019, la burguesía mundial vuelve a temblar de miedo. Desde entonces, su estrategia es la contrarrevolución preventiva, porque procura prevenir a toda costa una nueva revuelta mundial que pueda devenir revolución mundial. Mientras tanto, bajo el actual período contrarrevolucionario donde la relación de fuerzas es desfavorable para el proletariado, todo activismo de izquierda es reformista, oportunista y espectacular.

Por todas estas razones de peso, y no por otra cosa, es que los proletarios revolucionarios o los comunistas hoy nos mantenemos distantes del activismo y, en cambio, nos vemos limitados pero, a la vez, dedicados con seriedad y compromiso a la actividad teórica; es decir, a la producción y difusión de teoría revolucionaria para la práctica revolucionaria.

Ahora bien, esta actividad teórica que sostenemos los comunistas no es "intelectualismo" ni “purismo”, como nos suelen “criticar” los activistas de izquierda. Es una forma y un momento del antagonismo de clases y, por tanto, de la práctica revolucionaria. Sí, la teoría en realidad es práctica teórica. En la concepción materialista de la historia y de la praxis humana ―en toda la extensión de ésta última, práctica teórica significa el proceso de producción de nuevos conocimientos que, al calor del desarrollo de las fuerzas productivas y las luchas sociales, busca no sólo interpretar sino transformar la realidad social. Por consiguiente, la práctica teórica comunista es la producción de teoría crítica y revolucionaria que, estando estrechamente ligada al antagonismo de clases, busca la revolución comunista.

Más precisamente: haciendo uso de las categorías fundamentales de la crítica de la economía política, la práctica teórica comunista hoy es la producción de análisis concretos de las condiciones capitalistas actuales y, sobre todo, de las luchas proletarias concretas para contribuir a la autoclarificación y radicalización de las mismas o, mejor dicho, para contribuir a producir la ruptura revolucionaria en su seno. A partir de lo cual, se puede elaborar la estrategia y las tácticas comunistas para el siglo XXI. He ahí su necesidad y su importancia o, si se prefiere, su razón de ser y su sentido, hoy.

En la misma perspectiva, también se puede afirmar que producir y difundir teoría comunista o mantener y desarrollar las posiciones revolucionarias del proletariado contra el capitalismo, contra la ideología de la clase dominante y, en especial, contra la socialdemocracia en el seno del propio proletariado, así sea de manera muy minoritaria y a contracorriente, es una práctica cuyo objetivo es reapropiarse, proteger y afilar «las armas de la crítica» para cuando el propio capitalismo en crisis y el antagonismo de clases abran una época de revolución social en la que se produzcan situaciones dónde serán masivamente sustituidas por «la crítica de las armas»: la insurrección proletaria mundial por el comunismo.

Efectivamente, en esas situaciones revolucionarias propias de un período revolucionario, la teoría revolucionaria y la conciencia de clase se convierten en fuerzas materiales o armas prácticas en manos de las masas proletarias hartas de serlo que pasan al ataque contra el Capital, el Estado y la sociedad de clases hasta destruirlos y superarlos. Porque «sólo una revolución comunista en masa puede producir una conciencia comunista en masa» (Marx, La ideología alemana). La teoría comunista prevé tal situación revolucionaria y prepara subjetivamente al proletariado para la misma.

En pocas palabras: durante un período contrarrevolucionario como el actual, la práctica teórica comunista no sólo es resistencia comunista, sino actividad de previsión y preparación estratégicas de la revolución comunista.

Obviamente, no serán la teoría y la propaganda revolucionarias las que desencadenen la revolución, sino las condiciones objetivas y subjetivas que el propio capitalismo en crisis y el antagonismo de clases hayan creado para que el proletariado ya no pueda ni quiera vivir como tal y, entonces, sienta la revolución como necesidad humana inmediata a satisfacer. Asimismo, para abolir y superar el Capital, el Estado y la sociedad de clases son necesarias la autoorganización de masas, la solidaridad antagonista y la violencia revolucionaria del proletariado en vías de autoabolición como clase.

Pero, la teoría y la propaganda revolucionarias también son necesarias, incluso imprescindibles en tanto que armas crítico-prácticas de la comunidad de los proletarios revolucionarios, junto con nuestras mejores armas que son la solidaridad y el apoyo mutuo. Porque si algunos proletarios en todo el mundo hoy nos entregamos a la teoría y la propaganda comunistas, es porque estamos hartos de la vida que sufrimos bajo el capitalismo y porque nos impulsa la pasión del comunismo. Como escribió Marx, «la crítica no es una pasión de la cabeza, sino la cabeza de la pasión». Por eso afirmamos que la práctica teórica comunista no sólo es resistencia comunista, sino previsión y preparación estratégicas y apasionadas de la revolución comunista.

Esto no significa que los comunistas debamos "esperar a que se den todas las condiciones para la lucha revolucionaria" y, por ende, que no participemos en las luchas reivindicativas de nuestra clase proletaria durante el período actual. Lo hemos hecho ―sobre todo, en las revueltas de los últimos años, combatiendo en las calles, "donde las papas queman"― y lo haremos en la medida de nuestras limitadas posibilidades. Pero, siempre con este criterio y esta perspectiva, la perspectiva comunista; es decir, develando y señalando las raíces, los límites y las potencias de las luchas proletarias actuales y, en consecuencia, manteniendo y agitando las posiciones revolucionarias del proletariado, sin transigir ni negociar con el Estado burgués y la socialdemocracia de cualquier color. La perspectiva comunista es una perspectiva antagonista. 

Es más, los comunistas producimos y difundimos teoría al calor de las luchas concretas y las acompañamos críticamente de esa forma, buscando contribuir a producir la ruptura revolucionaria en su seno, como unos proletarios en lucha más. Porque la teoría comunista no sólo es una forma y un momento del antagonismo de clases, sino también un producto y un factor del mismo. Porque la ruptura revolucionaria es el núcleo de la lucha comunista; su principio organizador y, al mismo tiempo, su método. Y, fundamentalmente, porque las luchas reivindicativas preparan el terreno para la lucha revolucionaria; pero, no de manera gradual, sino mediante la ruptura y el salto con ellas mismas, con sus propios límites.

El límite principal de las luchas del proletariado en la época actual es su propia condición de clase del trabajo/capital. Porque bajo la subsunción realdominación real del capital, trabajo y capital o proletariado y capital son inseparables. Esta relación de clase hoy está en crisis (altos índices de desempleo, subempleo, informalidad), pero sigue funcionando y sosteniendo la sociedad capitalista de modo catastrófico. Y porque ser proletarios no es un orgullo. Es una condena social e histórica que hay que abolir para ser libres de verdad, mejor dicho, para ser una comunidad real, universal y ricamente diversa de individuos libremente asociados que crean y viven plenamente sus vidas como tales.

Por lo tanto, el núcleo de la comunización o de la revolución comunista en la época actual no es la afirmación y perpetuación del proletariado ―ni siquiera como clase dominante―, sino la autoabolición del proletariado en tanto que clase del trabajo/capital. El proletariado es revolucionario o no es nada. Y sólo es revolucionario cuando lucha por dejar de serlo. De suyo, la autoabolición del proletariado implica la abolición del trabajo ―entendiendo que el trabajo es la alienación y explotación mercantil capitalista de la actividad humana productiva―, del capital y de la burguesía. En suma, el núcleo de la comunización es la abolición de la relación de clase que fundamenta y atraviesa toda la sociedad capitalista, mediante la producción de relaciones comunistas entre los individuos. 

Así tengan que pasar varias generaciones hasta lograrlo, las condiciones materiales producidas por el propio capitalismo durante las últimas décadas determinan que la revolución comunista, cuyo corazón es la abolición del trabajo, hoy es más posible que antes en la historia. Por ejemplo, el desarrollo tecnológico actualmente alcanzado, toda vez que haya sido comunizado, permitiría reducir el "trabajo" al mínimo necesario y disponer de tiempo libre para el desarrollo de todas las potencialidades y relaciones humanas.

Por su parte, la historia de las revoluciones de los dos últimos siglos demuestra que los proletarios sí podemos hacer la revolución con cabeza y mano propias, sin necesidad de concientizadores ni salvadores como se creen los partidos leninistas. Y viceversa: también demuestra que, si no lo hacemos de manera autónoma y antiestatal, esos mismos concientizadores y salvadores terminarán siendo la nueva clase dominante disfrazada de rojo, degenerando la revolución proletaria en contrarrevolución leninista.  

Esto no significa caer en el espontaneísmo, que quede claro. Autoorganizándonos como comunidad de lucha por la revolución social ―lo que Marx y otros camaradas históricos siempre han llamado Partido Histórico―, los proletarios sí podemos autoemanciparnos en todos los aspectos y producir el comunismo para destruir y superar el capitalismo.

El comunismo no es una utopía, una ideología ni mucho menos ese capitalismo de Estado mal llamado "comunismo" que fue la URSS y sus países satélites. «El comunismo es el movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual» (Marx, La ideología alemana) y la nueva sociedad sin clases ni Estado, sin mercado ni fronteras nacionales, que resulta de tal movimiento revolucionario.

El comunismo es esa ruptura y salto revolucionarios que se producen en el seno de las propias luchas proletarias, más aún en un contexto de crisis de la relación de clase como el actual. El comunismo es la ruptura de las condiciones capitalistas de existencia mediante la producción de nuevas relaciones sociales entre los individuos. Relaciones no mercantiles ni jerárquicas. Relaciones basadas en el apoyo mutuo entre iguales y la libertad real, porque se han liberado del valor, la mercancía, la propiedad, el trabajo, la división del trabajo, el capital, el dinero, las clases sociales, el Estado, las nacionalidades, las razas, los géneros, la división entre ciudad y campo, la separación entre humanidad, tecnología y naturaleza, etc.

Por lo tanto, al calor de la profundización y extensión del antagonismo de clases, sólo la producción inmanente e inmediata del comunismo ―sin "período de transición"― puede destruir y dejar atrás el capitalismo. La revolución comunista no admite medias tintas. Porque quien hace revoluciones a medias, cava su propia tumba.

El desafío para los comunistas del siglo XXI, entonces, no es "esperar a que se den todas las condiciones para lucha revolucionaria", sino más bien contribuir producir la ruptura revolucionaria en el seno de las actuales luchas reivindicativas, lejos del activismo y siempre en contra tanto del reformismo como del oportunismo. Lejos también del espontaneísmo, porque, como dijimos anteriormente, para la autoemancipación es necesaria la autoorganización. De hecho, la autoorganización es el primer acto de la revolución. Así pues, el desafío es contribuir a producir la ruptura revolucionaria, de todas las formas posibles, con intransigencia y paciencia al mismo tiempo.

¿Cómo? ¿Con qué estrategia? No sólo produciendo y difundiendo teoría comunista al calor de las luchas concretas, sino también haciendo que la comunidad de lucha contra el capitalismo que se vaya autoorganizando entre proletarios anónimos y hartos de serlo sea la anticipación de la sociedad comunista del futuro en el seno de la sociedad capitalista del presente. Procurando vivir y expandir el comunismo como un micelio, es decir, como una red de hongos en las grietas de la catástrofe capitalista global hasta que sea un nuevo mundo. Produciendo el comunismo al calor de la profundización y extensión del antagonismo de clases para abolir la sociedad de clases. Así tengan que pasar varias generaciones hasta lograrlo, el desafío para los comunistas del siglo XXI es la comunización.

Proletarios Hartos de Serlo
Quito, agosto de 2025

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* En realidad, existen tres tipos de período histórico-mundial del antagonismo de clases. El tercero es lo que hace unas décadas el Grupo Négation denominaba período de reanudación revolucionaria o lo que hoy el Grupo Barbaria denomina período bisagra, cuya característica principal es el tránsito epocal de un período contrarrevolucionario a un período revolucionario; un verdadero cambio de época. Según Barbaria, a raíz de la revuelta mundial del 2019, el actual es un período bisagra o una época bisagra entre la contrarrevolución mundial y la revolución mundial. Sin embargo, en él todavía predominan las características de la contrarrevolución. Por tal razón, y para efectos del presente artículo, nosotros afirmamos que el actual es un período contrarrevolucionario. Dejamos abierta la discusión compañera al respecto; pero, para desarrollarla en otro momento y lugar, es decir, en otro artículo.

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