Para
la revolución social, lo determinante es el contexto histórico y mundial, mejor
dicho, el carácter del período en que se encuentre el antagonismo de clases, no
la conciencia, la voluntad ni la actividad de las organizaciones e
individualidades izquierdistas de este y de cualquier otro país. En la historia del
antagonismo mundial de clases, sólo existen dos tipos de período: período
contrarrevolucionario y período revolucionario. El actual es un período
contrarrevolucionario.*
A
grosso modo, las características principales de un período
contrarrevolucionario son 1) que la burguesía ejerce su dominación de
clase en
todos los aspectos de la sociedad: desde lo económico hasta lo
ideológico, por
lo cual se encuentra a la ofensiva o al ataque asimismo en todos los
aspectos a fin de mantener tal dominación; y, 2) que el proletariado
sólo
puede hacer luchas defensivas, reivindicativas o reformistas como clase
del
trabajo/capital y no como clase revolucionaria. La relación de fuerzas
se
inclina, pues, a favor de la primera clase, no de la segunda.
Más
claro: en un período contrarrevolucionario, la burguesía es fuerte o clase
dominante y el proletariado es débil o clase dominada.
Esto
no quiere decir que durante un período contrarrevolucionario no existan
revueltas e insurrecciones. De hecho, durante el actual período
contrarrevolucionario, concretamente en todo lo que va del siglo XXI, ha habido
revueltas internacionales que incluso han llegado a amenazar con alterar o invertir la relación
de fuerzas entre las clases: en especial, las del 2000, 2008, 2011 y 2019. Pero, todavía no lo han logrado. (Las causas histórico-materiales
de la derrota de las revueltas y la vigencia de la contrarrevolución en este siglo son materia para otro artículo.)
El
sistema de dominación capitalista, con el Estado a la cabeza, tiene diferentes
tentáculos. De los cuales, la socialdemocracia, el reformismo o la izquierda
del Capital es uno de los más importantes y fuertes, porque es la
contrarrevolución capitalista que se disfraza de rojo y hasta de negro en el
seno de los explotados y oprimidos para que sus protestas se vayan democráticamente
por las ramas ―luchar contra tal o cual ley, contra tal o cual gobierno, por
tal o cual derecho, etc.― y no ataquen las raíces del sistema: la dictadura
social del valor en proceso o, en palabras más sencillas, tener que trabajar
para pagar y pagar para vivir, gracias a lo cual los ricos y poderosos son lo
que son a costa de nuestra clase de esclavos asalariados cada vez más precarios
y empobrecidos. Mientras esto no deje de ser así, nada fundamental habrá
cambiado.
Por
lo tanto, en un período contrarrevolucionario como el actual, todo activismo de
izquierda (marchas, plantones, asambleas, acciones simbólicas, etc.) es
reformista y ni siquiera le hace cosquillas al Capital y al
Estado. El
“enfrentar la arremetida burguesa e imperialista”, el “no soltar las
calles”, el "fortalecer los procesos de unidad de los sectores
populares", la “acumulación de fuerzas”, la “preparación de la ofensiva
popular”, etc., que
arguyen los militantes de algunas organizaciones locales de izquierda,
son razones
convincentes pero falsas para buscar reproducir de otra forma el
Capital-Estado o el orden democrático-burgués (la "defensa de lo
público", los "derechos del pueblo", su soñado "gobierno popular", la "redistribución de la riqueza", etc.) y, por tanto, la
contrarrevolución disfrazada de rojo y negro, incluso si tienen buenas
intenciones o no están conscientes de ello, e incluso si su discurso y su
acción parecen “radicales”.
Ello es así porque el Capital es una relación social impersonal y,
por ende, inmensamente más poderosa que las personalidades, voluntades,
ideologías y actividades políticas de las organizaciones e
individualidades de izquierda. Es más, el Capital subsume o
incluye, re-produce y domina en su interior al "pueblo", la clase
trabajadora, sus organizaciones de izquierda y sus protestas
democráticas.
En
este sentido, el activismo de izquierda también es oportunista,
porque las
organizaciones políticas que están detrás del mismo aprovechan la
coyuntura impuesta por
la clase dominante como oportunidad para saltar al escenario, propagar
su ideología política (el programa socialdemócrata disfrazado de
"marxismo" y hasta de "anarquismo"), reclutar más gente y así tener más
poder que otras organizaciones políticas. Con lo cual, reproducen la
lógica de las mafias o rackets empresariales que compiten entre sí por acumular
más capital, poder y territorio, pero “desde abajo y a la izquierda”.
Aunque
a veces ya ni siquiera es eso: el activismo de izquierda termina siendo, de
manera obsesiva y compulsiva, la acción por la acción para parecer más
rebeldes
y hasta más “revolucionarios” que otros en redes sociales. Un miserable
show de la lucha contra el capitalismo que, irónica y patéticamente,
esta misma sociedad del espectáculo termina convirtiendo en mercancía e imagen. Algo que, por
cierto, es muy propio de la pequeña burguesía de izquierda: la apariencia, la
pose, el figureteo. De tal forma, el activismo de izquierda reproduce la
competencia y el espectáculo de la sociedad capitalista contra la que dice
estar luchando en las calles.
Muy
lejos y al contrario de todo eso, lo único que le golpearía real y mortalmente
a la burguesía sería que el proletariado anónimo y autoorganizado expropie y
comunice masivamente toda la producción y la distribución, de manera que se
produzca sólo para satisfacer directa o gratuitamente las
necesidades colectivas. Atacando y destruyendo por la fuerza, al mismo tiempo, el aparato
represivo y burocrático del Estado. Todo lo cual, sólo puede ser sostenido por
un poder revolucionario de carácter antiestatal e internacional, porque la
revolución social es aplastada cuando no se impone sobre la contrarrevolución ni se internacionaliza. En pocas
palabras: comunización, insurrección y Comuna mundial.
Si
la revuelta mundial del 2019 puso a temblar de miedo a la burguesía mundial es
porque fue un punto de quiebre que volvió a abrir la posibilidad histórica de la revolución social. Por eso
reaccionó con tanta violencia y sagacidad en todas sus formas y niveles hasta
la fecha, a saber: la brutal represión estatal para aplastar las revueltas, el
uso contrainsurreccional de la pandemia, la guerra imperialista (en Ucrania y
Palestina), el narcoterrorismo, el neofascismo, la derecha "alt-right" y la izquierda posmoderna o el
activismo “woke” por igual, las elecciones, etc. Con sólo recordar el 2019, la burguesía mundial vuelve a
temblar de miedo. Desde entonces, su estrategia es la contrarrevolución
preventiva, porque procura prevenir a toda costa una nueva revuelta mundial que
pueda devenir revolución mundial. Mientras tanto, bajo el actual período
contrarrevolucionario donde la relación de fuerzas es desfavorable para el
proletariado, todo activismo de izquierda es reformista, oportunista y espectacular.
Por
todas estas razones de peso, y no por otra cosa, es que los proletarios
revolucionarios o los comunistas hoy nos mantenemos distantes del
activismo y, en
cambio, nos vemos limitados pero, a la vez, dedicados con seriedad y
compromiso a la actividad teórica; es decir, a la producción y difusión
de
teoría revolucionaria para la práctica revolucionaria.
Ahora
bien, esta actividad teórica que sostenemos los comunistas no es "intelectualismo" ni
“purismo”, como nos suelen “criticar” los activistas de izquierda. Es una forma
y un momento del antagonismo de clases y, por tanto, de la práctica
revolucionaria. Sí, la teoría en realidad es práctica teórica. En la concepción
materialista de la historia y de la praxis humana ―en toda la extensión de ésta última―, práctica teórica significa el proceso de producción de nuevos
conocimientos que, al calor del desarrollo de las fuerzas productivas y las luchas sociales, busca no sólo interpretar
sino transformar la realidad social. Por consiguiente, la práctica teórica
comunista es la producción de teoría crítica y revolucionaria que, estando estrechamente
ligada al antagonismo de clases, busca la revolución
comunista.
Más
precisamente: haciendo uso de las categorías fundamentales de la crítica de la economía política,
la práctica teórica comunista hoy es la producción de análisis concretos de las
condiciones capitalistas actuales y, sobre todo, de las luchas proletarias concretas
para contribuir a la autoclarificación y radicalización de las mismas o, mejor
dicho, para contribuir a producir la ruptura revolucionaria en su seno. A partir
de lo cual, se puede elaborar la estrategia y las tácticas comunistas para el
siglo XXI. He ahí su necesidad y su importancia o, si se prefiere, su razón de ser y su sentido, hoy.
En
la misma perspectiva, también se puede afirmar que producir y difundir teoría
comunista o mantener y desarrollar las
posiciones revolucionarias del proletariado contra el capitalismo, contra la
ideología de la clase dominante y, en especial, contra la socialdemocracia en
el seno del propio proletariado, así sea de manera muy minoritaria y a
contracorriente, es una práctica cuyo objetivo es reapropiarse, proteger y
afilar «las armas de la crítica» para cuando el propio
capitalismo en crisis y
el antagonismo de clases abran una época de revolución social en la que
se produzcan situaciones dónde serán masivamente sustituidas por «la crítica de las armas»: la
insurrección proletaria mundial por el comunismo.
Efectivamente, en esas situaciones revolucionarias propias de un período revolucionario, la
teoría revolucionaria y la conciencia de clase se convierten en fuerzas
materiales o armas prácticas en manos de las masas proletarias hartas de serlo que
pasan al ataque contra el Capital, el Estado y la sociedad de clases hasta
destruirlos y superarlos. Porque «sólo una revolución comunista en masa
puede producir una conciencia comunista en masa» (Marx, La ideología
alemana). La teoría comunista prevé tal situación revolucionaria y prepara subjetivamente al proletariado para la misma.
En
pocas palabras: durante un período contrarrevolucionario como el
actual, la
práctica teórica comunista no sólo es resistencia comunista, sino
actividad de previsión y preparación estratégicas de la revolución
comunista.
Obviamente,
no serán la teoría y la propaganda revolucionarias las que desencadenen la
revolución, sino las condiciones objetivas y subjetivas que el propio
capitalismo en crisis y el antagonismo de clases hayan creado para que el
proletariado ya no pueda ni quiera vivir como tal y, entonces, sienta la
revolución como necesidad humana inmediata a satisfacer. Asimismo, para abolir
y superar el Capital, el Estado y la sociedad de clases son necesarias la
autoorganización de masas, la solidaridad antagonista y la violencia
revolucionaria del proletariado en vías de autoabolición como clase.
Pero,
la teoría y la propaganda revolucionarias también son necesarias, incluso
imprescindibles en tanto que armas crítico-prácticas de la comunidad de los
proletarios revolucionarios, junto con nuestras mejores armas que son la
solidaridad y el apoyo mutuo. Porque si algunos proletarios en todo el mundo hoy
nos entregamos a la teoría y la propaganda comunistas, es porque estamos hartos
de la vida que sufrimos bajo el capitalismo y porque nos impulsa la pasión del
comunismo. Como escribió Marx, «la crítica no es una pasión de la cabeza,
sino la cabeza de la pasión». Por eso afirmamos que la práctica teórica
comunista no sólo es resistencia comunista, sino previsión y preparación estratégicas y apasionadas de la
revolución comunista.
Esto
no significa que los comunistas debamos "esperar a que se den todas las
condiciones para la lucha revolucionaria" y, por ende, que no
participemos en las luchas reivindicativas
de nuestra clase proletaria durante el período actual. Lo hemos hecho
―sobre
todo, en las revueltas de los últimos años, combatiendo en las calles,
"donde las papas queman"― y lo haremos en la medida de nuestras
limitadas posibilidades. Pero, siempre con este criterio y esta
perspectiva, la perspectiva comunista; es
decir, develando y señalando las raíces, los límites y las potencias de
las luchas proletarias actuales y, en consecuencia, manteniendo y
agitando las posiciones revolucionarias del proletariado,
sin transigir ni negociar con el Estado burgués y la socialdemocracia de
cualquier color. La perspectiva comunista es una perspectiva
antagonista.
Es más, los comunistas producimos y
difundimos teoría al calor de las luchas concretas y las acompañamos
críticamente de esa forma, buscando contribuir a producir la ruptura
revolucionaria en su seno, como unos proletarios en lucha más. Porque la teoría
comunista no sólo es una forma y un momento del antagonismo de clases, sino también
un producto y un factor del mismo. Porque la ruptura revolucionaria es el
núcleo de la lucha comunista; su principio organizador y, al mismo tiempo, su método. Y, fundamentalmente,
porque las luchas reivindicativas preparan el terreno para la lucha
revolucionaria; pero, no de manera gradual, sino mediante la ruptura y el salto
con ellas mismas, con sus propios límites.
El
límite principal de las luchas del proletariado en la época actual es su propia
condición de clase del trabajo/capital. Porque bajo la subsunción real o dominación real del
capital, trabajo y capital o proletariado y capital son inseparables. Esta
relación de clase hoy está en crisis (altos índices de desempleo, subempleo,
informalidad), pero sigue funcionando y sosteniendo la sociedad capitalista de
modo catastrófico. Y porque ser proletarios no es un orgullo. Es una condena
social e histórica que hay que abolir para ser libres de verdad, mejor dicho,
para ser una comunidad real, universal y ricamente diversa de individuos
libremente asociados que crean y viven plenamente sus vidas como tales.
Por
lo tanto, el núcleo de la comunización o de la revolución comunista en la época actual no es la
afirmación y perpetuación del proletariado ―ni siquiera como clase dominante―,
sino la autoabolición del proletariado en tanto que clase del trabajo/capital. El proletariado es revolucionario o no es nada. Y sólo es revolucionario cuando lucha por dejar de serlo. De suyo, la autoabolición del proletariado implica la abolición del
trabajo ―entendiendo que el trabajo es la alienación y explotación
mercantil capitalista de
la actividad humana productiva―, del capital y de la burguesía. En suma,
el núcleo de la comunización es la abolición de la relación de clase
que fundamenta y atraviesa toda la sociedad capitalista, mediante la producción de relaciones comunistas entre los individuos.
Así tengan que pasar varias generaciones hasta lograrlo, las
condiciones materiales producidas por el propio capitalismo durante las últimas décadas determinan que la
revolución comunista, cuyo corazón es la abolición del trabajo, hoy es más posible que antes en la historia. Por ejemplo,
el desarrollo tecnológico actualmente alcanzado, toda vez que haya sido
comunizado, permitiría reducir el "trabajo" al mínimo necesario y disponer
de tiempo libre para el desarrollo de todas las potencialidades y relaciones humanas.
Por
su parte, la historia de las revoluciones de los dos últimos siglos demuestra
que los proletarios sí podemos hacer la revolución con cabeza y mano propias,
sin necesidad de concientizadores ni salvadores como se creen los partidos
leninistas. Y viceversa: también demuestra que, si no lo hacemos de manera
autónoma y antiestatal, esos mismos concientizadores y salvadores terminarán siendo la nueva
clase dominante disfrazada de rojo, degenerando la revolución proletaria en
contrarrevolución leninista.
Esto
no significa caer en el espontaneísmo, que quede claro. Autoorganizándonos como
comunidad de lucha por la revolución social ―lo que Marx y otros camaradas
históricos siempre han llamado Partido Histórico―, los proletarios sí
podemos autoemanciparnos en todos los aspectos y producir el comunismo para
destruir y superar el capitalismo.
El
comunismo no es una utopía, una ideología ni mucho menos ese capitalismo de
Estado mal llamado "comunismo" que fue la URSS y sus países
satélites. «El comunismo es el movimiento real que anula y supera el estado
de cosas actual» (Marx, La ideología alemana) y la nueva sociedad sin
clases ni Estado, sin mercado ni fronteras nacionales, que resulta de tal
movimiento revolucionario.
El
comunismo es esa ruptura y salto revolucionarios que se producen en el seno de
las propias luchas proletarias, más aún en un contexto de crisis de la relación
de clase como el actual. El comunismo es la ruptura de las condiciones capitalistas de existencia mediante la producción de nuevas relaciones sociales
entre los individuos. Relaciones no mercantiles ni jerárquicas. Relaciones
basadas en el apoyo mutuo entre iguales y la libertad real, porque se han
liberado del valor, la mercancía, la propiedad, el trabajo, la división del
trabajo, el capital, el dinero, las clases sociales, el Estado, las
nacionalidades, las razas, los géneros, la división entre ciudad y campo, la
separación entre humanidad, tecnología y naturaleza, etc.
Por
lo tanto, al calor de la profundización y extensión del antagonismo de clases,
sólo la producción inmanente e inmediata del comunismo ―sin "período de
transición"― puede destruir y dejar atrás el capitalismo. La revolución
comunista no admite medias tintas. Porque quien hace revoluciones a medias,
cava su propia tumba.
El
desafío para los comunistas del siglo XXI, entonces, no es "esperar a
que se den todas las condiciones para lucha revolucionaria", sino más
bien contribuir producir la ruptura revolucionaria en el seno de las actuales luchas reivindicativas,
lejos del activismo y siempre en contra tanto del reformismo como del
oportunismo. Lejos también del espontaneísmo, porque, como dijimos
anteriormente, para la autoemancipación es necesaria la autoorganización. De
hecho, la autoorganización es el primer acto de la revolución.
Así pues, el
desafío es contribuir a producir la ruptura revolucionaria, de todas las
formas posibles, con intransigencia y paciencia al mismo tiempo.
¿Cómo?
¿Con qué estrategia? No sólo produciendo y difundiendo teoría comunista al
calor de las luchas concretas, sino también haciendo que la comunidad de lucha
contra el capitalismo que se vaya autoorganizando entre proletarios anónimos y
hartos de serlo sea la anticipación de la
sociedad comunista del futuro en el seno de la sociedad capitalista del presente. Procurando vivir y expandir el comunismo como un
micelio, es decir, como una red de hongos en las grietas de la catástrofe capitalista
global hasta que sea un nuevo mundo. Produciendo el comunismo al calor de la
profundización y extensión del antagonismo de clases para abolir la sociedad de
clases. Así tengan que pasar varias generaciones hasta lograrlo, el desafío para los
comunistas del siglo XXI es la comunización.
Proletarios Hartos de Serlo
Quito, agosto de 2025
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* En realidad, existen tres tipos de período histórico-mundial del antagonismo de clases. El tercero es lo que hace unas décadas el Grupo Négation denominaba período de reanudación revolucionaria o lo que hoy el Grupo Barbaria denomina período bisagra,
cuya característica principal es el tránsito epocal de un período
contrarrevolucionario a un período revolucionario; un verdadero cambio
de época. Según Barbaria, a raíz de la revuelta mundial del 2019, el
actual es un período bisagra o una época bisagra entre la contrarrevolución mundial y la revolución mundial. Sin embargo, en él todavía predominan las características de la contrarrevolución. Por tal razón, y para efectos del presente artículo, nosotros afirmamos que el actual es un período contrarrevolucionario.
Dejamos abierta la discusión compañera al respecto; pero, para
desarrollarla en otro momento y lugar, es decir, en otro artículo.