Masacre tras masacre, la burguesía israelí busca su "solución final": ¡expulsar a los palestinos de su tierra, convirtiéndolos en refugiados y esclavos asalariados perpetuos!

Esta "solución" conviene a todas las burguesías de Oriente Próximo y a todos los imperialistas, ¡porque los proletarios palestinos son siempre un polvorín a punto de estallar!

 

La incursión de Hamás del 7 de octubre de 2023 en los kibutz israelíes limítrofes con la Franja de Gaza, más allá de las conjeturas sobre la falta de preparación de los servicios secretos israelíes en cuanto a la necesaria prevención, fue una oportunidad particularmente favorable para lograr el histórico designio sionista del Gran Israel, que todos los gobiernos israelíes que hasta ahora se han sucedido en el poder han perseguido siempre, de manera más o menos disimulada. El gobierno de Netanyahu no es, desde luego, de otra opinión.

El mismo 7 de octubre, el ejército de Tel Aviv se movilizó para una represalia extendida y prolongada en la que, según las intenciones del gobierno de Netanyahu, Hamás y sus ramificaciones militares y políticas serían aniquilados y la población civil de la Franja de Gaza, que "eligió" ser gobernada por Hamás, recibiría una "lección" que nunca olvidaría...

En un principio podría haber parecido, tal y como se anunció, que se trataba de una operación militar cuyo principal objetivo era rescatar a los más de 200 rehenes capturados por Hamás y llevados a la Franja, y dar, al mismo tiempo, una respuesta muy dura a Hamás. Los objetivos "oficiales" de la operación militar israelí en Gaza eran los dirigentes y milicianos de Hamás, pero en realidad -como siempre ha ocurrido desde las guerras israelo-palestinas, a partir de 1967- precisamente porque los milicianos palestinos vivían y viven en estrecho contacto con la población civil (y no podía ser de otra manera, dada la alta densidad de población en los cada vez más reducidos kilómetros cuadrados de territorio en los que los palestinos de guerra en guerra, se veían obligados a vivir), Israel nunca ha hecho mucha diferencia entre los milicianos armados y la población civil, tanto si las represalias eran llevadas a cabo directamente por Tel Aviv o por otros verdugos, como en la masacre de Ammán de septiembre de 1970, la de Tall-el-Zaatar de 1976 y la de Sabra y Chatila de 1982, por no mencionar las Intifadas posteriores. Pero es un error creer que las masacres de los palestinos sólo pueden achacarse a Israel o a los regímenes árabes de Jordania, Líbano o Siria.

La realidad histórica de la situación creada inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial Imperialista ve -y sólo podía ser así- a las grandes potencias "victoriosas" teniendo en sus manos el destino no sólo de Europa, sino del mundo entero y, en particular, del Oriente Medio asolado por el terremoto. Primero Inglaterra y Francia, luego Estados Unidos, con la Rusia soviética en la ventana, pusieron sus garras en esos vastos territorios hinchados de preciado petróleo y estratégicamente importantes para las rutas comerciales con Oriente. Por lo tanto, todo lo que ha sucedido, sucede y sucederá en la antigua Palestina y en todo Oriente Próximo, verá constantemente comprometidos los intereses no sólo de las potencias regionales (Irán, Arabia Saudí, Egipto y los diversos regímenes árabes, sin excluir a Turquía), sino sobre todo de las grandes potencias mundiales. Es bien sabido que Inglaterra, la antigua potencia mundial decisiva, sobre todo en Extremo Oriente y Oriente Próximo, ha sido sustituida como potencia mundial capaz de estar presente en todos los continentes al mismo tiempo, por los Estados Unidos de América. Por lo tanto, no hay cuadrante geopolítico del mundo, más grande o más pequeño, en el que Washington no tenga su propio interés que hacer valer.

El hecho mismo de que, desde hace décadas, Washington invierta miles y miles de millones de dólares en Israel por su función de gendarme "americano" en Oriente Medio (con el tiempo se ha convertido en el gendarme "occidental"), y lo proteja económica, política, diplomática y militarmente en todo el mundo, convierte a Washington en el principal culpable de todas las acciones que la burguesía israelí ha hecho, está haciendo y planea hacer. Ciertamente, en las décadas transcurridas desde el final del segundo conflicto imperialista mundial, las relaciones entre las diversas potencias que salieron victoriosas y vencidas del mismo han cambiado, todavía no tan profundamente como para presentar ya en embrión las alineaciones de la próxima guerra imperialista. La aparición de potencias económicas capaces de arrinconar al capitalismo estadounidense en una guerra de competencia sin límites (como China, Alemania y Japón, por nombrar algunas economías cuya competencia cada vez más aguda Washington tiene todos los motivos para temer, por no mencionar el nervio en carne viva que históricamente responde al nombre de Rusia, en particular por su poder nuclear) ha obligado en cierto modo a Washington a dosificar su intervención económico-militar con mucho más cuidado que antes, empujándole a delegar en otros países, particularmente dependientes de sus inversiones y de su peso político internacional, la función de control político-militar de áreas geopolíticas en las que esos países pueden actuar como gendarmes de los intereses capitalistas en general y del imperialismo norteamericano en particular. El caso de Israel es emblemático.

Entonces, ¿qué relación tiene todo el teatro que se monta cada vez que aumentan las tensiones en Palestina o Líbano -donde se han refugiado casi medio millón de palestinos y donde los milicianos de Hezbolá operan libremente- con el ya trillado y repetido "derecho" de los palestinos a tener su propio Estado independiente (por el que ni Israel, ni Estados Unidos, ni mucho menos la sobrevalorada Unión Europea, ni las diversas potencias mundiales han hecho nunca nada para facilitar su realización, que, por otra parte, ¡está prevista en las resoluciones de la ONU desde 1948!)? Sirve para tomar el pelo a los palestinos, a las masas árabes y a los proletarios de todos los países que, ilusoriamente, esperan que las mismas grandes potencias, que han creado una situación irresoluble, pongan fin a la tragedia del pueblo palestino.

Para nosotros, marxistas, ya estaba claro en aquel momento, una vez terminada la guerra imperialista, que todos los problemas que el imperialismo no había resuelto, y no podía resolver dados los intereses cada vez más enfrentados entre los diversos polos imperialistas, se agravarían, y que el agravamiento en términos económicos y sociales recaería en un 99% sobre las masas proletarias directamente afectadas -por tanto, sobre todo en los países coloniales y semicoloniales- y, en un porcentaje muy elevado, también sobre las masas proletarias de los países que salieron victoriosos de la guerra, sobre las que la carga de la reconstrucción de posguerra habría sido particularmente dura.

Como hemos subrayado una y otra vez, la burguesía palestina, como otras, fue incapaz de aprovechar la situación mundial posterior a la Segunda Guerra Mundial en la que surgieron levantamientos anticoloniales que pusieron a dura prueba la resistencia de las viejas potencias coloniales. Su "revolución democrática" no vio la luz como en Argelia, el Congo o China; los residuos de tribalismo y precapitalismo aún presentes en todo el Oriente Próximo árabe constituían un obstáculo que sólo un gran movimiento insurreccional destinado a deshacerse para siempre de esos residuos podría haber destruido, pero las clases privilegiadas árabes de la época, a pesar de los levantamientos generalizados y las revueltas populares prefirieron regatear sus privilegios con las nuevas potencias que habían sustituido al imperio otomano, dejando esencialmente en sus manos el "arreglo" de las diatribas entre los diversos clanes y las fronteras de los nuevos países, encargándose de sofocar los impulsos rebeldes y revolucionarios de sus propias masas trabajadoras y desposeídas. Mientras tanto, el capitalismo no se quedó de brazos cruzados, siguió adelante a pesar de los obstáculos sociales y políticos de los diversos clanes y tribus, y no sólo los pozos petrolíferos demandaban mano de obra asalariada que sustituía cada vez más a los pequeños campesinos arruinados por la guerra, el comercio capitalista y las expropiaciones de sus tierras.

Así fue como las masas palestinas, compuestas generalmente por pequeños campesinos y pequeños comerciantes, se transformaron en masas proletarias, en trabajadores asalariados a disposición de cualquier burguesía, de cualquier capitalista, tanto más cuanto que eran refugiados perennes. Como en todas las demás partes del mundo, el progreso del capitalismo no se detiene ante la impotencia de una determinada burguesía: hay otras burguesías más organizadas y más fuertes que ocupan el lugar de las más débiles y atrasadas históricamente; el desarrollo capitalista si, por un lado, arruina a capas enteras de la población y provoca un desarrollo desigual en muchas partes del mundo, por otro, sólo puede producir cada vez más proletarios, asalariados, trabajadores sin reservas obligados a someterse a las leyes burguesas y a las relaciones sociales y de producción que el capitalismo dicta a las mismas burguesías.

La gran novedad que apareció en Palestina entre los años 60 y 70 fue la creación de una masa proletaria despojada de todo, de sus tierras, de sus artesanías, de sus hogares, de lo que podría haber llegado a ser su "patria" y no llegó a serlo. Refugiados perennes, los proletarios palestinos -precisamente por ser proletarios y por estar acostumbrados a la lucha armada y por ser indómitos- siempre han constituido un peligro potencial para todas las burguesías de la región, empezando por su propia burguesía, que utilizaba su sangre para reforzar sus relaciones de clase con las burguesías más poderosas que, de vez en cuando, estaban más dispuestas a respaldarla.

Pero la lucha de los proletarios palestinos, que llevan décadas esperando un territorio, engañados continuamente por su propia burguesía de que podrían obtenerlo como nación "independiente" a la que por fin podrían regresar los refugiados de otros países, tiene, en realidad, otra perspectiva: una perspectiva de clase, la perspectiva de una lucha que une a los proletarios de los propios países en los que se han refugiado -como ya había empezado a suceder en 1982 en Beirut-, una lucha que objetivamente se plantea a nivel internacional tanto porque los proletarios palestinos están presentes y son explotados en muchos países de Oriente Medio por lo tanto no sólo en Israel, y porque tienen que luchar, como ya ha ocurrido varias veces en las últimas décadas, contra las burguesías de la región que, más allá de los enfrentamientos que constantemente tienen entre ellas, siempre se han aliado contra los proletarios palestinos.

Esta lucha, que, por supuesto, no puede lograrse sobre la base de la mera voluntad de algún organismo supranacional, ni siquiera si se tratara del partido comunista revolucionario, sólo puede surgir en situaciones en las que los proletarios logren destruir la competencia entre ellos que la propia burguesía palestina, en primer lugar, y todas las demás burguesías, alimentan constantemente, sabiendo que esta competencia entre proletarios es el factor más favorable a la explotación de los propios proletarios y a su división.

Por otra parte, no hay que subestimar el comportamiento del proletariado israelí, especialmente de su mayoría judía, que funciona, frente a los proletarios palestinos y los propios proletarios árabes israelíes, como una verdadera aristocracia obrera, doblemente ligada a los intereses de conservación de la burguesía israelí. Cuanto más continúa la burguesía israelí expropiando tierras a los palestinos, obligándoles a plegarse a los intereses israelíes o a emigrar, más interés tiene en atar a sí misma a la masa de proletarios israelíes mediante privilegios de todo tipo. Por ello, aunque en la perspectiva clasista y revolucionaria de la lucha proletaria no puede faltar el llamamiento a la unidad de los proletarios por encima de las nacionalidades para luchar contra el verdadero enemigo de todos los proletarios, la burguesía dominante, los proletarios palestinos igual que no deben esperar la solución o mejora de sus condiciones sociales y económicas de la burguesía palestina o de la de otros estados, mucho menos de la de los países imperialistas, tampoco deben esperar que la aristocracia obrera israelí se mueva para defender sus derechos, su reconocimiento como pueblo que tiene "derecho" a ser independiente. No es casualidad que en todos los episodios de abusos, de opresión, de ocupación de tierras palestinas con acciones armadas de los colonos israelíes, y de guerra emprendida por la burguesía israelí, no se haya visto ningún movimiento serio de oposición proletaria por parte del proletariado israelí. Estos últimos siguen demasiado apegados a los privilegios materiales que les concede la burguesía dominante como para desprenderse de ellos y abrazar no sólo y no tanto la "causa palestina" (lo que ya sería un paso adelante para demostrar que no son cómplices de la opresión nacional de su propia burguesía) como la "causa proletaria" en la que pueden reconocerse.

Llegará el momento en que los proletarios israelíes tendrán que responder de su complicidad con su propia burguesía; las masacres de Gaza y Cisjordania también pesarán sobre ellos. Si es cierto lo que decían Marx y Engels sobre los pueblos que oprimen a otros pueblos, aún lo es más sobre los proletarios que se hacen cómplices de su propia burguesía para oprimir a otros pueblos y a otros proletarios. La historia tiene una justicia que no está escrita en tablas de leyes, sino en los factores materiales que llevan a las clases productoras dominantes y explotadas a levantarse contra las clases dominantes y explotadoras. Será la lucha de clases y la revolución, como en los intentos de 1848, 1871 y 1917, la que hará justicia, abrazando la causa de una emancipación que tiene por fin no tanto el reconocimiento de los "derechos" de los oprimidos a una vida más "digna", graciosamente concedidos por las clases burguesas dominantes, como la eliminación de una sociedad erigida sobre la división en clases, sobre el modo de producción capitalista que ha convertido toda actividad humana y todo ser humano en mercancía, sobre la dominación política y social de una clase dominante que no pone límites a su ferocidad en el aplastamiento de los movimientos y pueblos que se interponen a sus intereses.

Sostener esta perspectiva hoy, cuando no aparece en el horizonte visible ninguna lucha proletaria con las características de la lucha de clases y revolucionaria, puede parecer el sueño de un visionario. También lo parecía en 1917, en plena guerra imperialista mundial, cuando el proletariado ruso -entonces en considerable minoría frente a las masas campesinas- se levantó simultáneamente contra la guerra imperialista, contra el zarismo y contra la burguesía nacional -y abrazó esta misma perspectiva con tal fuerza y convicción que generó en todas las potencias imperialistas un miedo real a perder el control no sólo de Rusia, sino del mundo entero. En 1848, los proletarios revolucionarios de Europa fueron derrotados en Milán, Viena, Frankfurt, Berlín, Budapest y París en el plazo de un mes porque estaban demasiado aislados unos de otros y porque su lucha aún no había alcanzado la cúspide del programa internacional del comunismo revolucionario que sólo el Manifiesto de Marx y Engels podía representar. En 1871, la revolución de los communards duró poco más de dos meses, pero logró expresar los puntos cruciales que el marxismo ya había puesto de relieve: los intereses de clase del proletariado chocaban directamente con los intereses de clase de la burguesía francesa y prusiana -razón por la cual se aliaron contra el proletariado en París- y sólo la ausencia de un programa revolucionario claro y preciso a largo plazo y el extremo aislamiento del proletariado tanto en Francia como en Europa condujeron a su derrota. En 1917 la revolución proletaria triunfó y, sobre la base de la experiencia de la Comuna de París, estableció la dictadura de clase políticamente planificada y mucho más organizada, suscitando en toda Europa y en las colonias un empuje revolucionario de la mayor magnitud que podría haber logrado lo que la Comuna de París no consiguió, es decir, el inicio de una revolución mundial del proletariado de Europa y del mundo; pero en el plazo de una década -debido a la capitulación ante los presupuestos ideológicos y tácticos del oportunismo socialdemócrata de los partidos comunistas más importantes, como los de Alemania y Francia, y al aislamiento real de la dictadura proletaria soviética- el poder proletario se replegó sobre sí mismo, convirtiéndose en prisionero de una degeneración que lo erosionaba desde dentro, y la revolución proletaria mundial que habría podido revivir en Alemania en 1923 y en China en 1927 fue sustituida por la razón de Estado rusa y las obscenas "vías nacionales al socialismo".

La historia debe leerse sin prejuicios ideológicos y los acontecimientos que marcan las distintas fases históricas deben someterse a los balances dinámicos de los que sólo el marxismo fue y es capaz. Marx lo enseñó desde 1848 y Lenin desde 1914: enseñanzas que las fuerzas del oportunismo mundial han intentado mistificar y enterrar, pero de las que sólo una corriente política bien definida, la Izquierda Comunista de Italia, ha demostrado que sabe extraer gracias a un único método, el de aplicar intransigentemente el marxismo -por tanto, el materialismo histórico y dialéctico- a la historia de las sociedades humanas, a su desarrollo y a sus contradicciones, con la tenacidad y la paciencia que caracterizan a la investigación científica que no se deja frenar por los años de vida del científico x o y.

La revolución industrial que marcó el inicio del capitalismo en el mundo comenzó sus pasos en Inglaterra y en 1640 desarrolló su primera revolución burguesa. La burguesía tardó 150 años en llegar a la revolución francesa y luego a la revolución en la Europa feudal, pero mientras tanto el capitalismo como modo de producción avanzaba en su imparable desarrollo. La revolución anti feudal en Rusia tardó otros 130 años aproximadamente, mientras el capitalismo se transformaba en capitalismo monopolista y por tanto en imperialismo, madurando sus contradicciones en el conflicto imperialista mundial de 1914-18, mientras Asia y África continuaban en el subdesarrollo económico y, en gran medida, en las formas despótico-feudales-tribales que las potencias imperialistas pretendían mantener vivas para sus exclusivos intereses de control económico e influencia política. Pero el desarrollo de las fuerzas productivas que el capitalismo había puesto en marcha hacía tiempo y que las potencias imperialistas, aunque intentaban frenarlo, no podían interrumpir, estaba destinado a quebrarse contra antiguas formas políticas y sociales que ya no se adaptaban a la industria moderna, al comercio moderno y a las finanzas. La Segunda Guerra Mundial Imperialista, al tiempo que confirmaba la predicción marxista sobre las contradicciones cada vez más agudas del desarrollo capitalista y los contrastes cada vez más agudos entre las potencias imperialistas, abrió también la larga temporada de los levantamientos anticoloniales en Asia y África. Esto conduciría, en 1975, a la primera gran crisis capitalista mundial con la que terminaría la larga temporada de expansión económica y financiera de la posguerra y de los propios levantamientos anticoloniales, pero como el movimiento de clase del proletariado aún no había resurgido del profundo retroceso sufrido en los años 1926-27, esos levantamientos anticoloniales no tenían la posibilidad -como había indicado el programa de la Internacional Comunista en sus tesis de 1920, por cuya realización deberían haber trabajado todos los comunistas del mundo- de enlazar con la lucha de clases que el proletariado de los países imperialistas debería haber desencadenado contra las respectivas burguesías, aprovechando las dificultades que los propios levantamientos anticoloniales habían provocado. Y así, gracias sobre todo a los trágicos efectos que las diversas oleadas oportunistas tuvieron sobre el movimiento proletario mundial, hoy los proletarios de los países más débiles, sistemáticamente expoliados por las fuerzas imperialistas, sufren los golpes más duros tanto de las crisis en que se hunden sus países como de la opresión salarial y nacional ejercida por los países imperialistas más fuertes.

Los proletarios palestinos se encuentran en este círculo infernal, como muchos otros proletarios obligados por las hambrunas, las guerras regionales, las crisis económicas y las represiones más brutales a convertirse en refugiados permanentes, buscando espasmódicamente una tierra o un puerto donde interrumpir, al menos por un tiempo, su huida. Los proletarios palestinos, y de Gaza en particular, están sufriendo la represión más larga y atroz, cuya mano armada es evidentemente Israel, pero que es permitida y querida por las muchas manos ocultas de los países árabes, los países europeos y, no menos importante, los Estados Unidos de América, que tienen interés en que el polvorín palestino se apague definitivamente.

Tal como están las cosas, Washington, Londres, París, Berlín, Moscú, Roma, Pekín, El Cairo, Riad, Ammán y un centenar de capitales más pueden seguir chupando la sangre de sus respectivos proletariados sin temer el contagio de una lucha indómita que vuelve a ser sofocada a manos de Israel; Teherán y Damasco, aparte de su apoyo a las milicias chiíes de Hezbolá y de su histórica aversión a Israel, tampoco sienten especial amor por los palestinos, dado que Irán no acoge a ningún refugiado palestino porque no tiene ningún interés en meter un "polvorín" en su casa, y que Siria, aunque acoge por la fuerza a cerca de medio millón de refugiados palestinos, los obliga a vivir en condiciones miserables sin ningún apoyo ni protección reales. Su supuesto apoyo a través de la financiación y el armamento del Hezbolá libanés se concede en realidad exclusivamente en función antiisraelí. Por el contrario, para Irán en particular, cuanto más tiempo permanezca sin resolver la "cuestión palestina", más capaz será de actuar como potencia regional con objetivos de hegemonía en toda la región, con la oposición ciertamente de Israel, Estados Unidos y también Arabia Saudí, pero, tras el inicio de la guerra israelí contra Gaza y sus bombardeos de alfombra contra la población civil palestina, los famosos "pactos de Abraham" que debían, por iniciativa de Washington, acercar Tel Aviv y Riad en función anti iraní, han saltado por los aires y han sido sustituidos por acuerdos completamente opuestos, propugnados por China, entre Riad y Teherán en función antiisraelí. Y esto es sólo un fragmento de las constantes complicaciones y cambios de frente de los que es campeón Oriente Próximo, pero demuestra que, por enésima vez, "amigos" y "enemigos" declarados de los palestinos tienen todos un interés convergente en que la "cuestión palestina" no se resuelva nunca.

¿Conseguirá realmente el gobierno de Netanyahu, masacrando al mayor número posible de palestinos en Gaza, continuando con el robo de tierras a los palestinos en Cisjordania y obligando a cientos de miles de palestinos más a buscar refugio en otros lugares, aumentando los ya 5 millones de refugiados en los diversos países árabes, eliminar la espina palestina que tiene clavada desde hace décadas y hacer realidad por fin el eterno sueño del Gran Israel? Si la historia ha sido hasta ahora maldita para los palestinos, lo es igualmente para los israelíes. Demasiados intereses burgueses en conflicto se han ido acumulando en la región, y ni siquiera la temida ampliación de la guerra con la intervención de Irán -provocada por otra parte por las incursiones armadas de Israel en territorio iraní- podría aportar una "solución", precisamente porque el problema no es local, sino internacional: de repente se convertiría en una cuestión "vital" no sólo para Israel o Irán, sino para Estados Unidos y, por tanto, para China, que no se habría movido para poner de acuerdo a Irán y Arabia Saudí si no tuviera como objetivos, aparte del suministro de petróleo, la influencia imperialista en toda la región de Oriente Próximo y desde allí hasta el Cuerno de África y el Mediterráneo.

La burguesía palestina que expresa la ANP ya ha demostrado que está dispuesta a venderse al mejor postor: Israel, Arabia Saudí, Irán, Egipto, Turquía, EEUU o China lo que sea; pero su 'valor comercial' depende de su capacidad para funcionar como gendarme en segunda de las masas palestinas y es con este objetivo con el que se ha ofrecido a hacerse cargo de la 'gestión' de Gaza después, claro está, de que Hamás haya sido erradicada por Israel y los miles de desplazados palestinos, que ya no saben dónde refugiarse, estén tan postrados que acepten cualquier 'amo' con tal de sobrevivir.

Los proletarios de Gaza, de Cisjordania, los refugiados proletarios palestinos en Jordania, en Siria, en Líbano, en Egipto y en cualquier otro país, tienen un interés común, tanto inmediato como futuro: el de reconocerse como miembros de una misma clase proletaria, por encima de la dispersión en los diferentes territorios, antagónica en primer lugar a la misma clase burguesa palestina que les ha traicionado sistemáticamente lucrándose con su sangre, y el de reconocer como sus amigos y aliados a todos los proletarios de cualquier otra nacionalidad dispuestos a luchar contra la opresión que las respectivas burguesías aplican sistemáticamente contra los proletarios palestinos; Sobre esta base, será posible fundamentar tanto la lucha contra la competencia entre proletarios, como la lucha contra la colaboración de clases constantemente alimentada por la burguesía palestina y las demás burguesías, todas ellas interesadas ante todo en defender su tajada, por pequeña que sea y negociada con las grandes potencias, de dominación política y social.

La lucha de clases, cuyo objetivo es la revolución anticapitalista y, por tanto, antiburguesa, no se produce de la noche a la mañana, sino que es el resultado de muchas luchas locales e inmediatas, y por tanto también de muchas derrotas, que sin embargo forman una experiencia sobre la que se forma la conciencia de clase proletaria, superando todos los límites locales e inmediatos, con el objetivo de unificar las luchas locales e inmediatas en la perspectiva de una lucha de clases ampliada en la que implicar a los proletarios de todas las nacionalidades. Como afirmaron Marx y Engels en el Manifiesto Comunista, el verdadero resultado de la lucha proletaria es la solidaridad de clase -distinta y opuesta a la solidaridad nacional-, porque es esta solidaridad la que cimenta la unión de los proletarios en una lucha que tiene como horizonte el mundo entero. Y es gracias a esta lucha que el proletariado de cualquier país encuentra su partido de clase, el partido que posee esa conciencia de clase que equivale a los objetivos históricos de la lucha del proletariado mundial, objetivos que sólo pueden alcanzarse por el camino de la revolución de clase, de la revolución proletaria. Esto es lo que teme la burguesía de todos los países: nunca ha temido al proletariado como clase asalariada porque es la burguesía la que lo ha creado y de cuya explotación vive como clase dominante. Teme que el proletariado tome conciencia de que no sólo es la clase productora de toda la riqueza existente -y de la que es expropiada desde su primer acto de producción-, sino que es la clase que tiene la fuerza social para derrocar completamente la sociedad capitalista, destruyendo revolucionariamente su base política de dominación para luego derrocar su estructura económica y pasar del capitalismo al comunismo, de la sociedad mercantil en la que dominan el dinero y las necesidades del capital a la sociedad en la que la producción se dirige exclusivamente a satisfacer las necesidades vitales de la especie humana y no del mercado. La burguesía internacional tuvo este miedo en los gloriosos años de la revolución de octubre y su influencia en el proletariado mundial. Lo volverá a tener en el futuro, porque el propio desarrollo de las fuerzas productivas que el capitalismo no puede detener salvo, temporalmente, con las destrucciones de la guerra, viene exigiendo desde hace al menos ciento cincuenta años la destrucción de las formas capitalistas que lo frenan.

La revolución proletaria pretende alcanzar el objetivo de dar a todos más tiempo para vivir y menos horas para el trabajo social, necesario pero no despilfarrador, por eso es la única revolución de clase que pretende superar la sociedad burguesa basada en la división de clases, hacer desaparecer la división de clases de la sociedad porque el desarrollo de las fuerzas productivas permitirá planificar armónicamente la economía tanto a nivel mundial como en función de las necesidades reales de vida de la especie humana, liberándola definitivamente de la necesidad de dedicar la mayor parte de su vida a la producción de mercancías, capital y beneficios. Como ya no habrá división de clases, ya no habrá clases dominantes y clases dominadas, pero para llegar a ello es necesario pasar dialécticamente por la revolución de clases, la dictadura de clases y la revolución mundial. La "cantidad" de luchas del proletariado mundial transformada en la "calidad" de la lucha de clases y revolucionaria llevará a la humanidad a pasar del reino de la necesidad al reino de la libertad, es decir, a la vida social sin opresión, sin contradicciones, sin guerra. Cada ser humano podrá dedicar su tiempo, después de haber contribuido al trabajo social útil a toda la humanidad, a sí mismo, a sus propias inclinaciones, pulsiones, ocios, diversiones, conocimientos, ciencias.

Nos dicen que somos visionarios, que somos soñadores, utópicos. En realidad, somos simplemente marxistas que creen en el socialismo científico, retomando las palabras de Engels, es decir, en un método para interpretar la historia del hombre y su sociedad en evolución, de la misma manera que lo han hecho y lo hacen las ciencias naturales, que nunca se detienen en el primer resultado, precisamente porque el mundo natural, el mundo biológico del que el hombre también forma parte, está en constante movimiento, en constante evolución.

Ser revolucionario en 1848, 1871, 1917, 1926, 1945, 1975 y hoy 2024, también significaba y significa soñar con la revolución, soñarla aún más cerca de lo que realmente estuvo y estará, pero las confirmaciones históricas del mismo desarrollo extremadamente desigual y contradictorio del capitalismo que el marxismo predijo científicamente, han hecho y hacen de nuestro sueño de ayer y de hoy la realidad de mañana, más allá de la vida personal del militante comunista del XIX, del XX o del 2000.

El despertar del proletariado a la lucha de clases también forma parte de este sueño; que tenga lugar en la tierra de Palestina o Ucrania, en Irán o China, en Brasil o Sudáfrica, o en nuestra podrida Europa, hoy tiene una importancia relativa. Los comunistas revolucionarios que se opusieron a la guerra imperialista mundial de 1914, en Alemania, en Italia, en Francia, en la propia Rusia, soñaban ciertamente con la revolución, a pesar de la inesperada traición de la II Internacional y de sus partidos, pero no esperaban que la revolución proletaria que esperaban desde 1848 estallara en el país más atrasado de Europa, en la Rusia zarista y en plena guerra imperialista. Sin embargo, estalló. Mañana podría estallar la revolución proletaria en un país importante, pero con una sujeción política y social debilitada por los contrastes inter imperialistas o la guerra. Ciertamente, la clase burguesa durante todas estas décadas ha hecho y hará todo lo posible para que eso no ocurra en ninguna parte. Nosotros, comunistas revolucionarios, llevamos mucho tiempo preparándonos para ello, y no importa si hoy somos un pequeño puñado de camaradas, porque sabemos que ocurrirá, y no importa en qué país empiece. ¿Caminará la revolución de mañana con las piernas de proletarios palestinos, italianos, argelinos, brasileños, alemanes, ucranianos o coreanos? No lo sabemos, pero es seguro que serán los proletarios que hayan podido acumular una importante experiencia de lucha en defensa de sus intereses de clase, y que hayan podido encontrarse con el partido comunista revolucionario, también teóricamente firme y templado en la lucha de clases. Aspiramos a que el partido de clase esté preparado cuando se presenten los factores favorables a la reanudación de la lucha de clases y la revolución, seguros de que estos se presentarán.

 

19 de agosto de 2024

 Partido Comunista Internacional

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