¡No a la
agresión estadounidense contra Venezuela!
¡No a la dominación
imperialista estadounidense sobre América Latina!
¡Unidad del
proletariado contra el imperialismo y todos los Estados burgueses!
Al momento de escribir esto, desconocemos si Estados Unidos cumplirá sus amenazas e invadirá Venezuela. Pero el cierre del espacio aéreo venezolano, la incautación de un petrolero y las sanciones económicas ya constituyen una agresión contra este país, igualmente el asesinato en alta mar de casi 100 presuntos narcotraficantes a manos de una pesada artillería aérea y fluvial concentrada en las costas venezolanas es un acto de guerra, y reivindicado como tal por el gobierno estadounidense: la “guerra contra las drogas”.
La agresión contra Venezuela, orquestada bajo los auspicios del eterno aspirante al Premio Nobel de la Paz, Donald Trump, forma parte de un resurgimiento de la agresión del imperialismo estadounidense hacia América Latina: amenazas de enviar tropas a México, de adueñarse del Canal de Panamá, despliegue de soldados en Ecuador, amenazas contra el gobierno colombiano, flagrante interferencia en las elecciones de Honduras y Argentina, uso de aranceles para intentar influir en la política interna brasileña, etc.
Esta agresividad se expresa también a expensas de sus “aliados” (Canadá, Europa, etc.) y hacia países de todo el mundo. Sin embargo, en el caso de América Latina, la dominación estadounidense tiene una larga historia que se remonta a la Doctrina Monroe que, desde 1823, definió esta región del planeta como la salida natural (un “patio trasero”, un “coto de caza”) del imperialismo estadounidense, excluyendo a otras grandes potencias. Esta doctrina ha servido para justificar las innumerables intervenciones políticas, económicas y militares de Estados Unidos con el fin de mantener y aumentar su dominio; recordemos su irremplazable apoyo a las “dictaduras gorilas” de las décadas de 1960 y 1970 (como el golpe de Estado en Chile, organizado bajo los auspicios del Premio Nobel de la Paz Henry Kissinger). Hoy en día, Washington la reivindica oficialmente (la "Doctrina Donroe", un corolario trumpiano de la "Doctrina Monroe").
El pretexto utilizado es la lucha contra las drogas (un pretexto también utilizado contra Canadá y China), pero lo cierto es que se trata de restaurar la primacía estadounidense en la región y, como en 1823, contrarrestar la creciente influencia de las potencias imperialistas rivales, en este caso de China. En tan solo pocos años, China se ha convertido en el principal socio comercial de Sudamérica y está multiplicando sus inversiones para aumentar aún más su cuota de mercado y su acceso a las materias primas esenciales para su crecimiento económico. Según las últimas cifras (junio), el 90% del petróleo venezolano (400 mil barriles de petróleo al día) se exportaba a China, compensando con creces el cierre de los mercados estadounidense y europeo tras las sanciones estadounidenses.
Frente al chavismo, las grandes potencias, en primer lugar Estados Unidos, nunca han dejado de actuar como lo que son: potencias imperialistas. Sanciones económicas, sanciones militares, presiones diplomáticas, campañas mediáticas sobre los “derechos humanos”: estas son sus armas habituales. Hablan de “lucha contra la droga”, de “defensa de la democracia” o de “derechos humanos”, pero estas palabras se refieren al deseo de controlar el acceso a una de las mayores reservas petroleras del mundo; a la protección de los intereses directos de empresas como Chevron y otros grupos; y, en definitiva, a la defensa de la posición dominante de Estados Unidos en su “patio trasero” latinoamericano.
Venezuela sirve como campo de juego de los diversos imperialismos en competencia; la población trabajadora, por su parte, actúa como fuerza económica, social y potencialmente militar.
La guerra del gobierno de Maduro contra el proletariado y las masas explotadas de Venezuela
Venezuela no es un país socialista ni una excepción milagrosa al capitalismo global. Es un país capitalista dependiente, inserto en una gestión subordinada dentro de la jerarquía imperialista, conforme a la ley de desarrollo desigual y combinado. Este desarrollo se ha construido a partir de un capitalismo rentista. Los ingresos petroleros, captados por el Estado, se redistribuyeron de manera inestable y posteriormente fueron devorados por la crisis y las sanciones. El chavismo representó, durante una fase, una forma particular de dominación burguesa, es decir:
– uso de los
ingresos petroleros para otorgar reformas parciales a familias pobres
(programas sociales, subsidios, etc.);
– construcción de un
bloque de poder en torno al aparato de Estado, al ejército, a una
nueva burguesía y a algunas pequeñas burguesías
bolivarianas;
–revestimiento ideológico: discurso socialista,
anti imperialista de palabra, culto al jefe, mito bolivariano.
Este régimen nunca ha puesto en tela de juicio la producción mercantil, el trabajo asalariado ni la dominación de clase.
Cuando la crisis de la renta, el colapso económico y las sanciones se combinan, las concesiones se evaporan: inflación, pérdida de salarios y pensiones, pérdida de empleos, éxodo de trabajadores. Aquí no se trata del colapso del socialismo: es el colapso de un capitalismo nacionalista basado en la renta, que ha utilizado, sí, un lenguaje de izquierda para encuadrar mejor a los explotados.
El gobierno Maduro, que se jacta de un renovado crecimiento económico, en realidad está librando una verdadera guerra de clase contra el proletariado en conjunto con la organización patronal Fedecámaras. A los salarios de miseria, las pensiones miserables, la inflación galopante (que, según el FMI, se piensa que alcance el 548% para 2025), a las medidas pro-empresariales y el fin de los convenios colectivos, se suma la represión contra los proletarios que protestan, encarcelando a cientos de ellos. Entre tanto, el jefe de Estado está organizando una supuesta “Asamblea Constituyente Obrera” para “refundar, transformar y organizar el movimiento obrero”, es decir, para establecer el control estatal sobre los sindicatos y regimentar al proletariado, dándole una vuelta más a la cuerda con que ya lo tiene amarrado.
Los proletarios en Venezuela no tienen nada que ganar al unirse a la defensa de la patria, como exige el gobierno Maduro. Deben luchar para obtener aumentos salariales, pensiones y prestaciones sociales acordes con la inflación, oponerse a los despidos y a la represión, y lograr la posibilidad de organizarse independientemente del Estado burgués.
Pero la lucha no debe llevarse a cabo desde la perspectiva de una “democracia real”, como pretenden las direcciones sindicales (1), ni por la defensa de ”nuestros intereses nacionales”, como afirman organizaciones “anti capitalistas” (2): los proletarios no tienen intereses nacionales comunes con otras clases de la nación, sino intereses internacionales, de clase, comunes con los proletarios de todos los países; no deben suplicar a la burguesía una verdadera democracia – es decir, la coexistencia sin choques entre varias clases sociales, de explotadores y explotados –, sino más bien aspirar a derrocar el poder de los explotadores burgueses y establecer su poder anti democrático: el poder del proletariado y los explotados.
La oposición de derecha pro-imperialista, liderada por María Corina Machado, activista de extrema derecha galardonada recientemente con el Premio Nobel de la Paz, no es en absoluto una solución para los trabajadores venezolanos. De llegar al poder, la señora Machado continuaría con las mismas políticas antisociales de Maduro, a la vez que ampliaría las privatizaciones y abriría todavía más el país a las inversiones estadounidenses y de otros países.
En todo caso, pasar
de Maduro a una oposición pro-imperialista no significa abandonar el
capitalismo: simplemente implica cambiar los gestores burocráticos,
el estilo de discurso y los protectores internacionales.
Las tareas de los
proletarios de Estados Unidos y otros países imperialistas
Los proletarios de los países imperialistas deben oponerse a las campañas contra Venezuela, así como a las que golpean a otros países; las sanciones económicas, los bloqueos, la presión diplomática, las intervenciones “humanitarias” o las operaciones militares forman parte del arsenal utilizado para establecer o fortalecer la dominación imperialista sobre los países más débiles con el fin de obtener ventajas de todo tipo. La dominación imperialista debe combatirse sin vacilación, no en nombre de la engañosa ideología democrático-burguesa de la igualdad de las naciones y el respeto al “derecho internacional”, sino porque esta dominación fortalece al enemigo de clase y dificulta la lucha proletaria en los países imperialistas, al facilitar la corrupción de ciertos estratos de la llamada “aristocracia obrera”. Cualquier debilitamiento del poder de la burguesía imperialista es un factor positivo en el antagonismo de clase con ella; al mismo tiempo, cualquier debilitamiento del imperialismo alivia la presión sobre los proletarios de los países dominados, quienes siempre son las primeras víctimas de las acciones imperialistas. La solidaridad de clase con los proletarios de los países dominados es, por lo tanto, un imperativo de la lucha proletaria en los países imperialistas y no un vago deber moral de caridad humanitaria.
Los proletarios de los países imperialistas, y en particular los proletarios estadounidenses, deben demostrar esta solidaridad, no solo negándose a participar en la campaña contra Venezuela, denunciando la retórica sobre la lucha contra las drogas, la democracia y los derechos humanos, que solo sirve para camuflar los sórdidos intereses imperialistas, sino también oponiéndose a las medidas gubernamentales contra los inmigrantes legales e ilegales, venezolanos y otros. Recientemente, cientos de miles de inmigrantes, incluidos 600.000 venezolanos, han perdido su derecho a permanecer en Estados Unidos, lo que los condena a la clandestinidad (3). La solidaridad con los proletarios inmigrantes es esencial para fortalecer a todo el proletariado contra una burguesía que no duda en usar la fuerza para defender sus intereses tanto dentro como fuera de sus fronteras.
Frente a las crecientes tensiones entre Estados, a la crisis económica, a las sanciones, a la miseria y a la amenaza de guerra, el proletariado no tiene más que un camino: el de la lucha internacional de clase. Esto implica ningún “apoyo táctico” al gobierno Maduro, ruptura total con todos los frentes comunes con la burguesía, ya sean patrióticos, democráticos o “anti imperialistas”; el rechazo de todos los campos burgueses: Maduro, la oposición liberal, los gobiernos imperialistas, los bloques regionales; emprender la reanudación de la lucha de clase independiente de los partidos y sindicatos defensores del orden burgués; el trabajo por la reconstitución de un movimiento comunista internacional que unifique las luchas de los proletarios de Venezuela, de las Américas, de Europa, de África y de Asia.
Ni las amenazas de Washington, ni los discursos patrióticos de Caracas, ni las promesas de la oposición burguesa pueden ofrecer una salida a los explotados. Todos estos campos defienden la propiedad privada, el trabajo asalariado, la competencia generalizada entre empresos y Estados, es decir, las bases mismas de la explotación capitalista.
Los proletarios de Venezuela deben negarse a morir por la patria; los proletarios de Estados Unidos y de Europa deben negarse a apoyar sus sanciones, sus flotas, sus bases militares. En todas partes, se trata de retomar el hilo roto de Liebknecht, de Lenin y de los primeros dos años de la III Internacional: el enemigo principal, para cada proletario, se encuentra en su propio país: su propia burguesía y su propio Estado. Solo uniendo sus luchas por encima de las fronteras, sobre la base de un programa comunista de destrucción del capitalismo y de la sociedad de clases, podrán los trabajadores de Venezuela y del resto del mundo salir de la trampa mortal en la que las burguesías en competencia intentan encerrarlos.
Partido Comunista
Internacional, 20/12/2025 - www.pcint.org
_______________
Ver acuerdo sindical unitario del 12/12/25: https://correspondenciadeprensa.com/?p=51016
Ver la “declaración unitaria” contra la agresión imperialista del 3/10/2025, firmada por Marea Socialista, Patria para Todos, Partido Socialismo y Libertad, Liga de Trabajadores por el Socialismo, Revolución Comunista: https://www.laizquierdadiario.com.ve/Basta-de-agresion-imperialista-a-Venezuela-Fuera-tropas-de-Trump-del-Caribe-y-de-America-Latina
El 7 de noviembre, la Corte Suprema de Estados Unidos confirmó la decisión de la administración Trump, tomada a principios de este año, de revocar el estatus legal de más de un millón de migrantes, incluidos 605.000 venezolanos, 330.000 haitianos, 170.000 salvadoreños, 101.000 ucranianos, 51.000 hondureños, etc. https://www.uscis.gov/save/current-user-agencies/news-alerts
CONTRA SUS GUERRAS, CONTRA SU PAZ!!
Desde los inicios de la dominación, la guerra ha desempeñado un papel determinante, ya sea en la extracción de recursos de todo tipo y de explotación humana y animal, ya sea como motor de la innovación tecnológica, desde la domesticación del caballo hasta Internet y la inteligencia artificial (IA). El caso de la IA está especialmente claro, sus defensores la presentan como la solución de los problemas del mundo (el clima, el hambre… la paz mundial) pero de momento su uso más relevante ha sido el militar, como en el genocidio de Gaza.
La guerra también ha sido la impulsora económica del capitalismo, y ahora mismo, en torno a la guerra de Ucrania, es la excusa para el rearme (reindustrialización armamentista) con un reimpulso tecnológico y económico del complejo militar/industrial para los intereses geopolíticos. Actualmente, el rearme está en curso. Se han aprobado unos planes de financiación de 800.000.000.000 de euros para la industria militar europea, mientras que el estado español, según la OTAN, ya ha aumentado, de momento, en el 2% del PIB la partida destinada al gasto militar. Esto se traduce en más de 30.000.000.000€ en total.
Cabe destacar que los efectos del aumento del gasto militar también alcanzan al clima. Un reciente estudio del “Conflict and Environment Observatory” apunta a que un aumento del 2% del PIB de los países miembros de la OTAN equivaldría a un nivel de emisiones similar al de un país tan productivo y poblado como Pakistán (hasta 194 megatoneladas de CO2 añadidas). Si el plan aprobado por la comisión europea es aplicado, se estima que el gasto militar de los estados europeos alcanzaría entre
el 3,5% y el 4% del PIB. Además, cabe recordar que el objetivo marcado por Mark Rutte, secretario general de la OTAN, y Donald Trump, presidente de EEUU, es alcanzar el 5%.
En este simulacro de peligro guerrero, ya que guerras las hay por todo el globo, la mayoría más antiguas que la de Ucrania: La invasión a Palestina sin ir más lejos, pero también los conflictos militarizados de África, no sólo el del Congo, también Sudán, África Central, Cabo Delgado en Mozambique y un larguísimo etc. el Cáucaso… el narcotráfico en México, y más zonas del mundo, prácticamente el 100% están ligados directa o indirectamente con el control, extracción y transporte de los recursos naturales y la energía, ligados a la devastación de la Tierra… una guerra global colonial en la que cada centro de poder (básicamente poder corporativo) mueve sus fuerzas para conseguir el predominio.
En estos momentos parece que el peso de la pugna se ha desplazado desde los recursos energéticos (aunque siguen siendo importantes) hacia los necesarios para la digitalización (litio, tierras raras…) en torno a los cuales veremos girar las próximas guerras y disputas capitalistas.
No debe limitarse la mirada sobre la guerra convencional, al margen de estos conflictos más evidentes, la violencia se extiende de forma menos visible en forma de control, fronteras, tecnocontrol y represión,
especialmente brutales en los países periféricos del sistema tecnoindustrial.
Desde Barcelona, Cataluña y el Estado Español nuestros gobernantes (políticos y corporativos) nos obligan a financiar un abultado presupuesto militar. Además, desde los centros de poder político y
social utilizan herramientas de control ideológico para fabricar el necesario consentimiento que permita la aplicación de políticas de guerra. Es a través del miedo a la alteridad y no del orgullo patriótico
que este mensaje toma su forma más convincente. La batalla es también discursiva.
Podemos observar cómo la máquina de guerra, conformada por instituciones públicas, entidades financieras y la industria militar, va aglutinando más financiación, toma fuerza y nos empuja hacia el precipicio bélico. En nuestro entorno se mueven con plena tranquilidad las corporaciones que alimentan la violencia extractivista y la guerra global.
Cerca de nosotros existen numerosas empresas y organismos que promueven y se lucran con la extracción y la guerra (INDRA, Airbus, MWC, ENDESA, ICL, BBVA, Santander, CaixaBank o Sabadell) deben ser nuestro objetivo y cuanto más “locales” mejor. El frente de la lucha pasa por la puerta de nuestra casa.
Como anarquistas no podemos limitarnos a la solidaridad declarativa contra la guerra colonial extractivista y debemos desarrollar, en la medida de lo posible, tácticas y acciones contra los principales actores de ésta. Por todo ello, necesitamos ser conscientes del peligro que supone delegar nuestras vidas en el interés del capital. Debemos apelar a la desobediencia, a la insumisión, al sabotaje y a toda forma de acción directa que tenga como objetivo desarmar al capital a nivel internacional
NO BUSCAMOS LA PAZ, SU PAZ, QUEREMOS GANAR LA GUERRA, LA GUERRA CONTRA EL CAPITAL Y EL ESTADO!!
CONTRA SUS GUERRAS, CONTRA SU PAZ, GUERRA SOCIAL!!
Bélgica
Contra Arizona se necesita una verdadera lucha de clases
La huelga general del miércoles 26 de noviembre, que siguió a las huelgas del lunes 24 (huelga de transportes) y del martes (huelga del sector público), tuvo un gran éxito, con numerosos piquetes y bloqueos de carreteras. La huelga afectó, entre otros, a los sectores metalúrgico, químico, alimentario, logístico, minorista, aeroportuario, portuario, etc. En el transporte público, los piquetes bloquearon a menudo el tráfico de autobuses durante tres días, mientras que en el sector ferroviario se estableció un servicio alternativo reducido gracias a los empleados que no se sumaron a la huelga. En Correos, las autoridades anunciaron una tasa de participación en la huelga del 40 %, miles de profesores se declararon en huelga y se manifestaron, etc., etc.
Estas huelgas de finales de noviembre se producen tras varias jornadas de movilización y huelgas desde principios de año: huelgas nacionales el 31 de marzo, el 21 de abril y el 14 de octubre, con una gran manifestación central en Bruselas que reunió a decenas de miles de personas (140 000 según los sindicatos), más que durante la manifestación de febrero (100 000 según los sindicatos), a lo que se suman huelgas sectoriales como las del transporte o los profesores, etc. El descontento por las medidas antisociales decididas por el gobierno de Arizona desde su inicio es profundo y se refleja en una voluntad de lucha más fuerte que nunca, como se ha visto en las huelgas de estos últimos días: la movilización ha alcanzado un nivel nunca visto en décadas.
Al paralizar prácticamente la economía capitalista, la clase obrera ha demostrado su potencial poder: el capitalismo depende de su trabajo, que explota en sus empresas para obtener los beneficios esenciales para su supervivencia. Cuando la situación económica se vuelve difícil y amenaza los beneficios, o cuando se ve obligado a aumentar sus costes (como en el caso de los gastos militares), el capitalismo no tiene otra solución que aumentar la explotación, atacar las condiciones de vida y de trabajo del proletariado, directamente mediante la reducción de los salarios reales e indirectamente mediante la reducción de las prestaciones sociales, que constituyen lo que se denomina salario indirecto (la parte del salario no pagada a los trabajadores que se utiliza para financiar las prestaciones sociales): esto es exactamente lo que el gobierno de Arizona se ha comprometido a hacer, organizando, centralizando y planificando ataques antiproletarios al servicio de los capitalistas. El 24 de noviembre, primer día de movilización sindical, anunció su proyecto de presupuesto, demostrando así que los días de huelga no lo hacían vacilar; el paquete de medidas incluye un aumento del precio de la gasolina, una reducción de la duración de las prestaciones por desempleo, la eliminación de las prestaciones por invalidez para casi 100 000 personas, el fin de la indexación salarial (actualmente solo para salarios superiores a 4000 euros brutos o 2500 euros netos), modificaciones del IVA, etc. Esta maniobra forma parte, por tanto, de un ataque de clase, que solo puede ser combatido con éxito con una respuesta de clase, una lucha decidida con medios y métodos clasistas que afecten a los intereses capitalistas.
Este no es el camino que han tomado las organizaciones del Frente Común Sindical, que organizan el movimiento; su declaración al día siguiente de la huelga general se limitaba a calificar de «extremadamente lamentable» el hecho de que el Gobierno no tuviera en cuenta que sus «medidas están debilitando la confianza (...) en los líderes políticos» (!). Y tras esta triste observación, aseguró que los sindicatos «reflexionarían en los próximos días sobre los próximos pasos a dar para el movimiento social» (1)
Estas organizaciones se consideran, de hecho, «interlocutores sociales»; centran sus acciones en una perspectiva de colaboración de clase con la patronal y el Estado y, por lo tanto, tratan de hacerse oír por el Gobierno, no de combatirlo frontalmente. La huelga general se reduce así a un medio para ejercer presión para «influir» en las decisiones gubernamentales (2), y la dirección sindical se esfuerza por canalizar y controlar el movimiento para evitar cualquier «desbordamiento» que pueda poner en peligro el orden establecido (3). La movilización se fragmenta en jornadas de acción organizadas esporádicamente, anunciadas con mucha antelación para permitir que los patrones y el Estado se preparen, y en luchas rotativas o corporativas que, a largo plazo, solo pueden agotar a los trabajadores, con mínimas dificultades para los capitalistas y sin lograr sacudir la determinación del gobierno.
El proletariado belga tiene una larga historia de luchas duras, pero también una larga historia de luchas traicionadas por dirigentes sindicales reformistas y colaboracionistas: es una lección que no hay que olvidar.
Para ganar, tendrá que romper con las orientaciones oportunistas y derrotistas, tomar las riendas de sus luchas y comprometerse en una verdadera lucha de clases anticapitalista.
8 de diciembre de 2025
(1) https://fgtb.be/presse/les-syndicats-affiche-une-determination-intacte
(2) Un sindicalista explica: «Para luchar contra Arizona, no estamos siguiendo una estrategia intransigente con una huelga ilimitada y consignas claras que piden la caída del gobierno. Nuestras organizaciones sindicales prefieren movilizarse en masa para obtener márgenes de negociación». Parece que los sindicatos querían contar con el apoyo de los socialistas flamencos (Vooruit), que forman parte de la coalición Arizona.
(3) El 9 de septiembre, el Frente Común Sindical presentó ante la Comisión de Asuntos Sociales del Parlamento un dictamen contra una propuesta de ley destinada a prohibir los piquetes de huelga: este dictamen afirma que el derecho (a participar en piquetes) «solo puede limitarse en caso de intimidación o violencia». En otras palabras, nuestros sindicalistas defienden los piquetes solo si son inofensivos... https://fgtb.be/echo/ lavis-du-front-commun-syndical-contre-la-proposition-de-loi-mr-sur-la-liberte-de-travailler-en
Partido Comunista Internacional
Il comunista - le prolétaire - el proletario - proletarian - programme communiste - el programa comunista - Communist Program
Una multitud antiminera salió a la calle para rechazar el proyecto San Jorge en Mendoza
Con carteles, banderas y cánticos en defensa del recurso hídrico, los manifestantes advirtieron que no permitirán que el proyecto avance en la provincia.
Una multitudinaria movilización se realizó este martes en Mendoza en rechazo al proyecto minero San Jorge. La marcha antiminera, que avanzó por el microcentro y culminó en la Plaza Independencia, reunió a vecinos, asambleas ambientales y organizaciones sociales que se manifestaron a favor del cuidado del agua y en contra de cualquier iniciativa que consideren contaminante.
Ante la inminente definición institucional del futuro de la minería en Mendoza desde la histórica resistencia forjada en la provincia se multiplicaron las manifestaciones callejeras. Con carteles, banderas y cánticos en defensa del recurso hídrico, los manifestantes advirtieron que no permitirán que el proyecto avance en la provincia. La convocatoria se extendió durante varias horas y se desarrolló de manera pacífica, pero con un fuerte mensaje hacia las autoridades provinciales.
“Una matriz productiva basada en el agua”
Los organizadores remarcaron que Mendoza “tiene una matriz productiva basada en el agua” y que la actividad minera metalífera a gran escala “pone en riesgo un recurso esencial para la vida y para la economía local”. Además, recordaron la vigencia de la Ley 7722, que regula el uso de sustancias químicas en la minería y es considerada un emblema ambiental en la provincia.
En la Plaza Independencia, donde finalizó la marcha, se realizaron discursos y se leyó un documento común que reiteró el rechazo a la explotación de San Jorge. Allí, los participantes insistieron en que continuarán movilizados “todas las veces que sea necesario” para impedir cambios normativos o decisiones gubernamentales que habiliten el proyecto.
La masiva presencia volvió a demostrar la sensibilidad social que tiene el tema minero en Mendoza y la firme postura de un sector amplio de la sociedad que defiende el agua como prioridad absoluta.
NO a la Minería contaminante y NO al Proyecto San Jorge
Túnez:
En Gabès, el capitalismo está envenenando a la población
Desde comienzos de octubre, la ciudad de Gabès, en el sur de Túnez, es escenario de manifestaciones y disturbios contra la contaminación provocada por el complejo industrial del Grupo Químico Tunecino (GCT), a las cuales el gobierno respondió con más de un centenar de detenciones. A pesar de esta represión, el 21 de octubre decenas de miles de personas se manifestaron en la ciudad (la mayor manifestación jamás vista en Túnez), donde la huelga general fue ampliamente secundada, y siguieron otras protestas.
Lo que desencadenó la cólera de la población fue el número de personas hospitalizadas a principios de septiembre por trastornos respiratorios (más de 300), incluidos escolares, como consecuencia de las emisiones de gases tóxicos procedentes de las fábricas del GCT. Se trata, en realidad, de un auténtico envenenamiento químico denunciado desde hace mucho tiempo por los habitantes de la región.
El complejo industrial fue instalado en la costa mediterránea, en Gabès, a comienzos de los años setenta del siglo pasado, con el objetivo de transformar el fosfato extraído de las minas de Gafsa en ácido fosfórico y fertilizantes agrícolas destinados a la exportación. El envenenamiento del aire y del agua a lo largo de los años ha sido consecuencia de la actividad de estas fábricas altamente contaminantes, que vierten sus residuos en el mar, en la tierra y en la atmósfera.
Antiguamente rico en peces y reserva de biodiversidad marina, el golfo de Gabès se ha convertido en el “cementerio del Mediterráneo”: no ha resistido el vertido – sin tratamiento alguno – de más de 500 millones de toneladas de fosfoyeso desde 1972. Subproducto del tratamiento del mineral con ácido sulfúrico para la producción de fertilizantes, el fosfoyeso libera diversos elementos tóxicos, acidifica el agua, emite gas radón y contiene materiales radiactivos. Hoy algunas playas cercanas muestran niveles de radiactividad de tres a cuatro veces superiores al límite recomendado internacionalmente. El vertido sin tratamiento del fosfoyeso y de otros desechos industriales sólidos, líquidos y gaseosos también ha devastado el entorno de este oasis costero, donde el 90 % de los palmerales ha sido destruido. Ha tenido consecuencias graves para la salud de los trabajadores y de los habitantes: muertes prematuras por cáncer y enfermedades cardiovasculares, enfermedades respiratorias crónicas, fluorosis, malformaciones congénitas en recién nacidos, etc. (1).
Tras la caída de Ben Ali, las protestas contra la contaminación causada por el GCT se intensificaron. En 2013, después del bloqueo del sitio, la empresa aceptó detener los vertidos al mar – algo que nunca hizo realmente – mientras el gobierno de Ennahda recurría al chantaje laboral (con 4.000 empleados, el GCT es el mayor empleador de una región donde el desempleo alcanza el 25 %) para defender la empresa. La movilización se reanudó en 2017, exigiendo ahora no una reducción de la contaminación, sino el cierre del sitio. El 27 de junio de 2017 se firmó finalmente un acuerdo para el desmantelamiento progresivo del sitio de Gabès a lo largo de ocho años; los ocho años han pasado y no solo no se ha hecho nada, sino que el deterioro creciente de las instalaciones ha incrementado aún más la contaminación mediante múltiples fugas de gas.
Ante la indignación provocada por el envenenamiento de escolares, el presidente Kaïs Saïed declaró en un discurso a comienzos de septiembre que se había cometido un crimen contra la salud de la población desde hacía 50 años, y prometió actuar para que los habitantes respiren un aire puro.
Pero olvidó mencionar que su gobierno decidió en marzo de este año retirar el fosfoyeso de la lista de productos peligrosos, al mismo tiempo que planeaba quintuplicar la producción de fosfato debido a su papel clave en el crecimiento económico, y instalar una planta de producción de amoníaco en Gabès para abastecer al GCT, en el marco de un gran proyecto de producción de “hidrógeno verde” destinado a Europa, realizado por el GCT y respaldado por Total y otras grandes empresas europeas (2). ¡Lejos del desmantelamiento prometido, se trata en realidad de una ampliación!
Sea cual sea el gobierno – dictatorial o democrático, islámico o laico – obedece a las leyes del capitalismo, como han comprobado los jóvenes militantes de Gabès que, al parecer, apoyaron a Kaïs Saïed creyendo en sus promesas (3). Buscando convencer a las autoridades, los ecologistas realizaron cálculos complejos para estimar las pérdidas operativas sufridas por pescadores, agricultores, el sector turístico, así como las pérdidas causadas a la economía por las muertes prematuras y las enfermedades resultantes de la contaminación provocada por el GCT. Pero tales pérdidas no forman parte del ciclo productivo capitalista de la empresa, mientras que los gastos necesarios para invertir en sistemas de seguridad, saneamiento, descontaminación o traslado de las instalaciones contaminantes provocarían una disminución correspondiente en el beneficio. Para el capitalismo, eso es lo que importa – no las consecuencias desastrosas para los trabajadores y la población, mientras no obstaculicen la continuidad de su actividad. Como escribe Marx, en su desarrollo el capitalismo “agota al mismo tiempo las dos fuentes de las que brota toda riqueza: la tierra y el trabajador” (4).
En Gabès, es el capitalismo el que está envenenando – y es al capitalismo a quien hay que combatir.
1) https://www.get.omp.eu/2024/12/la-mousse-de-phosphogypse-un-vecteur-de-pollution-industrielle-affectant-la-biodiodiversite-mediterraneenne-et-la-sante-des-populations-cotieres-de-gabes-se-de-la-tunisie/
2) https://www.leconomistemaghrebin.com/2025/03/23/tunisie-vers-la-creation-hydrogene-vert/
3) https://mondafrique.com/politique/la-ville-de-gabes-dans-le-sud-tunisien-suffoque-et-se-souleve/
4) Karl Marx, El Capital, Libro I, sección 4, capítulo 15.
28 de noviembre de 2025
Protestas de la Generación Z:
No será la "juventud" la que derrocará al capitalismo,
sino el proletariado unido tras su partido de clase.
Desde el otoño de 2025, el cliché mediático de la
"Revolución de la Generación Z" ha seguido ganando
terreno, impulsado por las múltiples revueltas que, de Nepal a
Marruecos, de Madagascar a Indonesia, de Perú a Kenia, están
sacudiendo los pilares podridos de las sociedades burguesas
"periféricas", relativamente jóvenes en su trayectoria
histórica, y cuyos medios de control democrático distan, en
consecuencia, de igualar el poder mistificador de sus predecesores.
Tanto es así que en Nepal y Madagascar, al igual que en Bangladesh
en el verano de 2024, estas revueltas han logrado derrocar a los
gobiernos en el poder, no sin contar con el apoyo del ejército, que
sigue siendo el verdadero amo del juego. La multiplicación de las
revueltas y la radicalidad de los medios de acción, con frecuentes
luchas insurreccionales contra las fuerzas policiales y la quema de
edificios que simbolizan el odiado poder, han llevado a ciertos
grupos de la llamada extrema izquierda (1), nunca los últimos en
términos del oportunismo burgués, a afirmar que estas revueltas
serían la última encarnación de la revolución socialista mundial.
Aunque afirman convocarla, en realidad están haciendo todo lo
posible por multiplicar los obstáculos en el largo camino que
permitirá al proletariado, guiado por su partido de clase,
reconectarse con su lucha histórica, cuya culminación es la toma
violenta del poder político y la destrucción, mediante medidas
despóticas, del Estado y la sociedad burgueses. Por ilusorias que
sean las perspectivas de una victoria inmediata de estas revueltas,
que, en el mejor de los casos, solo pueden conducir a un cambio de
liderazgo, su "viralidad" – para usar un término de moda
entre los "especialistas" digitales – y la facilidad con
la que los medios de acción, las consignas y los símbolos circulan
por todo el planeta exigen que los marxistas no permanezcan
indiferentes ante ellos, sino que los examinen con el arma de la
crítica.
Sri Lanka, Bangladesh, Indonesia, Nepal, Perú,
Marruecos, Madagascar:
Un panorama de las "revueltas juveniles"
Según el periódico Le Monde, las llamadas "revueltas
de la Generación Z" comenzaron en 2022 antes de experimentar
una notable intensificación en el otoño de 2025 (2). Su primera
victoria se logró en Sri Lanka, donde, ante la mala gestión
económica y la corrupción del gobierno de Rajapaksa, la crisis
económica y la inflación, los cortes de electricidad diarios y la
escasez de bienes esenciales, decenas de miles de manifestantes, tras
varios meses de protestas, obligaron al presidente Rajapaksa a
exiliarse, tras haber ocupado previamente el palacio presidencial.
Estas manifestaciones interclasistas, con una fuerte presencia
juvenil, y cuyas reivindicaciones, inicialmente generales y que
afectaban a las condiciones de vida y de trabajo, acabaron
centrándose en consignas democráticas, iniciaron un patrón clásico
que posteriormente se replicaría de forma casi idéntica en muchos
países.
Así, en el verano de 2024 en Bangladesh, decenas de
miles de estudiantes se embarcaron en una serie de manifestaciones
masivas tras la decisión de la primera ministra Sheikh Hasina de
aumentar las cuotas en la función pública para los miembros de
familias que habían participado en la lucha por la independencia de
la Liga Awami (3), minorías religiosas o étnicas, distritos
subrerrepresentados o grupos con discapacidad. Esta medida fue
denunciada por los estudiantes como una muestra del nepotismo y la
competencia que caracterizan al gobierno bangladesí; fue aún más
controvertida porque constituía un obstáculo para el acceso a la
función pública, la única oportunidad profesional ofrecida a estos
jóvenes de clase media, como en muchos países pobres donde los
Estados tradicionalmente tienen grandes dificultades para
proporcionar a los jóvenes graduados empleos acordes a su nivel de
calificación. Al igual que en Sri Lanka, las movilizaciones
derivaron en disturbios, obligando al ejército a intervenir para
evitar la intensificación del desorden y la anarquía, un temor
tradicional de cualquier régimen burgués cuya estabilidad depende
más del garrote de la represión que de la zanahoria de la
democracia. Los militares sacrificaron entonces acríticamente a la
primera ministra Hasina, personificación de esta clase política
despreciada por los jóvenes, y rescataron del retiro al icono de la
pequeña burguesía internacional, el economista y ex Premio Nobel de
la Paz Muhammad Yunus, satisfaciendo así a los manifestantes.
Desde
finales del verano de 2025, hemos asistido a una aceleración de esta
dinámica a escala global. En Indonesia, el aumento de los impuestos
sobre la tierra y la propiedad, junto con el retirado de las ayudas a
la vivienda para los parlamentarios desencadenó una serie de
protestas que congregaron hasta 100.000 manifestantes. La violenta
represión de las manifestaciones, que costó la vida a unas diez
personas, incluido un mototaxista, radicalizó el movimiento, hasta
el punto de que se incendiaron las viviendas de varios parlamentarios
y un parlamento regional, lo que obligó al gobierno a abandonar la
subida de impuestos.
Unas semanas más tarde, Nepal se
enfrentó a un movimiento similar tras la decisión del gobierno
"comunista" de prohibir las redes sociales, a pesar de que
el proletariado nepalí incluye a casi 2 millones de inmigrantes (de
una población de 30 millones), lo que rompió los vínculos entre
los que sustentaban a sus familias y sus seres queridos en su país.
Como en casos anteriores, el recrudecimiento de la represión
contribuyó al endurecimiento de las protestas, que derivaron en
disturbios hasta llegar al incendio del edificio del Parlamento. Una
vez más, el ejército tomó la iniciativa al organizar un cambio de
gobierno y confiar el poder ejecutivo al expresidente del Tribunal
Supremo, Sushila Karki.
A finales de septiembre, la llamada
"Generación Z" de Madagascar comenzó a movilizarse con
reivindicaciones tanto socioeconómicas como políticas: contra los
cortes de agua y electricidad; el fin del deterioro de los servicios
públicos debido a la falta de inversión; el fin de la corrupción y
el abuso de poder, etc. La decisión, ahora rutinaria, del gobierno
de Rajoelina de recurrir a la fuerza para reprimir el movimiento, con
el coste de una veintena de muertos y cientos de heridos, fue tan
ineficaz como en los ejemplos anteriores. Aunque consciente de la
necesidad de contar con el ejército, la única fuerza de estabilidad
del país, lo que explica su decisión de nombrar a un militar,
Ruphin Zafisambo, como nuevo primer ministro, Rajoelina se vio
obligado a huir, beneficiándose en estas circunstancias de la ayuda
del imperialismo francés. De hecho, se enfrentó a la decisión de
una parte del ejército de apoyar a los manifestantes y al motín del
CAPSAT, cuyo comandante, Michaël Randrianirina, se autoproclamó
presidente de transición, antes de ser investido oficialmente por el
Tribunal Constitucional. Una vez más, el ejemplo malgache demuestra
que las claves de la situación siguen en manos del ejército y, por
lo tanto, del orden burgués (4).
Actualmente, estos
movimientos continúan en Marruecos, donde los manifestantes, en su
mayoría jóvenes y a menudo pertenecientes a la clase trabajadora,
protestan contra las desastrosas condiciones económicas y sociales y
se enfrentan a una represión masiva por parte del gobierno y el
poder real, que recurre al encarcelamiento arbitrario de
manifestantes (5). Este también es el caso en Perú, donde los
jóvenes se movilizan contra la corrupción endémica de la clase
política y el aumento de la inseguridad, especialmente en los
barrios más populares de Lima. Tomando la iniciativa, la burguesía
peruana prefirió sacrificar a su títere actual destituyendo a la
impopular presidenta Dina Boluarte, elegida en una fórmula de
extrema izquierda junto al expresidente Pedro Castillo, a quien
posteriormente traicionó, para calmar a los manifestantes sin tener
que abordar las principales demandas.
A partir de esta breve
crónica, que también podría haber evocado movimientos similares
ocurridos en Kenia en mayo-junio de 2024 contra la Ley de Finanzas;
en Ecuador en septiembre-octubre de 2025, tras la eliminación de los
subsidios a los combustibles; o en Filipinas el pasado septiembre
contra la corrupción, en particular en torno a los proyectos de
control de inundaciones, es posible destacar una serie de
características comunes que permiten a los revolucionarios navegar
por situaciones aparentemente diversas y singulares, evitando así la
trampa de la inmediatez característica de los "análisis"
de la pseudo-extrema izquierda.
Un análisis marxista y clasista de la "juventud"
Mientras que los medios de comunicación y el pensamiento burgués ven individuos o masas indistintas, como la famosa "Generación Z", que se refiere a las personas nacidas entre 1997 y 2012 y familiarizadas desde su nacimiento con el uso de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, los marxistas, por el contrario, ven fuerzas sociales con intereses antagónicos, a las que llamamos clases. La "juventud" no es una clase social; está dividida por límites de clase, al igual que los "adultos". Ciertamente, se distingue del resto de la población por una mayor propensión a la movilización y un mayor radicalismo aparente. Esto explica por qué, históricamente, las organizaciones juveniles de los partidos socialistas o comunistas a menudo entre sus miembros se contaban elementos particularmente avanzados, como Karl Liebknecht en Alemania, Amadeo Bordiga en Italia, y muchos de los futuros líderes de la Tercera Internacional. Esto se aplica aún más a los estudiantes, quienes suelen ser los primeros en sumarse a la lucha en tiempos de crisis e inestabilidad, hasta el punto de considerarse una verdadera vanguardia. Esto es precisamente lo que León Trotsky ya destacó durante la caída de la monarquía española, que estaba a punto de dar a luz a la Segunda República: «Cuando la burguesía renuncia consciente y obstinadamente a resolver los problemas que se derivan de la crisis de la sociedad burguesa, cuando el proletariado no está aún presto para asumir esta tarea, son los estudiantes los que ocupan el proscenio. En el desarrollo de la primera revolución rusa, hemos observado este fenómeno más de una vez; este fenómeno siempre ha tenido para nosotros una significación enorme y sistomática. Esta actividad revolucionaria o semirrevolucionaria, significa que la sociedad buruesa atraviesa una crisis profunda. La juventud pequeñoburguesa, sintiendo que una fuerza explosiva se acumula en las masas, tiende a encontrar a su manera la salida de ese atolladero y a impulsar más adelante el desarrollo político ». (6)
La ausencia del proletariado como clase, manifestada en particular
por la ausencia de su partido, abre así el camino a la juventud
pequeñoburguesa, que puede imponer sus métodos de acción y, sobre
todo, sus reivindicaciones. En casi todos los países que se
enfrentan a tales manifestaciones, pertenecientes a la periferia del
capitalismo global, son esencialmente los jóvenes de la pequeña
burguesía y la burguesía quienes tienen acceso a estudios
universitarios; se encuentran ante la brecha entre, por un lado, sus
aspiraciones profesionales vinculadas a sus cualificaciones y, por
otro, las limitadas oportunidades de estas sociedades burguesas para
ofrecerles empleos acordes a sus aspiraciones. En consecuencia, esta
juventud se enfrenta al peligro de la proletarización, que busca
evitar a toda costa; de ahí su insistencia en la lucha contra el
nepotismo y la corrupción de las élites políticas y económicas
que obstaculizan las ya de por sí estrechas vías para acceder a
puestos de responsabilidad en la sociedad burguesa. Por lo tanto, no
sorprende en absoluto encontrar, entre las figuras que emergen de
estas luchas como líderes o portavoces, a muchos jóvenes de origen
burgués.
Esto resulta particularmente evidente en Madagascar,
donde los principales líderes del movimiento pertenecen a la
burguesía ilustrada, e incluso se incluye en sus filas al hijo de un
ministro (!) (7).
Estos individuos, debido a su mejor comprensión
de los mecanismos políticos y a una mayor disposición para
organizarse y utilizar las redes sociales, se sitúan lógicamente al
frente de los manifestantes que, en su mayoría, están marginados y
condenados a empleos precarios, y que, por consiguiente, pertenecen
al proletariado. De este modo, logran englobar las demandas sociales
y económicas del proletariado o las masas empobrecidas dentro de
reivindicaciones de carácter democrático e interclasista, con la
única consecuencia de relegar a un segundo plano las causas
originales de la ira.
Demandas económicas y sociales que movilizan al
proletariado...
En la gran mayoría de los casos, con la excepción de
Bangladesh y, en menor medida, Nepal, estos movimientos se originan
en una auténtica ira social. Es a raíz de la crisis económica, las
precarias condiciones de vida y de trabajo, los servicios públicos
obsoletos y el creciente coste de la vida debido a las políticas
antisociales de los gobiernos, que los jóvenes marginados del
proletariado o de las clases medias proletarizadas se alzan en armas.
Si bien la chispa suele ser una decisión particularmente criticada
por las autoridades burguesas, estas luchas son con frecuencia la
expresión espontánea y brutal de un descontento social subyacente
que ha crecido a lo largo de los años, o incluso, en algunos casos,
de décadas.
Además, estas luchas simultáneas a escala
global no pueden comprenderse sin situarlas primero en la trayectoria
económica del capitalismo contemporáneo. Para salir del período de
crisis que comenzó en 2007-2008 con la Gran Recesión, todos los
estados burgueses se vieron obligados a intensificar los ataques
contra la clase trabajadora para que el aumento de la explotación
pudiera volver a hacer rentable la producción. Como ya indicamos en
nuestro texto sobre Marruecos, «'el
retorno a la normalidad'»
(normal e inevitable hasta la próxima crisis) recayó sobre los
hombros de los asalariados, pero también de los pequeños
agricultores y otros, aplastados por la implacable competencia
internacional que los redujo a una situación dramática. (8)
Hoy, presenciamos una vez más los inicios de una nueva crisis, tanto
más violenta por haberse retrasado debido a una serie de remedios
temporales e ineficaces a largo plazo, con nuevos ataques que se
avecinan contra el proletariado mundial. Los jóvenes proletarios se
enfrentan, pues, a un futuro donde las únicas perspectivas
concebibles son ataques contra los trabajadores, catástrofes
climáticas –particularmente violentas en un país como Bangladesh,
por ejemplo (9) – y una Tercera Guerra Mundial cuya ocurrencia se
vuelve cada día más segura. El principal problema es que estas
demandas, generosas pero confusas,
Pero que pueden fácilmente, en ausencia de organizaciones de clase,
confundirse con otras demandas explícitamente democráticas, es decir, burguesas...
Por lo tanto, no sorprende que en todos estos países las
manifestaciones se hayan orientado hacia consignas interclasistas: la
lucha contra la corrupción, el cambio de gobierno o más políticas
sociales para fortalecer los servicios públicos. Este predominio de
las demandas democráticas se explica por la conjunción de dos
factores que se retroalimentan simultáneamente: por un lado, los
proletarios que, debido a más de un siglo de contrarrevolución, no
se reconocen como tales y se consideran más bien ciudadanos; por
otro lado, la posición dominante que ocupan elementos de la pequeña
burguesía ilustrada en estos movimientos, para los que actúan como
portavoces. A pesar de todas sus generosas intenciones,
inevitablemente arrastran consigo los prejuicios e ilusiones de su
clase de origen. Atrapados entre la burguesía y el proletariado, se
creen superiores a las clases. Desde entonces, se convencieron de que
representaban los intereses de todo el pueblo contra una oligarquía
corrupta que debía ser derrocada, más o menos pacíficamente – el
grado de violencia es irrelevante aquí – para que pudieran volver
a funcionar procesos democráticos libres.
Karl Marx escribió
páginas magistrales sobre el papel igualmente perjudicial y
quijotesco de la pequeña burguesía en los movimientos populares, en
su obra sobre El Dieciocho Brumario de Luis Napoleón Bonaparte,
y aunque este texto tiene casi 175 años de antigüedad, tiene la
misma importancia para nosotros, dogmáticos empedernidos, que si se
hubiera escrito hoy. Así, criticando a los montañeses de 1848,
aquellos románticos “socialistas” que afirmaban representar los
intereses de todo el pueblo y que fracasaron estrepitosamente en su
lucha contra el príncipe-presidente Luis Napoleón, Marx escribió:
“Ningún partido exagera más sus medios que el partido
demócrata. Ninguno se engaña más sobre la realidad. [...] El
demócrata, al representar a la pequeña burguesía y, por
consiguiente, a una clase intermedia en la que
se diluyen los intereses de las dos clases opuestas, se cree por
encima de los antagonismos de clase. Los demócratas reconocen que se
enfrentan a una clase privilegiada, pero ellos, junto con el resto de
la nación, constituyen el pueblo. Lo que
representan es el derecho del pueblo; lo que les
interesa es el interés del pueblo”. Por lo
tanto, antes de iniciar una lucha, no necesitan examinar los
intereses y las posiciones de las diferentes clases. No necesitan
sopesar meticulosamente sus propios recursos. Solo necesitan dar la
señal al pueblo para que se lance con todos sus inagotables recursos
contra sus opresores. Pero si, en la práctica,
sus intereses resultan inútiles, y si su poder demuestra ser
impotente, la culpa recae o bien en los sofistas criminales que
dividen al pueblo indivisible en varios bandos enemigos, o bien en el
ejército, que es demasiado estúpido o demasiado ciego como para
considerar los objetivos de la democracia como su propio bien, o
quizás un detalle de la ejecución haya provocado el fracaso, o
finalmente, un acontecimiento imprevisto les haya hecho comprender la
situación esta vez. En cualquier caso, el demócrata emerge de la
derrota más vergonzosa tan puro como era inocente al entrar en la
lucha, con la nueva convicción de que debe vencer, no porque él y
su partido tengan que abandonar su antiguo punto de vista, sino
porque, al contrario, las condiciones tendrán que madurar. (10)
El pequeño burgués se presenta así como un eterno incauto,
engañándose a sí mismo con sus ilusiones, pero, aún más grave,
arrastrando consigo al proletariado. De este modo, sus exigencias de
buen gobierno dependen, en última instancia, no de su propia fuerza,
sino más bien de la más o menos buena voluntad del único actor que
tiene la llave de la situación en estos países periféricos con sus
fundamentos precarios: el ejército.
El papel central del ejército en los países
periféricos
En efecto, se observa que en en la mayoría de los países
que enfrentan las “revueltas de la Generación Z”, fue la
intervención del ejército la que puso fin a los movimientos de
protesta. Este es el caso de Bangladesh y Nepal, donde el ejército,
reconociendo la debilidad de la base sobre la que se erigía el poder
existente, tomó la iniciativa al elegir la composición del nuevo
gobierno antes de ceder oficialmente el poder al civil. En realidad,
tras la fachada de un gobierno civil de tecnócratas carentes de
auténtica legitimidad, es el ejército quien ostenta el poder real.
Esta dinámica resulta aún más evidente en Madagascar, donde el
apoyo de una facción del ejército al movimiento y al motín de
CAPSAT condujo a la salida de Rajoelina y al establecimiento de un
gobierno militar de transición.
Este papel político
fundamental del ejército distingue a los países periféricos de las
naciones imperialistas ricas, donde la tradición del opio
democrático se ha cimentado sobre siglos de experiencia. Por el
contrario, en los países periféricos, la mayoría de los cuales
obtuvieron su independencia formal tras la Segunda Guerra Mundial,
fue casi de inmediato el ejército quien tomó el poder para poner
fin a las luchas fratricidas entre clanes burgueses y encarnar el
interés general... burgués, por supuesto. Solo él tenía la fuerza
suficiente para disciplinar a las diversas facciones burguesas, al
mismo tiempo que a las masas pequeñoburguesas y proletarias que, en
algunos casos, habían librado una lucha insurgente para derrocar la
dominación colonial. En estos países donde las tradiciones
democráticas no están arraigadas, donde los golpes de Estado y las
elecciones manifiestamente amañadas son legionarias, deslegitimando
el mito democrático, solo la fuerza organizada, es decir, el
ejército, es capaz de garantizar la estabilidad del país y mantener
el orden burgués. Como Ferdinand Lassalle, por una vez con
precisión, explicó en "¿Qué es una Constitución?":
"El ejército [...] está organizado,
reunido en todo momento, perfectamente
disciplinado y listo para intervenir en cualquier instante; en
cambio, la fuerza dentro de la nación, aunque infinitamente mayor,
no está organizada; la voluntad de la nación, y especialmente el
grado de resolución que esta voluntad ha alcanzado, no siempre es
fácilmente evaluable por sus miembros; nadie sabe con exactitud
cuántos camaradas encontraría. Además, la nación carece de esos
instrumentos de fuerza organizada, esos fundamentos cruciales de una
Constitución que ya hemos analizado: los cañones."
(11) Esta lección, clarísima para un marxista, jamás será
comprendida por un pequeño burgués. Esto es lo que lo condena
eternamente a la impotencia, y al proletariado con él, hasta que
encuentre la fuerza para reconectar con su trayectoria histórica y
fijarse objetivos genuinos. Antes de lograr su emancipación, el
proletariado debe recorrer un largo camino para redescubrir sus
tradiciones, sus formas de organización; en resumen, su partido de
clase internacionalista e internacional, que, una vez reconstituido,
podrá guiarlo hacia la victoria final sobre la burguesía. Las
luchas actuales de la llamada «Generación Z» son expresiones de
ira social; sin embargo, aún están lejos de una verdadera lucha
revolucionaria. Si bien son un síntoma de la futura reanudación de
la lucha de clases proletaria, solo podrían contribuir
verdaderamente a ella si el proletariado, aprovechando el
debilitamiento del orden burgués, encontrara la fuerza para entrar
en lucha por sus propios intereses inmediatos. Esto constituiría un
paso importante hacia su reorganización de clase, acercándolo al
tiempo de la verdadera revolución que Bordiga, contra el oportunismo
que veía en el movimiento estudiantil un nuevo sujeto
revolucionario, definió como «plurinacional, de partido único y
de clase única, es decir, sobre todo, sin la peor podredumbre
interclasista: la de la llamada juventud estudiantil» (12).
Partido Comunista Internacional - www.pcint.org
Véase, por ejemplo, la Internacional Comunista Revolucionaria (sic), cuyo periódico británico, The Communist, publicó el titular “Únete a la revolución de la Generación Z” y afirmó: “Desde Bangladesh hasta Gran Bretaña, la Generación Z le está dando la espalda al capitalismo y abrazando la revolución y el comunismo”. https://communist.red/wp-content/uploads/2025/09/Digital-The-Communist-Issue-35.pdf https://communist.red/generation-
revolution-fight-for-your-future-join-the-communists/
(2) “La Generación Z de Asia se rebela contra las élites políticas arraigadas”, Le Monde, 29 de septiembre de 2025: https://www.lemonde.fr/en/international/article/2025/09/29/asia-s-gen-z-rises-up-against-entrenched-political-elites_6745909_4.html
(3) La Liga Awami es la organización que históricamente lideró la lucha por la independencia de Bangladesh de Pakistán, país que estaba gobernado por la Liga musulmana. En el poder de forma continua entre 2009 y 2024, bajo el liderazgo de Sheikh Hasina, hija del fundador de Bangladesh, Sheikh Mujibur Rahman, el partido se distingue por su alto grado de corrupción y su feroz represión de toda disidencia.
(4) Véase nuestra toma de posición «Explosión social en Madagascar», del 7 de octubre de 2025.
(5) Véase nuestro toma de posición «Revueltas en Marruecos. El descontento popular choca con la represión del régimen de Mohammed VI», del 2 de octubre de 2025.
(6) León Trotsky, «Las tareas de los comunistas en España. Carta a Contra la Corriente», 25 de mayo de 1930.(7) «En Madagascar, la Generación Z se niega a que les roben su victoria», Le Monde, 16 de octubre de 2025.
(8) «Revueltas en Marruecos», artículo citado.
(9) En 2022, Bangladesh sufrió una serie de inundaciones que afectaron la vida de millones de personas, causaron decenas de heridos y desplazaron a cientos de miles.
(10) Karl Marx, « El dieciocho Brumario de Luis Napoleón Bonaparte », 1851. Énfasis añadido por Marx.
(11) Ferdinand Lassalle, ¿Qué es una constitución?, 1862, disponible en línea en marxists.org: https://www.marxists.org/francais/general/lassalle/constitution.htm. Subrayado en el original. Antiguo miembro de la Liga Comunista, Lassalle fue un pionero en la organización del proletariado en Alemania en la década de 1860; pero también encarnó una serie de desviaciones contra las que los marxistas tuvieron que librar una larga y ardua lucha.
(12) Amadeo Bordiga, Carta a Umberto Terracini, 4 de marzo de 1969, disponible en línea en quinterna.org.
[Mauvais Sang] ¡La Generación Z al asalto de Marineford!
Nepal, Marruecos, Madagascar, Indonesia, Perú… En los últimos meses y semanas, se han producido manifestaciones multitudinarias, disturbios e incluso caídas de regímenes en diferentes países del mundo, lo que ha hecho soplar un viento que reaviva nuestras más fervientes esperanzas.
En Indonesia, la creciente indignación por los privilegios de las élites en un contexto de austeridad se desbordó cuando, el 28 de agosto, la policía mató a un joven durante una manifestación en Yakarta y, posteriormente, el 31 de agosto, se hicieron públicos unos vídeos en los que se veía a varios parlamentarios bailando tras recibir una indecente asignación para vivienda. En las semanas siguientes, los disturbios incendiaron el país, liderados por el lema “Indonesia Gelap, Revolusi Dimulai” (“Indonesia está oscura, comenzamos la revolución”). Se incendiaron parlamentos regionales y se saquearon residencias de ministros. La terrible represión, que movilizó a la policía y al ejército y provocó decenas de muertos y desaparecidos, logró su objetivo de intimidación… El movimiento también tenía la particularidad de tener como símbolo la bandera de One Piece, un manga sobre piratas y su sed de libertad, símbolo que luego fue adoptado desde Nepal hasta Madagascar, pasando por Perú.
En Nepal, el impulso del movimiento que denunciaba fundamentalmente el nepotismo y los privilegios de la casta dominante ha sido destructivo. El 9 de septiembre, tras semanas de enfrentamientos en Katmandú que se saldaron con más de 70 muertos, los manifestantes irrumpieron en el Parlamento y en las residencias de varios miembros del Gobierno, incluida la del primer ministro, ¡y las incendiaron por completo! Porque nunca se detienen cuando están en racha, las sedes del Partido Comunista Nepalí (marxista-leninista, el partido en el poder) y del PCN (de la oposición maoísta, que pedía a los manifestantes que fueran pacíficos), y del Congreso Nepalí, fueron vandalizadas por los alborotadores, y la prisión del distrito de Kailali fue atacada y luego incendiada, lo que permitió que todos los detenidos recuperaran la libertad.
En Marruecos, lo que encendió la mecha fue la muerte de ocho mujeres tras dar a luz por cesárea en Agadir, debido a la falta de medios del sector sanitario marroquí. Desde los primeros días de manifestaciones, el poder reprimió deteniendo o golpeando masivamente a todos los manifestantes, pero los revoltosos siguieron saliendo a las calles.
Recientemente, el colectivo GenZ 212, una de las facetas del movimiento, anunció que las manifestaciones no cuestionaban los fundamentos de la autoridad real, que debían seguir siendo pacíficas y que las convocatorias cesarían temporalmente tras las promesas de reformas del rey Mohammed VI (mientras que, al mismo tiempo, la justicia condenaba a numerosos manifestantes a penas de varios años de prisión).
¡No nos engañarán! Los jóvenes marroquíes que salieron a la calle, que incendiaron las calles, que destruyeron los comicos, los que fueron tiroteados al intentar asaltar comisarías para hacerse con armas y municiones, los que hirieron a más de 300 policías, no eran en absoluto pacíficos y seguro que no tenían en mente mejorar el servicio público.
En Madagascar, las manifestaciones y las convocatorias de huelga surgieron a raíz de la exasperación provocada por los cortes de agua y electricidad impuestos a la población y se extendieron hasta convertirse en un cuestionamiento generalizado del poder establecido, en un momento en que la isla sufre una pobreza masiva. El poder reaccionó como tan bien sabe hacerlo: gases lacrimógenos, palizas, disparos con munición real… En los días siguientes, a pesar de los muertos y el toque de queda, el movimiento se intensificó y se produjeron saqueos masivos: supermercados, comercios, bancos, hoteles… todo fue objeto de saqueos, a pesar de los llamamientos a la calma de los demócratas.
En Perú, también se denuncia, principalmente por parte de los estudiantes, un sistema generalizado de corrupción del poder y las nuevas reformas de las pensiones. En Lima, las manifestaciones, salpicadas de violentos enfrentamientos con las fuerzas del orden, cócteles molotov e intentos de invasión del Congreso, se repiten en las últimas semanas. El 10 de octubre, la presidenta Dina Boluarte fue destituida, lo que para muchos rebeldes no es más que “una etapa”.
Si bien las reivindicaciones explícitas de estos movimientos hablan de justicia social, de lucha contra la corrupción o contra la mala gestión de los servicios públicos, no podemos sino ver en todas estas protestas un cuestionamiento general de las condiciones de vida que se imponen a los explotados de este mundo. En todas partes, lo que se ataca es al Estado y su burocracia, es al personal político (incluso al que se proclama históricamente “revolucionario”, como los sustitutos estalinistas de los diferentes partidos comunistas, como en Nepal), es la burguesía que se enriquece a costa de los explotados, es la miseria por los salarios irrisorios o el desempleo forzoso, son las restricciones y la falta de recursos, son los policías que protegen a los explotadores a golpes de porra y de fusil, es la falta de perspectivas de futuro en este mundo de mierda.
También se puede detectar una fuerza antipolítica que subyace en parte a estas manifestaciones. En varios de estos movimientos, como en Nepal, fue el mundo de los políticos en general, de todas las tendencias, el que fue atacado durante un tiempo. Se cuestionó el enriquecimiento generalizado de toda la burguesía y los dirigentes, como lo demuestran los ataques al Parlamento o a las residencias de los parlamentarios. Sin embargo, podemos ver que las sirenas demócratas y sus eternas promesas de reformas, apaciguamiento y represión judicial de los antiguos dirigentes siguen funcionando, por desgracia, tan bien como siempre. En Nepal, se eligió a una nueva primera ministra en Discord (que había sido una herramienta decisiva en el movimiento) tras la caída del Gobierno; en Marruecos, las reformas prometidas por el rey han frenado el movimiento; en Indonesia, el movimiento ha terminado a la espera de los cambios prometidos; en Madagascar, se ha nombrado primer ministro a un tecnócrata; y en Perú, la oposición ha aprovechado para destituir a la presidenta, seguramente a la espera de ocupar su lugar y gobernar a su vez…
El capitalismo y el Estado, como serpientes que mudan la piel pero no mueren, saben reinventarse constantemente para recuperar las esperanzas más fervientes e integrarlas. A toda costa, debemos preguntarnos por qué la democracia recupera tan fácilmente revueltas tan agresivas materialmente y puede restablecer otra autoridad que no cambiará nada.
Por cierto, es sorprendente que en Francia haya más interés por los diputados que aparecen en los medios de comunicación en barcos por su carrera que por las personas que atacan a sus propios diputados.
Desde Indonesia y Nepal hasta cualquier otro lugar, ¡que viva la revuelta contra el viejo mundo!
Traducción al español: https://

