En Chile, una nueva bancarrota de las ilusiones democráticas pequeñoburguesas
Ayer la llamada "vía chilena al socialismo" del gobierno de Allende de la "Unión Popular" (que agrupaba principalmente al PS y al PC) fue elogiada por toda la izquierda y extrema izquierda internacional.
Hoy la vía chilena a la reforma del capitalismo es alabada por toda la izquierda y la extrema izquierda de América Latina; esta acaba de sufrir una estrepitosa derrota en el referéndum constitucional a principios de septiembre.
En 1973, luego de que las elecciones, en una situación de fuertes tensiones sociales, habían llevado al poder a la UP (Unión Popular) 3 años antes, la vía chilena finalmente condujo a un baño de sangre proletario con el golpe de Estado del General Pinochet: los partidos de izquierda y las organizaciones sindicales colaboracionistas habían llevado al matadero a los proletarios desarmados al llamarlos a confiar en el ejército y el Estado burgués frente a las amenazas de la extrema derecha y los "sectores golpistas". ¿Acaso Allende no nombró a Pinochet ministro del Interior por ser "demócrata"?
Pero, “demócratas” o no, los militares y el ejército tienen la función de defender el orden burgués; y cuando los reformistas han agotado su papel de paralizar al proletariado, son barridos sin vacilar por las fuerzas armadas burguesas para dejar que el talón de hierro aplaste a los proletarios. La dictadura no sólo provocó miles de muertos y decenas de miles de detenciones y la generalización de la tortura al imponer un verdadero régimen de terror, sino que agravó la explotación capitalista y llevó a cabo una política de liberalización económica que provocó un fuerte aumento de la pobreza y la desigualdad. Cientos de miles de chilenos se vieron obligados a emigrar por razones políticas o de supervivencia económica. Sin embargo, esta sobreexplotación de la mano de obra condujo al cabo de unos años a un innegable crecimiento económico; esto permitió un retorno a la democracia después de 17 años de dictadura. Esta suave transición demuestra una vez más que la democracia y la dictadura son dos formas del orden burgués que son intercambiables según las situaciones sociales, el equilibrio de poder entre las clases y las necesidades de la dominación burguesa. La nueva democracia heredó su política económica y social de la dictadura, lo que significa que Chile sigue siendo el país más desigual de la OCDE y uno de los menos dotados de medidas de protección social. Esto no impide, por el contrario, que los economistas elogien su éxito económico y le otorguen el premio a la “estabilidad económica” en América Latina.
Sin embargo, en 2019 la crisis económica se apoderó del país, provocando una auténtica explosión social. Debido a un aumento en las tarifas de transporte en octubre de este año; se realizaron gigantescas manifestaciones, violentamente reprimidas por la policía. Su culminación fue la huelga general del 12 de noviembre, que fue muy popular; pero también fue el principio del fin. Preocupados por el riesgo de ver a la clase obrera entrar en lucha por cuenta propia, los partidos de oposición y los partidos de gobierno firmaron el día 15 un “Acuerdo por la paz social y la nueva constitución”.
Si bien fue necesaria la imposición de medidas de control social frente a la pandemia para poner fin a los disturbios, el espejismo democrático, respondiendo al interclasismo del movimiento y alimentado por las organizaciones políticas y sindicales de colaboración de clases, hizo su efecto. Una miríada de sectores, una gran lista de profesores de universidades privadas, notables, jueces, abogados, etc. junto a los líderes del movimiento, firmaron el pacto, un pacto que prometía la paz social, la unidad nacional.
Luego siguió una verdadera orgía de opio electoral: referéndum sobre el principio de una nueva constitución que sustituya a la de Pinochet (25/10/2020); elecciones a la asamblea constituyente (15-16/5/21); elecciones presidenciales y parlamentarias que culminan con la victoria del socialista Gabriel Boric, apoyado en particular por el PC; referéndum constitucional (9/4/22).
Este último referéndum fracasó estrepitosamente: más del 60% de los votantes (el voto era obligatorio) votaron no y el voto negativo fue particularmente fuerte en los barrios populares y en las zonas donde predomina la población indígena mapuche. Sin embargo, el proyecto preveía medidas sociales y otorgaba derechos especiales a las poblaciones indígenas, según el principio del “indigenismo” que pone en primer plano la identidad étnica en lugar de la posición social, la pertenencia de clase.
Los partidarios del proyecto culpan de su derrota a la poderosa propaganda mediática de derecha. Pero esta propaganda es cualquier cosa menos nueva; la realidad es que este proyecto elaborado por una asamblea pequeñoburguesa dominada por abogados y profesores y que quería instaurar un "Estado social y democrático de derecho" no estaba dirigido a las masas proletarias cuya situación continuaba empeorando bajo la nueva "izquierda” (que incluye a ministros de derecha) que no dudó en enviar policías antidisturbios contra los huelguistas en una refinería el pasado mes de mayo. La afirmación de un representante mapuche podría aplicarse a los proletarios en general: “¿De qué sirve que nos otorguen nuevos derechos, sin saber qué vamos a comer mañana?” (New York Times, 9/2/22)
El resultado puede explicarse en gran medida por la desilusión con el gobierno de izquierda: instintivamente, muchos proletarios sintieron que este referéndum era una fachada, ya que sus dificultades aumentaron con la inflación que oficialmente estaba ya por encima del 14 % en agosto con el consiguiente aumento de la pobreza. Si fue una derrota para los sueños pequeñoburgueses, esta sobredosis electoral fue sin embargo un éxito para la burguesía, que logró gracias a ella mantener la paz social.
Pero ante las ilusiones pequeñoburguesas de reformar el capitalismo a través de elecciones y una buena constitución, la realidad se encargará de recordarnos que el capitalismo no se reforma, se combate. Y por este combate la historia de Chile ha demostrado que las fuerzas más peligrosas son los falsos amigos "izquierdistas", los falsos partidos obreros, las organizaciones partidistas de colaboración de clases que no son más que los sirvientes de la burguesía. El proletariado chileno pagó muy caro hace 50 años por confiar en ellos. Tendrá que recordar esta terrible lección para prepararse para las batallas futuras comprometiéndose en el camino de la lucha y la organización de clases.
¡Esta es la condición para que pueda no sólo defenderse verdaderamente, sino vengar mañana a sus mártires, acabando no con una simple constitución, sino con la destrucción del capitalismo y el Estado burgués en estrecha unión con los proletarios de todos los países!
Partido Comunista Internacional (El Proletario)
10 de octubre de 2022