Teleférico Stresa-Mottarone
La cabina se estrella, 14 muertos, ¿una tragedia mortal?
¡NO! 14 víctimas más de la carrera permanente por el beneficio!
El 23 de mayo de 2021, primer domingo de zona amarilla en toda Italia; puedes moverte, hacer viajes incluso fuera de la región, comer en restaurantes, llevar a tus hijos a los parques; parece que por fin puedes salir de los interminables meses de encierro, de limitaciones, de miedo. La mascarilla ya no aparece como una señal de peligro inminente, sino como un acto de prudencia que no cuesta nada; es como llevar un pañuelo aunque no estés resfriado. La Covid-19 ya no es tan amenazante como lo fue en abril, marzo y febrero, como lo fue en todos los meses que pasamos escuchando las dramáticas noticias de cientos de muertes, decenas de miles de infectados, miles de pacientes hospitalizados y la falta de plazas en cuidados intensivos. Por fin parece que podemos "pasar página", "tomar las riendas de nuestra vida". Parece…
Pero las consecuencias trágicas del modo de producción capitalista no han cesado: los accidentes de trabajo han seguido afectando impertérritos a miles de proletarios y las muertes en el trabajo siguen siendo 2 al día; la violencia contra las mujeres, especialmente en el hogar, no ha terminado en absoluto, es más, con la coacción del encierro incluso ha aumentado y desde que somos más libres para andar por ahí se volverá a las calles y a los locales. Los despidos, suspendidos durante unos meses por órdenes ministeriales, volverán a ser una realidad a partir del próximo mes de julio, mientras la precariedad y los bajos salarios se extienden por todos los sectores económicos, aumentando la incertidumbre de la propia vida en un futuro ya no lejano sino muy, muy cercano. Los amortiguadores sociales que se han ido añadiendo en este año y medio de Covid-19 y con los que el gobierno de Roma -no importa que se haya sentado en el sillón de su presidencia un Conte o un Draghi- ha tratado de aliviar las tensiones sociales provocadas por la situación general de crisis, son medidas que en unos meses o un año desaparecerán, sumiendo a otras masas de proletarios en la más negra pobreza.
Y si muchos mecanismos de control social llevan ya décadas funcionando gracias a la estrecha colaboración de clase que caracteriza a las organizaciones económicas y políticas que dicen representar los intereses de los trabajadores, ahora, con el pretexto de la pandemia de coronavirus, la burguesía dominante ha tenido una oportunidad más para inducir a las masas proletarias a acostumbrarse -militarizando poco a poco las ciudades- a seguir las órdenes dadas desde arriba, ya sea que provengan de los jefes de las empresas, de los administradores municipales o regionales o del gobierno o del comisario extraordinario para la emergencia de Covid-19 que, no por casualidad, a partir del 1 de marzo de 2021 es un general del ejército. El miedo al contagio y a morir por Covid ha sido un formidable elemento disuasorio -en tiempos de paz- para que las masas agachen la cabeza y no sigan el instinto de desencadenar una lucha decidida en defensa de sus condiciones de existencia ya agravadas por la anterior crisis económica y aún más por la crisis sanitaria de la pandemia.
Esta crisis ha afectado sin duda a los beneficios de todas las empresas, grandes, medianas y pequeñas. Y todo el mundo ha visto el juego sucio llevado a cabo por todos los partidos parlamentarios que, movidos por los intereses económicos y electorales de siempre, se han desvivido por alcanzar, de una forma u otra, soluciones de gobierno que satisficieran a cada uno de ellos, con el objetivo, sobre todo, de hacerse con las decenas y decenas de miles de millones que el Gobierno pone sobre la mesa cada cierto tiempo, como el mago con el conejo sacado de la chistera, encubriendo sistemáticamente corrupciones y abusos de todo tipo y, por supuesto, desmintiendo sin escrúpulos sus propias declaraciones del día anterior.
En este clima, las grandes, medianas y pequeñas patronales, después de haber ejercido toda la presión necesaria para que las órdenes ministeriales no pusieran en peligro sus negocios -sobre todo en los sectores del turismo, la restauración, los viajes y el deporte- no podían esperar a aprovechar la reapertura para llenar sus arcas lo antes posible, sin perder, por supuesto, sus viejas costumbres de ahorro en medidas de seguridad.
Y esto es lo que ocurrió en el caso del teleférico Stresa-Mottarone.
Finalmente, el primer domingo de reapertura, los numerosos turistas, atraídos por el hermoso día y la maravilla de la vista, son una buena oportunidad para empezar a obtener beneficios de nuevo. Este teleférico está estructurado en dos tramos, cada uno con dos cabinas en las que caben hasta 35 personas (debido a la Covid, sólo entran la mitad). El primer tramo llega a 803 metros sobre el nivel del mar, donde se encuentra el Jardín Botánico Alpinia; el segundo tramo parte de aquí y llega a una meseta por debajo de la cima de Mottarone, a 1.385 metros; luego se puede subir a pie o con un telesilla hasta la cima, a 1.491 metros sobre el nivel del mar. Desde aquí se puede disfrutar de la vista de dos lagos, el lago Maggiore y el lago Orta. Sin duda, el panorama es espléndido. Este es normalmente un destino turístico muy popular y también lo fue el domingo 23 de mayo.
A última hora de la mañana, una cabina con 15 personas a bordo estaba a punto de llegar al final del recorrido del segundo tramo. A pocos metros de la estación de llegada ocurrió algo en la línea y la cabina, en lugar de terminar el recorrido, dio media vuelta a una velocidad impresionante -más de 100 km/h- y se estrelló contra el pilón que acababa de pasar, cayendo unos cien metros río abajo. Trece personas mueren inmediatamente; de los dos niños pequeños, gravemente heridos y trasladados al hospital, uno no lo consigue y muere, el otro sobrevive, aunque gravemente herido. Familias enteras destruidas. ¿Una fatalidad trágica? ¿Un error en la maniobra?
¡NO! ¡No hay fatalidad, no hay error! La investigación no tardó en descubrir no sólo que el mantenimiento del sistema se hizo de forma descuidada, sino que, lo que es más importante, ¡el freno de emergencia de la cabina fue manipulado!
Eso significa que estas 15 personas podrían haberse salvado.
Había un problema en el sistema de teleféricos, "y el mantenimiento de mayo [el 3 de mayo, NdR] sólo lo había resuelto parcialmente. Así que - escribe "il fatto quotidiano" del 26 de mayo - para evitar la interrupción del servicio, para detener el teleférico durante días, o semanas, se ignoró la avería. Y el freno de emergencia no tuvo la oportunidad de entrar en acción cuando hubiera sido decisivo. Cuando, es decir, el cable de una cabina del teleférico de Stresa cedió causando la muerte de 14 personas". Así, había un grave problema con el cable de tracción (el que permite que la cabina suba), que sólo podía solucionarse cambiándolo -pero no se hizo- y el freno de emergencia que permite anclar la cabina al segundo cable sobre el que discurre, el portante, no funcionaba. ¿Por qué no funcionó? Durante la revisión de la línea y de las cabinas antes de comenzar la jornada de trabajo, los trabajadores se dieron cuenta de que podían resolver el problema bloqueando la activación del freno de emergencia. De hecho, durante la revisión de las cabinas antes de comenzar la jornada de trabajo, los frenos de emergencia se bloquean con "horquillas" de acero para que las cabinas puedan ser revisadas con seguridad y, al final de la revisión, se retiran dichas horquillas. En este caso las horquillas se han dejado a propósito en los asientos de bloqueo de los frenos: no ha sido un descuido, un error, ha sido una elección consciente, simplemente para no bloquear el teleférico durante días, o semanas... creyendo que el cable, que luego se rompió, podría seguir aguantando meses o años (estos cables se dan como buenos para veinticinco años y, parece que hasta ahora habían pasado unos veinte años...). Pero, como ocurrió con los cables de las pilas del puente Morandi, los cables sometidos a considerables cambios de temperatura y, sobre todo, a la humedad que penetra lenta pero inexorablemente hasta las tiras más internas, oxidándolas, cuando muestran los primeros signos de una avería deben ser cambiados por seguridad: pero los costes de esta operación son demasiado elevados en comparación con los beneficios calculados y, en particular, en un período en el que la parada del teleférico debido a Covid-19 se ha prolongado durante meses... El mantenimiento de un sistema así, a pesar de los fallos, vale obviamente mucho más que la vida de los usuarios que un día decidan entrar en esas cabinas sin saber que están arriesgando su piel.
Estas muertes se suman a todas las causadas por la falta de medidas de seguridad adecuadas, por un mantenimiento cuya aproximación viene determinada por la carrera del beneficio, un beneficio que nunca puede esperar, que horada la vida de personas inconscientes del destino maligno al que se enfrentan en cualquier momento de su vida, sea cual sea la actividad que realicen y estén donde estén, en la calle, en una fábrica, en un tranvía, en un tren, en un avión, en un barco, o en su casa, quizás durmiendo y, por tanto, sin darse cuenta de que esa casa es arrastrada por la furia de un río, por un corrimiento de tierras, o se derrumba bajo los temblores de un terremoto.
La supervivencia en esta sociedad del beneficio, de la opresión, de la explotación, en esta sociedad que vive del desastre, sólo puede resolverse positivamente erradicando con la mayor fuerza posible las principales causas del desastre. Estas causas no radican tanto en el individuo o en los "culpables" individuales, sino en el sistema económico y político capitalista que genera constantemente esos culpables: condenando hoy a los culpables de un determinado delito, no se resuelve el problema en su raíz. La justicia burguesa, cada vez que se enfrenta a sucesos trágicos como éste, muestra todos sus límites: impotente frente al sistema político y económico del que también depende, sólo puede limitarse a golpear a los individuos que, ciertamente, son responsables de actos criminales, pero esas condenas no detienen en absoluto a un sistema que genera criminales cada día. ¿Qué es un propietario que, por puro afán de lucro, soborna, roba, despide? ¿Qué son los empresarios y los políticos que por sed de poder y beneficio devastan el medio ambiente? ¿Qué son los empresarios que, para ahorrar en los costes de sus empresas y, por tanto, ganar más con la explotación del trabajo asalariado, no aplican las medidas de seguridad necesarias para proteger, en primer lugar, la vida de los trabajadores y, en consecuencia, la de todos los que de alguna manera están involucrados en sus actividades? Los llamamos criminales, aunque no haya una intención homicida inmediata en sus actos, porque criminal es el sistema político y económico capitalista que encuentra en ellos los más decididos defensores, los más consecuentes agentes del capital. Por otro lado, ¿cómo deberíamos llamar a los responsables de las guerras de rapiña que devastan medio mundo, a la espera de desencadenar una guerra mundial de rapiña, más devastadora que las de 1914-1918 y 1939-1945 juntas?
La tremenda espiral de muerte y destrucción en la que la sociedad capitalista tiene prisionera a toda la humanidad sólo puede ser rota por una fuerza igual de poderosa, igual de decisiva, y esa fuerza está en el proletariado revolucionario, en la clase que produce toda la riqueza social pero que está excluida de ella, en la clase que históricamente ya ha demostrado su capacidad de golpear el corazón del poder político burgués y que tendrá que levantarse de nuevo con todo su poder blandiendo la bandera de su emancipación de clase, única forma de emancipar a toda la humanidad de toda división en clases. Una clase que hoy sigue replegada sobre sí misma y no se da cuenta de la gigantesca fuerza que posee sólo si, rompiendo la intrincada y densa red de colaboración interclasista, se reorganiza en su terreno de clase, empezando por la defensa exclusiva de sus intereses de clase, y se dirige hacia la única lucha digna de llamarse lucha de clases: la lucha política y revolucionaria por la conquista del poder político y por el establecimiento de la dictadura proletaria dirigida y ejercida por el partido comunista revolucionario. Sí, dictadura de clase, porque sólo una dictadura de clase proletaria, la dictadura del trabajo vivo, puede tener la fuerza para enfrentar y superar la dictadura burguesa, la dictadura del capital, la dictadura de la ganancia capitalista y acabar con una sociedad que sólo sobrevive de la destrucción y la muerte.
Partido Comunista Internacional
26 de mayo de 2021
www.pcint.org