El Antifascismo como arma de contrainsurgencia

A continuación difundimos texto publicado por compañero comunista antiestatal  que visitó la region $hilena hace unas semanas participando de distintos foros e instancias de debate en torno a la lucha antifascista y la critica anticapitalista. 


 


 

 

EL ANTIFASCISMO COMO ARMA DE CONTRAINSURGENCIA

Argumentos contra la colaboración con el enemigo

En el anuncio que se hizo para esta presentación, aparece que soy un comunista antiestatal de la región llamada Suiza. Suiza es una imagen perfecta de un Estado montañoso en el centro de Europa. También es un importante centro imperialista. Suiza es una bestia demoniaca que funciona como un importante centro para el comercio internacional de materias primas. También está explotando una población migrante considerable en su territorio. Muchos chilenos viven en Suiza. La principal exportación de Suiza es el oro refinado y la sangre refinada. Se nota en su bandera una vez que la miras.

Es fácil explicar por qué la ideología del antifascismo sirve a los objetivos de la contrainsurgencia en Suiza. El antifascismo en Suiza es una doctrina de Estado en este país, desde la segunda guerra mundial. Ante la amenaza de invasión por parte de la Alemania nazi, los partidos de derecha y liberales de Suiza formaron un gobierno de unidad con los socialdemócratas. Esta unidad en el gobierno adoptó una doctrina para −lo que ellos llamaron− la defensa espiritual de la nación. Y aunque esta unidad de partidos de derecha e izquierda está en constante cambio de composición −aun así−, continua hasta hoy gobernando el país sin ninguna oposición. Suiza es un Estado imperialista, corporativista y proteccionista, postfascista. Es un país en el que la población nativa ha sido promovida para ser trabajadores del capital al mando de mano de obra migrante. Estos capataces, predominantemente suizos, viven en condiciones relativamente seguras y bien remuneradas. Mientras que la base material de este estilo de vida está siendo pagada por las masas oprimidas del mundo.

Soy miembro de la Industrial Workers of the World-IWW (Trabajadores Industriales del Mundo). Nuestros compañeros trabajadores¹ sufrieron graves accidentes laborales en el taller de una planta bioquímica prácticamente nueva, construida por la multinacional estadounidense Biogen en Suiza. Los compañeros sufrieron quemaduras a causa de los productos químicos y la maquinaria que debían limpiar durante su funcionamiento. Vi fotos de compañeros que salían del turno sangrando por los oídos y la nariz. No se les permitía ver al médico presente en las instalaciones. No se les permitía beber agua de las fuentes de la empresa. Tenían que trabajar sin un fin de semana libre garantizado, en turnos creo que, de 13 horas, con equipos pesados. Cuando los compañeros ven a un suizo en el trabajo, se trata de un jefe. Tales son las condiciones de trabajo en el país de los sueños de la derecha liberal del mundo.

Sobre esta situación, la izquierda suiza está derramando su mala conciencia mientras se compadece de nosotros, los inmigrantes. Argumentando que nosotros como clase debemos votar a tal o cual partido de lamebotas, para que evitemos lo que ellos llaman fascismo o extrema derecha. Todo esto mientras nuestros compañeros están ahora mismo en una lucha ante los tribunales en la antigua ciudad suiza de Basilea. La ciudad donde se encuentran las sedes centrales de empresas como Nestlé y Novartis. Debido a que un compañero de trabajo contó a la prensa las condiciones de trabajo en la planta mientras estaba en las instalaciones de la empresa, fue despedido. En Suiza está prohibido por ley hablar al público en el lugar de trabajo. Una federación de sindicatos de base, entre los que se encuentra la IWW, ha interpuesto una demanda contra este despido. Los abogados contratados por la multinacional Biogen y sus subcontratistas (con oficinas aquí en Chile −a la vuelta de la esquina−) contra la IWW, son descendientes de una vieja, blanca y patriota familia de la clase dominante (los Burckhardt) de Basilea. Esta fina familia burguesa remonta su dominio desde la época del Renacimiento europeo, en 1490. Y esto les quiero señalar: las campañas xenófobas y clasistas de la derecha son una herramienta, no contra la inmigración en sí, sino para mantenernos desfavorecidos, no solo ante la ley, sino en la vida cotidiana. Después de todo, nos quieren a los inmigrantes aquí, disciplinados y trabajando.

Este comportamiento antisocial en las filas de nuestra clase, esta autocomplacencia narcisista, mientras, como especie humana, en este momento nos enfrentamos cada vez más a la catástrofe de toda la sociedad, no es sólo una prerrogativa de la derecha. Se oye el mismo discurso en las filas de la izquierda política y parlamentaria, cuando sus funcionarios nos instan a votar, levantando el dedo como los pedagogos y buenos policías que son, advirtiéndonos a los trabajadores de la amenaza del fascismo y la dictadura, si preferimos no hacerlo. Quieren que votemos a un sistema que nos esclaviza y que es, en definitiva, una pura forma sin contenido. Así que, por favor, discúlpenme, pero antes de responder a la pregunta sobre el antifascismo, tengo que arrojar una luz y desarrollar algunos conceptos sobre nuestras democracias postfascistas para que nos quede claro, qué se entiende por el concepto de antifascismo hoy en día. Por favor, quédense conmigo. Y disculpen que lo diga, pero dada la intensificación del trabajo en las metrópolis desde los años 70, la gente debería tener mejores cosas que hacer que desperdiciar su pensamiento en el funcionamiento de la democracia. Pero aquí estamos. Lo hacen. Ahora, ¿qué debemos, según nuestros amos, estar apoyando?

A primera vista, la democracia tiene mucho sentido. Parece ser buena para nosotros y para nuestros intereses. Dentro de la democracia existe una obligación ideal de atribuir el poder al pueblo. Sin embargo, al mismo tiempo existe una pretensión real de la oligarquía de gobernar sobre el pueblo. Esto lleva a una contradicción general. La contradicción existe entre la pretensión individual de gobernar y el contenido de las sociedades modernas, que son sociedades de masas basadas en la división del trabajo. Por lo tanto, en las sociedades modernas todo Estado debe dar cuenta de las masas en su territorio. Darles una expresión. Una Constitución hace precisamente eso. Para una Constitución democrática burguesa, Karl Marx, a quien cito aquí, está criticando una contradicción que las engloba. Escribe:

“Pero la contradicción de más envergadura de esta Constitución consiste en lo siguiente: mediante el sufragio universal, otorga la posesión del poder político a las clases cuya esclavitud social debe eternizar: al proletariado, a los campesinos, a los pequeñoburgueses. Y a la clase cuyo viejo poder social sanciona, a la burguesía, la priva de las garantías políticas de este poder. Encierra su dominación política en el marco de unas condiciones democráticas que en todo momento son un factor para la victoria de las clases enemigas y ponen en peligro los fundamentos mismos de la sociedad burguesa. Exige de los unos que no avancen, pasando de la emancipación política a la social; y de los otros que no retrocedan, pasando de la restauración social a la política”

Marx dice que, con una Constitución democrática y el sufragio universal, ya no hay ninguna garantía política para la burguesía de que su poder social no le será arrebatado repentinamente. Pero precisamente este retroceso del dominio político −la pérdida de su garantía política de dominio− es hasta ahora el mayor triunfo de la burguesía. Porque los conflictos sociales se dirigen ahora como conflictos políticos al Estado.

Con una Constitución existe, sin embargo, una ampliación formal de las libertades civiles, pero el contenido de estas libertades es restringido. Porque para las masas también puede existir la posibilidad de reclamar el poder político, pero el poder político está separado del poder social. La extensión del poder social de la clase significaría la politización de las relaciones de producción. Pero en estas relaciones de producción es donde se asienta el poder social de la burguesía. Por lo tanto, el Estado burgués simplemente no puede otorgar el poder a las masas, está atado al propósito de asegurar la propiedad privada.

En la conciencia cotidiana, entonces, exactamente esta dependencia funcional −el propósito del Estado de asegurar la propiedad privada− desaparece, se desvanece tras la apariencia del Estado como encarnación del principio común y general de la soberanía popular. Y, por tanto, el Estado encarna el bien común y, al conceder el acceso al gobierno político a los desposeídos, transmite con éxito la conciencia de ciudadanía hasta los estratos más bajos de la clase. En definitiva, una Constitución democrática es una performance de integración −o de domesticación− por excelencia.

Al negar la realidad de los intereses de clase irreconciliables, en un Estado democrático, el antagonismo entre el capital y el trabajo se mediatiza como un mero sentimiento consumidor que reclama ser reconocido como tal o cual identidad, mezclada dentro de un pluralismo de intereses que se orientan todos en su conciencia social hacia la esfera de la distribución o las políticas distributivas del Estado. Exactamente este interclasismo es un resultado histórico del fascismo −la versión uniforme y pluralista de los partidos populares democráticos, y, sus sindicatos de izquierda y derecha, se encuentran como una expresión progresiva de su predecesor histórico−, el partido de unidad fascista y los sindicatos de unidad fascista. Es llamativo que instituciones sociales como la del jardín infantil en Italia o la seguridad social en Alemania se valoren como logros sociales muy modernos de la nación democrática, mientras que en realidad se aplicaban como políticas fascistas.

Para el partido popular constitucional de toda la vida, ya no hay conflicto, todas las identidades se vuelven correctas, todos se unen contra el enemigo del pueblo, etc. La primera tarea histórica del fascismo fue disolver el proletarismo sin tocar el capitalismo. El resultado del fascismo es el Estado autoritario en su vertiente neoliberal post-fascista que tenemos hoy. Este Estado autoritario se basa en la voluntad de los privilegiados de hacer sacrificios mientras la libertad y la prosperidad puedan ser protegidas.

Insisto en que lo que caracteriza a la democracia posfascista, o lo que consiguió el fascismo históricamente, lo que es nuevo, es ante todo la formación de la sociedad en la línea de un compromiso interclasista. Y a pesar del aumento del número de revueltas en todo el planeta, ninguno de los movimientos hasta la fecha, se acerca a cuestionar el poder social de la burguesía. Todos los levantamientos han sido recuperados por formas políticas.

Pero la forma política es el límite de la emancipación.

Por poner un ejemplo reciente. En 2004, un ministro o algo así de la izquierda radical en el gobierno de la capital y del estado de Berlín vendió la mayor parte del stock de viviendas sociales al mercado. De este modo −como se afirmó− se salvó al Estado de la quiebra. Un objeto vendido en 2004 tenía un valor contable de 405 millones, que hoy vale 7 billones.

Hoy, el mercado de la vivienda y con él, los conflictos sociales van en aumento. Cito al grupo autónomo Los Amigos y Amigas de la Sociedad sin Clases sobre la situación de la vivienda en Berlín, con su texto, “Ningún barco nos vendrá a salvar”:

“Durante muchos años, los alquileres de la ciudad eran más bajos que en la mayoría de los lugares alemanes, por no hablar de otras capitales europeas como Londres o París. Sin embargo, en los últimos diez años, la población de Berlín ha crecido en 400.000 personas −más del diez por ciento− y el gobierno local prácticamente ha dejado de construir viviendas asequibles. Esto ha llevado a que los alquileres aumenten considerablemente: un cuarenta y dos por ciento (para nuevos arriendos) desde 2016, más que en cualquier otro lugar del país. Y con una tasa de propiedad de la vivienda de apenas el quince por ciento, este problema afecta a una enorme parte de la población.

En este contexto, algunos activistas de izquierda iniciaron un referéndum sobre la expropiación de los stocks de viviendas de las empresas en la ciudad. Con el nombre de una de esas corporaciones inmobiliarias, la iniciativa ‘Expropiar Deutsche Wohnen & Co.’ (EDW) consiguió primero un gran número de voluntarios para recoger las 170.000 firmas necesarias y luego, en septiembre de 2021, ganó en las urnas con un 56,4% de votos a favor.

[¡Pero!]

Incluso si la expropiación prevista fuera simplemente una venta forzosa, representaría una intromisión en la sagrada libertad de propiedad. Por eso, el Senado ha dicho en repetidas ocasiones que una medida así enviaría ‘una señal equivocada’.

Ahí está el problema de todo gobierno de izquierdas: también él debe cortejar al capital, porque sin inversión no hay puestos de trabajo ni ingresos fiscales. Y ahí está, por consiguiente, el meollo de la campaña: por mucho que tenga un tono pragmático y ejerza experiencia presupuestaria, el paso que exige es uno que ni siquiera un Senado de izquierda es probable que tome. Algunos representantes de la campaña son conscientes de las consecuencias previsibles de la expropiación, pero no ven ningún problema en ello: ‘Si la agencia de calificación Moody’s amenaza a Berlín con rebajar su calificación crediticia, nosotros decimos con nuestra campaña: sí, aléjate. No los queremos aquí’. Ningún gobierno, por muy nominalmente de izquierdas que sea, puede adoptar esa postura si todavía tiene medio cerebro de derecha. Pero la campaña ha decidido depositar todas sus esperanzas en el gobierno. [Los Amigos y Amigas argumentan] Lo que sin duda asustaría a la clase trabajadora realmente existente sería un hundimiento del referéndum. ‘Las victorias, en cambio, inspiran y crean confianza’, escriben dos defensores de la campaña. Pero este tipo de fracaso es inevitable. Al final, es probable que se produzca una enorme desmoralización: el incansable esfuerzo de varios miles de activistas habrá sido, con toda probabilidad, inútil. O bien el Senado diluye el asunto y se llega a un compromiso que no ayuda a nadie, o bien, en contra de lo esperado, presenta una ley para comprar 240.000 departamentos a bajo precio, en cuyo caso intervendrán los tribunales. O, y esto sería un resultado aún más fatal políticamente, la ‘expropiación’ pasará, pero la ‘locura de renta’ continuará corriendo rampante”.³

La única opción sana que nos queda es recuperar esta lucha política como una lucha social revolucionaria contra el Estado. Porque al final −como argumentan Los Amigos y Amigas− ningún barco vendrá a salvarnos. Pero si esto ocurre, si el proletariado rechaza la difusión política de su interés social inmediato, una vez que la comuna de Berlín brote finalmente, la amenaza del fascismo y de una guerra sangrienta sería segura. En cuanto a la clase dominante, el Estado debe ser fuerte y la economía libre. Porque lo que la burguesía teme, es la politización de su base social después de haber perdido su garantía política para gobernar. El fascismo promete que, si la despolitización de la sociedad y el estilo tecnocrático de gestión política son cuestionados por el proletariado, este objetivo puede ser alcanzado mediante el terror organizado contra las masas. Pero gracias a la pasividad actual de las masas, gracias a la eficacia de la propaganda electoral y constitucional, para la clase dominante hoy en día, simplemente no hay necesidad todavía de organizar e incurrir en el coste improductivo de un terror estatal extendido contra ellas.

Una dimensión de esta propaganda pro-capitalista y estatista es la ideología del antifascismo como arma de contrainsurgencia. Bueno, hay una dimensión del antifascismo, que infunde miedo en los corazones y las mentes de aquellos pro-revolucionarios que decidieron que sería mejor para uno mismo y para la humanidad dejar este paisaje infernal para una vida mejor. Nadie sabe si la clase dominante prefiere evaporar el planeta antes que renunciar a su poder. En este sentido, la “Acción Antifascista” tiene un vínculo muy directo con la contrainsurgencia para aquellos que sostienen que la tarea de la emancipación humana es imposible de lograr de todos modos. Pero para los enemigos de una revolución mundial comunista la vida es un infierno y un sufrimiento y quizás un infierno en el futuro. ¿Son masoquistas los que realmente creen que el capitalismo es capaz de reformar el mundo y convertirlo en un lugar mejor? No. Lo que llama la atención es el hecho de que el evangelio del antifascismo sea predicado precisamente por aquellas personas que no se escudan en él, que ellas mismas y como organizaciones abandonaron cualquier pensamiento riguroso sobre el mundo real en favor de la salvaguarda de sus propios privilegios en sus comunidades cerradas, en las metrópolis, en sus pequeños trabajos formales o retirados en las sedes del gobierno. Que el mundo se vaya al infierno.

Al mismo tiempo, los gobiernos progresistas parecen impotentes para detener el avasallamiento del Estado autoritario sobre lo que queda de nuestras libertades civiles. En todo el planeta se promulgan políticas cada vez más represivas con el argumento de proteger la Constitución. Por ejemplo, los ciudadanos suizos votaron a favor de una ley, el año pasado, que faculta a la policía para encarcelar a los niños y obligarlos a trabajar a voluntad, si se atreven a hablar en público de derrocar al Estado.

Veo dos tendencias históricas en juego. En primer lugar, como he argumentado, la burguesía se abstuvo de gobernar políticamente. La tendencia hacia un Estado autoritario no sólo está impulsada por la manipulación de los que tienen dinero y los capitalistas. Las contradicciones del capitalismo se intensifican al pasar el tiempo y con ello la Constitución se interpreta cada vez más como un instrumento de control. Se trata de un retroceso histórico o de un deshacer el ideal de la democracia hacia la dictadura del capital en el terreno de la Constitución.

En segundo lugar, históricamente, mientras las contradicciones del capitalismo mundial se intensifican, citando a Walter Benjamin, la socialdemocracia pensó que era conveniente asignar a la clase obrera el papel de redentora de las generaciones futuras, cortando así los nervios de su mayor fuerza. Esta formación hizo que la clase obrera olvidara tanto su odio como su espíritu de sacrificio. El antifascismo es una ideología que es una pérdida de tiempo, posponiendo la revolución a un día santo olvidado.

Gracias Johannes Agnoli.4

Un comunista antiestatal de la región suiza

 

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1.Que pertenecen a la IWW. [N. de VHLV]

2. Marx, Karl (2015) Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850. Madrid: Fundación Federico Engels. [N. de VHLV]

3.Disponible en inglés en: https://brooklynrail.org/2022/03/field-notes/No-Ship-Will-Come-to-Save-Us [N. de VHLV]

4.Fue un politólogo “marxista” germano-italiano. Señaló que el Estado es una agencia del capitalismo, una organización que transforma los intereses estrechos de los capitalistas individuales en el interés de un capitalista universal ideal (el ideelle Gesamtkapitalist), que explica la existencia de la explotación. [N. de VHLV]

 

La posición de clase del proletariado contra la guerra imperialista, en cualquier país, en Rusia y Ucrania, en Europa y América, en China, Japón y todo Oriente, en Australia y África, es una sola: lucha de clases, en primer lugar contra su propia burguesía, y lucha de clases contra las burguesías de todos los demás países.

Proletarios del mundo uníos, significa exactamente eso.

 

 

La guerra desatada por Rusia contra Ucrania es una guerra imperialista que actualmente se circunscribe a Ucrania y que afecta directamente a los países europeos. Sus características imperialistas han implicado inevitablemente a los países del imperialismo occidental, en primer lugar a los Estados Unidos de América y al Reino Unido, y a todos los países de la Unión Europea. Pero esta guerra tiene raíces mucho más lejanas en el tiempo. Hay que remontarse a 1991-1992, al colapso de la URSS y al agravamiento de un desorden mundial que avanzaba con las crisis capitalistas que sacudían el mundo desde la gran crisis mundial de 1975.

Rusia, en cinco años, perdió así su dominio sobre los países de Europa del Este, que representaban para Rusia lo que, en cierto modo, los países de América Latina representaban en su momento para los Estados Unidos de América: el llamado patio trasero en el que el país dominante dicta la ley con su política imperialista y su infalible talón de hierro. También perdió el control sobre los países del Cáucaso y del Este de Rusia. Lo que no perdió fue su tendencia histórica a extender su dominio a las zonas vecinas de su "continente euroasiático". Hacia Europa intentó recuperar el control sobre Bielorrusia y Ucrania; en el primer caso lo consiguió, en el segundo no. El contraataque preparado por la Unión Europea y Estados Unidos (a través de su incorporación a la UE y a la OTAN) tuvo éxito en prácticamente todas las antiguas repúblicas soviéticas de Europa del Este. Ucrania iba a ser el gran país con el que el Occidente "democrático" cerrara las fronteras militares europeas del Oso Ruso.

La diatriba de la "desmilitarización" y la "desnazificación" de Ucrania, de la que hizo gala la Rusia de Putin para justificar su guerra, fue un burdo intento de hacer pasar una guerra de pillaje por una guerra "patriótica" con la que defender a la Gran Madre Rusia del ataque que preparaban las potencias occidentales utilizando la Ucrania "nazi" de Zelensky como un organismo especial de la OTAN para doblegar al Estado ruso a los intereses del Occidente imperialista.

Que hay intereses imperialistas en juego y que estos intereses combinan factores económicos y político-militares está fuera de toda duda. Las reservas minerales del Donbass, la gran fertilidad de la tierra que hace de Ucrania uno de los mayores exportadores de grano del mundo, y la posición estratégica del país con respecto al Mar de Azov y al Mar Negro, son razones suficientes para que el zarismo primero, y la Rusia estalinista e imperialista después, hayan pretendido siempre dominar esta nación.

La propaganda rusa que ensalzaba la defensa de la población prorrusa de Ucrania, acusando al gobierno de Zelensky de reprimirlos como prorrusos con la intención de "ucranianizarlos" a toda costa, era un contrapeso a la propaganda ucraniana de independencia y soberanía nacional "ganada" tras el colapso de la URSS y que los prorrusos de Crimea y el Donbass cuestionaban. Ante el golpe de Estado ruso por el que Moscú se anexionó Crimea en 2014, el gobierno de Kiev, apoyado por los imperialistas occidentales y espoleado para oponerse económica, política y militarmente a las provincias prorrusas del Donbass que reclamaban su autonomía, se vinculó cada vez más a Washington, Londres, Berlín, París y Roma para acelerar su camino hacia la adhesión tanto a la Unión Europea como a la OTAN.

En los ocho años transcurridos desde la anexión de Crimea a Rusia, el enfrentamiento sólo podía aumentar, llevando la tensión entre ambos países al nivel de un enfrentamiento bélico.

Los proletarios rusos y los proletarios ucranianos fueron objeto de una propaganda dirigida a este choque de guerras, tanto del lado ruso como del ucraniano, como lo demuestra el hecho de que, al mismo tiempo, el gobierno de Kiev se armaba gracias a las importantes contribuciones de, sobre todo, Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Alemania e Italia. Solo Estados Unidos, desde 2014 hasta finales de 2021, apoyó al gobierno de Kiev con más de 4.600 millones de dólares, de los cuales 2.500 millones fueron para armamento (1). Pero los armamentos occidentales no sólo se han ido por el camino de Kiev. A pesar de las grandes declaraciones de paz y de las sanciones impuestas a Rusia por haber "atacado la soberanía nacional ucraniana" con la anexión de Crimea, entre 2015 y 2020 hasta 10 países (Francia, Alemania, Italia, Austria, Bulgaria, República Checa, Croacia, Finlandia, Eslovaquia y España) exportaron a Rusia armas por valor de 346 millones de euros, de los cuales Francia se llevó la mayor parte, con 152 millones, seguida de cerca por Alemania, con 121,8 millones. Pero Italia no se quedó atrás; el gobierno de Renzi, con Paolo Gentiloni como ministro, vendió a Rusia vehículos blindados terrestres por 25 millones de euros en 2015, y en 2021, el gobierno de Draghi, con Di Maio como ministro, le vendió armas y municiones por otros 22 millones de euros (2). ¡¡¡Hasta aquí la paz agitada a los cuatro vientos y las sanciones a la Rusia agresora!!! Los negocios son los negocios.

Los gobiernos burgueses, tanto de Europa como de América o de cualquier otro país, demuestran por enésima vez que toda la palabrería sobre la paz, sobre los valores de la democracia que hay que defender, sólo tiene un gran propósito, enmascarar la verdadera naturaleza del poder burgués, la verdadera naturaleza del capitalismo sobre el que la burguesía ha implantado su poder: el beneficio y la dominación imperialista sobre las naciones más débiles. Y para estos objetivos no tienen reparos en echar gasolina al fuego, vendiendo armas de todo tipo a ambos países beligerantes. En cualquier caso no es el capital, no es el sistema capitalista el que sale perdiendo; son las masas proletarias, las poblaciones civiles que son masacradas bajo los bombardeos, obligadas a huir como animales asustados; poblaciones que, al intentar refugiarse en lugares y países donde no hay guerra, acaban en boca de los mismos bandidos imperialistas que estimularon y prepararon la guerra de todos modos.

Los proletarios europeos, directamente implicados en la guerra ruso-ucraniana, a los que todos los gobiernos apelan para que realicen los sacrificios económicos y sociales necesarios para llevar ayuda a Ucrania en su "guerra de defensa", no tienen ningún interés que compartir con sus respectivas burguesías dominantes que, también a través de esta guerra, pretenden, por un lado, hacer el mayor negocio posible y mantener la recuperación económica puesta en peligro por la propia guerra haciendo recaer el mayor peso de las exportaciones perdidas sobre las condiciones de vida y trabajo de los proletarios, mientras que, por otro lado, tratan de vincular aún más a sus proletarios a la colaboración de clases, necesaria para obtener beneficios en tiempos de paz, pero aún más indispensable en tiempos de guerra porque cuando llegue la "llamada a las armas", la burguesía de cada país querrá tener un proletariado disciplinado y preparado para satisfacer las exigencias del capitalismo nacional en la lucha con otros capitalismos nacionales competidores.

El interés histórico del proletariado es liberarse de la explotación a la que está sometido en la sociedad burguesa, emanciparse de la esclavitud asalariada que sólo le obliga a alimentarse a condición de someterse a las relaciones sociales y de producción burguesas, y que le obliga a convertirse en carne de cañón cada vez que la burguesía dominante entra en conflicto armado con las burguesías extranjeras. Este interés histórico, que descansa en el antagonismo de clase inherente a la sociedad capitalista, se convierte en la tarea que tienen los proletarios de todos los países de revolucionar toda la sociedad del capital de arriba abajo.

La lucha por vivir, o más bien por sobrevivir, que todo proletario se ve obligado a librar a lo largo de su vida bajo la dominación de la burguesía, se convierte en una lucha de clases, es decir, en la lucha de todos los proletarios como asalariados, independientemente de su edad, sexo, nacionalidad o profesión, para que el sistema económico y social que los coloca desde su nacimiento en la posición de clase sumisa, de clase explotada, de clase dominada, sea derrocado de una vez por todas para dar paso a un sistema económico y social en el que ya no haya clases dominantes y clases dominadas, explotación del hombre sobre el hombre, y por tanto antagonismos entre clases, competencia y guerras. Este objetivo no es utópico, no es una fantasía fuera de la realidad, por la sencilla razón de que será el resultado histórico de la propia realidad del capitalismo y de la sociedad burguesa erigida sobre él.

El trabajo asalariado es la característica típica de la sociedad burguesa, del capitalismo. No existía antes de la sociedad burguesa, y no existirá después de la sociedad burguesa. El trabajo asociado y la aplicación de la ciencia a la producción con sus continuas revoluciones técnicas, de ahí la gran industria, y la universalización de las comunicaciones y las relaciones entre los distintos países del mundo, constituirán la contribución básica de la sociedad actual a su transformación en una sociedad sin clases, sin valores de cambio, sin dinero y sin competencia comercial; en una sociedad en la que ya no habrá despilfarro, producción nociva, contaminación y conflictos entre países y pueblos, porque las bases económicas del despilfarro, de la producción nociva, de la contaminación y de los conflictos entre países y pueblos habrán sido anuladas y sustituidas por bases económicas capaces de satisfacer, no los mercados, no el capital, no las bolsas, no los beneficios capitalistas de los que sólo disfruta una ínfima minoría de la burguesía en detrimento de la vida de las grandes masas del mundo, sino las necesidades vitales de los miles de millones de personas que habitan el planeta.

Gran objetivo histórico, sin duda; pero que sólo la clase proletaria, la verdadera clase productora de toda la riqueza de la sociedad, podrá alcanzar. Para lograr este gran objetivo, el proletariado debe hacerlo suyo, sentirlo como una necesidad de vida, y para ello el proletariado debe luchar contra los enemigos que le impiden tomar este camino, debe prepararse para la lucha de clases, entrenarse para la lucha junto a sus hermanos de clase, con los proletarios de todas las épocas de todas las nacionalidades, hombres y mujeres, adquieran experiencia directa utilizando los medios y métodos de la lucha de clases (es decir, aquellos con los que se defienden exclusivamente los intereses proletarios, inmediatos y más generales) para poder reconocerse como parte integrante de un único gran ejército internacional y reconocer a los enemigos de clase. Enemigos de clase que no son sólo los capitalistas, los dueños de la tierra, de los productos, del dinero, del poder político, sino también los oportunistas, los que se hacen pasar por representantes de los trabajadores, pero que en realidad juegan el papel de escamoteadores de la lucha proletaria, de saboteadores de la lucha proletaria, que niegan la independencia de clase y apoyan la colaboración de clases. Las lecciones de la historia en estos campos son numerosas y forman parte del bagaje teórico y político del único verdadero representante de los intereses históricos del proletariado bajo todos los cielos: el partido de clase, el partido marxista revolucionario, que no se deja halagar por la democracia, ni engatusar por un reparto supuestamente "más justo" de la riqueza social, y menos aún por esa pequeña dosis de piedad y bondad que debería habitar en el corazón de todo burgués, de todo capitalista, de todo belicista.

Así como a la clase burguesa le llegó la hora, en su lucha contra la nobleza aristocrática, contra el clero y contra toda monarquía, de derrocar su poder y sustituirlos al frente de la sociedad, impulsando el desarrollo de la nueva economía capitalista frente a la vieja economía feudal y aislacionista, así también le llegará la hora a la clase proletaria, en su lucha contra toda la opresión burguesa, toda la opresión económica y social capitalista, para derrocar el poder de la clase burguesa como la última clase que representa la prehistoria de la humanidad, es decir, la última de las sociedades divididas en clases que la humanidad ha conocido en su largo y milenario curso histórico.

Pues bien, para luchar contra la guerra burguesa, que desde hace más de cien años no es más que una guerra de robo y de imperialismo, o los proletarios consiguen reaccionar contra la dominación hasta ahora indiscutible de las burguesías imperialistas, o están condenados a sufrir, guerra tras guerra, paz tras paz, las consecuencias cada vez más trágicas de las inevitables crisis del capitalismo. La guerra burguesa no resuelve la crisis económica y política que la desencadenó, superándola de una vez por todas. La guerra burguesa se produce porque la crisis de sobreproducción, característica del desarrollo del capitalismo, y que en el período histórico del imperialismo se hace cada vez más profunda y aguda, intenta devolver las condiciones de competencia entre los estados y entre los polos monopolísticos a la situación anterior, a una situación en la que la economía capitalista se expande en lugar de estancarse y retroceder. Pero es el propio sistema capitalista, por las características de su economía basada en la propiedad privada y en la apropiación privada de la riqueza social producida, por tanto en un sistema de competencia cada vez más fuerte y feroz, el que, si bien supera temporalmente el punto más crítico de la crisis de sobreproducción, vuelve a generar los factores de crisis aún más graves y mayores. Esta es la historia de todas las crisis capitalistas hasta la fecha.

Para superar los momentos más críticos de sus crisis, la burguesía capitalista no tendría éxito si no contara con el proletariado a su lado, si los asalariados -precisamente porque representan la fuente de valorización del capital, por tanto de la ganancia- no colaboraran, "haciendo su parte", es decir, sacrificando su propia vida hasta el final, en la precariedad, el desempleo, la miseria, muriendo en el trabajo y muriendo en la guerra. Así, la colaboración de clases, si bien por un lado es el punto fuerte de la burguesía para salir de sus crisis, es al mismo tiempo su punto débil sobre el que el proletariado puede y debe actuar con su lucha. Sin una lucha seria, puntual y amplia contra la colaboración de clases, el proletariado nunca tendrá la oportunidad de emprender el camino para emanciparse del capitalismo; siempre estará supeditado exclusivamente a las exigencias vitales del capital, de los mercados y de la ganancia capitalista, y volverá cada vez a ser sacrificado única y exclusivamente por el bienestar de la burguesía.

La guerra ruso-ucraniana demuestra una vez más que este es precisamente el quid que pone al proletariado en la peor posición: se le masacra sin tener la fuerza para reaccionar de forma independiente, en beneficio exclusivo de los capitalistas de un lado o del contrario.


¡Contra la guerra imperialista, por la reanudación de la lucha de clases independiente del proletariado!

Contra la colaboración de clases, en primer lugar con la propia burguesía nacional. Contra todo nacionalismo.

¡Por la reorganización clasista e independiente del proletariado por encima de las divisiones de raza, nación, género, edad, profesión!

¡Por la revolución antiburguesa y anticapitalista!

 

 

Partido Comunista Internacional

6 de junio de 2022

www.pcint.org




__________

NOTAS:


(1) Cfr. Il senso del supporto militare americano all’Ucraina, https://www.geopolitica.info/supporto-militare-americano-ucraina/, 21/01/2022.

(2) Cfr. Embargo a chi? Per anni armi “proibite” alla Russia, “il fatto quotidiano”, 17/03/2022.


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