Primero de mayo de 2018
La clase dominante burguesa y sus partidarios falsamente obreros festejan otro año de altos beneficios capitalistas mientras las grandes masas proletarias sufren la explotación más bestial y la miseria cotidiana.


Proletarios
No hay necesidad de recordar que vuestras condiciones de existencia dependen del salario que los capitalistas os conceden o que, a través de la lucha, conseguís sacarles; no hay necesidad de recordar que desde que la raza obrera llega al mundo está condenada a ser fuerza de trabajo a disposición de los capitalistas, pequeños, medianos o grandes, en las empresas privadas o en la función pública, porque el modo de sobrevivir que la sociedad capitalista os ofrece es sólo uno: vender vuestra fuerza de trabajo al capitalista que tiene interés en explotarla y que, al hacerlo, gana y gana cada vez más en la medida en la que organiza vuestra explotación de manera sistemática y científica.
No hay necesidad de recordar que, en la sociedad capitalista, son el dinero, el mercado, el cambio de valores, la compraventa, las categorías económicas... las que regulan las relaciones humanas, y que las relaciones humanas están condicionadas en origen por las relaciones de producción: en la sociedad dividida en clases, quien posee el poder económico y, por lo tanto los medios de producción, tiene en su mano el poder político a través del cual –Estado, gobierno, partidos, fuerza militar- domina a toda la sociedad y, en particular, mantiene a la clase proletaria, que es la clase productora por excelencia, en situación de depender para todo del salario, por lo tanto del capital, que da el salario sólo contra una determinada cantidad de trabajo de la cual se apodera diariamente. No hay necesidad de recordar que todo capitalista no sólo tiene interés en explotaros lo máximo posible –porque de vuestra explotación saca su beneficio- sino que tiene interés en alimentar entre vosotros una competencia despiadada (en paralelo a la competencia despiadada que cada capitalista mantiene con cualquier otro) de manera que vuelva mucho más difícil, sino casi imposible, vuestra organización solidaria en defensa de vuestros intereses inmediatos. Que vuestros intereses inmediatos estén del todo opuestos a los de los capitalistas, es una realidad que emerge cada vez que la economía capitalista, de la cual toda empresa es partícipe por razones de mercado y de competencia con otras empresas del mismo sector, entra en crisis. La primera cosa que el capitalista hace, es proteger su empresa, su propiedad, sus beneficios, sus mercancías, sus relaciones de mercado y, para este fin, está dispuesto a utilizar casi cualquier medio, y por supuesto hacer pesar sobre su mano de obra las consecuencias de la crisis, despidiendo, acabando con algunas producciones o cerrando la fábrica, acogiéndose a EREs, deslocalizando la producción y a los obreros, prejubilando, bajando los salarios...
No hay necesidad de recordaros que los capitalistas, ellos solos, sin ayuda de una serie de partidarios, de siervos, de esbirros, de matones, no lograrían dominaros siquiera sobre el plano político y social. A los capitalistas, para defender sus intereses y su propiedad, no les basta con poseer el Estado, orientar las decisiones del gobierno, y usar la fuerza militar en todas las situaciones de tensión social. Dado que la clase obrera, en la historia, de las luchas de clases que le han visto combatir por sus propios intereses sobre el terreno del antagonismo de clase, ha demostrado, en determinados periodos históricos, estar en condiciones de sustraerse a la influencia de las fuerzas de conservación burguesas y a las fuerzas del oportunismo, y de organizarse no sólo sobre el plano de la defensa económica, sino también sobre el terreno de la lucha política y revolucionaria, la clase burguesa ha sacado las lecciones de mayor importancia para el mantenimiento de su poder político y económico. Una de estas lecciones ha sido aquella de no sólo tolerar las organizaciones económicas de clase del proletariado, sobre las cuales se apoyaba la lucha de los obreros contra los capitalistas, sino de penetrar en ellas para orientarlas en sentido reformista y pacifista, con el fin de desviarlas de sus objetivos originales de defensa exclusiva de los intereses de clase y transformarlas así en instrumentos vitales de conservación social con los que, sobre todo en periodos de crisis, el capitalismo puede contar.

¡Proletarios!
Los sindicatos obreros que, en su momento, maduraron una gran tradición de clase, a la par que los partidos obreros, podían representar un elemento decisivo en la lucha de clase revolucionaria del proletariado, y esto la clase dominante burguesa no podía permitírselo; por ello, debían ser conquistados para la conservación social por las fuerzas oportunistas, las fuerzas que vestían como obreros pero que dirigían a las masas hacia el apoyo a los valores de la economía de la empresa, de la economía nacional, de la patria, de la democracia, en apoyo a todo lo que servía al capitalismo nacional para superar sus propias crisis y volver a poner en marcha la máquina de la explotación obrera general. Y donde las masas proletarias no estaban lo suficientemente plegadas a las exigencias del capitalismo –como frente a la Primera Guerra Mundial y frente a la primera postguerra- estas fuerzas oportunistas fueron llamadas a debilitarlas de manera tal que, si fuese necesario atacar con la fuerza, destruyendo a sus partidos y a sus organizaciones económicas sindicales, esta tarea fuese realizable. El fascismo italiano, primero, y el nacionalsocialismo alemán, después, demostraron que la clase burguesa dominante de los diversos países puede hacerse la guerra todas las veces que la crisis económica y política de su sistema social lo vuelva necesario, pero su guerra histórica principal era y será siempre la guerra contra el proletariado organizado, el proletariado que lucha sobre el terreno de clase guiado por el partido comunista revolucionario para la conquista del poder político y para acabar de una vez por todas con cualquier burguesía, con cualquier sistema de explotación capitalista.
Los años de la Primera Guerra Mundial y de la primera postguerra, desde el punto de vista de la lucha del proletariado contra las burguesías de cualquier país, apoyando sus propias esperanzas y sus propias perspectivas de emancipación de la esclavitud salarial, sobre la formidable victoria de la Revolución de Octubre en Rusia y sobre el movimiento revolucionario en los países imperialistas más importantes, representaron para todas las burguesías un motivo de pavor, mucho mayor del que provocó la liquidación de las aristocracias nobiliarias en 1789. La puesta en juego, históricamente, era la victoria del proletariado revolucionario contra la burguesía imperialista en Europa y en el mundo: se abría un periodo histórico en el que las clases dominantes burguesas habrían podido ser efectivamente abatidas, un periodo en el que la clase proletaria internacional habría guiado la lucha de clase no sólo para sí misma, sino también para todas las poblaciones masacradas por el colonialismo imperialista y el atraso económico.
Aquella ocasión histórica no llegó a buen puerto, pese a las grandes luchas de los proletarios rusos, alemanes, húngaros, polacos, italianos, ingleses, franceses... las fuerzas oportunistas que se concentraron después en el estalinismo, tanto como ideología falsamente socialista y comunista o como práctica política y social nacionalista y tricolor, lograron infectar a todos los partidos revolucionarios, desde el partido bolchevique, devolviendo al movimiento proletario a veinte años atrás; ellos contribuyeron, de manera sustancial, a plegar a los proletarios de todos los países, en primer lugar a las exigencias de reconstrucción capitalista postbélica, haciendo pasar las posiciones según las cuales el enemigo de clase no era representado por la clase burguesa en su conjunto, en todas sus fracciones, sino sólo por la clase burguesa del país enemigo, del país “fascista”, y que la vía de salida de la guerra, de la violencia, del horror, estaba en apoyar y combatir sólo por la democracia, por la restauración del parlamentarismo y de una vida política y social no encuadrada por el totalitarismo fascista. Los partidos “obreros” se convirtieron en las columnas que sustentaban las nuevas instituciones democráticas; los sindicatos “obreros” se convirtieron en organizaciones económicas de la clase obrera destinadas a colaborar con la reconstrucción posbélica y el renacimiento económico del país: en conclusión, el proletariado de cada país, después de haber perdido a su partido comunista revolucionario, destruido y desfigurado por el estalinismo, perdió también sus propias organizaciones sindicales, con el resultado de que cualquier asociación política y sindical que se refería al proletariado juraba sobre la estabilidad capitalista, aún si, etiquetaba a esa misma economía como “socialista”.
Únicamente una pequeñísima porción de comunistas revolucionarios que no agacharon la cabeza frente al estalinismo, que no vendieron su propia militancia revolucionaria por una carrera, sino que mantuvieron la coherencia y la continuidad política con el marxismo –la Izquierda comunista de Italia- salió del desastre mundial de la degeneración de la Internacional Comunista y del estalinismo sobre posiciones defendidas desde la constitución del Partido Comunista de Italia. Esta corriente política, que no tiene nada que ver con los que se dan el nombre de partido comunista y que han hecho una mentira del marxismo auténtico, hoy, representada por poquísimos elementos que mantienen con vida incluso la continuidad organizativa, es del todo desconocida para las grandes masas proletarias. Pero esto, dada la situación general de depresión del movimiento de clase del proletariado, es un dato que no ha asustado nunca a los marxistas: la historia no se lee a través de los grandes o pequeños personajes, no se lee a través del éxito numérico de tal o cual partido o de las corrientes de moda al estilo del sesentayocho, sino a través de las contradicciones que se mueven en el subsuelo de la sociedad, a través de fuerzas que las mismas contradicciones económicas y sociales del capitalismo producen y alimentan constantemente y que, en un cierto punto de tensión general, explotan como un volcán. Los proletarios mismos, destinados históricamente a volverse los protagonistas de la revolución más tremenda y resolutiva de la historia de las sociedades humanas, no tienen ninguna conciencia de esto: poseen, objetiva y materialmente, como clase social del moderno capitalista, la fuerza histórica apta para superar cualquier sociedad dividida en clases, de las cuales la sociedad capitalista es la última en la serie histórica. Ellos, en el centro de las relaciones sociales capitalistas de producción, representan contemporáneamente una de las fuerzas de conservación gracias a la fuerza de trabajo que la burguesía explota con el fin de valorizar el capital y, dialécticamente, la única fuerza revolucionaria en condiciones de cerrar la serie histórica de las sociedades divididas en clases –la prehistoria humana, como afirmaba Engels- y abrir a la humanidad la vía para una sociedad de especie, para una sociedad no basada ya en la explotación del hombre por el hombre, en el dinero, en la mercancía, en el capital y en el trabajo humano; en síntesis, por el comunismo.
La clase de los trabajadores asalariados, de los proletarios, la clase de los sin reservas, es fundamental para la supervivencia del capitalismo: la explotación del trabajo asalariado por parte de los capitalistas consiste en la obligación de trabajar por parte de los sin reserva si quieren sobrevivir, y en el hecho de que el salario que el capitalista da al trabajador a cambio de la jornada de trabajo no se corresponde con el tiempo real y total del cual el capitalista extrae su ganancia, sino sólo de una parte –la que corresponde a los medios de subsistencia que el obrero debe comprar en el mercado- mientras que la otra parte de tiempo de trabajo diario, no pagada, constituye un valor supletorio, el plusvalor precisamente, que el capitalista se apropia directa y completamente. En la medida en que los trabajadores asalariados permanecen en condiciones de trabajadores asalariados bajo el dominio de la burguesía, y viven su esclavitud salarial día a día sin poner en discusión las relaciones sociales y de producción impuestas por la sociedad capitalista, constituyen una clase para el capital. Pero el proletariado no ha sido, siempre, únicamente, una bestia de carga; fue involucrado por la burguesía en su lucha contra el feudalismo, contra las aristocracias nobiliarias, participando en la destrucción del poder político feudal y del modo de producción feudal para liberar a la sociedad humana de sus límites y de sus vínculos económicos, sociales y políticos, abriendo de esta manera la vía al progreso económico y social exaltado que la revolución burguesa representó históricamente. Pero el capitalismo, pese al formidable progreso técnico y productivo que ha llevado consigo, al mismo tiempo ha sustituido –y no podía hacerlo de otra manera- una sociedad dividida en clases, fragmentada y cerrada, con una nueva sociedad dividida en clases más simple y abierta al mundo; universalizando el sistema económico capitalista, imponiendo la ley del capital sobre todo el globo terráqueo, el capitalismo ha transformado a buena parte de las grandes masas populares de campesinos y pequeño burgueses en proletarios puros, expropiando tierras y actividades laborales, generalizando las relaciones de producción y sociales capitalistas y, por lo tanto, las condiciones de existencia de los sin reservas, erigiendo una sociedad en la que una pequeña minoría de capitalistas domina sobre las grandes masas proletarias y proletarizadas.


¡Proletarios!
Las condiciones de esclavos modernos las vivís cada minuto de cada día de vuestra vida. Debéis soportar sacrificios de todo tipo para dar de comer a vuestros hijos, para vivir en una casa decente, para escapar del frío o del calor, para curar las enfermedades que la mayor parte de las veces son provocadas por el mismo modo de producción frenético y opresivo; sufrís sistemáticamente la inseguridad en el puesto de trabajo, y por lo tanto en el salario, mientras el propio puesto se transforma, antes o desupés, en la causa de vuestros infortunios, de vuestras muertes, de vuestras enfermedades incurables. Estáis expuestos cada vez más a la inseguridad de la vida y a puestos en condiciones no sólo de sufrir impotentes esta situación, sino de no poder hacer nada decisivo para mejorar completamente vuestras condiciones de existencia. En la sociedad capitalista, bajo el dominio de la clase burguesa, dependéis totalmente de los intereses del capital: no sois otra cosa que clase para el capital, a su merced; representáis una enorme reserva de fuerza de trabajo de la que cualquier capitalista pesca a los trabajadores que le sirven, prefiriendo obviamente a los que se someten sin rechistar a sus órdenes. Para los capitalistas sois la raza obrera, pero, al igual que todo esclavo antes o después se rebela, vosotros constituís, al mismo tiempo, la fuerza de trabajo necesaria para valorizar el capital y la fuerza de trabajo excedente respecto al ciclo de valorización del capital puesto en marcha empresa por empresa. Por eso mismo hoy encontráis trabajo, pero mañana podéis ser despedidos. Y en este carrusel horrible en el que las masas humanas, de cualquier nacionalidad, edad, género, origen, son constreñidas a migrar de una ciudad a otra, de un país a otro, de un continente a otro, sólo para lograr sobrevivir en condiciones menos malas que aquellas de las que se huye, vosotros, proletarios, sin reservas y sin patria, tenéis una única vía de salida: la lucha contra las condiciones de esclavitud salarial a las cuales estáis constreñidos desde que nacéis.
La lucha por vuestra supervivencia, si no se transforma en lucha de clase –cuyo primer estadio es la defensa de los intereses de clase más generales, es la organización independiente de clase reconociendo el antagonismo existente entre capital y trabajo asalariado, es la solidaridad de clase entre trabajadores asalariados, es la unidad en la historia- estará siempre condicionada por el interés que los capitalistas tienen en “salvar” a alguno dejando a su suerte, peor, a todo el resto. La lucha de clase es la única respuesta verdadera de la clase proletaria a los problemas de supervivencia, a los problemas de la desocupación, a los problemas de los salarios de hambre, pero no puede brotar y desarrollarse si los proletarios no combaten decididamente contra el arma principal que la burguesía usa contra ellos: la competencia entre proletarios.
Como proletarios sufrís los efectos de las relaciones de producción y sociales impuestas por el capitalismo, y para combatir estos efectos no tenéis alternativa: os unís en la lucha de clase independiente de cualquier institución burguesa, de cualquier partido burgués, de cualquier organización colaboracionista, o seréis utilizados continuamente para reforzar- aun cuando un sindicato tricolor llama a la “lucha”, cuando no puede hacer otra cosa si no quiere perder toda su influencia- el mismo sistema económico, social y político que es la causa de vuestra miseria, de vuestras condiciones inhumanas de supervivencia.
La lucha de defensa de los intereses proletarios inmediatos que utiliza medios y métodos de la lucha de clase es el primer estadio del renacimiento del movimiento obrero; el segundo estadio está constituido por la lucha política de clase, la lucha en la cual el proletariado se reconoce no sólo como clase para el capital que quiere obtener mejores condiciones de vida y de trabajo, sino como clase para sí, clase protagonista de la historia, clase que a través de su lucha política y revolucionaria puede cambiar completamente la sociedad, sepultando finalmente el modo de producción capitalista y su defensa reaccionaria. En este camino, los proletarios se encontrarán no sólo con los enemigos declarados, burgueses y pequeño burgueses, sino también con otros proletarios que se han dejado atraer y encuadrar en las fuerzas de la conservación social. Es inevitable que esto tenga lugar, porque la clase burguesa no cederá ni un milímetro en su dominio y sus intereses: usará todos los medios a su disposición, legales e ilegales, pacíficos y violentos, económicos, políticos y religiosos; usará todas las fuerzas oportunistas que se han formado a lo largo del tiempo, de los viejos reformistas y socialdemócratas a los nuevos obreristas, movimientistas, lucharmadistas, como ya hizo en el pasado; y se inventará nuevos, como en la época del fascismo. Todo esto puede espantar y paralizar a las masas proletarias, pero la lucha de clase a la cual estas son empujadas, en un determinado momento, no es el fruto de un plan más o menos diabólico de un grupo de conspiradores: es el fin de todas las contradicciones sociales que se suman a lo largo del tiempo y, precisamente como el magma volcánico, explotan con una virulencia extraordinaria. Para que este movimiento telúrico de la sociedad no se agote en miles de enfrentamientos aislados, el proletariado tiene necesidad de organizar sus fuerzas para poder dirigirlos hacia objetivos bien precisos y no sólo inmediatos, sino históricos. Es aquí que aparece evidente la necesidad de una conciencia de clase en condiciones no sólo de dirigir el movimiento de clase del proletariado, en los diferentes países, en la lucha específica contra la propia burguesía, sino de hacer confluir las fuerzas proletarias hacia objetivos máximos, revolucionarios, que no pueden sino ser internacionales. La conciencia de clase es representada por el partido político de clase, por el partido comunista revolucionario, desde los tiempos del Manifiesto de Marx y Engels; por un partido que prevé todo el curso histórico de las luchas sociales y de clase y que, sobre la base de la teoría del comunismo revolucionario (que no es otro que el marxismo), en las luchas del hoy representa los fines históricos de mañana y que, colocándose como guía del movimiento de clase, es el único en condiciones de dar al proletariado de todos los países una única dirección, la dirección revolucionaria.
Hoy el proletariado no está cerca, ni mucho menos, de luchar de manera eficaz sobre el terreno de la defensa elemental de sus intereses inmediatos. Esto se debe a más de noventa años de estalinismo, que ha corrompido a partidos y organizaciones proletarias en todo el mundo, y a más de setenta años de política y práctica colaboracionista por parte de los partidos llamados comunistas y por parte de los sindicatos “obreros”. La colaboración entre las clases, y la política de la clase burguesa en la fase imperialista, es la política que ha ideado y practicado el fascismo y que fue heredada por las democracias post-fascistas. Representa la corrupción más profunda que infecta al proletariado, pero su resistencia en el tiempo depende del nivel de competencia que exista entre los proletarios. Combatiendo contra la competencia entre proletarios, se combate a la vez contra la corrupción de la colaboración entre clases, y se defiende de manera mucho más eficaz la independencia de clase de las organizaciones proletarias.
El Primero de Mayo, hace muchos años, no era un día festivo, sino un día en el que los proletarios de todos los sectores y de todas las categorías, de todos los países, proclamaban la voluntad y la decisión de luchar unidos contra la explotación capitalista y contra el poder burgués que se apoya sobre la explotación del trabajo asalariado. Hoy, el Primero de Mayo se ha convertido en una ocasión de fiesta, de conciertos, de pacificación entre las clases: es un himno a la colaboración entre las clases, es la fiesta de los capitalistas que se han apoderado de una jornada que, en un tiempo, como jornada de lucha, les hacía temblar.


¡Proletarios!
No hay nada que festejar. Mientras masas de inmigrantes mueren al atravesar el mar, son amasados en campos de concentración, explotados, torturados, violentados, asesinados; mientras la desocupación asola los países del mito del bienestar, la intensidad del trabajo de las masas ocupadas aumenta cada vez más y el trabajo se vuelve cada vez más precario aumentando inevitablemente la inseguridad de la vida; mientras las desgracias en los puestos de trabajo no cesan y tienden a ser cada vez más frecuentes, así como lo hacen las enfermedades “profesionales” a causa de la nunca controlada nocividad del trabajo (como los casos cada vez más frecuentes de muertes por amianto); mientras los salarios en general son bajados respecto al coste de la vida que tiende a aumentar y la competencia entre proletarios llega a niveles de ferocidad nunca vistos. Mientras sucede todo esto, en un marco internacional en el cual las guerras de rapiña por parte de las potencias imperialistas no han dejado de estar en el centro de los acontecimientos políticos y militares, las condiciones de existencia proletarias empeoran cada vez más.
Los sindicatos colaboracionistas claman por su “preocupación” por esta situación y apelan a los gobiernos con el fin de que promulguen algún tipo de reforma que atenúe el empeoramiento general de las condiciones de los trabajadores. Como siempre ha sucedido desde que se organizaron al final de la IIª Guerra Mundial, los sindicatos colaboracionistas siguen una escala de prioridades en la defensa de los “intereses”: primero viene la patria, la nación, el Estado y su Constitución, por lo tanto la economía nacional; después la defensa de la españolidad de las empresas y su competitividad; después la productividad del trabajo que se liga a la necesidad de la reanudación económica; después la salvaguarda de los puestos de trabajo, no importa con qué salario, incluido el llamado “salario de solidaridad” con el cual los trabajadores se gravan con el fin de permitir el mantenimiento del puesto de trabajo a compañeros amenazados con el despido; después los convenios nacionales, que al mismo tiempo son renovados cada cierto tiempo; después los salarios, para los cuales no se pueden pedir aumentos decentes porque la crisis económica ha golpeado los beneficios de todas las empresas, comprendido el Estado; después la desocupación juvenil, como problema general para el cual se pide simplemente una reforma...; después, si no hay más remedio, y sólo idealmente, de los trabajadores en peores condiciones, como los de la logística y los inmigrantes. En suma, los sindicatos colaboracionistas demuestran constantemente que los intereses que defienden y para los cuales movilizan, o paralizan, a sus afiliados, son los intereses del capital y no del trabajo. En cuanto sindicatos tricolores, sindicatos colaboracionistas, no es como para sorprenderse. Pero, dado que cada tanto, o las asociaciones patronales, o el gobierno, lanzan algunas migajas para dar a las masas, estas burocracias sindicales, que pueden contar con el apoyo constante del Estado y de las fuerzas políticas burguesas, continúan manteniendo una cierta influencia sobre el proletariado, pero perdiendo credibilidad en el tiempo.
Pero a los proletarios, para defender sus propias condiciones de existencia, les sirven organizaciones de clase, organizaciones de clase que no nacen de la nada, sino de las luchas de los proletarios, de una lucha que rompe los miles de lazos que le atan a los intereses de la empresa, de la productividad, de la competitividad, a los intereses de la economía nacional. Si no es hoy, será mañana, pero serán las mismas condiciones materiales de supervivencia vueltas insostenibles las que empujarán a grupos de proletarios a reaccionar, a romper la paz social, a volver a apoderarse de los medios y de los métodos de la lucha clasista que coloca en el centro exclusivamente la defensa de los intereses proletarios.
Como comunistas revolucionarios sabemos que las contradicciones sociales de la sociedad capitalista no bastarán para hacer moverse a la clase proletaria y dirigir su fuerza contra los baluartes políticos, sindicales, organizativos y militares de la sociedad burguesa. Pero si no llega esta ruptura social, los proletarios estarán destinados a sufrir continuamente una esclavitud salarial que tiende a empeorar sus condiciones generales. Será necesaria, por lo tanto, una orientación de clase, una dirección de clase gracias a la cual los proletarios se reapropien de su historia de clase, y esta orientación y esta dirección de clase han sido mantenidas vivas durante todos estos decenios por el partido comunista internacional, que continuará con este trabajo que hoy aparece privado de resultados inmediatos, pero que, con el tiempo, se mostrará vital para el mismo proletariado.

¡Viva el Primero de Mayo rojo!


27 abril de 2018 Partido comunista internacional
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