Revueltas en Marruecos
Frente al descontento popular,
la represión del régimen de Mohamed VI
Desde hace varios días miles de jóvenes
marroquíes están saliendo a la calle para protestar por la pésima
situación económica y social por la que atraviesa la mayor parte de
la población. Exigen mejoras en la sanidad y en el sistema
educativo, pero existe de fondo un gran malestar social que lleva
acumulándose años y que ahora estalla, poniendo a la juventud a la
cabeza de un movimiento que se enfrenta a la represión del Estado
marroquí y al silencio cómplice de los medios de comunicación
occidentales.
Marruecos se caracteriza por ser un Estado
dirigido con mano de hierro, con una burguesía unida en torno a la
familia real y con un núcleo central de ésta, el llamado Majzén,
que se encarga de imponer el terror como único medio de gobierno. En
lo referido a la política interior, el dominio de esta burguesía se
levanta sobre un régimen de tipo militar que garantiza la
explotación de los proletarios del campo y de la ciudad y el
sometimiento de amplios estratos de las masas miserables que
subsisten gracias a la explotación de pequeñas parcelas agrícolas,
a la pesca o al cultivo de marihuana y el procesamiento y contrabando
de sus derivados. Además, esta clase burguesa obtiene pingües
beneficios del expolio sistemático del Sáhara Occidental, donde
mantiene a la población saharaui en unas condiciones de vida
terribles, siempre acosada y amenazada por el ejército, que permite
con ello la explotación de los valiosos minerales que hay en el
subsuelo de la región.
En lo tocante a la política exterior,
Marruecos ha sido, desde la proclamación de la independencia bajo el
mandato de Mohamed V, un firme aliado de Estados Unidos, Inglaterra y
Francia, que vieron en el régimen conservador y autoritario que se
impuso un elemento de contención de los movimientos de liberación
nacional que sacudían tanto a los países del Magreb como a los del
África subsahariana. Esta condición de aliado preferente de las
principales potencias imperialistas euroamericanas ha supuesto, para
Marruecos, tanto una garantía para su estabilidad interna como la
posibilidad de recibir apoyo a su proyecto expansionista, el primero
de cuyos hitos fue precisamente la conquista del Sáhara Occidental
cuando, en 1975, tras la Marcha Verde, España abandonó la zona.
Desde entonces, Marruecos ha pagado con creces el apoyo recibido. En
primer lugar, porque ha sido siempre un garante de paz y estabilidad
frente a Mauritania y Argelia, países con un devenir mucho más
errático a ojos de las antiguas metrópolis y, por lo tanto, fuente
de riesgos para el control imperialista de la región. En segundo
lugar, sobre todo en los últimos años, se ha consolidado como
estado-tapón que bloquea el paso de las grandes corrientes
migratorias que parten del África subsahariana y tratan de llegar a
Europa a través de España. El ejército y la gendarmería marroquí
han demostrado que pueden contener a miles y miles de inmigrantes en
su territorio, creando verdaderos centros de detención al aire
libre, a cambio de las ayudas financieras de los países de la Unión
Europea. No es por nada que, cuando estas ayudas cesan o cuando la
relación con sus socios del otro lado del Estrecho de Gibraltar
flaquea, Marruecos presiona permitiendo el paso de cientos de
inmigrantes a la frontera de Ceuta y Melilla. Marruecos es un
siniestro garante de la estabilidad imperialista tanto en el Magreb
como en Europa, a medida que su papel en este sentido se ha ido
reforzando también en el resto del mundo. Basta con ver su
importancia estratégica en el apoyo a Israel con la firma de los
pactos de Abraham, su colaboración militar con el país hebreo, etc.
Las revueltas que tienen lugar desde hace tres
días, recuerdan a las que agitaron el Rif en 2016 y 2017, cuando
miles y miles de rifeños, organizados tras el Movimiento Hirak,
también salieron a la calle exigiendo reformas económicas y
sociales, si bien aquellas tuvieron un marcado componente étnico y
una extensión menor en términos geográficos. De hecho, si bien
aquellas revueltas aparecieron en un contexto que había visto un
rápido empobrecimiento de las masas populares rifeñas (generalmente
dedicadas a la agricultura de subsistencia) como uno de los coletazos
de la crisis capitalista mundial de 2008-2014, l as que tienen lugar
ahora aparecen en un momento en el que el régimen de Mohamed VI
pregona a los cuatro vientos la creciente prosperidad del país,
fruto de las ayudas económicas que recibe de Europa y de cierto auge
de su industria manufacturera y de transformación agrícola. Una
situación que tiene su escaparate visible en la próxima celebración
del Mundial de fútbol, hito para el régimen que pretende sellar así
su carácter “moderno” integrado entre las principales potencias
mundiales.
Pero tras esta situación de aparente bonanza,
late un fortísimo malestar social que es el que ha empujado a miles
de jóvenes a enfrentarse con la policía para exigir cambios. Y es
un malestar que viene de lejos. Como en el resto de países, la
salida de la crisis capitalista de las dos décadas pasadas se
realizó mediante un aumento brutal de la explotación de los
proletarios y el incremento de la presión sobre las masas populares
más empobrecidas. El retorno a un ritmo “normal” en los negocios
(normal e inevitable hasta la próxima crisis, se entiende) se ha
conseguido cargando el peso de la “recuperación” sobre las
espaldas de los trabajadores asalariados principalmente, pero también
de los pequeños agricultores, etc., que han sufrido los efectos de
una competencia internacional frente a la que no tenían nada que
hacer y que les ha arrojado a una situación dramática. Son los
jóvenes, que con razón ven su futuro como un largo camino de
padecimiento y miseria mientras que el país se vanagloria del
desarrollo logrado, los que han prendido la mecha de la revuelta.
Este tipo de revuelta es un reflejo del
deterioro irremediable de las condiciones de vida de la mayoría de
la población, especialmente del proletariado, cuya explotación
sustenta toda la economía capitalista; es similar a las que hemos
visto recientemente en Nepal, Ecuador, etc. Se manifiesta como una
mezcla indistinguible que, en su conjunto, exige exclusivamente
reformas democráticas, mejoras en el gobierno, los servicios
públicos, etc.
El proletariado marroquí no tiene una larga
existencia como clase social diferenciada y sólo ha tenido un puñado
de experiencias de lucha contra la clase burguesa y su Estado. Son,
sin duda, luchas encomiables, pero escasas, ahogadas por la represión
y acompañadas de unas pocas concesiones que la burguesía dominante
otorga a ciertos estratos pequeñoburgueses.
Sin embargo, el curso del desarrollo
capitalista en el Magreb y en el resto de África ha creado un factor
objetivo que puede actuar como acelerador del deslinde del terreno de
clase proletario en esta región del mundo: los trabajadores que han
emigrado a las metrópolis. Estos proletarios, que comparten lugar de
trabajo y casas con los proletarios de Europa, que forman parte del
sector más depauperado del proletariado español o francés, y que
en la propia Europa son la base de una clase proletaria que aúna a
trabajadores de muchas razas y procedencias que constituyen un
potencial clasista de primer orden, sí pueden convertirse en
transmisores de una tradición de lucha y organización más amplia
que la que existe en Marruecos y, a la vez, contribuir a mostrar a
los proletarios europeos el camino de una lucha mucho más
desencarnada que la que existe en sus países.
Es cierto que este proletariado europeo hace
décadas que se muestra como un subalterno relativamente dócil de
la burguesía, con pequeñas y limitadas explosiones sociales, pero
en general también sometido a las exigencias de la clase dominante.
Durante muchos años, las fuerzas del oportunismo político y
sindical y los restos de los amortiguadores sociales que le han
permitido no caer en la miseria más absoluta, han logrado mantenerle
atado también a una férrea política de colaboración con la
burguesía. Pero lentamente estos agentes que logran contener su
fuerza histórica se irán desgastando. La inmigración es un buen
ejemplo: la importación de proletarios de otros países que la
burguesía requiere para tratar de rebajar las condiciones de vida y
de trabajo de los proletarios occidentales tiende objetivamente a
minar ese “bienestar” que ha hecho de colchón social. De la
misma manera que se puede afirmar, con certeza, que el futuro de la
sociedad capitalista volverá a ser el de la lucha de clase
proletaria, porque las dádivas que la clase burguesa ha podido
utilizar como garantes de la paz social durante décadas se están
agotando a marchas forzadas, se puede entender que esa lucha de clase
no tendrá como escenario únicamente a los países de Europa,
América o Asia, sino que el inmenso ejército proletario africano
que hoy malvive en estos lugares contribuirá a extender la llama de
la revuelta a los proletarios de Marrakech, Nador o Nuakchot.
Sería absurdo, no materialista y directamente
fatal pretender que el proletariado abandone estas luchas a la espera
de un combate proletario “puro”, del mismo modo que sería
absurdo pedirle que renuncie a los combates parciales o aislados,
bajo el pretexto de que serían inútiles. En esta fase de depresión
de la lucha de clase, la reanudación proletaria irremediablemente
pasará por estos combates, que no representan todavía una
reanudación de la lucha de clases proletaria, para llegar algún día
a la lucha de clase independiente. Pero para que este camino en el
que hoy se encuentra sea fructífero, debe reconocer con claridad lo
que sucede ante sus ojos, identificar los intereses materiales de las
clases en lucha y por lo tanto los suyos propios y comprender que las
luchas actuales no son más que episodios, que, en el mejor de los
casos, se dirigen contra los efectos y no contra las causas, así
como las condiciones mismas de su emancipación. Sólo si extrae las
lecciones de estas luchas podrá romper la telaraña de la política
de colaboración entre clases y podrá lograr su independencia de
clase, unirse y desarrollar todos los elementos necesarios para la
batalla futura. Dejará así de ser una clase subordinada en relación
con el capital, entrará en el terreno de su propia lucha política,
será seguida por otras capas desposeídas y, en el sentido más
elevado, será revolucionaria.
Para los comunistas revolucionarios, que
trabajamos por la reanudación de la lucha de clase, desarrollando el
trabajo marxista de partido, por limitado que hoy parezca, se trata
de plantear las condiciones en las que dicha lucha de clase volverá
a aparecer. No como resultado de nuestra voluntad, ni mucho menos
como consecuencia de alabar como “proletarias” o
“revolucionarias” cualesquiera de las convulsiones del mundo
burgués, sino fruto de los hechos materiales que empujan y empujarán
siempre a las diferentes clases sociales a una guerra a muerte entre
ellas.
Los proletarios de Marruecos que hoy luchan en
la calle, tarde o temprano se encuadrarán en el gran ejército de
clase del proletariado mundial y lo harán luchando contra cualquier
mistificación democrática y contra cualquier resto de la
solidaridad interclasista que aún hoy les domina, les atonta y
paraliza.
02-10-2025
Partido Comunista Internacional (El Proletario)