El actual momento del Estado en el Perú es el de la contrainsurgencia, es el del agotamiento de todas las formas en que podría hacerse patente una mera institucionalidad liberal.
Lo que tenemos es que la defensa del Estado burgués se realiza desde el aniquilamiento directo y premeditado de la población movilizada. Significa que la gran burguesía en el poder siente la imperiosa necesidad de recurrir a métodos de guerra que se institucionalizaron en América Latina con el adiestramiento directo del imperialismo estadounidense; el recurso a la radicalización de la violencia ante la masiva movilización de la población trabajadora responde a las contradicciones capitalistas que ellos mismos no pueden controlar por su carácter subordinado a los flujos económicos de acumulación global. Tal respuesta de la clase trabajadora agrava las condiciones de gestión y apropiación capitalista que buscó reacomodarse tras la destitución de Pedro Castillo y el arrinconamiento de las fracciones burguesas a las que este representaba.
El afán criminalizador del movimiento de los trabajadores, sea cual sea la forma en que se presenta, y el cinismo de los representantes del poder estatal develan la intolerancia de la oposición dentro del esquema general de dominación en el Perú, pues el nivel de cuestionamiento social ha alcanzado la propia negación del Estado y sus representantes políticos.
Las acciones adoptadas desde el poder nos recuerdan entonces a los momentos de nuestra historia en que los mecanismos militares buscaban aniquilar el movimiento general de los trabajadores a través del recurso directo al terror militar. La contrainsurgencia en el Perú se despliega por el evidente papel protagónico del poder militar y las Fuerzas Armadas en las acciones del Estado.
¡Ante esta unidad aniquiladora debemos oponer la unidad de la clase trabajadora!
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