Para que el Primero de Mayo vuelva a ser un día internacional del proletariado que lucha por su emancipación de clase

 

 

El gran y fundamental objetivo histórico de la lucha de clase del proletariado es su emancipación del trabajo asalariado, de la opresión burguesa que le obliga a sufrir la explotación de su fuerza de trabajo en beneficio exclusivo de la clase burguesa dominante, en beneficio exclusivo de la preservación del modo de producción capitalista y de la sociedad burguesa que descansa sobre él.

La clase del proletariado es la clase que produce toda la riqueza social, pero no tiene ningún control sobre ella, no tiene ninguna posibilidad de decidir qué producir, cómo producir, cuánto producir y cómo distribuir la producción para satisfacer las necesidades vitales de toda la especie humana. Su condición de trabajador asalariado le obliga a someterse a la ley capitalista según la cual es la clase de los capitalistas, la clase dominante, la que se apropia de toda la producción que resulta de la aplicación de su fuerza de trabajo a los medios de producción. Esta apropiación privada -es decir, privar a la mayoría de la población humana de disponer de ella según sus propias necesidades- es, junto con la propiedad privada de los medios de producción, la característica específica del capitalismo.

"La condición más importante para la existencia y dominación de la clase burguesa es la acumulación de riqueza en manos privadas, la formación y multiplicación del capital; la condición del capital es el trabajo asalariado", reza el Manifiesto de Marx-Engels escrito hace ciento setenta y seis años. Así pues, el capitalismo no existiría si no hubiera trabajo asalariado; el trabajo asalariado no existiría si no hubiera capitalismo: estos son los dos pilares sobre los que se asienta la sociedad capitalista. ¿De qué debe emanciparse el proletariado, es decir, la clase de los trabajadores asalariados? Precisamente, de su condición de clase asalariada que, para vivir, está obligada a ser explotada por el capital según sus leyes, que determinan su formación, multiplicación y concentración. El proletario, si no trabaja, no recibe salario y, por tanto, no come. El capital explota a la clase asalariada mediante el trabajo diario de los proletarios, organizándolo y decidiendo el horario diario, los tiempos y ritmos de cada parte del trabajo total que debe realizar cada trabajador, la cantidad de trabajadores necesarios para la producción, etc. El capital tiene interés en explotar al máximo la fuerza de trabajo diaria que emplea en la producción de mercancías, y contra esta explotación máxima los proletarios, desde las primeras fábricas y manufacturas, comenzaron a luchar con el objetivo de disminuir la fuerte opresión a la que estaban sometidos. La lucha obrera surgió inevitablemente de los aspectos inmediatos de la explotación capitalista, tendiendo a unir a los obreros de una misma fábrica para conseguir una opresión menos pesada.

Con el desarrollo del capitalismo y la ampliación constante de las masas proletarizadas y, por tanto, de los asalariados, el capital tiene la ventaja de poder abastecer sus fábricas, sus empresas, con una selección de los trabajadores que considera más adecuados a las necesidades particulares de producción de cada una de ellas, extrayéndolos de una masa de trabajadores mucho mayor que la que puede emplearse en las distintas empresas. El desarrollo de la producción capitalista de mercancías conlleva también la aplicación de nuevas técnicas de procesamiento de las materias primas a transformar, innovaciones que se traducen en una mano de obra cada vez menor en comparación con la producción anterior; así, a la masa de proletarios empleados en la producción y distribución, corresponde una masa de proletarios sin empleo, en paro, obligados a sobrevivir en los márgenes de la sociedad. Y así, además de las innovaciones técnicas aplicadas a los diversos procesos de producción, gracias a las cuales se emplea a menos proletarios que antes, la masa de parados -el famoso ejército industrial de reserva de Marx-Engels- presiona inevitablemente a los asalariados empleados, sencillamente porque todo proletario, para vivir, debe tener un salario. Esto da lugar a la competencia entre proletarios, alimentada, por supuesto, por la burguesía, que obtiene dos resultados principales de esta competencia: mantener los salarios medios a un nivel tendencialmente bajo, mantener las horas de trabajo diarias mucho más altas de lo que las innovaciones técnicas podrían permitir, enfrentando a los proletarios entre sí, dividiéndolos y dificultando así su unión de clase.

El salario es, en definitiva, el valor monetario del tiempo de trabajo del proletario que corresponde al valor de los bienes de primera necesidad que se encuentran en el mercado y que son necesarios para reproducir día tras día la fuerza de trabajo de cada asalariado. La explotación capitalista consiste, esencialmente, en el acaparamiento por parte de los capitalistas de una porción cada vez mayor de la parte del tiempo de trabajo diario que no corresponde al valor de los bienes necesarios para vivir, es decir, del plustrabajo que no se paga al proletario y que, en el capitalismo, se transforma en plusvalía, la cual, a su vez, da lugar al beneficio capitalista. Por lo tanto, mientras subsista el régimen salarial, subsiste el capitalismo con todas sus contradicciones, crisis, desastres y masacres.

La lucha histórica del proletariado apunta, necesariamente, a la eliminación de su opresión específica -el trabajo asalariado- y, por lo tanto, a la eliminación también del capital, sustituyendo este régimen de explotación del hombre sobre el hombre por una sociedad de productores, finalmente libre de toda opresión gracias a una planificación racional de la producción, distribución y utilización del trabajo humano que podrá expresarse voluntaria y colectivamente sin coacciones sino simplemente porque será una necesidad social en la que participarán todos los seres humanos. Este objetivo histórico no se refiere únicamente a la desaparición de la clase dominante, sino también de todas las clases, incluida la clase proletaria. En efecto, el salto cualitativo en términos históricos consiste en pasar de una sociedad dividida en clases a una sociedad en la que las clases ya no existan y en la que ya no existirá una fuerza de opresión organizada en forma de Estado, de fuerza militar, útil únicamente para la defensa del capital, por tanto del dinero.

Por supuesto, para llegar a este objetivo histórico, es decir, a una sociedad sin clases, el camino es largo, arduo y lleno de obstáculos y trampas de todo tipo. La sociedad burguesa no sólo se ha equipado para explotar al máximo el trabajo asalariado en todos los rincones del mundo, sino también para defender su régimen de cualquier posible ataque de la única clase social cuya lucha revolucionaria teme: el proletariado, es decir, la clase que tiene interés en acabar con el régimen de explotación capitalista porque es la que sufre los mayores daños.

La burguesía no puede prescindir del proletariado, porque sólo de su explotación extrae la plusvalía y obtiene así el beneficio capitalista; mientras que el proletariado puede prescindir de la burguesía porque su trabajo produce todo lo que la sociedad humana necesita para vivir y desarrollarse.

La burguesía no puede evitar oprimir a las clases bajas precisamente por la explotación a la que están sometidas y contra la que se rebelan. Y no puede evitar competir en el mercado con las demás burguesías para defender sus cuotas de mercado o para ampliarlas a costa, por supuesto, de sus competidores; y en esta guerra de competencia llega inevitablemente, cuando los mercados se saturan de mercancías, a utilizar la fuerza militar y la guerra para imponer sus propios intereses creados. El Estado burgués, por tanto, sirve tanto para mantener oprimida a la clase obrera como para oponerse a otros Estados burgueses en el mercado internacional. Mientras existan el capitalismo y la burguesía, existirán la opresión, la competencia desenfrenada y las guerras.

Para su revolución, el proletariado no podrá apoyarse, como pudo hacerlo la burguesía durante el feudalismo, en un modo de producción que ya se desarrolla dentro de las formas capitalistas y burguesas de la sociedad. Pero su fuerza social como productor de toda la riqueza social le basta para apoyar su revolución política con la que tendrá que derrocar el poder político burgués, su Estado, sus aparatos políticos, sociales, institucionales, administrativos, en definitiva, la dictadura de clase de la burguesía, para sustituirla por la dictadura de clase del proletariado, a través de la cual éste podrá intervenir con toda la fuerza y violencia necesarias para impedir que la clase burguesa restablezca su poder e intervenir en el sistema económico comenzando a romper la estructura empresarial de la economía y el régimen salarial en todos los ámbitos en los que sea realmente posible la transformación de la economía capitalista en una economía socialista. Los marxistas siempre han tenido claro que esta transformación revolucionaria de la sociedad no se producirá en unos pocos días o semanas, sino que llevará mucho tiempo porque las burguesías de los países donde la revolución proletaria aún no ha triunfado se aliarán contra el proletariado revolucionario, que ha establecido su dictadura de clase, para derrocarlo y restaurar el poder burgués. Por otra parte, siempre ha sido evidente para los marxistas que la revolución proletaria puede comenzar incluso en un país que represente el eslabón más débil de la alianza imperialista internacional, pero ciertamente en un momento en el que el capitalismo mundial ha entrado en crisis y en el que los poderes políticos burgueses, no sólo como resultado de la inestabilidad producida por la crisis y la guerra, sino también debido a la presencia de la lucha de clases del proletariado y a la influencia que el partido de clase ha ganado sobre él, todavía no se han estabilizado.

Ante tal escenario histórico, sólo el partido de clase, fuerte en la teoría marxista y en los equilibrios dinámicos de las revoluciones y contrarrevoluciones, es capaz de mantener el rumbo que conducirá al proletariado a la revolución, a pesar de que la burguesía, ayudada por todas las fuerzas del oportunismo y de la conservación social ha logrado en las décadas transcurridas desde el final de la Segunda Guerra Mundial Imperialista atrapar al proletariado en todos los países doblegándolo, en los países capitalistas avanzados y más ricos, a la colaboración de clases facilitada por los regímenes democráticos y, en los países menos desarrollados y menos ricos, utilizando la represión más dura.

En 1921, el Partido Comunista de Italia, en su manifiesto del Primero de Mayo, escribió:

       "El proletariado, cuyo porvenir depende de su capacidad para romper el absurdo e inicuo sistema económico burgués, debe considerar las instituciones políticas de la burguesía, incluso allí donde están más revestidas de formas democráticas y parlamentarias, como una máquina construida para su opresión y para la defensa del privilegio de los explotadores. El proletariado revolucionario no puede encontrar una vía para su emancipación en las instituciones electivas del régimen actual, en la conquista de los parlamentos burgueses: debe aspirar, incluso cuando envía allí a sus representantes, a romperlos junto con toda la red del aparato estatal, en sus órganos burocráticos, policiales y militares, para realizar el poder efectivo de la clase productiva, de la clase productora, en la dictadura del proletariado, en la república de los Consejos proletarios".

       En aquella época, la situación general seguía siendo revolucionaria, en Italia y Alemania, y en Rusia la victoria revolucionaria del proletariado apoyaba la lucha revolucionaria a escala internacional. En aquella época, el partido de clase no sólo estaba presente, sino que tenía detrás una tradición de lucha política que se cruzaba con las luchas de clase del proletariado, luchas que expresaban un potencial revolucionario aún intacto. Pero el veneno democrático y socialdemócrata atacó con tal fuerza y éxito no sólo a las organizaciones de defensa económica (sindicatos, ligas, cooperativas, etc.), sino también a los partidos obreros, que frenó y consiguió impedir una maduración marxista revolucionaria en los propios partidos comunistas que se adhirieron a la Internacional Comunista, llegando a minar incluso al sólido partido bolchevique. Las consecuencias de la tremenda derrota de la revolución proletaria en Europa y luego en Rusia todavía las estamos pagando hoy, no sólo en términos de degeneración democrática de todos los partidos obreros -aunque se llamen socialistas o comunistas- sino también en términos de antipartido y de la llamada antipolítica. 

Pero el propio desarrollo del capitalismo, en la etapa imperialista de su evolución, ha agudizado aún más las contradicciones del sistema burgués, poniendo en primer plano los contrastes sociales, hasta el punto de empujar a las mismas democracias occidentales, que durante décadas se han preciado de ser un ejemplo de civilización para todos los demás países, a quitarse poco a poco la máscara y revelar su verdadero rostro dictatorial, represivo y criminal, como demuestran las muy recientes guerras de Ucrania, Gaza y Oriente Medio.

Para que el Primero de Mayo vuelva a ser su día de lucha internacional, el proletariado debe romper decididamente con la colaboración de clases, con los medios y métodos contundentes de lucha propuestos e indicados por los sindicatos colaboracionistas y los partidos no menos degenerados, que dependen directamente de la buena marcha de la economía de las empresas y de la economía nacional; debe romper con las huelgas-procesiones, con las huelgas que no causan ningún perjuicio a la patronal y que, en cambio, sólo son una pérdida económica para los huelguistas; debe romper con las ilusiones sobre la democracia burguesa que durante más de cien años han confundido y desviado las fuerzas de la clase proletaria hacia los callejones sin salida de una supuesta soberanía popular; debe recuperar el terreno de la lucha de clases en el que sólo puede renacer la solidaridad de clase con la que cada proletario, más allá de su edad, sexo, nacionalidad, especialización, se sienta parte de un único movimiento internacional.

La huelga debe volver a ser un arma real de la lucha obrera: debe volver a ser proclamada hasta las últimas consecuencias y las negociaciones con la patronal deben llevarse a cabo sin interrumpir la huelga; la organización de clase proletaria debe volver a ser totalmente independiente de la patronal y de las instituciones burguesas y debe estar compuesta exclusivamente por obreros proletarios y asalariados. Los objetivos de la lucha de defensa inmediata deben volver a girar en torno a la reducción drástica de la jornada laboral, el rechazo de las horas extraordinarias y del trabajo a destajo, el contrato indefinido para todos, el rechazo del trabajo autónomo cuando en realidad es trabajo asalariado, el aumento real de los salarios que debe ser mayor para las categorías peor pagadas, la lucha contra la nocividad y contra la falta de medidas de seguridad en el trabajo, la lucha para que los salarios sean iguales para mujeres y hombres, nativos e inmigrantes; y debe incluir la lucha contra la criminalización de los inmigrantes y por su regularización inmediata facilitando su alojamiento, que no sea el de los centros de estancia temporal y de expulsión, verdaderos campos de concentración.    

Entonces las grandes palabras sobre la emancipación del proletariado tendrán por fin un sentido verdadero, históricamente fuerte, representando una meta a alcanzar a través de luchas parciales pero tendentes al mismo objetivo. Fuera de esta línea, las luchas proletarias sólo mostrarán su impotencia, no asustarán a nadie; al contrario, contribuirán a la desmoralización y al aislamiento del proletariado, poniéndolo más fácilmente en la situación de ser, hoy, cada vez más esclavos asalariados y, mañana, carne para el matadero.

 

15 de abril de 2024

 

 

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