Washington: día negro para el Capitolio, la casa-símbolo de la democracia estadounidense
6 de enero de 2021: ese día, desde el Capitolio en Washington, la Cámara y el Senado reunidos en sesión plenaria, al vicepresidente aún en el cargo, Mike Pence, autorizado por el colegio electoral, no le quedó más remedio que proclamar a John Biden como el 46 ° presidente de la Estados Unidos de America.
Pero la victoria electoral de Biden dada por descontada desde la confirmación de los primeros resultados, ha sido impugnada por Trump, que denuncia un fraude, especialmente en los estados decisivos, razón por la cual Trump ha lanzado una serie de acciones legales alegando, obviamente, que él es el ganador. “Una elección confiscada”, esta es la acusación; y en apoyo a esta acusación, Trump ha pedido a sus fanáticos que se manifiesten en todo el país. Realizadas las investigaciones necesarias, los distintos tribunales negaron que hubiera habido fraude, confirmando la regularidad de las votaciones y, por tanto, de la victoria de Biden.
Pero Trump sigue sosteniendo la tesis del fraude y de la “elección robada”, y concerta una cita con sus partidarios para el 6 de enero, frente al Capitolio, para demostrar su protestade viva voz “Stop the steal”, paren el robo, esta es la consigna que lanzó Trump en el parque de la Casa Blanca el mismo día. Al mismo tiempo, siguió presionando a los senadores republicanos para que impidiesen la proclamación de Biden como ganador, declarando la irregularidad del voto y luego reemplazando a los grandes votantes que salieron de las elecciones por otros nombrados por el vicepresidente por mandato. Pero, cuando Mike Pence se niega a hacer lo que exige Trump, los manifestantes trumpistas se desatan; suben corriendo las escaleras al Capitolio, arrollan el débil cordón de policías que custodiaban la escalera y la entrada al recinto, e irrumpen violentamente en las salas. Cabe señalar que, frente a las manifestaciones contra las brutalidades policiales ejercidas contra los negros indefensos, se desplegaron unidades antidisturbios armadas hasta los dientes; pero, en defensa del Capitolio de las predecibles incursiones de manifestantes pro-Trump solo había un cordón policial... que luego abren las barreras para dejar entrar a la multitud... Todos los medios hablan de un verdadero asalto al Capitolio; los parlamentarios huyen y se refugian en sitios más protegidos, mientras algunos agentes de seguridad, armas en mano, se enfrentan a la multitud que mientras tanto invade el templo de la democracia estadounidense, destroza los pasillos y oficinas; se escuchan disparos. Afuera, entre la multitud, hay quienes incitan a un motín. Al parecer el propio vicepresidente Pence, que siempre ha sido leal a Trump, llama a la Guardia Nacional a restaurar el orden tanto dentro como fuera del Capitolio. La jornada deja 4 muertos [más el de un policía ya grave, ndr], decenas de heridos y 52 detenidos.
La sesión plenaria del Congreso, interrumpida durante varias horas por este asalto, se reanuda posteriormente en la noche, que finaliza con la proclamación de Biden como presidente. De esta manera intentaron reparar la cicatriz en la casa-símbolo de la democracia estadounidense? llevando a cabo el procedimiento previsto por el sistema electoral, a pesar de la violenta incursión. Pero los 14 días que transcurren entre el 6 de enero, día de la proclamación formal del presidente, [según mensajes en Twiters, eliminados rápidamente por el proveedor, para el 19 de enero los votantes pro-Trump tienen pensado realizar otra manifestación, ndr] y el 20 de , día en el que el inquilino de la Casa Blanca debe Irse definitivamente para dar cabida a su sucesor, seguirán siendo días cargados de tensión. Y no solo porque Trump y sus seguidores seguirán acusando a Biden y los demócratas de haber “robado” las elecciones, sino porque el malestar subyacente de la sociedad estadounidense no va a desaparecer de la noche a la mañana: es terreno fértil, especialmente para los estratos pequeño-burgueses de la América “blanca” que encontraron su líder en Trump, para expresar su descontento y sed de venganza contra quienes llegaron al poder con los votos especialmente de afroamericanos e hispanos.
Trump se había impuesto en el Partido Republicano, en 2016, como candidato presidencial a pesar de no haber crecido políticamente dentro del partido, ni haber tenido una carrera política o militar anteriormente. Como magnate de los casinos y la construcción, siempre ha tratado de facilitar su negocio gracias al apoyo político, como por otro lado hacen todos los grandes capitalistas (vale sobre todo el ejemplo de Silvio Berlusconi). Apoyó ora a los demócratas, ora a los republicanos, según sus chanchullos, para volver de nuevo con los republicanos – mucho más afines a sus posiciones supremacistas y racistas – que, después de George W. Bush, no encontraron un candidato lo suficientemente fuerte contra Hillary Clinton. Lo encontraron en Trump quien, en las elecciones de 2016, contra todo pronóstico, ganó, convirtiéndose en el primer presidente electo en Estados Unidos sin haber sido senador o gobernador de ningún estado, ni alto oficial militar. También desde este punto de vista era considerado una especie de out-sider que podía asumir, en la batalla política y en el enfrentamiento con las facciones burguesas opuestas, caracteres y movimientos imprevisibles para los adversarios, pero también para ellos, los republicanos. Por otro lado, precisamente este currículum “político” diferente y la propaganda inflada de sus éxitos empresariales personales, mezclados con el mito estadounidense según el cual incluso aquel que “ha surgido por sí solo” puede llegar a ser presidente, le ha permitido atraer a su radio de influencia también una parte de la clase trabajadora de los Estados del Norte que solían votar por los demócratas, pero que estaba sufriendo un empeoramiento de las condiciones de vida tras los efectos de la crisis financiera que estalló en 2008 y continuó durante los años siguientes. .
Como es habitual en el régimen burgués, los partidos políticos y sus exponentes no son más que la expresión política de intereses económico-financieros muy concretos y es evidente que la política tendencialmente aislacionista y patriótica resumida en el lema “America First” que Trump alardeaba continuamente, expresó y expresa los intereses específicos de los capitalistas estadounidenses que hoy sufren la competencia internacional, la de la China en particular. No solo eso, sino que estos intereses fuertemente nacionalistas también suelen estar entrelazados con las posiciones antiinmigrantes y racistas que en Estados Unidos, aunque siempre presentes, han retornado, particularmente durante los cuatro años de la presidencia de Trump.
Como ocurre sobre todo en tiempos de crisis y en los que el futuro cercano se vuelve cada vez más incierto para las grandes masas, no solo proletarias sino también pequeñoburguesas, siempre hay facciones de la gran burguesía que no se conforman con los efectos ideológicos que la democracia electoral y los parlamentarios tienen objetivamente sobre las masas, sino que tienden a forzar situaciones para que sus intereses predominen sobre los de las facciones contrarias. Este contraste es parte de la lucha competitiva entre grupos burgueses en todos los niveles, económico, financiero, político, y surge inevitablemente de forma violenta no solo cuando la crisis económica reduce significativamente el pastel de las ganancias, sino también debido a la cada vez más encarnizada competencia internacional que se está acumulando gradualmente.
El hecho es que Trump, ya sometido a una serie de investigaciones por parte del Poder Judicial por evasión fiscal y otros delitos similares, dado que pronto dejará de ocupar el cargo de presidente de Estados Unidos, estará sujeto a una aceleración de las investigaciones que podrían golpearlo fuertemente en lo económico y personal. Tiene, por tanto, un interés muy personal en alborotar al gallinero contra un voto que no le favorecía y, aunque sabía que – tras fracasar en su maniobra de pedir el recuento de votos para anular el resultado a su favor – difícilmente podría haberlo ganado, en todo caso, podía contar con el caos provocado por la movilización de la calle sobre un tema que seguirá dando vueltas el mayor tiempo posible: el de la “elección robada”...
La pobre democracia, desgarrada y pisoteada, ha mostrado un rostro – el del desorden, del caos, de la violencia que normalmente esconde bajo mantos de engaños y mentiras – que socava su credibilidad y pone en peligro su control sobre las masas. Pero, si el capitalismo tiene siete vidas gracias a las cuales – a pesar de la interminable serie de crisis económicas, catástrofes sociales, desastres ambientales, masacres por guerras, miseria y hambr – aún logra mantenerse en pie y sostener la dominación política y social de la clase burguesa, siete vidas también parece tener el sistema democrático, no obstante las innumerables manifestaciones que lo denuncian como un sistema político en beneficio exclusivo de la minoría capitalista burguesa que maneja, por supuesto, las palancas del poder. Incluso cuando los burgueses son los primeros en mostrar su capacidad sistemática para pisotear sus propias leyes y su propio sistema político, con el único propósito de defender sus intereses privados, el mito de la democracia no se desvanece, vuelve poderosamente para alimentar un sistema político y social en plena podredumbre. La ilusión de una democracia honesta, pacífica e igualitaria es dura de morir...
¿Qué hará el proletariado para liberarse de él?
Defenderse ante todo como una clase independiente, como una clase que lucha no por una democracia “verdadera”, “honesta”, “liberal”, sino contra la explotación a la que es sometida desde su aparición, contra el constante chantaje de un trabajo. (y, por tanto, de un salario), aceptando las condiciones impuestas por los patrones, contra toda opresión, desde la social hasta la racista; como una clase que no cede a la conciliación y colaboración entre clases, sino que se enfrenta a la burguesía y a todos sus partidarios – ya sean demócratas, republicanos, supremacistas, racistas o “socialistas” –, aceptando el terreno de lucha en el que la burguesía misma, a través de sus múltiples ramificaciones, la ataca. Las condiciones de existencia de los proletarios, en un régimen burgués, son las condiciones impuestas por los capitalistas que, en situaciones de crisis económica o crisis sanitaria como la actual, tienden a agravarse y solo la lucha dura, tenaz e inteligente contra ellos. puede limitar el empeoramiento de estas condiciones. Si son los mismos burgueses, los mismos multimillonarios, los mismos gobernantes los que pisotean su democracia, ¿por qué los proletarios deberían defenderla, querer reparar sus grietas, embellecerla? De la democracia burguesa los proletarios, no importa si son blancos, negros, asiáticos, hispanos, mestizos, nunca han obtenido una mejora social y económica real; y aun cuando han obtenido mejoras sociales, o se les otorgaron derechos civiles, solo ha sido después de luchas muy duras, pero estas mejoras y derechos, con la primera crisis, desaparecerán y serán pisoteados. La misma burguesía, que pisotea su democracia, sus leyes a cada paso, pretende que las grandes masas respeten las leyes y crean en la democracia.
Hoy el proletariado, y no solo en América, no es una clase independiente. Los sindicatos están corrompidos hasta la médula, los partidos que pretenden defender a los trabajadores son en realidad organizaciones de colaboración entre clases y, por tanto, al servicio de la conservación burguesa y capitalista. El proletariado es prisionero de un mecanismo político y social que, por un lado, lo aplasta a diario para aprovechar al máximo su fuerza de trabajo y, por otro, lo adula con la idea de que el mecanismo democrático es el instrumento de su bienestar general, de su emancipación. Pero nunca ha habido una democracia que haya logrado evitar las crisis económicas, que haya logrado eliminar las desigualdades sociales, erradicar la pobreza y el hambre, vencer las guerras y su devastación. La democracia no es más que el manto ideológico de la clase burguesa que no tiene ningún interés ni intención de perder los privilegios derivados de las relaciones capitalistas de producción y propiedad, de la clase burguesa que, para seguir dominando la sociedad, debe aplastar a las clases inferiores condenándolas a una vida de sudor y sangre.
El proletariado es la única clase inferior de esta sociedad que en la historia ha demostrado que expresa un programa y un objetivo histórico totalmente antagónicos al programa burgués; la única clase cuya fuerza social y política teme la burguesía, en Estados Unidos como en cualquier otro país. No la teme como un peligro hoy, dado que el proletariado aún no ha expresado esa fuerza que solo su organización independiente puede darle y que solo la dirección política, la del partido de clase, puede asegurarla. Pero la experiencia histórica también le ha enseñado a la burguesía estadounidense, tras las revoluciones proletarias que estallaron en Europa y Asia en el siglo pasado, que la lucha de clases, especialmente en una era en la que los contactos internacionales son mucho más fáciles de lo que solían ser, puede tener un nivel muy alto de contagio. La democracia burguesa, gracias al trabajo del oportunismo político y sindical, ya ha demostrado ser un excelente baluarte contra la lucha de clases proletaria, porque a través de estos métodos de control social el proletariado se confunde, confunde los objetivos burgueses con los propios, considera los intereses de las empresas burguesas como sus propios intereses, considera al país en el que es explotado, brutalizado, masacrado con fatiga, marginado, asesinado, como su propia “patria” a defender de agresores “externos”, mientras que el primer agresor de sus condiciones de existencia lo tiene en casa y es su burguesía. Y no importa si los burgueses se pelean entre ellos, revuelvan las cartas o las papeletas en las urnas, también luchan ferozmente entre sí para conseguir un trato o un privilegio exclusivos: es cierto que todos ellos están interesados en mantener al proletariado en total confusión, condicionándolo a las necesidades del buen desempeño de la economía empresarial así como de la economía nacional. Y mientras el proletariado se alimenta de... democracia, el burgués se alimenta de su sudor y de su sangre.
El asalto a Capitol Hill, instigado y organizado por seguidores de una facción burguesa, la de Trump y los senadores y gobernadores que lo apoyan, no fue realmente un ataque a la democracia en general, sino una manifestación violenta de una multitud a la que se le dio un blanco físico contra el cual una masa de pequeñoburgueses descontentos con su vida debía desahogar su disgusto, su rabia, su malestar. Y como toda meta a alcanzar incluso con violencia, se le ofreció un motivo fácil: el robo, en este caso el robo de una victoria electoral que se pasó por una victoria de esa masa elevada al rango de patriotas. No en vano, después del asalto al edificio del Congreso y su vandalización, Trump tuiteó: “Esto sucede cuando se arrebata una victoria a los patriotas” (1).
La burguesía tendrá que presenciar un asalto muy diferente algún día, cuando las masas proletarias, bajando al terreno revolucionario y lideradas por el partido de clase, se propongan el mismo objetivo que los proletarios de Petersburgo se fijaron en octubre de 1917: el Palacio de Invierno.
Los comunistas revolucionarios trabajan para esa histórica cita, seguros de que la burguesía no es tan invencible como pretende. No es tarea sencilla, ni para el proletariado ni para su partido de clase, preparar esa histórica cita, pero la burguesía no podrá escapar de ella. No habrá democracia, gobierno, presidente o general capaz de detener esa futura marea roja. La clase de los sin reservas, la clase de los proletarios, no importa cuál sea el color de su piel o la nacionalidad en que los haya clasificado el registro burgués, emergerá poderosamente. Las cancillerías de todo el mundo temblarán porque los proletarios finalmente se reconocerán como protagonistas de su propia historia, ya no esclavos asalariados, sino combatientes por una sociedad sin opresión y sin esclavitud, por una sociedad sin clases, por el comunismo.
(1) Cfr. Il fatto quotidiano, 7 de enero de 2021.
Partido Comunista Internacional (El Proletario)
8 de enero de 2021