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EL CONTAGIO DE LA REVUELTA SE EXTIENDE…
¡LUCHAS POR DOQUIER!
Desde que publicamos nuestro anterior texto a finales de marzo,1
el desarrollo de los acontecimientos no ha hecho sino confirmar lo que
allí denunciábamos: la guerra contra el coronavirus es una guerra contra
el proletariado mundial. La declaración de pandemia fue el chivo
expiatorio, una excelente oportunidad y cobertura para ir imponiendo
toda una serie de brutales medidas que exige despóticamente la dictadura
de la ganancia. Se trata de enchufar al proletariado toda clase de
medidas de austeridad, imponer a una parte jornadas de trabajo aún más
intensas y extensas a cambio de salarios cada vez más precarios,
facilitar los despidos de otra parte, exterminar a las enormes franjas
sobrantes de la población, asegurar su implantación por medio del
control y el terror, y frenar la oleada de revueltas de 2019 reiniciando
un nuevo ciclo de acumulación.
El aislamiento que intenta imponer el capital representa la negación del proletariado como clase revolucionaria, la alienación de su comunidad de lucha, para destruir no sólo su proceso actual de asociacionismo, sino su potencia futura (que ya se evidencia en las luchas actuales). Ese es el verdadero objeto del estado de alarma:2 concretar las necesidades intrínsecas a la relación social capitalista.
Pese a que, en un primer momento, toda esta guerra consiguió paralizar al proletariado, lo cierto es que nuestra clase pronto comprendió en sus carnes de qué trataba la cosa: las condiciones materiales aún peores que sufría por todas partes no eran con motivo de la “pandemia”,3 sino con motivo de las necesidades de valorización del capital.
Los primeros signos de que el proletariado comprendía esta realidad quedaron patentes en las expresiones de lucha que saludábamos en nuestro texto anterior. Los motines y revueltas en las cárceles de numerosos países, las protestas en Hubei, los saqueos y conflictos en Italia o Panamá, la extensión de actos de desobediencia a las medidas del Estado de alarma y confinamiento… Eran las escaramuzas que anunciaban que el proletariado se disponía a retomar la oleada de luchas contra el capitalismo iniciadas en 2019.
Decíamos también que las toneladas de capital ficticio que mantenían, con una importancia cada vez más decisiva, los flujos de capital desde hace décadas, y que ahora se inyectaban masivamente en el intercambio mercantil efectivo, con una creación masiva de signos de valor si ningún respaldo ni límite, crearían una desvalorización sin precedentes, una destrucción de capital de consecuencias imprevisibles que llevarían al proletariado al límite. Líbano, el primer país que vio extenderse en su territorio una revuelta contra el estado de alarma, fue al mismo tiempo el primero que vio cómo su moneda tocaba fondo. El Estado libanés, que se había declarado en quiebra y declarado el impago de la deuda, veía cómo el aumento impresionante de los precios de las mercancías expresaba una drástica reducción del valor que dice representar la moneda (hasta dos tercios). Los proletarios que todavía disponían de algunos miserables billetes con los que podían cubrir parte de sus necesidades básicas (pues la gran mayoría ni eso) veían cómo éstos se evaporaban.
Confinados en sus casas, con la prohibición de todo tipo de reunión y con los milicos recorriendo las calles, la situación se tornó dramática. La perspectiva era agachar la cabeza y aceptar confinados el funeral que le preparaban o apostar por la vida. Una vez más, el proletariado apostó por la vida saliendo masivamente a las calles. Desde entonces, la llama de la revuelta vuelve a iluminar la oscuridad de este mundo, extendiéndose por diversas regiones, rompiendo el confinamiento, las prohibiciones de reuniones y movilizaciones, la represión y todo el paquete de medidas del estado de emergencia. En Irak, Irán, Panamá, Francia, Colombia, Venezuela, EE.UU, etc., se retoma la oleada de luchas iniciadas en 2019 poniendo en cuestión los planes de reestructuración de la burguesía y planteando con fuerza otra “nueva normalidad” a la que la burguesía mundial quiere imponer.
El aislamiento que intenta imponer el capital representa la negación del proletariado como clase revolucionaria, la alienación de su comunidad de lucha, para destruir no sólo su proceso actual de asociacionismo, sino su potencia futura (que ya se evidencia en las luchas actuales). Ese es el verdadero objeto del estado de alarma:2 concretar las necesidades intrínsecas a la relación social capitalista.
Pese a que, en un primer momento, toda esta guerra consiguió paralizar al proletariado, lo cierto es que nuestra clase pronto comprendió en sus carnes de qué trataba la cosa: las condiciones materiales aún peores que sufría por todas partes no eran con motivo de la “pandemia”,3 sino con motivo de las necesidades de valorización del capital.
Los primeros signos de que el proletariado comprendía esta realidad quedaron patentes en las expresiones de lucha que saludábamos en nuestro texto anterior. Los motines y revueltas en las cárceles de numerosos países, las protestas en Hubei, los saqueos y conflictos en Italia o Panamá, la extensión de actos de desobediencia a las medidas del Estado de alarma y confinamiento… Eran las escaramuzas que anunciaban que el proletariado se disponía a retomar la oleada de luchas contra el capitalismo iniciadas en 2019.
Decíamos también que las toneladas de capital ficticio que mantenían, con una importancia cada vez más decisiva, los flujos de capital desde hace décadas, y que ahora se inyectaban masivamente en el intercambio mercantil efectivo, con una creación masiva de signos de valor si ningún respaldo ni límite, crearían una desvalorización sin precedentes, una destrucción de capital de consecuencias imprevisibles que llevarían al proletariado al límite. Líbano, el primer país que vio extenderse en su territorio una revuelta contra el estado de alarma, fue al mismo tiempo el primero que vio cómo su moneda tocaba fondo. El Estado libanés, que se había declarado en quiebra y declarado el impago de la deuda, veía cómo el aumento impresionante de los precios de las mercancías expresaba una drástica reducción del valor que dice representar la moneda (hasta dos tercios). Los proletarios que todavía disponían de algunos miserables billetes con los que podían cubrir parte de sus necesidades básicas (pues la gran mayoría ni eso) veían cómo éstos se evaporaban.
Confinados en sus casas, con la prohibición de todo tipo de reunión y con los milicos recorriendo las calles, la situación se tornó dramática. La perspectiva era agachar la cabeza y aceptar confinados el funeral que le preparaban o apostar por la vida. Una vez más, el proletariado apostó por la vida saliendo masivamente a las calles. Desde entonces, la llama de la revuelta vuelve a iluminar la oscuridad de este mundo, extendiéndose por diversas regiones, rompiendo el confinamiento, las prohibiciones de reuniones y movilizaciones, la represión y todo el paquete de medidas del estado de emergencia. En Irak, Irán, Panamá, Francia, Colombia, Venezuela, EE.UU, etc., se retoma la oleada de luchas iniciadas en 2019 poniendo en cuestión los planes de reestructuración de la burguesía y planteando con fuerza otra “nueva normalidad” a la que la burguesía mundial quiere imponer.
De Líbano a EE.UU…
La
“noche de los molotovs” fue el primer revés serio que el capitalismo
mundial recibió en su “guerra al coronavirus”. A mediados de abril, las
principales ciudades de Líbano experimentaron protestas y
enfrentamientos que fueron respondidas con la brutalidad habitual por
parte de los milicos. El 26 de abril se baleaba una manifestación,
asesinando al joven Fawaz Fouad e hiriendo a treinta manifestantes. Esa
misma noche se desató una respuesta imponente del proletariado, en lo
que se denominó la noche de los molotovs. Los milicos se vieron
desbordados por la ruptura generalizada del estado de emergencia y por
la lluvia de cócteles molotovs que reemplazaban a las piedras. Desde
entonces, bancos, milicos, comisarías y otras expresiones del capital
sufren con cotidianidad el calor de los molotovs mientras desde las
ventanas los gritos y las caceroladas apoyan cada incendio y
manifestación de nuestra clase.
Pese
a que el gobierno trató de desviar la atención anunciando un plan en
cinco fases para salir del confinamiento, proclamando el éxito
sanitario,4
los proletarios no han dejado de intensificar la revuelta, denunciando
que la miserable vida bajo el capital es la verdadera pandemia. El
Estado no puede ofrecer otra cosa que balazos, muertos, amputaciones,
torturas y miseria, que son respondidos con la extensión de las capuchas
y los molotovs, organizando al mismo tiempo expropiaciones y redes de
apoyo para el reparto de alimentos y productos básicos.
Pero
si en Líbano tuvo lugar la primera revuelta contra el estado de alarma
mundial, esta no era más que la cristalización en ese territorio de la
lucha internacional del proletariado contra las condiciones de vida que
impone el capital.5
Si bien nuestra lucha siempre ha partido de esa realidad, de que
independientemente dónde se desarrolle, la misma forma parte de una
misma lucha mundial, por las mismas necesidades y contra un mismo
enemigo, es cierto que la burguesía despliega todo tipo de recursos e
ideologías para aislar, sectorizar, particularizar, nacionalizar, y
presentar como diferentes las diversas expresiones de la misma lucha,
como si fueran expresiones independientes, como si fuesen ajenas unas de
otras y de naturaleza u orígenes diferentes. Pero el desarrollo de la
catástrofe capitalista no ha dejado de homogenizar de forma cada vez más
brutal las miserables condiciones de existencia del proletariado
dificultando las maniobras de la burguesía.
Con
la imposición del estado de alarma mundial, el capital daba otro salto
cualitativo en esa homogenización. En todas partes las mismas medidas,
los mismos sacrificios, el mismo ataque terrorista. La pandemia era la
cobertura adecuada para tratar de ocultar la generalización de ese
ataque capitalista contra el proletariado,6 la homogenización brutal de nuestras condiciones de vida a nivel internacional.
Ha
sido la lucha del proletariado la que ha desenmascarado a la burguesía
mundial y ha reconocido a la pandemia como la tapadera para hacerle la
guerra, para imponer las necesidades económicas que demanda el capital
por encima de las necesidades humanas más básicas. Los proletarios en
lucha expresan sin tapujos que las muertes que el capital adjudica al
COVID–19 son una anécdota al lado de la masacre diaria en la vida
capitalista, y que las condiciones implantadas con el estado de alarma
no han hecho más que agudizar. Si, como decimos, en Líbano se cristalizó
la primera revuelta desde la imposición del estado de alarma,
sintetizando y amplificando las protestas, oposiciones y tentativas que
se dieron anteriormente de diversas formas por todo el mundo (en las
cárceles, con huelgas —también internacionales como la de Glovo o
Amazon—, con saqueos, manifestaciones…), su cristalización en otros
muchos lugares expresa el desarrollo de la lucha internacional de
nuestra clase.
Sin
duda, Irak es otro de los lugares donde la lucha ha asumido niveles
formidables. Recordemos que esa región ha sido uno de los bastiones de
la lucha en los meses pasados. Tras un primer impasse provocado por el
estado de alarma y ciertas concesiones del Estado (puesta en libertad de
presos, investigación de abusos policiales…), las protestas se reanudaron a principios de abril. En esas fechas, varias localidades de la región comenzaron a desafiar el estado de alarma. Bagdag, Diwaniya, Bassora, Nassiruya y Kout fueron algunas de las ciudades donde se desarrollaron duros enfrentamientos con la policía. Pronto las protestas se tornaron revueltas en todo el territorio, colocándose en el punto donde se habían abandonado antes de la imposición del estado de emergencia. La plaza Tahrir de Bagdad volvió a ser uno de los centros de organización de la lucha en la región. Los intentos de asalto a la “zona Verde” (lugar estratégico de la burguesía), las barricadas en los accesos a la zona puente (al–Jumhuriyah), las piedras y los molotovs sobrevolando las cabezas de los milicos y explosionando en bancos, residencias de burgueses, etc., volvieron a preocupar a la burguesía.
presos, investigación de abusos policiales…), las protestas se reanudaron a principios de abril. En esas fechas, varias localidades de la región comenzaron a desafiar el estado de alarma. Bagdag, Diwaniya, Bassora, Nassiruya y Kout fueron algunas de las ciudades donde se desarrollaron duros enfrentamientos con la policía. Pronto las protestas se tornaron revueltas en todo el territorio, colocándose en el punto donde se habían abandonado antes de la imposición del estado de emergencia. La plaza Tahrir de Bagdad volvió a ser uno de los centros de organización de la lucha en la región. Los intentos de asalto a la “zona Verde” (lugar estratégico de la burguesía), las barricadas en los accesos a la zona puente (al–Jumhuriyah), las piedras y los molotovs sobrevolando las cabezas de los milicos y explosionando en bancos, residencias de burgueses, etc., volvieron a preocupar a la burguesía.
Como
le preocupa que en Francia se hayan extendido también las protestas, en
especial en los suburbios. En Oise, Amiens, Yvelines, Elbeuf,
Compiègne…, los proletarios se enfrentan a la policía con barricadas,
molotovs y bengalas. En Mulhouse se tomó la calle después de que los
antimotines hirieran a un joven de dieciséis años. Como en
Ile–de–France, donde se desató la rabia porque un coche policial
atropelló y mató a un joven de dieciocho. En otros lugares como
Seine–St. Denis organizaron emboscadas a los policías y atacaron
símbolos del capital. Para tratar de calmar los ánimos, el Estado
francés decidió retirar temporalmente a la policía de los suburbios más
calientes.
Pero
no solo los suburbios viven jornadas de lucha. Las huelgas se suceden
en diversos sectores y empresas (Amazon, Nancy, Deliveroo, basureros,
trabajadores sanitarios…), algunas expropiaciones se reproducen en
Marsella y Lille, y las prisiones y los centros de detención de
migrantes sufren protestas y motines, como Uzerche, en Rennes o Correze,
donde los prisioneros destruyeron y quemaron distintas partes de la
cárcel y se subieron al tejado.
Hasta
en Mayotte (departamento francés en el océano Índico), donde los
proletarios se niegan al aislamiento y el encierro y rompen el toque
queda, los policías enviados a hacer cumplir el confinamiento son
recibidos constantemente con barricadas y piedras. En Bélgica, el Estado
se ensaña en los suburbios para frenar la rabia del proletariado,
especialmente tras los disturbios por la muerte de un joven en un
control policial.
Con
la llegada de la revuelta a EE.UU, la lucha internacional ha adquirido
nuevos bríos. El asesinato de George Floyd el 26 de mayo por la policía
de Minneapolis fue la gota que colmó el vaso. Como un volcán en
erupción, los proletarios desataron la furia contenida y saciaron las
necesidades que les reprime el capital. Al grito de “¡No puedo
respirar!”, nuestra clase se hacía eco de las palabras de Floyd, a la
vez que expresaba la imposibilidad de vivir bajo las condiciones
sociales que impone el capital. Lo que comenzó en Minneapolis pronto se
extendió a todo el territorio de EE.UU y más allá de sus fronteras.
Ataques a la policía, incendio y asalto de varias comisarías, saqueos,
destrucción de bancos y otras entidades del capital… Conocidos símbolos y
estatuas de personajes de la clase dominante fueron golpeados, como
estatuas de Churchill, de Cristobal Colón, etc., destruidas o
decapitadas en numerosas ciudades, no sólo en EE.UU sino en regiones
como Reino Unido o Bélgica. En esta última las protestas y
manifestaciones se extendieron a ciudades como Bruselas y Lieja, dejando
destruidos y decapitados monumentos históricos en honor al rey Leopoldo
II.
La
revuelta en EE.UU adquirió rápidamente tal magnitud que hay que
retroceder varias décadas para recordar en ese territorio una afirmación
semejante del proletariado contra el capital. El Estado tuvo que
declarar toques de queda en numerosas ciudades y se movilizó a los
soldados de la Guardia Nacional para intervenir. La cantidad de heridos y
muertos por la represión sigue avanzando, como en Atlanta, donde la
policía acribilló por la espalda a Rayshard Brooks, pero los proletarios
lejos de retroceder responden con decisión a cada golpe del Estado.
… pasando por todas partes
Hoy
podemos decir, pese a que todavía en numerosas regiones nuestra clase
sigue aturdida y sometida a toda la paranoia del miedo difundida por los
diversos aparatos del Estado, que las luchas que los proletarios
estamos desarrollando de un lugar a otro retoman la confrontación
internacional iniciada antes de la imposición del estado de alarma
mundial. El proletariado defiende sus necesidades contra las del capital
contraponiéndose a sus medidas: enfrentando al estado de alarma, a sus
medidas excepcionales, al confinamiento, a los “ajustes”, a lo que la
burguesía llama en algunas regiones la “nueva normalidad”,7 etc.
Si
bien hemos querido subrayar algunos de los lugares donde la revuelta
del proletariado está siendo especialmente importante, ni mucho menos
queremos restar importancia a cómo el proletariado está expresando la
lucha en otros lugares, tratando de generalizar la revuelta.
Por
ejemplo, en Venezuela o Colombia el proletariado expresa su rechazo a
sacrificarse a las necesidades del capital mediante la extensión de las
protestas, los cortes de calles y los saqueos a mercados o camiones de
alimentos, los ataques a las oficinas bancarias… En Panamá, las
barricadas y los incendios se enfrentan al ejército en las calles. En
Chile, los proletarios retoman poco a poco la lucha que había refluido
mediante disturbios como el de Antofagasta o Valparaiso. En Italia, las
expropiaciones se han reproducido hasta el punto de que la policía
patrulla los supermercados. Grupos de proletarios organizados expropian y
reivindican las expropiaciones porque “el dinero para comprar se ha
ido”. Las huelgas también se suceden, como la reciente en Whirpool,
Nápoles. Así como las manifestaciones en solidaridad con los presos y en
contra de las políticas carcelarias. En Alemania, las protestas y
manifestaciones contra las medidas implantadas se han venido sucediendo
desde finales de marzo, como en Irán y gran parte de Oriente Medio. En
Uruguay ha habido manifestaciones durante y contra el confinamiento,
como la gran manifestación frente al Palacio Legislativo, y toda clase
de resistencia desde diversos barrios acompañada de consignas “¡No nos
quieren sanos, nos quieren esclavos!”. O en México, donde se suceden los
disturbios, tras la muerte (otra más) de Giovanni López, un joven que
un mes antes había sido detenido por no llevar barbijo y asesinado a
golpes por la policía en la localidad de Ixtlahuacán de los Membrillos.
Las protestas comenzaron el 4 de junio en Jalisco y se extendieron a la
capital y otras partes de la región incendiando patrullas, comisarías,
el Palacio de Gobierno de Guadalajara y otras expresiones del capital al
grito de “¡No murió, lo mataron!”.
Así
podríamos seguir, subrayando cómo el proletariado busca afirmar las
mismas necesidades, los mismos intereses, frente a un mismo enemigo,
frente a una misma condición. La lucha internacional del proletariado
está asumiendo diversos niveles de cristalización y fuerza, diversas
formas y lugares donde materializarse. En esta situación, y con la
perspectiva de consolidación e intensificación de la guerra de clases,
uno de los aspectos fundamentales para el avance del proyecto comunista
de abolición del capitalismo, del Estado, de las clases sociales, el
trabajo y el dinero, es derribar las fuerzas que frenan desde el
interior el desarrollo de la perspectiva revolucionaria.
Nos
estamos refiriendo a las fuerzas que, ataviadas con falsos ropajes de
lucha, nos distraen de nuestros objetivos conduciéndonos por caminos que
perpetúan este mundo de muerte, canalizando nuestra potencia. Esas
fuerzas se consolidan y desarrollan en base a nuestras propias
debilidades, a los propios límites que las luchas contienen. Criticar,
denunciar y superar esos límites es una condición imprescindible para la
afirmación revolucionaria. No es este el lugar donde profundizar y
desarrollar en todos estos límites, que por otro lado hemos ido
abordando diversos compañeros y minorías revolucionarias en los últimos
años, expresándolos en numerosos materiales, pero sí creemos necesario
referirnos brevemente a algunos de los que ostentan protagonismo en la
actualidad.
Algunos límites de las luchas actuales
Si bien queremos por un lado difundir la lucha que los voceros del capital tratan de ocultar por todos los medios,8
también queremos subrayar algunas de las debilidades que esta contiene.
El objeto no es otro que fortalecer la dirección revolucionaria que
contiene nuestra lucha, defender la autonomía de clase respecto a todos
los intentos de encuadramiento, división y frentismo. Solo llevando
hasta las últimas consecuencias las luchas en proceso, tumbando todos
los elementos de contención, no solo los más evidentes, tales como la
acción represiva del Estado, sino las más sibilinas y peligrosas, como
las ideologías que posibilitan el encuadramiento y la neutralización
burguesa, podremos avanzar hacia la destrucción del capitalismo.
La
presencia de ideologías parcializadoras que enfocan los problemas
sociales como aspectos parciales que pueden solucionarse al margen de la
totalidad que los genera y necesita, que crean movimientos específicos
para abordarlos, sigue siendo uno de los lastres del proletariado.
Haciendo bascular la lucha hacia aspectos parciales, todas esas
ideologías son un sostén del capitalismo al alejar la lucha de la raíz
del problema. El antirracismo, el feminismo o el ecologismo son algunas
de las ideologías parcializadoras más importantes. Todas ellas trasladan
la lucha hacia cuestiones interclasistas. Sin embargo, para muchos
proletarios representan una lucha y un sentimiento compartido, sea
contra el racismo, contra el sexismo o contra la destrucción del
planeta. Porque parten de una problemática existente, pero de manera
aislada, sin comprender que es el capital quien organiza y gestiona
dichas cuestiones. Si bien el machismo, el racismo o la destrucción de
un bosque no son el objetivo de ningún burgués, son elementos inherentes
a la tasa de ganancia y por tanto necesarios para el capital, y para
esos burgueses en su conjunto.9
La
falta de demarcación de clase ha sido y es un problema para superar el
estado actual de cosas y también para dejar atrás estos movimientos
parcializadores y reformistas que solo ven en el Capital, a lo sumo, un
problema como los otros. Por tanto, no es necesario agregar la crítica
anticapitalista a estas parcializaciones, no se trata de unir lo
separado, sino de advertir la dimensión total de la sociedad capitalista
en la que vivimos.
Cuando
criticamos tal o cual ideología habrá muchos compañeros que se sientan
atacados, que no comprendan que lo que estamos atacando es toda una
concepción alienante de la lucha. En su propia lucha, el proletariado
expresa sus propias debilidades a través de estas cuestiones
ideológicas, interclasistas e inmediatistas. Pero de esa misma lucha
saca lecciones y directivas, de la cual nuestra crítica no es más que
una expresión. Es el proceso por el cual el proletariado se delimita de
su enemigo histórico y de las ideologías que la propia vida capitalista
afirma, es su proceso de constitución en clase.
Claro
que la fuerza de estas ideologías no se constata a nivel individual,
sino en el movimiento mismo. Los propios proletarios que luchan contra
el capital salen impulsados por sus propias condiciones materiales y en
la mayoría de las veces presos de diversas ideologías. Lo decisivo en la
lucha es si esas ideologías acaban dominando y canalizando el
movimiento o son tumbadas en su propio desarrollo.
En
EE.UU hemos sufrido esa ideología parcializadora en forma de
antirracismo, tratando de llevar la lucha hacia una cuestión de razas.
Pero todo cuestionamiento del racismo que no ataque la base del capital
no conduce más que a su reforzamiento, porque no se puede combatir el
racismo —ni comprender cómo opera— si no se parte de la crítica profunda
al capital. El proletariado en EE.UU ha hecho tambalear esa ideología
cuando proletarios de todas las razas han salido a la calle a cuestionar
el capital, a imponer sus necesidades, a decirle al capital que no se
puede respirar bajo su bota. Sin embargo, la fuerza de esta ideología
sigue presente.
Tentativas de repolarización burguesa
La
burguesía siempre busca encuadrar la lucha del proletariado en dos
bandos que no aspiren más que a metas burguesas y reformistas. No solo
le sirve a tal o cual fracción para torcer la lucha del proletariado en
favor de sus intereses particulares, sino al capital en general para
neutralizar la lucha revolucionaria. El gancho por excelencia siempre ha
sido la falsa disyuntiva fascismo–antifascimo. La región española en
los años treinta del siglo pasado, nos dio la lección más clara de esta
polarización cuando el proletariado revolucionario, que puso en cuestión
todas las formas que adoptó el Estado, fue finalmente encorsetado en
esa tramposa dicotomía, y acribillado entre (y por) los dos bandos. La
llamada segunda guerra mundial fue el corolario de ese encuadramiento
aportando dinamismo al capital con el sacrificio de las vidas de
millones de proletarios. Hoy, en EE.UU, el Estado vuelve a tratar de
canalizar la lucha bajo esos rótulos, al definir a “Antifa” como una
organización terrorista. Trata de encuadrar a los manifestantes en esta
vieja polarización con ropajes modernos, a la vez que criminalizarlos.
Aunque el nombre “Antifa” no refiera a ninguna organización formal
determinada y el antifascismo como movimiento es en la actualidad una
expresión parcial y minoritaria de los proletarios en lucha, no podemos
dejar de apuntar esta tentativa de encuadramiento del Estado burgués.
Pero
la polarización que con mayor influencia se está constituyendo en el
horizonte, y a la que nos empuja la burguesía de todos los países, es la
puja entre las fracciones del capital exacerbándose, con la guerra
comercial de fondo, principalmente entre el Estado de EE.UU y el de
China. Se intenta encuadrar al proletariado en alguno de los campos
burgueses: el Estado chino y ruso se definen contra el poder de los
financieros occidentales; los Estados occidentales denuncian a China
como la que elaboró el coronavirus, etc.
Se
trata de hacernos creer desde un lado que la producción material
capitalista se realiza para nuestras necesidades y que hay que
defenderla del parasitismo de las finanzas que la oprime, de los bancos,
de la élite, del 1 %; desde el otro, se nos intenta vender que la
producción material de nuestras necesidades necesita del dinero de las
finanzas, que el dinero es una herramienta que puede utilizarse para las
necesidades humanas. Pero los dos lados son meras alternancias
burguesas. Ambas fracciones (que por otro lado están interconectadas) no
son más que dos expresiones del capital, dos formas bajo las que el
capital transita en su existencia.
Nosotros
tenemos claro que el capital no es solo el banco o el dinero,
Rockefeller o Bill Gates, de la misma forma que no es solo la fábrica,
la empresa o la mercancía, el gran patrón o el pequeño. Creer que alguna
de sus expresiones, por más centrales que sean en coyunturas
determinadas o por más poder y presión que puedan ejercer a las otras,
son la personificación exclusiva del capital, nos saca del terreno
revolucionario al considerar que el capitalismo se suprimiría eliminando
simplemente a los patrones, o a las “grandes familias” o inclusive a
toda la actual élite financiera mundial. Por supuesto que hay que
enfrentarse a todos ellos, pero su poder social viene del capital, que
es una relación social, más aún, un sujeto que domina y subsume toda la
actividad humana y se materializa y personifica de múltiples formas y
niveles. Por eso, el comunismo es un movimiento de transformación
social, de supresión y superación de las condiciones existentes.
Perspectiva y necesidad de estructuración internacional
En
la situación actual que sufrimos y que el capital nos ha preparado, y
la que se viene, uno de los grandes límites que tenemos es la debilidad
para estructurarnos y centralizar internacionalmente el combate,
organizando y extendiendo el asociacionismo proletario, y sobre todo
organizando el poder de la revolución que tiene que oponerse y quebrar
el poder del capital. Ese aspecto central de la lucha proletaria, supone
ya, ahora más que nunca, nuestra máxima necesidad y su afirmación
contiene la cristalización de nuestra potencia revolucionaria.
El
capital se está organizando, estructurando, no solo para conseguir el
máximo beneficio extrayéndonos hasta la última gota de aliento de
nuestras vidas, sino también preparando los mecanismos, legales,
policiales, sociales, etc., para reprimir nuestra furia y nuestras
luchas. La dictadura democrática del capital se presenta hoy con una
transparencia extraordinaria que evidencia, una vez más, la crítica que
los revolucionarios siempre hemos realizado y profundizado.10
La
única alternativa al presente y al futuro que nos ofrece la burguesía
es la respuesta internacional y revolucionaria que el proletariado
intenta materializar, pero la misma necesita afirmarse como fuerza
organizada unitaria que se contraponga al poder burgués.
Pese
a las diferencias existentes en nuestra comunidad de lucha, pese a la
heterogeneidad existente en diversos aspectos de la lucha, la base de
nuestro accionar es la lucha contra las condiciones que impone el
capital, contra el estado de alarma, contra las necesidades de su
economía, de sus bancos, de sus empresas… Es en ese terreno donde las
diversas heterogeneidades pueden y necesitan tratarse, discutirse,
confrontarse. Y es ahí, en el enfrentamiento al orden existente, donde
el proletariado traza su unidad, donde la comunidad de lucha tiene el
ecosistema desde el que se desarrolla y potencia. Hay muchas formas de
expresar las posiciones de clase, y también formas diferentes de
percibir los momentos históricos y nuestro papel en ellos, pero como
siempre, lo fundamental y de lo que partimos para la organización es lo
que hacemos, es la práctica que llevamos adelante. Partimos de la lucha
contra las condiciones a las que nos someten, contra las medidas del
Estado represor y chupóptero, partimos de la negación, del
enfrentamiento directo al capital.
Hoy,
podemos ver un nítido ejemplo de todo esto en la lucha que el
proletariado está cristalizando contra el estado de alarma mundial y las
diferencias en torno a la importancia que se le da al virus entre las
distintas expresiones que luchan. Vemos expresiones en lucha de nuestra
clase que ponen de relieve los datos que nos da el Estado y denuncian
que es un aspecto central de la catástrofe capitalista y del
empeoramiento de nuestras condiciones materiales —dando también mucha
relevancia al origen del virus—, pero que no los lleva a negar al
verdadero objeto que determina el estado de alarma.11 Vemos a otras expresiones que denuncian que todo eso es una exageración del Estado12
para imponer una nueva vuelta de tuerca del capital, que el eje debe
estar puesto en las medidas que se amparan tras la declaración de la
pandemia y no en la pandemia en sí. Pero más allá de las diferencias, lo
importante es que las posiciones se plantean desde la lucha, desde las
necesidades, desde la contraposición al capital, desde el enfrentamiento
al estado de alarma, al confinamiento y a todas las medidas desplegadas
por el capital. Porque es necesario asumir que el estado de alarma
(confinamiento y demás medidas) es un estado de guerra contra el
proletariado. Independientemente de esas diferencias, esas expresiones
comprenden, en forma más o menos clara, que todo lo que han montado los
Estados es para las necesidades de valorización y hay que contraponerse a
ello.
Por
eso, nos encontramos juntos luchando en la calle, conspirando,
rompiendo el confinamiento, desobedeciendo, discutiendo, poniendo en
cuestión las necesidades de la economía y tratando de imponer las
humanas. Es en ese terreno donde siempre el proletariado se organizó y
desarrolló su lucha, pero también las necesarias polémicas y
discusiones. Tal y como hoy tratamos de hacer pese a las numerosas
dificultades existentes. Es en ese terreno donde el proletariado vuelve a
sentar las bases para afirmarse como clase revolucionaria a nivel
internacional. Seamos consecuentes con ello e impulsemos a todos los
niveles la estructuración internacional del proletariado para abolir
este viejo mundo.
¡LUCHAS POR DOQUIER… QUE ESA SEA LA NUEVA NORMALIDAD!
CONTRA EL ESTADO DE ALARMA, CONTRA EL CONFINAMIENTO, CONTRA LA NUEVA NORMALIDAD, CONTRA EL CAPITAL Y EL ESTADO.
¡IMPONGAMOS NUESTRAS NECESIDADES HUMANAS!
Proletarios Internacionalistas. 28 de junio de 2020.
1 Ver “Contra la pandemia del capital, ¡revolución social!” en nuestro sitio.
2 Bajo
el rótulo de estado de alarma, de emergencia, etc. nos referimos, claro
está, a todas las medidas desplegadas por el Estado: confinamiento,
despidos, ajustes, desahucios, terror médico y científico, mascarillas,
vacunas, multas, detenciones, disparos, desapariciones,
encarcelamientos, inyecciones de capital…
3 Queremos
precisar que el término “pandemia” es ya toda una trampa. Es parte del
lenguaje científico y tiene su fundamento en tomar un aspecto biológico,
como la existencia de un virus, como el factor esencial de una
enfermedad. La ciencia, desde su lógica de la separación, ve el virus
como una amenaza sobre el ser humano, los animales y su entorno. Su
comprensión del mundo, que parte de la racionalidad capitalista, no
puede percibir el ecosistema como un todo orgánico, sino como seres
aislados que actúan por su cuenta. Pero un virus estudiado en un
laboratorio no tiene nada que ver con ese mismo virus en tal o cual
ciudad. Un virus desarrollándose y conviviendo como parte equilibrada de
una sociedad no tiene nada que ver con lo que haría ese virus en otro
lugar, en otra sociedad… Bajo la lupa científica se difuminan elementos
mucho más decisivos que el virus, como la forma en la que viven y se
relacionan los seres humanos. Teniendo eso en cuenta, en nuestros
materiales utilizamos indistintamente el término pandemia con o sin
entrecomillado, con o sin matiz. No se trata de entrar en el terreno
científico para discutir el uso correcto de esa terminología, cuestionar
los criterios científicos que se usan para definir algo como pandemia,
sino comprender que el término mismo es una interpretación burguesa de
la realidad. En la historia, se ha utilizado esa terminología para dar
responsabilidad exclusiva a un virus de tal o cual mal que aquejó a la
humanidad ocultando los verdaderos factores decisivos.
4 El
Estado libanés ha oficializado apenas una treintena de muertes
asociadas a la COVID–19, dato que además deja en claro lo insostenible
que es justificar en algunos lugares todas las medidas terroristas de
alarma bajo la excusa de la pandemia.
5 Recordemos
que Líbano ya había sido uno de los lugares donde la revuelta
proletaria de otoño 2019 actuó con más fuerza. La revuelta se contrapuso
tanto a Hezbolá, que salió a reprimir, como a la canalización bélica y
religiosa que el proletariado de la zona sufre desde hace décadas.
6 Hay
Estados como Filipinas que apenas guardan las apariencias. En ese
Estado se acaba de aprobar una ley antiterrorista donde toda persona con
una simple sospecha por parte de una autoridad policial o militar de
estar involucrada en actividades terroristas puede permanecer detenida
durante dos meses sin una orden de arresto, y puede ser vigilada otros
dos meses a nivel digital y telefónico, lo que significa que cualquier
dispositivo conectado a internet, un teléfono, una computadora… son
inspeccionados. La formulación legal es de tal magnitud que todo lo que
hagan los sospechosos puede considerarse un “acto terrorista” y estará
sujeto a las formas y los medios extrajudiciales del Estado.
7 Como
si alguna vez hubiéramos abandonado la normalidad capitalista por la
irrupción del estado de alarma, cuando en realidad no hemos vivido más
que una nueva vuelta de tuerca de la dictadura de la economía contra
nuestras vidas. Por su parte, la “nueva normalidad” representa el
desarrollo consecuente del estado de alarma que lejos de mejorar las
condiciones materiales de vida son el resultado directo de todo lo que
está implicando la guerra al coronavirus. Es decir, aún peores
condiciones materiales de supervivencia para los proletarios de todo el
mundo. Todo se presenta como el lógico desarrollo capitalista de la
“vieja normalidad” que la ideología del mal menor añora, presentando
como realidades a elegir lo que no son más que momentos de una misma
existencia miserable.
8 El
ocultamiento de nuestra lucha por parte de los medios no solo consiste
en tratar de no mencionar tal o cual revuelta, también consiste,
particularmente cuando esa revuelta o protesta no puede ser ignorada por
su repercusión, en distorsionarla, fragmentarla, tapar su raíz común.
9 La
esclavitud y el tráfico de esclavos tiene por objeto la ganancia, pero
el racismo es un elemento inherente para materializarlos. La destrucción
del planeta tampoco es un objetivo en sí, pero la maximización de la
ganancia solo puede realizarse por ese medio. El sexismo tampoco es una
meta per se, sino la forma como el capital consigue reproducirse de
manera eficaz. Que todas esas realidades se desarrollen como aspectos de
la vida del capital conlleva evidentemente que las mismas se
materialicen, expandan y expresen en todas las relaciones humanas de muy
diversas maneras. Lo crucial es que la crítica no se quede solo en
algunas de esas materializaciones, sino que llegue a la fuente, a la
raíz, que sea radical.
10 La
democracia no es una forma política, es la forma de vida propia del
mundo mercantil generalizado y su esencia es la dictadura del capital,
independientemente de que a nivel político se cristalice como gobierno
militar, república, monarquía, etc. Recomendamos la lectura del libro de
Miriam Qarmat “Contra la democracia”.
11 Es
decir, que son parte de la verdadera comunidad de lucha que pelea
contra el capital, contra el Estado, contra sus medidas. Queremos
aclarar este punto pues nos contraponemos y denunciamos a todos aquellos
seudorrevolucionarios que no solo reproducen en su ser el pánico que
siembra el Estado, sino que colaboran con él o realizan un apoyo
crítico, extendiendo el terror del Estado y favoreciendo la represión.
Reivindicándose del comunismo o de la anarquía, esos
seudorrevolucionarios siguen al pie de la letra los dictados de Estado,
defienden el confinamiento y las otras medidas de control, mirando como
sospechosos a los proletarios que se niegan a someterse, a los que se
reúnen para luchar, a los que desobedecen al Estado.
12 Lo
cual evidencia nuestra imposibilidad de corroborar o refutar estas
cuestiones, y muestra cómo nuestras vidas se nos escapan de las manos.