Siria- Turquía... Hacía casi un siglo que no se producía un terremoto tan devastador en la zona

 

Siria-Turquía. Hacía casi un siglo que no se producía un terremoto tan devastador en la zona. Presionados por la represión antikurda turca y la represión antigubernamental de Assad, los más afectados son los pueblos kurdos y los refugiados que han huido de la guerra en Siria



En plena noche del 6 al 7 de febrero, dos temblores extremadamente violentos (uno de magnitud 7,8 y el siguiente de magnitud 7,5 en la escala de Richter) en el sur de Turquía, en la frontera con Siria (en el distrito de Nurdaği, provincia de Kahramanmaraş) provocaron destrucción y desesperación.

En Turquía, en su parte oriental, confluyen tres placas tectónicas diferentes: la Anatolia, la Arábiga y la Africana. La estructura de estas placas se caracteriza por un movimiento denominado transcurrente, es decir, las placas se deslizan unas junto a otras en un movimiento horizontal. A lo largo de la historia, se han producido muchos terremotos en esta zona y han tenido una característica común: se han formado a poca profundidad. El hipocentro del terremoto del 6 de febrero estaba a tan sólo 17,9 km.

La secuencia sísmica fue desencadenada por la falla de Anatolia Oriental, de unos 500 km de longitud, que atraviesa el este de Turquía de sureste a norte-noroeste, desde Hantay y el golfo de Alejandreta hasta Gazentep, para luego doblarse hacia los montes del Ponto hasta Estambul. Así pues, gran parte de Turquía está expuesta a terremotos debido a esta falla, que históricamente ha generado los seísmos más catastróficos. De hecho, Turquía es conocida como una zona muy propensa a los terremotos desde la época de las Cruzadas. Por tanto, no puede decirse que el reciente terremoto (como los de 1999, 2010 y 2011) haya sido una sorpresa. Lo que sí fue sorprendente fue el grado de devastación causado por el primer temblor con una magnitud de 7,9 en la escala de Richter y los posteriores con magnitudes, 7,8, 7,5, 6,9 y 6,4.

Las zonas de Gazentep y Kahramanmaraş son las que, según los informes, han sufrido mayores daños, con decenas de miles de víctimas (hasta la fecha se han encontrado más de 47.000) y unos cuantos millones de desplazados, la mayoría de ellos en Turquía y una parte importante también en el norte de Siria, en la región de Idlib, que ha sufrido una doble tragedia: los 4,5 millones de habitantes, que huyeron de la represión del régimen de Assad, además de ser golpeados por la miseria y sobrevivir sólo gracias a la ayuda internacional, han sufrido ahora también el terremoto que ha matado a más de mil personas, ha destruido viviendas y está impidiendo la llegada de socorro y ayuda internacional a esa región. Siria lleva doce años en guerra, y los millones de personas que viven en esa zona dependen de la apertura o cierre de la única puerta, Bab al Hawa, que les permite llegar; y, al igual que en Turquía, la ayuda internacional está centralizada por el gobierno, es decir, el régimen de Assad, que tiene interés en mantener controlada toda la región porque allí han acudido los supervivientes de la guerra y los kurdos, notoriamente reprimidos tanto por el bando sirio como por el turco. Pero las desgracias no terminan aquí, porque frente a las ciudades y pueblos devastados, la enorme masa de personas que lo han perdido todo y que, desplazadas, están siendo reagrupadas en las zonas vecinas, tendrá que hacer frente al problema de la falta de agua, higiene, frío, enfermedades. La ayuda no puede llegar rápidamente a todos los lugares donde se necesita, y en muchas partes no llega debido a las políticas antikurdas y antisirias. Y la promesa de Erdogan, que anuncia la reconstrucción de al menos 30.000 casas en un futuro próximo, deja mucho que desear...

Casi no hace falta decir que casi todas las víctimas se deben al derrumbamiento de edificios. Aparte de la violencia del seísmo y de sus repetidos temblores -algo previsto por los geólogos de todo el mundo, y no desde ayer-, ¿por qué se derrumbó la inmensa mayoría de los edificios? ¿Por qué la construcción de los edificios no incluía ninguna medida antisísmica, mientras que, debido a la búsqueda sistemática del beneficio fácil mediante la utilización de materiales de mala calidad, se construyen edificios altos próximos unos de otros con el fin de ahorrarse el alquiler del terreno, hacinando así a millones de personas en un gigantesco hormiguero? La razón primera de la carnicería hay que buscarla en el sistema capitalista de producción, de explotación de la tierra, en la búsqueda espasmódica del beneficio, sabiendo perfectamente que, en caso de terremoto, esos edificios no habrían resistido ni siquiera temblores mucho más leves que los del 6 de febrero y los días siguientes. Este terremoto fue especialmente violento no sólo en sus temblores principales, sino también en las réplicas posteriores, de modo que los edificios que lograron resistir el primer gran temblor sin derrumbarse, se derrumbaron durante los temblores posteriores. Ante todo esto -aunque, a pesar de los notables avances de la ciencia geológica, no se puede predecir con exactitud el acontecimiento sísmico ni en magnitud ni en intensidad y duración de sus enjambres o réplicas-, ¿cómo se comporta el poder burgués? Con el fatalismo habitual que acompaña siempre a toda catástrofe: siempre es culpa de la mala suerte y sólo en parte culpa de la actividad del homus capitalisticus que ha... construido mal. Hasta un niño comprende que si se construye mal una casa, tarde o temprano se derrumba, y que el amontonamiento de casas en pequeños espacios, una vez derrumbadas en el suelo, impide el acceso y la circulación de los equipos de salvamento y de la maquinaria necesaria para excavar entre los escombros en busca de supervivientes, heridos y muertos.

Pero para Su Majestad el Capital, la catástrofe representa una jugosa oportunidad de negocio; toda catástrofe llamada "natural" es un banquete para el capital. El capital se explota sobre todo magnificando el capital fijo en el que emplea su fuerza de trabajo asalariada, y en periodos de crisis de sobreproducción, como la que vivimos desde hace muchos años, la destrucción masiva de medios de producción y productos desencadena la fiebre de la reconstrucción que, gracias a la emergencia creada por la catástrofe, crea a su vez gigantescos negocios. Las guerras y las pandemias lo demuestran.

La sociedad humana tiene la posibilidad de superar el largo calvario que representan las catástrofes capitalistas destruyendo el capitalismo, su modo de producción y enterrando de una vez por todas el sistema social que durante ciento sesenta y cinco años, en lugar de traer progreso y prosperidad a la humanidad, ha traído miseria y muerte. Este objetivo histórico no puede ser alcanzado por los medios que la clase burguesa utiliza para su supervivencia como clase dominante: ni por la democracia ni por su dictadura. El totalitarismo burgués-capitalista constituye la base de su poder y da igual que se disfrace con los símbolos de la democracia parlamentaria, electoral o reformista; las razones del capital, esa fuerza social impersonal, prevalecen siempre sobre las razones del capitalista individual que, individualmente, puede parecer honesto, solidario, bondadoso, humanitario, pero es incapaz de transformar el sistema económico y social del que él mismo es prisionero en un sistema en el que ya no existan la explotación, el hambre, la miseria y la guerra. Un sistema, por otra parte, que ha doblegado a la propia ciencia a las razones del lucro, y es por ello que la ciencia, por muchos pasos adelante que dé en el conocimiento de los misterios de la vida, de la tierra y del espacio, nunca es la primera voz que escucha la clase burguesa; por el contrario, cada vez que sus advertencias pueden afectar a las razones del lucro y del poder es silenciada, y los científicos que insisten en llevar adelante investigaciones que no produzcan beneficios lucrativos y no den elementos de alarde propagandístico a los poderosos son simplemente marginados y olvidados. ¿Quieren calcular el valor capitalista al inventor de Internet o del teléfono móvil comparándolo con un vulcanólogo, un biólogo o un geólogo que, para conseguir aunque sea un pequeño pero importante resultado en su investigación, necesita años y un capital que no puede dar beneficios en poco tiempo? Por esta razón, la ciencia de la prevención es una ciencia que nunca ha nacido realmente en la sociedad capitalista: catástrofe significa emergencia, emergencia significa blanqueo de dinero sin ningún control particular e incentivo para jugosos negocios en la reconstrucción. Cuanto más se destruye, más se reconstruye, y para los capitalistas, una guerra vale tanto como un terremoto devastador o una pandemia. Ante cada catástrofe, se advierte sistemáticamente de la necesidad de prevenir, se promete hacer lo necesario para evitar que se repitan. En realidad, sin embargo, las catástrofes no sólo se repiten, sino que tienden a repetirse cada vez con mayor gravedad. La sociedad burguesa nunca podrá vencer las causas de sus propias contradicciones, de su propia caída. Debe ocuparse de ella otra fuerza social, la clase que no tiene ningún interés en mantener vivo este sistema de producción, explotación y destrucción: esta fuerza social está representada por el proletariado, la fuerza de trabajo asalariada que produce toda la riqueza económica y social pero de la que está completamente excluida. Si algo ha hecho bien el capitalismo en la historia es haber desarrollado las fuerzas productivas hasta el nivel más alto al que podía aspirar una sociedad dividida en clases. Y la principal fuerza productiva, representada por el trabajo vivo de la clase obrera, es la que tiene objetiva e históricamente la solución a las contradicciones capitalistas. Debe tomar parte activa en una revolución histórica que ninguna otra clase social ha sido capaz de llevar a cabo hasta ahora: cambiar la sociedad dividida en clases en una sociedad sin clases, transformando la economía existente en una economía de clases y basando la vida social no en la valorización del capital, no en el trabajo muerto (capital fijo) que explota el trabajo vivo (trabajo asalariado), sino en fuerzas productivas cuyo desarrollo esté dirigido a satisfacer las necesidades de la especie humana y no del mercado, no del capital. Entonces el conocimiento, la ciencia, y por tanto la ciencia de la prevención, tendrán un desarrollo inimaginable porque ya no serán esclavos del beneficio capitalista sino que estarán al servicio de un mayor bienestar de la especie humana y de un mayor conocimiento de la naturaleza y de sus fuerzas misteriosas.


21 de febrero de 2023

Partido Comunista Internacional

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