Disturbios en Cuba

 

Disturbios en Cuba:

Ni con la “oposición democrática” ni con el régimen castrista.

El proletariado cubano sólo tiene una salida: la lucha de clase.


Desde hace varios días, las principales ciudades de Cuba, especialmente La Habana, viven enfrentamientos continuos entre manifestantes y policía. De acuerdo a la información que proporciona la prensa internacional, que siempre debe ser tomada con cuidado dada la especial tendenciosidad que anima siempre sus noticias sobre Cuba, a las manifestaciones que desde el fin de semana pasado tienen lugar en la isla, el gobierno de Díaz-Canel ha respondido mediante la militarización de las ciudades, ya que la policía no se bastaba para contener a la marea de amotinados. La misma prensa señala que el gobierno cubano se ha visto obligado a reconocer que en los disturbios ha muerto al menos una persona, cuando protestaba delante de una comisaría en la periferia de La Habana. Mientras la represión, a la que el propio presidente Díaz-Canel ha arengado en sus redes sociales, intenta calmar la tensión a base de porras y disparos, el gobierno ha comenzado una serie de repartos de comida en los barrios más desfavorecidos de La Habana y Santiago a la vez que ha hecho cesar los apagones eléctricos que estaban en el origen de las protestas.


Más allá de estos hechos, la realidad para la mayor parte de la población cubana es que sus condiciones de existencia han caído drásticamente en los últimos años. Los efectos del embargo que Estados Unidos mantiene contra cualquier actividad comercial con Cuba se agravaron con la llegada de Donald Trump a la presidencia porque revirtió todas las medidas de apertura que su antecesor, Obama, había puesto en marcha. Con la victoria electoral de Biden el pasado mes de noviembre, las cosas no han cambiado y las consecuencias de la política de restricciones se hacen notar en forma de carencia de prácticamente todo tipo de bienes de primera necesidad.

Pero el embargo norteamericano sólo es una de las causas de la situación por la que atraviesa la mal parada economía cubana. Como es sabido, Cuba depende casi por completo del turismo para subsistir. La crisis de la Covid 19 ha liquidado bruscamente los viajes turísticos a la isla y esto ha implicado la pérdida de una fuente de ingresos de primera necesidad dado que con las divisas provenientes de estos viajes se financiaba la compra de buena parte de los bienes de equipo, especialmente agrícolas, que necesita el país.

Finalmente, el tradicional apoyo venezolano, que vendía a bajo precio petróleo y otras materias primas de primer orden, también se ha visto restringido drásticamente, agudizando la carencia de fuentes de energía que está detrás tanto de la subida del precio de la luz como de los apagones que las grandes ciudades han vivido en los últimos meses.


A la crisis económica el gobierno cubano respondió, en enero de 2021, con una serie de medidas financieras que únicamente lograron agravar la situación de la clase proletaria: el tradicional sistema de dos monedas (peso cubano, de uso normal en la isla y peso convertible, utilizado para el comercio internacional) ha desaparecido, quedando en pie únicamente el peso cubano fijado a una tasa de convertibilidad de 24 pesos por dólar. Con ello se genera una devaluación de la moneda para el sector económico estatal, que es el único en condiciones de importar los bienes necesarios para la vida diaria en Cuba, y por lo tanto una drástica subida de precios de estos bienes. Así, el gobierno “socialista” de Díaz-Canel procedió a eliminar las subvenciones a casi todos los productos básicos. Como compensación, el gobierno incrementó salarios y pensiones hasta en un 450%... una medida del todo inútil cuando existe un problema fundamental de carestía de bienes y servicios y que por lo tanto no mejora el poder adquisitivo de los proletarios cubanos.


Esta situación catastrófica algunos comentaristas internacionales la comparan con lo que supuso en términos económicos el famoso “periodo especial”, es decir la larga década que transcurrió después de que la implosión del bloque del Este dejase a Cuba sin su principal fuente de abastecimiento y su principal comprador en el mercado internacional. Entonces los disturbios del conocido como “maleconazo” en 1.994 y la “crisis de los balseros” en los años posteriores fueron la respuesta que los proletarios cubanos dieron a la crisis económica y social que vivía el país. Una respuesta desesperada, que llevó a la muerte a decenas de cubanos que se ahogaban en el mar Caribe, y que fue rápidamente sofocada dentro del país por una combinación muy conocida de fuerza represiva y persuasión a cargo de los principales líderes del gobierno.

Hoy la realidad es completamente diferente a la de entonces. En primer lugar porque los años transcurridos tanto desde la revolución castrista de 1959 como de la caída del bloque de países del Este en 1991 han contribuido a diluir la ilusión, que tanto pesó, en el supuesto “socialismo cubano”: las medidas económicas, políticas y sociales con las que se salió de la crisis del “periodo especial” han debilitado enormemente la creencia en que gobierno y proletariado cubano marchan juntos hacia el socialismo o, si quiera, hacia la derrota del imperialismo norteamericano.

En segundo lugar porque precisamente esas medidas, que se aceleraron a partir de la llegada al poder de Raúl Castro y que iban destinadas a favorecer una “apertura” de la economía cubana tanto a los mercados internacionales (principalmente al turismo) como a pequeño comercio local, mediante la liberalización de ciertas actividades de compra venta ha provocado un incremento de la polarización social. Por un lado, la casta conformada por la cúpula militar y los líderes del Partido “comunista” que controlan las empresas nacionales no han dejado de reafirmar un poder inamovible que a medida que pierde su ascendente entre las masas debe reaccionar con mayor violencia contra estas. En segundo lugar, una pequeña pero consistente capa de clase media, de pequeña burguesía, enriquecida con la apertura comercial y que ha sido capaz de utilizar la liberalización del comercio para mejorar su posición económica mediante los establecimientos que compran y venden sólo en dólares, etc. Finalmente, una masa proletaria en el campo y la ciudad, tradicionalmente empleada por una u otra rama del sector público, que padece los vaivenes económicos sin ninguna perspectiva de mejora, sin posibilidad de organizarse sindical o políticamente y por supuesto sin poder acceder a las “ventajas” de los espacios de libre comercio que se abrieron durante los últimos seis años.

Las revueltas de los últimos días han puesto en juego tanto a esta clase proletaria como a la pequeña burguesía. Esta última se ha visto afectada también con dureza por las medidas financieras del pasado enero, lo cual ha contribuido a acrecentar un enfrentamiento contra el gobierno que maduraba lentamente a través de grupos artísticos, de opinión, etc. como el llamado “movimiento San Isidro”. Es esta clase media la que lanza las consignas de “democracia” y “libertad” o la de “patria y vida” (por contraposición al célebre “patria o muerte”), que se escucharon en las protestas. Todo su interés está puesto en capitanear el descontento social, en lograr ponerse al frente de los proletarios que salen espontáneamente a la calle para imponer sus propias exigencias, que obviamente difieren tanto en lo político como en lo económico de las de la clase obrera. Esta pequeña burguesía, que aspira únicamente a ver reconocido su estatus económico mediante una entrada moderada en las estructuras estatales, que a su vez le permita reforzar ese estatus, es también la coartada de todas las potencias imperialistas europeas y americanas que tienen interés en forzar un cambio de gobierno en Cuba.


Por su parte, la clase proletaria se presenta a la lucha con las manos desnudas. Y esto no sólo porque de nuevo ha puesto su cuerpo desarmado frente a policías y militares, sino porque sobre ella todavía pesa con demasiada fuerza el falso mito del “socialismo nacional” cubano. La presión de más de sesenta años de gobierno de los Castro, líderes antaño de la revolución, y de alineamiento con este gobierno y contra la presión del imperialismo norteamericano, todavía es capaz de evitar que los proletarios cubanos reconozcan en ese régimen capitalista disfrazado de “socialismo” y en ese falso partido “comunista” en el cual se organiza su enemigo de clase, el verdadero enemigo a abatir.

Es por ello que, más allá de los disturbios espontáneos, las dificultades que afronta el proletariado cubano para romper con la política de colaboración entre clases que supone la defensa del “Estado socialista” son inmensas: ni sobre el terreno de la lucha económica inmediata, en el cual el Estado controla todas las organizaciones sindicales existentes, ni sobre el terreno de la lucha política, consigue ir más allá.


Pero cada una de estas explosiones sociales, de las que auguramos habrá muchas más, cada una de estas revueltas, contribuyen a mostrar la cruda realidad: en Cuba existe el capitalismo, existe por lo tanto la clase proletaria y existen sus enemigos de clase, la clase burguesa dominante cubana, por reducida que sea, y los estratos de la pequeña burguesía urbana y rural que han desarrollado la función de pegamento social durante el dominio político castrista y falsamente socialista y que, una vez se acabaron las ayudas provenientes de Rusia y de los países del Este europeo a ligados a esta y aquellas del chavismo, se refiere siempre a un protector de más altura, el imperialismo de los Estados Unidos, que no es otra cosa que uno de los grandes enemigos de los proletarios de todos los países. A medida que esta realidad se hace más visible, el mito del “socialismo cubano” se va erosionando y la presión, ideológica y material, que ejercía sobre los proletarios se va debilitando.

La importancia de este hecho no tiene un alcance únicamente nacional cubano: el mito de la Cuba “socialista” se extiende mucho más allá de sus fronteras. En primer lugar a América Latina, donde el propio Estado cubano de una manera u otra ha hecho valer este mito para defender sus intereses nacionales y donde ha encontrado siempre un gran arraigo entre la clase proletaria y las masas populares. En segundo lugar al resto del mundo, empezando por España, donde la adhesión, aunque sea en términos “humanitarios” y contra el bloqueo norte americano, sigue siendo una referencia de primer orden para las fuerzas locales del oportunismo político y sindical.

El valor de los motines de los últimos días está, por lo tanto, en son expresión de una fuerza social que tiende inevitablemente a mostrar que la lucha de clase del proletariado, en cualquier país y en cualquier circunstancia, continúa siendo la gran cuestión en el mundo burgués. Que incluso allí donde la burguesía ha tenido que disfrazar su dominio bajo el disfraz del falso socialismo, este tiende a caer a medida que las exigencias de la propia sociedad burguesa, que llevan a crisis periódicas y a fases de miseria cada vez más frecuentes para el proletariado, vuelve a poner la lucha de clase en primer lugar.


¡Contra el falso “socialismo” nacional!

¡Contra las exigencias democráticas de la pequeña burguesía!

¡Por el retorno de la lucha de clase del proletariado!

¡Por la reconstitución del Partido comunista, internacional e internacionalista!


Partido comunista internacional (el proletario)


15/07/2021