Memoria autocrítica: la derrota el proletariado en Chile

 

Difundimos un texto antiguo del 2018, en un nuevo aniversario de la UP. Nuestra memoria proletaria es un arma cargada de futuro:

 

MEMORIA AUTOCRÍTICA: LA DERROTA DEL PROLETARIADO EN CHILE

La última gran ofensiva del movimiento proletario chileno, y su derrota, se enmarca en el contexto histórico del segundo asalto proletario. Comprendemos este acontecimiento como una gran ola revolucionaria, donde la auto-organización de lxs proletarixs en todo el mundo va desarrollando su propia actividad vital, generando cada vez más tensión social y precipitando al capitalismo a una nueva crisis. Esta ofensiva, se caracterizó por diferentes formas de negación a la sociedad existente, de las cuales podemos destacar: el abstencionismo laboral en fábricas de Italia, el movimiento de ocupaciones en Francia, la toma de terrenos y fábricas en Chile, la proliferación de grupos autónomos de ataque anti-capitalista como el Movimiento Ibérico de Liberación (MIL) en España, la lucidez de grupos como Zengakuren en Japón que fueron pioneros en el mundo en lograr la coordinación de obrerxs, estudiantes y campesinxs teniendo como principal consigna “Ni imperialismo, ni estalinismo”, entre otras.

El proceso revolucionario en Chile se vino fraguando bastante años antes del periodo allendista, su contenido se expresó en la acción autónoma de amplios sectores del proletariado obrero y campesino; principalmente a través de tomas de terreno, ocupación de fábricas, organización barrial y acciones de autodefensa armada, prácticas que en su conjunto apuntaban a recuperar las condiciones de existencia que les había arrebatado el modo de producción capitalista y que conllevaron variadas masacres orquestadas por el Estado, anteriores al Golpe de 1973; entre ellas la masacre de los obreros y estudiantes en Santiago y Valparaíso en 1957 en la llamada “Huelga de la Chaucha”, la matanza de pobladores de la población José María Caro en 1962, el asesinato de trabajadores de la mina El Salvador en 1966 y la masacre de pobladores ocurrida en Puerto Montt en el año 1968.

Con la asunción al poder de la coalición izquierdista de la Unidad Popular, se comienza a poner en práctica un programa político que anticipaba la derrota de lxs proletarixs de este país, pues estxs abogaban por una política de nacionalización y reforma agraria que en ningún caso apunta a la superación de la sociedad de la mercancía, sino que más bien a su administración por medio de la gestión estatal a partir de la dirección de los partidos socialdemócratas (PC, PS, PR, PSD, MAPU, API).

La izquierda buscaba encuadrar las prácticas de antagonismo proletario en los mecanismos democráticos existentes, filtrando el poder revolucionario de la clase que se constituía lentamente en práctica viva contra el capitalismo. No obstante, el proletariado no se limitó a seguir las políticas democráticas de la Unidad Popular, sino que agudizó sus prácticas por fuera de los canales parlamentarios. Cuando lxs obrerxs comienzan a hablar y actuar por sí mismxs, se comienzan a generar las primeras contradicciones entre el Gobierno y “sus bases”. Con la espontánea ocupación obrera de diversas fábricas, Allende es forzado a nacionalizarlas para prevenir la autogestión de lxs trabajadorxs. Sin embargo, esto no fue suficiente, ya que lxs trabajadorxs chilenxs solo cambiaron un jefe por otro, de Kennecott o Anaconda (1) a la burocracia gobernante. La acumulación del capital es siempre acumulación a expensas del proletariado.

En el mundo rural lxs campesinxs realizaron “espontáneas tomas armadas” por fuera de la autoridad estatal. De hecho, el gobierno no dudó en denunciar “expropiaciones indiscriminadas”, y cuando se vio obligado a legitimar dichas tomas fue gracias a la presión de los campesinos.

En la huelga patronal en octubre de 1972 lxs obrerxs resisten la arremetida de la derecha tomando activamente las fábricas y coordinándose en Cordones industriales autónomos; las tareas que asumían estos era la producción y distribución de productos al mismo tiempo que organizaban la defensa armada contra los patrones (2). Sin embargo, las asociaciones que iban gestando lxs obrerxs seguían confiando en el “compañero presidente”, aunque su gobierno los atacara por ocupar activamente las fábricas que se organizaban sin asistencia sindical o estatal.

En los barrios la aplicación de las Junta de Abastecimiento Popular (instituciones creadas por el gobierno), fueron desbordadas por la auto-organización barrial reorganizada en los Comandos comunales y concretada por el explosivo desarrollo del movimiento poblador. Con la agudización de la lucha de clases “se puede afirmar con toda seguridad que entre 1970 y septiembre de 1973 se registraron en Santiago, al menos, 344 tomas exitosas de terrenos urbanos.” Así mismo, los Comandos comunales se extienden por todo el país; órganos territoriales formados –en primera instancia– como un intento de frenar la ofensiva de la burguesía, pero que terminaron por expresar el afán espontáneo de lxs trabajadorxs por auto-dirigirse, “teniendo acceso a las tareas de organización, dirección y control de la sociedad, como única forma de encarar directamente la resolución de sus problemas económicos y políticos.” (3)

Toda esta autonomía expresada en actos fue recuperada por las diversas organizaciones socialdemócratas del momento; las cuales jugarán un rol importante en este proceso en la medida que el desarrollo de auto-actividad proletaria es frenada por SU programa de “vía chilena al socialismo”.

La guinda de la torta de este permanente ataque de la izquierda a las prácticas de autonomía proletaria es el instante en que el mártir Salvador y su camarilla de burócratas desarman las milicias obreras meses antes del golpe, firmando en octubre de 1972 la Ley de control de armas, dejándolas indefensas ante los militares que ya estaban instalados en su gabinete. Comenzaba así una larga noche para el proletariado chileno.

El 11 de septiembre de 1973, la ultra izquierda de la época, en este caso el MIR –no cayó en la canallada de sus pares políticos que huían del país– no abandonó a lxs proletarixs que resistieron en sus poblaciones y fábricas, pues “el MIR dio órdenes de replegarse en orden y combatiendo. Sus militantes combatieron junto a los obreros pero –conscientes que la derrota del reformismo era inevitable– se retiraban en orden cuando la resistencia era imposible”. En la práctica, el mirirsmo nunca pudo sacudirse de la carga de la UP, pues su transa con el reformismo los había derrotado de antemano. Ya “meses antes del golpe algunos de sus dirigentes obreros más importantes habían roto con su dirección porque la consideraban burocrática y oportunista. En realidad se trata de una dirección que quiere hacer la revolución “para” los obreros, pero que no ha comprendido en absoluto que “la liberación de la clase solo puede ser obra de ella misma.”

El fracaso del proletariado en Chile estaba sentenciado de antemano cuando creyó ingenuamente en sus representantes políticos. Su falta de esclarecimiento teórico acerca de sus propios intereses le llevó a confiar gran parte de su organización a fuerzas externas, llámese: partidos, sindicatos, el poder del Estado, instituciones que obstruyeron una articulación verdaderamente antagónica contra el Capital. Ahora, esta reflexión no es una justificación del proletariado, sino, por el contrario, una autocrítica; ya que fue él mismo quien se conformó con la reforma y la “transición pacífica” al socialismo, con el “socialismo en un solo país” y con la Democracia. Fueron lxs propixs obrerxs quienes creyeron en el “respaldo” del gobierno del pueblo. Pero ya es hora de un ajuste de cuentas con el pasado, es hora de comprender que la revolución social es un conflicto entre la humanidad proletarizada y el capital, y no una lucha entre izquierda y derecha. Es hora de entender que la insurrección no necesita ni de jefes ni de vanguardias que dirijan a la gran masa del proletariado hacia la victoria total, sino que por el contrario, la clase necesita dotarse de su propia organización para combatir el viejo mundo y destruirlo; y por último, es de pronta urgencia entender que quienes hacen revoluciones a medias cavan su propia tumba.

 

NOTAS:

(1) Grandes empresas estadounidenses de extracción cuprífera.
(2) Hay actitudes que rompieron abiertamente con la cotidianidad capitalista; los obreros de la planta textil SUMAR en el contexto del paro nacional de la patronal de octubre de 1972, comenzaron a producir ropa y víveres textiles para entregar a los pobladores aledaños a la fábrica. Estas actitudes responden a una vida comunitaria real que venían forjando los obreros y pobladores del sector, a través de diversas actividades como bibliotecas populares y comedores comunes.
(3) Duque y Pastrana “La movilización reivindicativa urbana de los sectores populares en Chile”, 1972.

https://comunidaddelucha.noblogs.org/post/2018/09/11/memoria-autocritica-la-derrota-del-proletariado-en-chile/