El 1 de mayo, en la época del coronavirus




El 1 de mayo, en la época del coronavirus


¡PROLETARIOS! ¡CAMARADAS!
 
Cuatro meses después de la aparición "oficial" de un nuevo coronavirus, descubierto más tarde como Sars-CoV2 - la Covid-19 de los periodistas - la crisis económica, que ya estaba erosionando los niveles sagrados del PIB en todos los países imperialistas, se agravó considerablemente, tanto que la burguesía más alarmada clamó por una crisis similar a la de los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Lo que inicialmente se consideró una epidemia confinada a una zona industrial particular de China - la metrópoli de Wuhan, capital de la provincia de Hubei - resultó ser, en el espacio de unas pocas semanas, una epidemia mucho más grave que lo que dijo el gobierno de Xi Jinpin; una epidemia que podría extenderse fácilmente no sólo en China, sino en todo el mundo, dadas las estrechas relaciones que China mantiene con todos los países del mundo y, en particular, con los países imperialistas de Asia, Europa, América y la vecina Rusia; y dado que no existe un verdadero sistema de prevención en el capitalismo.
Hasta la fecha, el 25 de abril, las estadísticas oficiales hablan de más de 2,7 millones de casos de coronavirus en el mundo y más de 190.000 muertes, 50.000 de ellas sólo en los Estados Unidos. Sin embargo, los propios científicos burgueses afirman que los casos oficiales deberían ser al menos el doble... ¡Una verdadera carnicería que no ha terminado!
El capitalismo es un matadero: no sólo por las pasadas guerras mundiales, sino también por las continuas guerras que han devastado todos los continentes desde 1945; por no hablar de las muertes en el trabajo y por el trabajo, los feminicidios y las muertes por enfermedades conocidas desde hace décadas y nunca erradicadas como el paludismo, que, según la OMS, afecta a 230 millones de personas en el mundo y mata a 430 mil cada año, casi 1200 al día. Qué casualidad, justo hoy, 25 de abril, es el día mundial "dedicado" a ello.
Desde febrero, la crisis sanitaria se ha convertido en un empeoramiento de la crisis económica ya en marcha. En los Estados Unidos, cuyo presidente se burló de los científicos, médicos y políticos que advirtieron del peligro de una pandemia de coronavirus, ante el vertiginoso aumento de los casos y las muertes en su país superindustrializado, y ante el inevitable cierre de fábricas y de muchas actividades que ha provocado, en el espacio de dos meses, más de 26 millones de parados (igualando y aumentando los 22 millones de empleados por la crisis de 2008-2009), se ha desatado ahora una carrera en busca del desocupado de turno: primero China, luego Europa, después.... y, al mismo tiempo, al igual que en Europa, en China y Japón, se cubren todas las deficiencias, incapacidades, errores e ineficiencias de los poderes públicos frente a esta pandemia, con el fin de reiniciar la producción, el comercio, el turismo y las exportaciones lo antes posible.
El capital no puede ser detenido, tiene que circular, tiene que ser invertido, tiene que intensificar cada vez más a las masas proletarias para extorsionar su plusvalía. Y si se detiene, como en los casos de crisis de sobreproducción frente a mercados tan atascados de mercancías que ya no permiten los ingresos esperados, entonces damos la bienvenida a las guerras con las que destruir enormes masas de mercancías, dando así luz verde a la reconstrucción, rejuveneciendo en cierto sentido la máquina productiva capitalista. Y bienvenidas sean las epidemias con las consiguientes crisis sanitarias, gracias a las cuales toda burguesía en el poder tiene un pretexto válido para aplastar aún más al proletariado en las condiciones de extrema necesidad: ¡salud ante todo!, dicen, pero lo que quieren - y la carnicería que estamos presenciando lo demuestra una vez más - ¡la economía nacional ante todo! Los sacrificios de hoy, dados por el confinamiento forzoso y la imposición de medidas de "clima de guerra", prohibiendo, con libertad de movimiento, libertad de manifestación y huelga, exprimiendo a la policía y al ejército en las calles para que no se desobedezcan las órdenes, anuncian los sacrificios de mañana.
El proletariado debe esperar una represión aún más severa cuando la epidemia haya disminuido significativamente sus efectos letales (excepto quizás en el otoño o la próxima primavera debido a la congénita falta de prevención real de la salud humana), porque los capitalistas querrán recuperar lo antes posible los beneficios que han perdido en los últimos meses. Son los capitalistas, ahora hasta las piedras lo saben, los que dictan las demandas de la economía capitalista al poder político burgués.
Todas las discusiones, negociaciones, enfrentamientos entre gobiernos y Estados que han caracterizado las cumbres de la Unión Europea en los últimos meses, se han centrado en el capital necesario para hacer frente a los dramáticos efectos de la epidemia - en las estructuras sanitarias y en las redes sanitarias territoriales, así como en el apoyo, mediante amortiguadores sociales, a los trabajadores que han perdido su empleo o que se ven obligados a realizar indemnizaciones por despido, y por supuesto en las actividades industriales, comerciales, de servicios, bancarias, etc. -, muestran que la competencia entre capitalistas y entre estados nunca se deja de lado, ni siquiera ante emergencias de dimensiones globales como la actual. Cada uno trata de fastidiar al otro, de aliarse con alguien para reforzar su posición, y si en un momento dado hay que encontrar el capital necesario para que algún Estado no se declare en quiebra, como Grecia ayer, Italia hoy o España, entonces se encuentra el capital porque es más conveniente para el mercado europeo, y para la estabilidad del euro como moneda internacional, ensanchar los hilos de las bolsas; por supuesto a los tipos del mercado, tal vez fraccionando el préstamo durante algunos decenios, lo que pesa cada vez más sobre las generaciones futuras.
 
¡PROLETARIOS! ¡CAMARADAS!
 
El capitalismo no puede ser reformado, no hay solidaridad entre los capitalistas excepto por conveniencia mutua económica, política, militar; mucho menos hay solidaridad entre capitalistas y proletarios. Cada vez que los burgueses conceden algunas migajas de mejora en las condiciones de trabajo y de vida del proletariado, lo hacen sólo bajo la presión de la lucha proletaria, o por temor a que la lucha proletaria, en un momento dado, tome una dirección decididamente antiburguesa. El rostro reformista de la burguesía, en realidad, esconde su verdadero comportamiento que consiste en hacer cualquier cosa para defender sus intereses de clase en antagonismo con los de la clase proletaria. El proletariado debe temer más al capitalismo cuando se hace pasar por generoso, por simpático, por comprensivo, por dispuesto a negociar pacíficamente, que cuando muestra su verdadero rostro desde el principio, su rostro sombrío, cínico, brutal.
Básicamente, la burguesía, en defensa de sus privilegios, de su posición dominante en la sociedad, expresa naturalmente el odio de clase hacia el proletariado. Un odio que proviene del sentimiento de temor social transmitido por las generaciones burguesas anteriores que vivieron los períodos en que el proletariado no sólo se rebeló contra sus propias condiciones de existencia y trabajo mediante luchas duras e insistentes, sino que se organizó políticamente para enfrentarse abiertamente al poder burgués con el objetivo de derrocarlo y tomar el control directo, como clase y bajo la dirección de su partido de clase, del destino de la sociedad en su conjunto. ¡Octubre de 1917 lo enseña!
El odio burgués al proletariado se puede medir día a día, aunque en el pacífico Estado democrático y constitucional se oculta por el parlamentarismo, el electoralismo y la colaboración de clase a los que las fuerzas conservadoras y colaboradoras del oportunismo obrero aportan una contribución indispensable. Bastaría con demostrar que todas las leyes, todos los controles, todas las medidas previstas para la protección de la salud y la vida y la seguridad en el trabajo nunca han sido suficientes para eliminar esta carnicería; si a ello añadimos el hambre, la miseria, las guerras, el abandono, las catástrofes, etc., que afectan de forma abrumadora a las poblaciones proletarias de todos los países, qué conclusiones hay que sacar, salvo que el poder burgués ama el capital, ama el lucro, ama los privilegios sociales y el poder económico y político que los defiende, y odia todo lo que se interpone, que obstaculiza, que lucha contra ellos.
Los proletarios, mientras sufran la explotación cada vez más bestial, la miseria y condiciones de existencia peores que las de los esclavos de la antigüedad, confiando sus necesidades y reivindicaciones a las fuerzas sindicales, políticas, religiosas que tienen la tarea, más allá de sus palabras, de mantenerlos sumisos a las exigencias del capitalismo, engañándolos con la democracia que debe nivelar idealmente y prácticamente a las clases, y con la religión, que consuela con la oración los corazones de todos, sin distinción de censo y clase, refiriéndose a una entidad sobrenatural la respuesta al misterio de las tensiones sociales, los proletarios, decíamos, siempre seguirán siendo esclavos del capital, esclavos asalariados si tienen un trabajo o esclavos abandonados a su destino individual cuando están desempleados.
Los proletarios, aún hoy, son una masa de esclavos asalariados a merced de los capitalistas. Sin embargo, pueden ser una fuerza social capaz de cambiar el mundo, capaz de subvertir las leyes económicas, políticas y sociales del capitalismo mediante el uso revolucionario de la fuerza social inherente a su propia condición de asalariados. Sin la explotación de su fuerza de trabajo no hay capital; el capital presupone la explotación del trabajo asalariado. Por lo tanto, el odio del capitalista al proletariado es un odio de clase, porque la única clase social que puede derribar su poder es la clase proletaria.
 
¡PROLETARIOS! ¡CAMARADAS!
 
La lucha por la vida de los proletarios parte inevitablemente de su condición de proletarios, de depender de sus salarios - por lo tanto de los capitalistas que les dan trabajo - para vivir. Es una lucha que desde el principio va en contra de la condición de asalariados, va en contra del capitalista que los explota y del Estado de los capitalistas que los mantiene en la condición de ser proletarios al servicio de los capitalistas.
La historia de las luchas de la clase proletaria contra las clases burguesas muestra que dentro de los límites de la lucha económica los proletarios nunca podrán cambiar fundamentalmente su condición de asalariados, y mucho menos el mundo. La lucha económica del proletariado, para incidir en las condiciones de existencia del proletariado, debe ser un entrenamiento para la guerra de clases, debe inculcar la solidaridad de clase en el proletariado y para ello debe utilizar los métodos y medios de lucha clasistas, es decir, los métodos y medios que sirven para defender exclusivamente los intereses proletarios de la clase. La lucha económica sirve a los proletarios para organizarse en defensa de sus intereses de clase en el seno de la sociedad burguesa, pero es una lucha que, para cambiar realmente el mundo, debe trascender a la lucha política, por lo tanto por el poder político y convertirse en lucha de clase.
Las necesidades elementales de la vida empujan al proletariado a oponerse a la presión capitalista que le obliga a vivir en las condiciones de una explotación que, en realidad, le expone cada vez más a la incertidumbre del trabajo y de la vida. Los proletarios deben aprovechar este impulso para organizarse como clase social, luchando contra el individualismo, el aislamiento y, sobre todo, contra la competencia entre ellos que los capitalistas alimentan y organizan sabiamente. El trabajo asalariado se basa exclusivamente en la competencia de los trabajadores entre sí, dice el "Manifiesto del Partido Comunista" de Marx-Engels. Desde entonces, la competencia de los trabajadores entre sí no ha disminuido ni desaparecido, sino que ha aumentado de manera desproporcionada, extendiéndose a todos los países del mundo. Para combatirlo, los trabajadores no tienen más armas que la lucha por defender sus propios intereses de clase, es decir, intereses que van más allá de la esfera del individuo, la categoría, la nacionalidad, la edad y el sexo. En esta superación se construye la solidaridad de clase en la que los trabajadores se unen en una sola lucha contra los intereses de la clase contraria, de la burguesía, sabiendo que ésta cuenta no sólo con la fuerza del dominio económico sobre la sociedad, sino también con la del dominio político a través del Estado y sus instituciones de represión, desde el poder judicial hasta las fuerzas armadas legales e ilegales.
Basta con que los proletarios levanten la cabeza y miren la realidad más general para darse cuenta de que el capitalismo, la burguesía y las fuerzas de preservación social forman un todo para defender el régimen de explotación de la mano de obra bajo todos los cielos; basta con que miren cómo se trata a los inmigrantes, en medio del mar, en los campos de concentración o en los campos de cosecha para ver cuál será el destino de los proletarios autóctonos, mejor educados y generalmente mejor pagados.
La crisis económica, que ya se produjo el año pasado, se ha agudizado aún más con la crisis sanitaria del coronavirus y no hay duda de que la epidemia de Covid-19 ha empeorado la vida de los proletarios al segar sus vidas ya debilitadas por la fatiga laboral.
El Primero de Mayo Proletario, por haber nacido como una fecha exclusivamente proletaria dedicada a la lucha en defensa de los intereses de clase en la sociedad capitalista, es una fecha de lucha, no de "celebración": es, si acaso, la línea de salida de una lucha que tenía, y debe tener todavía mañana, el objetivo de lanzar el desafío al poder burgués porque ese día los proletarios de todo el mundo unieron sus fuerzas en una manifestación mundial única, porque único y mundial era y es el objetivo revolucionario del proletariado: la conquista del poder político, el establecimiento de la dictadura de clase bajo la dirección del partido de clase revolucionario en el marco de la revolución proletaria internacional.
Estas palabras, olvidadas y enterradas bajo montañas de basura democrática y colaboracionista, también pueden ser antiguas, utópicas, ilusorias, ya que por otro lado se consideran antiguas y anticuadas las palabras del Manifiesto de 1848 y el marxismo en general. Pero es la vida misma de los trabajadores asalariados la que los confirma, es la propia burguesía la que los confirma con ocasión de cada catástrofe llamada "natural", de cada crisis social, económica, política y sanitaria que la estructura misma de la sociedad burguesa ha fallado, falla y nunca podrá resolver. Doscientos años de desarrollo capitalista, con todos sus indiscutibles progresos técnicos, no podían dejar de desarrollar incluso las formas más arcaicas de explotación de la mano de obra proletaria como ninguna sociedad anterior ha logrado hacerlo. La clase dominante burguesa permanece en el poder contra todos los intereses sociales de la vida humana, como lo demuestran ampliamente las devastaciones del medio ambiente y las guerras.
Es hora de que el proletariado recupere su lucha de clases, su confianza en sus fuerzas de clase solamente, para reanudar el camino revolucionario, dramáticamente interrumpido por la contrarrevolución que mató a la Octubre rusa y mundial. El único terreno en el que las crisis económicas y sociales pueden ser resueltas porque la fuerza de resolución reside en la clase proletaria que, en su lucha de clases, posee el futuro de la humanidad.
 
 
Partido Comunista Internacional (El Proletario)
25 de abril de 2020
www.pcint.org