8 de marzo: Día de la mujer trabajadora... en el momento del coronavirus



8 de marzo: 

Día Internacional de la Mujer en el momento del 

coronavirus




En el momento del coronavirus


Este año, el 8 de marzo, cae en un momento en que la propagación de un virus particularmente agresivo como el Covid-19 ha impulsado a los gobiernos de muchos países, empezando por China, a aplicar una serie de medidas drásticas; se trata de un virus que ataca a los pulmones y es muy contagioso, propagándose silenciosamente en muchos países del mundo. Identificada en diciembre de 2019 en Wuhan, una importante ciudad industrial de China (11 millones de habitantes), se extendió luego por su vasta provincia (Hubei, unos 60 millones de habitantes, más población que en España) y desde aquí, gracias al intenso tráfico comercial y turístico de esta provincia china con todo el país y el mundo, se extendió a Japón, Corea del Sur, Irán, Italia y poco a poco a Europa, el Oriente Medio, llegando a América y África. La OMS habla de una epidemia, pero no de una pandemia todavía. 
 

Los virus no conocen fronteras y no distinguen nacionalidad, sexo, edad; pueden infectar todas las formas de vida existentes (animales, humanos, plantas, microorganismos e incluso otros virus), o pueden infectar sólo a una especie (como la viruela que sólo infecta a los humanos) y pueden ser más o menos agresivos; su capacidad infecciosa puede durar meses o años y generalmente tienen una gran capacidad de mutación desde que aparecen. La ciencia burguesa comenzó a identificar, por primera vez, un patógeno no bacteriano capaz de infectar las plantas de tabaco en 1892; en 1898 se descubrió el virus conocido como "mosaico del tabaco"; desde entonces se han descubierto unos 5.000 tipos de virus, hasta el muy reciente coronavirus Covid-19, pero la hipótesis es que hay millones de tipos diferentes.


La ciencia tiene un largo camino por recorrer... ... pero la ciencia burguesa sufre un hándicap particularmente limitante: está inevitablemente condicionada por las leyes económicas del capital que, por otra parte, regulan toda la vida de la sociedad actual. Las mayores y mejores energías humanas dedicadas a la investigación científica, al conocimiento y al estudio de la vida en el planeta están pagadas y dirigidas sobre todo a proporcionar al capital cada vez más oportunidades de aumentar el beneficio capitalista, de reproducir más rápidamente el capital, adecuando la actividad de los científicos a las necesidades del mercado, a la producción y reproducción del capital y a la competencia entre los capitales y entre los estados. Esto significa que cualquier progreso de la ciencia burguesa, de la que la sociedad capitalista está tan orgullosa, corresponde a una millonésima parte del progreso que la sociedad humana sería capaz de lograr si la investigación científica, el conocimiento y el estudio de la vida en el planeta se liberaran finalmente de las limitaciones del beneficio capitalista y se pusieran al servicio no del capital y del mercado, sino de la especie humana y su vida. No es la supuesta victoria en la "guerra" contra Covid-19 lo que facilitará esta liberación: ninguna guerra burguesa -económica, política, militar, cultural, psicológica o religiosa- ha conducido nunca a la especie humana a un mundo sin desigualdades, sin masacres, sin explotación, poniéndola en condiciones de reducir al mínimo absoluto los efectos negativos de las epidemias o pandemias o de cualquier catástrofe "natural". La ciencia burguesa ha descubierto mil formas de matar a los seres humanos y destruir el medio ambiente, pero es imposible, es incapaz, de dar a la sociedad el conocimiento y los medios para prevenir las catástrofes "humanitarias" o "naturales".


Pasarán los años y los científicos burgueses descubrirán otra "vacuna contra la gripe" que traerá miles de millones de beneficios a los bolsillos de las mayores industrias farmacéuticas del mundo, como en el pasado, industrias que tienen todo el interés en frenar, limitar, si no excluir completamente, la investigación más exhaustiva y seria para comprender los secretos más ocultos del origen de la vida y su evolución tanto en nuestro planeta como en el universo. El único movimiento científico en el que el capital está realmente interesado consiste en las diversas operaciones gracias a las cuales los capitalistas son capaces de reproducir y aumentar su capital en el menor tiempo posible, invirtiendo 1 para tener 1.000 y, posiblemente, con menos obstáculos administrativos, burocráticos, legales, políticos y sociales. Para lograr este resultado, los capitalistas someten a sus intereses de clase a toda la sociedad y, en particular, a los proletarios, a los trabajadores asalariados, es decir, a los que producen materialmente la riqueza social de la que se apropia la clase burguesa; y deben hacer que el Estado funcione como la defensa más eficaz de sus intereses de clase contra toda insubordinación, toda rebelión, todo desorden social que perturbe sus asuntos, utilizando todos los medios de que disponen, legales e ilegales, pacíficos y armados, políticos y económicos, culturales y religiosos.


Mientras que las capitales hacen la guerra en las formas más variadas, en el campo económico, político y militar, y mientras que los contrastes interburgueses e interimperialistas tienden a hacerse cada vez más agudos, sobre todo en tiempos en que la recesión económica está en el horizonte, alarmando a todas las cancillerías del mundo, las burguesías de todos los países, incluso las más democráticas, se aprovechan para militarizar la sociedad. Y la "guerra contra el coronavirus" - erigida como un enemigo taimado de la "salud pública", invisible, agresivo, capaz de infectar sin mostrar los síntomas y capaz de propagarse aprovechando los modernos medios de transporte y el gigantesco desarrollo del comercio en el mundo - aparece como una oportunidad para imponer a la mayoría de la población, por lo tanto, al proletariado y a las capas más desfavorecidas de la sociedad, un régimen de emergencia para un control social más estricto que no sirva tanto para "proteger a los ciudadanos" de la infección por coronavirus, sino para acostumbrar al proletariado a ser controlado también individualmente y a sufrir imposiciones y limitaciones drásticas por parte de los gobiernos y "autoridades encargadas" en nombre de un supuesto "interés común". De hecho, no hay ningún gobierno que no apele a la unión de toda la nación, llamando a cada ciudadano "a hacer su parte" en una especie de abrazo general entre explotadores y explotados, entre hambrientos y capitalistas, entre torturadores y víctimas: parecen desaparecer mágicamente las diferencias entre la incertidumbre del lugar de trabajo y los salarios de los proletarios y la superdisponibilidad ostentosa de dinero y recursos de los capitalistas ricos, y entre las mismas fuerzas políticas que luchan entre sí, hasta ahora, por un ministerio, por un escaño en el parlamento, por un puesto en algún consejo de administración, ¡pero todos por igual al servicio de la conservación social!


Entre las diversas medidas adoptadas están las que aíslan ciudades y provincias enteras (como en China es el caso de Wuhan y la provincia de Hubei, en Italia los 10 municipios de Lodigiano) en "zonas rojas" y "zonas amarillas", blindando prácticamente a millones de habitantes, como en China, o a decenas de miles de habitantes como en Italia, y hace unos días también en Irán y Corea del Norte. No hablemos de la salud pública, que, de repente, se encuentra ante una masa de enfermos absolutamente inesperada y que demuestra por enésima vez la absoluta falta de prevención, tanto más cuando, como en España, los gastos de salud pública en los últimos decenios han sufrido drásticos recortes, tanto de personal como de inversiones, y parte del servicio hospitalario ha sido completamente privatizado. Naturalmente, con el avance del contagio, si por un lado los distintos gobiernos han cerrado sus fronteras a los países que fueron foco de la epidemia, esperando no convertirse ellos mismos en focos -como ocurrió para Italia con respecto a China- por otro lado, como es el caso de España, no se ha tomado ningún tipo de medida, considerando que cualquiera que se pusiera en marcha dañaría el correcto curso de los negocios capitalistas y prefiriendo, por lo tanto, asumir cierta cantidad de contagios y muertes cínicamente excusadas con las consabidas “patologías previas” a las que se achacan realmente las muertes.

 


8 de marzo de 2020: ¿todas las mujeres encerradas en casa?



En muchos países, tal y como están las cosas, es difícil que el 8 de marzo se celebre la habitual manifestación de mujeres en las calles de las grandes ciudades. El miedo al Coronavirus, propagado más rápido que la propia infección viral por parte de los gobiernos, ha llevado a prohibir en países como Italia las manifestaciones, las huelgas, etc. ¡En la guerra contra el “enemigo público número uno” no hay huelgas!

Pensaron de otra manera y, en medio de la guerra mundial, los trabajadores de las fábricas textiles de Vyborg (Petrogrado) que, el 8 de marzo de 1917 (el 23 de febrero, según el calendario ruso de la época), se declararon en huelga contra el virus de la guerra y el nacionalismo. "El 23 de febrero fue el "Día de la Mujer" (...) El número de huelguistas, hombres y mujeres, fue de unos 90.000 ese día. El ambiente de lucha dio lugar a manifestaciones, mítines, enfrentamientos con la policía. El movimiento se desarrolló primero en el distrito de Vyborg, donde se encontraban las grandes fábricas, y luego llegó al suburbio de Petrogrado. (...) Una multitud de mujeres, no todas ellas trabajadoras, se dirigieron a la Duma municipal para pedir pan. Era como pedirle leche a un buey. En varios barrios aparecieron banderas rojas y letreros en las calles que mostraban que los trabajadores pedían pan y ya no querían saber nada de la autocracia y la guerra", así Trotsky en su Historia de la Revolución Rusa (1). Luego, en los días siguientes otros trabajadores se declararon en huelga; dos días después había 240.000 huelguistas, al quinto día ya era una insurrección revolucionaria contra la autocracia y la guerra. Alexandra Kollontai escribirá: "El día de los trabajadores se ha convertido en algo memorable en la historia. Ese día, las mujeres rusas levantaron la antorcha de la Revolución Proletaria y prendieron fuego al mundo; la Revolución de Febrero dio su comienzo ese día" (2); y Trotsky repetirá: "Bajo la bandera del "Día de la Mujer", se desató una insurrección el 23 de febrero [8 de marzo según nuestro calendario], largamente madurada, largamente contenida, de las masas obreras de Petrogrado".


El Día de la Mujer, el "Día Internacional de la Mujer", para los comunistas de la época (todavía se llamaban socialistas, o socialdemócratas) ya había sido propagado por Clara Zetkin en 1910, en la Segunda Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas en Copenhague, fijando la fecha del 19 de marzo de 1911 para Alemania y Austria; luego reanudado en París en 1914, fue suspendido debido al estallido de la Guerra Mundial. Pero fueron los trabajadores textiles de Petrogrado los que la retomaron vigorosamente, el 8 de marzo de 1917, marchando sobre la Duma. Y desde entonces, definido oficialmente en el Segundo Congreso de la Internacional Comunista, se ha convertido en el día proletario de la lucha internacional de la mujer, una lucha contra la doble opresión a la que están sometidas las mujeres en los regímenes burgueses: la opresión doméstica y la opresión salarial.


Las reivindicaciones ya no se limitaban a la "igualdad de derechos civiles" de las mujeres socialistas estadounidenses, y mucho menos a las formulaciones feministas que veían en el sexo masculino su enemigo social. Ya no se trataba sólo de una desigualdad entre mujeres y hombres en los derechos civiles, ni de un contraste entre los dos sexos: con el socialismo maduro la "cuestión de la mujer" se insertó en la gran cuestión de clase entre el proletariado y la burguesía, en la que la clase del proletariado asumió en su lucha por la emancipación de clase también la emancipación de la mujer de la doble opresión sufrida en la sociedad capitalista.


Han pasado más de cien años desde que las mujeres proletarias de Vyborg, aunque sin saberlo y sin haberlo preparado, iniciaron la Revolución Rusa de 1917 que, en octubre, trascendería la revolución proletaria y comunista que establecería la dictadura de clase en Rusia, en uno de los países más atrasados de Europa, como escribió Lenin en 1919, "el poder soviético ha hecho más por la emancipación de la mujer, por su igualdad con el sexo "fuerte", que lo que todas las repúblicas avanzadas, educadas y "democráticas" de todo el mundo han hecho en ciento treinta años [desde la gran Revolución Francesa]". (3); la emancipación de la mujer significa la igualdad de derechos civiles a todos los niveles, y significa en particular la lucha contra la opresión doméstica (cocina, lavandería, cuidado de los niños, etc.), lo que significa no detenerse en los artículos de la constitución y del código civil, sino organizar la sociedad de manera que la mujer participe, en pie de igualdad con el hombre, en la gestión y en la vida productiva, política y social de la sociedad.


Libertad, igualdad, fraternidad: bellas palabras que la burguesía ha escrito en sus constituciones y que informan su justicia. Pero detrás de estas palabras se esconde la propiedad privada de los medios de producción, en primer lugar de la tierra, y la apropiación privada de la producción social. La clase de los propietarios es la clase burguesa, es la clase dominante que ha erigido su estado como fuerza armada para defender la propiedad privada y la apropiación privada de la producción social. En una sociedad dividida en clases hay clases de opresores y clases de oprimidos, obligados a vivir y sobrevivir exclusivamente en las condiciones dictadas por los opresores, los capitalistas, los propietarios de los medios de producción, el capital y los terratenientes. ¿Qué igualdad puede haber entre opresores y oprimidos? ¡Ninguno! Sólo existe la lucha de unos contra otros, una lucha que la burguesía lleva a cabo cada día porque cada día aumenta su riqueza, su capital, explotando cada vez más intensamente su trabajo asalariado. Y en el trabajo asalariado, en la gran industria y en toda actividad directamente productiva y en toda actividad comercial, administrativa, bancaria, después de haber transformado a los campesinos, pequeños productores, artesanos en proletarios, obligándolos a ser explotados en las fábricas y a formar sus propias familias a imagen y semejanza de la familia burguesa, También ha sumido a las esposas e hijos de los proletarios en el trabajo asalariado, aumentando así la competencia entre los proletarios masculinos y femeninos por un lado, y entre los proletarios adultos y los jóvenes proletarios y los niños por otro, y por otra parte, desmantelando sus familias, lo que debería ser el núcleo en el que se basaría la sociedad.


En el desarrollo del capitalismo, en la modernización de los procesos de producción, en la introducción de tecnologías e innovaciones técnicas que simplifican cada vez más las operaciones de trabajo, la burguesía no ha soñado en absoluto con reducir las horas diarias de trabajo de los proletarios, ni mucho menos con aumentar sus salarios, ya que por cada hora trabajada, los proletarios producen mucho más que antes. Desde el desarrollo del capitalismo, sólo la burguesía se ha beneficiado de él, mientras que la clase proletaria está cada vez más esclavizada a él y su vida depende cada vez más de las fluctuaciones del mercado y del interés capitalista porque es básicamente la clase de los sin reservas; si el proletariado es masculino o femenino, desde este punto de vista, importa poco.


El desarrollo del capitalismo, en los países capitalistas más antiguos y avanzados, también ha dado lugar a la participación social y luego política de la fuerza de trabajo femenina, extendiendo la formación profesional y los diferentes niveles de educación a las mujeres. Pero la superestructura política, cultural y religiosa ha seguido manteniendo a la mujer en un estado de inferioridad, dirigiéndola y obligándola a dedicarse a las tareas domésticas, al cuidado de los niños y del hogar, aunque la haya arrastrado a diversas actividades productivas y sociales. Así es como la opresión salarial se suma a la opresión doméstica, la desigualdad jurídica y social se suma a la desigualdad salarial, ya que normalmente se paga menos a las mujeres y, en muchos casos, mucho menos que a los hombres por el mismo trabajo.


El trabajo asalariado ha convertido al proletario, propietario de la fuerza de trabajo, en una mercancía; su "valor" está determinado por la demanda del mercado, no por la cantidad real de producto de su trabajo diario. Si la cantidad real de producto de su trabajo individual ayer era de 100 y le pagaban 10, hoy que la cantidad real de producto de su trabajo individual es de 1000 no se paga proporcionalmente, es decir, 100, pero, como máximo, se paga 12, tal vez 15 si la lucha obrera logra arrebatar al capitalista un aumento del 50% en lugar del 20%. De un simple cálculo de este tipo se puede entender por qué los salarios de los trabajadores luchan constantemente por equilibrar el costo de la vida, mientras que los capitalistas logran aumentar su capital exponencialmente: la riqueza social aumenta enormemente y los capitalistas, que son la minoría absoluta de la población, se apoderan de ella, mientras que frente a esta enorme riqueza social aumenta la miseria de la inmensa mayoría de la población, que está formada por proletarios, campesinos pobres, trabajadores estacionales, subempleados, desempleados, lumpenproletarios.


El clima social generado por la opresión capitalista es un tormento perenne para las mujeres y para las mujeres proletarias en particular. No sólo sufre la doble opresión de la que hemos hablado, opresión doméstica y salarial, sino que también sufre una forma de propiedad privada, de esclavitud degenerada que la transforma en un objeto puro a disposición del hombre. La mujer puede convertirse, de vez en cuando, en un objeto de placer, un juguete, una sirvienta, una amante, una obsesión o el blanco de las insatisfacciones, los arrebatos y la violencia que el hombre acumula con el tiempo. Hay un viejo dicho que dice que la prostitución es la profesión más antigua del mundo... En realidad, comenzó como una profesión en la sociedad cuando apareció su división en clases, y sólo ciertas mujeres se dedicaron a ella. El capitalismo sólo ha hecho de la prostitución un hecho generalizado, una transacción comercial: la mujer, por necesidad económica, vende su cuerpo a un hombre por un tiempo determinado, como si fuera un alquiler, por una hora, un día, una noche, una semana..., y el hombre paga por su uso por el tiempo que ha acordado. Bienes contra dinero, dinero contra mercancía. Siendo una mercancía, un hombre o una mujer puede comprarla, y siendo un artículo alquilado, puede ser utilizado por varias personas al mismo tiempo. Pero el capitalismo ha hecho más, en la familia burguesa ha transformado a la esposa en una prostituta a tiempo completo, las 24 horas del día como dirían hoy. La "liberación" de hombres y mujeres de la servidumbre feudal que la burguesía realizó a través de su revolución se ha materializado en una nueva forma de opresión más insidiosa: liberados de las ataduras de la servidumbre y del yugo de la tierra de la que se nutrían, hombres y mujeres se han transformado en proletarios libres, es decir, en productores de descendencia, de hijos, sometiéndose ellos mismos y sus hijos a la merced de los capitalistas, los únicos patronos, los únicos que, mediante la explotación de las fuerzas proletarias-empleadas, dan a los proletarios el dinero para poder comprar en el mercado lo que necesitan para sobrevivir. La mano de obra es una mercancía, se vende y se compra en el "mercado de trabajo", por lo que toda la vida de los proletarios y su familia depende de esta compra y venta. Prostituirse significa venderse; el asalariado, para vivir, debe por tanto prostituirse, venderse al patrón, al capitalista. Por supuesto, vende su fuerza de trabajo, pero en el caso de la mujer proletaria está en posición de vender no sólo su fuerza de trabajo, sino también su cuerpo.


La emancipación a la que aspira el proletario es la misma a la que aspira la proletaria, sólo que la mujer proletaria se ve obligada a librar una batalla extra cada día, una batalla contra la esclavitud doméstica y contra la venta de su cuerpo. La cuestión básica no es sexual, sino social, basada en la clase. Y mientras la sociedad capitalista siga en pie, la sociedad que ha transformado toda actividad humana y toda relación humana en una mercancía, que hace que la vida de todos los seres humanos dependa de las necesidades del mercado capitalista y que se caracteriza por la división entre las clases y la división del trabajo, nunca será posible eliminar la opresión que la burguesía ejerce sobre la gran mayoría de la población mundial, y sobre el proletariado en particular. La emancipación, por lo tanto, nunca ha sido ni será una cuestión entre los sexos, sino una cuestión entre clases, entre la clase de los opresores y la clase de los oprimidos. Por eso para el marxismo no hay ninguna "cuestión femenina" específica que deba resolverse dentro del capitalismo antes de revolucionar toda la sociedad; la cuestión de la mujer, de su opresión específica, sólo puede resolverse mediante la revolución proletaria victoriosa y el establecimiento de la dictadura proletaria en lugar de la dictadura burguesa, no antes. El ejemplo de la Revolución Rusa de octubre de 1917 es prueba de esta tesis. Pero a la revolución proletaria, a su preparación así como a la realización de la transformación política, social y económica que llevará a cabo la dictadura proletaria, las mujeres proletarias aportarán una contribución esencial. Lenin repetirá mil veces que no será posible lograr el socialismo sin la indispensable contribución de las mujeres proletarias, en todos los campos, desde el político hasta el social, desde el económico hasta el ejercicio del poder.


Del abismo en el que se sumió por la influencia tóxica del oportunismo y del colaboracionismo interclasista, no será fácil para el proletariado volver a levantarse, pero lo hará gracias a la concomitancia de factores económicos y sociales que pondrán contra las cuerdas al poder burgués y a las iniciativas de lucha que pondrán a las mujeres proletarias en el terreno, como hicieron los proletarios de Vyborg el 8 de marzo de 1917. En ese momento, la fecha del 8 de marzo volverá a su color original: el rojo de la sangre proletaria derramada en la paz y la guerra por los capitalistas. El virus de la revolución viajará a lo largo y ancho de los continentes, "infectando" y debilitando a la burguesía y su poder, y parecerá tan contagioso que no habrá ninguna barrera que pueda detenerlo: entonces será la guerra, la guerra de clases que no tendrá como objetivos la reforma del sistema burgués, la reparación de sus daños, el reequilibrio de su economía, sino el derrocamiento del poder político burgués, la destrucción de su Estado, la exclusión de los capitalistas de toda representación política, social y económica y la represión más decisiva de cualquier intento de restaurar el poder burgués. Sólo en estas condiciones la dictadura proletaria, ejercida con firmeza e inteligencia por el partido de clase -que sólo puede ser comunista e internacional- utilizando las experiencias que la lucha de clases proletaria ha producido en su desarrollo histórico y en su revolución, podrá lanzar la sociedad hacia el socialismo, hacia la emancipación no sólo de la clase proletaria sino de toda la humanidad de la esclavitud asalariada, del mercantilismo, en una palabra del capitalismo.




Partido Comunista Internacional (el Comunista)

5 de marzo de 2020